/ viernes 14 de septiembre de 2018

[Video] Canoa, la verdadera historia a 50 años del linchamiento

Toda una vida ha pasado y una masacre quiere ser olvidada. Los ancianos no quieren evocar, los adultos afirman “que no son asesinos” y los jóvenes ignoran su historia; sus abuelos no la quieren contar

Cincuenta años de una masacre quieren ser olvidados. Los ancianos no quieren evocar, los adultos afirman “que no son asesinos” y los jóvenes ignoran su historia, sus abuelos no la quieren contar aunque por su curiosidad alguna vez han visto la película “Canoa” del cineasta mexicano Felipe Cazals.

En la conmemoración número 50 del primer linchamiento de Puebla en la comunidad de San Miguel Canoa, hay opiniones encontradas entre los habitantes sobre conservar la vida de quienes son juzgados por “ser buenos o malos”.

Además, en la junta auxiliar de la capital se mantiene vigente la justicia por propia mano. En marzo, Pascual “N” un conocido ladrón apodado “El Recio” fue quemado vivo en la plaza pública de este lugar después de ser señalado de haber cometido un robo. Mientras a nivel estatal se tienen registrados hasta 15 casos.

LA HISTORIA DE UN SOBREVIVIENTE: JULIÁN

Las cicatrices aún no se borran y la ausencia de tres dedos en la mano izquierda de Julián González Báez dan cuenta de lo que sucedió el 14 de septiembre de 1968 cuando junto con otros cuatro compañeros de trabajo de la Benemérita de la Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) fueron brutalmente golpeados por los habitantes de San Miguel Canoa al ser confundidos como promotores del comunismo.

Julián, con 75 años de edad, es uno de los tres sobrevivientes |Foto: Bibiana Díaz

De ese agrio hecho, ya hace 50 años, hay una fotografía de él con Pilar Flores, su esposa, saliendo del hospital civil ahora denominado “Universitario” con la mano completamente vendada, pero juntos, abrazados y felices.

Julián es uno de los tres sobrevivientes de lo que podría llamarse el primer linchamiento en Puebla. Cumplirá este 22 de noviembre 76 años de edad con una insólita historia que narra continuamente a sus 14 nietos y 13 bisnietos.

Desde su amoroso y familiar hogar el varón relata a El Sol de Puebla sus sentimientos y qué pasó en 1968 en la región de La Malinche cuando, señalados falsamente de ideólogos comunistas, casi mueren frente a una muchedumbre armada de palos, piedras y machetes.

González Báez tiene una insólita historia que narra continuamente a sus 14 nietos y 13 bisnietos | Foto: Bibiana Díaz

EL DÍA DEL LINCHAMIENTO

Todo empezó con el deseo de ir a la montaña. Julián González era experto en organizar reuniones a La Malinche. En septiembre de 1968 convocó a 11 de sus compañeros para escalar juntos la montaña pero solo llegaron 4 de ellos: Ramón Gutiérrez Calvario, Jesús Carrillo Sánchez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre.

Los cinco que llegaron al punto de reunión caminaron desde el Edificio Carolino de la BUAP hasta la calle 22 Norte para tomar las unidades de transporte público y así dirigirse al entonces municipio de San Miguel Canoa.

“Llegamos a las 6 de la tarde, justo cuando lo hicimos se soltó fuerte la lluvia. Nos dirigimos a la tienda norte del lugar. Yo fui quien le solicité al dueño de la tienda que nos dieran posada pero ellos no aceptaron. Fuimos al curato, nos dirigimos hacia unas personas para decir si era posible quedarnos, que éramos empleados de la BUAP, pero también nos dijeron que no”, explica Julián.

Ramón y Jesús tenían un presentimiento negativo y suplicaron a sus compañeros retirarse. El resto pidió paciencia, propusieron lanzar en un volado su suerte: ir o quedarse. La moneda decidió que deberían pasar la noche en la comunidad indígena.

Julián, que en esa época tenía 26 años y era padre de dos hijos, además de que venía otra pequeña en camino, se acercó a dos jovencitas que iban acompañados de Odilón García, quien llegaba de la ciudad de México a visitar a su hermano Lucas.

Después de contarle que nadie les daba posada en su vivienda Odilón decidió invitarlos a su vivienda, la cual se ubicaba a tres calles de la iglesia.

“Nos abrieron su casa de manera franca, hospitalaria. Estuvimos como 40 minutos, en los que notamos cosas extrañas, como que sonaron las campañas, mujeres expresándose en náhuatl y le preguntamos al dueño qué pasaba. Él nos decía que todo estaba bien, que descansáramos”, agregó.

El fuerte sonido de las campanas acompañadas de gritos de “ya llegaron los asesinos” y “ladrones” generó temor en los trabajadores de la BUAP, que estaban resguardados en la vivienda de adobe, donde escuchaban las historias del abuso de poder del sacerdote Enrique Meza.

La población, molesta, tocó la puerta de Lucas García, quien trató de defender a los empleados de la BUAP; no obstante, no escucharon sus palabras. De inmediato fue asesinado de un machetazo en el cuello y, posteriormente, un disparo frente a sus cuatro hijos y el resto de la familia.

“Las cosas no tenían sentido para nosotros, nos preguntaban de una propaganda. Al lugar llegó un comandante del lugar para igual defendernos, pero no pudo. Solo recuerdo sus palabras: ‘obedezcan porque por su culpa mataron al dueño’. Respondíamos que queríamos más policías”, exponía.

Ramón y Jesús fueron asesinados inmediatamente con el machete. Miguel fue tomado de los dos brazos para amarrarlo con un lazo; detrás de él estaban fuertemente sujetados Roberto y Julián.

“Nos llevaron a la plaza del pueblo, junto a la iglesia. Seguía lloviendo. Nosotros estábamos sin fuerza, solo oíamos una expresión: ‘háganse a un lado, vamos a rematarlos’. Otra voz dijo: ‘ya déjenlos, no tiene caso’. A lo lejos oía comentarios de la gente de temas de trabajo, como si lo que hicieran fuera algo normal”, relató Julián.

Después de que las autoridades lograron ingresar a la comunidad -pues los pobladores habían obstaculizado el ingreso con piedras en el camino–, rescataron a las 5 de la mañana del 15 de septiembre de 1968 con vida, pero severamente heridos, a Julián González, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre.

ESPOSA RECIBE EN UNA BOLSA LOS DEDOS DE JULIÁN

Pilar Flores, esposa de Julián, recibió una llamada en la madrugada del 15 de septiembre en la que le informaron que este estaba gravemente herido y que se dirigiera al hospital.

Aun con su estado de embarazo ningún médico le informó de lo sucedido y en una bolsa le dejaron tres dedos de su esposo.

“Yo me quería desmayar cuando vi en una bolsa sus dedos. Pensé que en La Malinche se había caído. Cuando tuve la oportunidad de verlo toda su espalda estaba morada y ya me contaron que estuvo a punto de ser asesinado por el pueblo. Fue terrible”, dijo.

En las radiografías se documentaron varias heridas en la cabeza, además de las lesiones en los riñones y fuertes dolores musculares.

Julián González Báez y su esposa tras abandonar el hospital.


De la pérdida de los dedos de su mano Julián afirma que no recuerda cómo sucedió; no sintió dolor porque estaba casi inconsciente.

“Lo de la mano fue un machetazo. Yo no recuerdo el momento en el que me cortaron los dedos, quien me comentó fue Miguel. Estaba cayendo al piso por un golpe que me dieron y levanté la mano: me pasaron a traer la mano”, rememoró.

Aunque dijo que no guarda ningún rencor a la comunidad, y reconociendo la bondad de algunos ciudadanos, confirmó que nunca regresó a San Miguel Canoa.

EL MITO

Nadie de las víctimas se hizo pasar por muerto para sobrevivir ni cayó en alguna barranca, aclaró Julián González, quien recordó que los cuerpos quedaron en el interior de la vivienda y frente a esta.

Puente por donde arrastraron a los tres sobrevivientes de la masacre. | Foto: Bibiana Díaz

CONDENA LOS ACTUALES LINCHAMIENTOS EN PUEBLA

El extrabajador de la BUAP y padre de 5 hijos dijo que los linchamientos que persisten en la entidad se mantienen en el contexto del 68: hay ignorancia por parte de las comunidades.

“Me siento muy molesto de eso que está pasado. Me da tristeza porque sigue habiendo linchamientos en nuestro país y concretamente en Puebla. Son quemamos vivos, muchos de ellos sin que hubieran cometido algún delito y aun cometiéndolos, como los robos, la gente no tiene que matarlos sino entregarlos a la autoridad para que sean castigados con la cárcel”, sentenció.

Del mismo modo, dijo que las autoridades están fallando en el sistema de impartición de justicia y se ha marcado la impunidad.

¿QUÉ PASÓ CON EL RESTO DE LOS SOBREVIVIENTES?

Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre, los otros dos sobrevivientes del intento de linchamiento de la población de San Miguel Canoa en 1968, dieron muchas conferencias sobre la violencia de la que fueron víctimas. Ambos están muertos.

Julián González, Roberto Rojano y Miguel Flores

Hace 10 años Rojano se quitó la vida después de la muerte de su esposa; sin embargo, sus amigos cercanos dicen que lo que originó el suicidio fue que nunca superó lo que vivió en Canoa. Mientras, Flores Cruz falleció hace aproximadamente siete años de leucemia.

“La vida es muy complicada. En la apuesta los que no se querían ir del pueblo sobrevivieron y los que sí fueron asesinados. Todavía conviví con mis compañeros porque íbamos a la ciudad de México a dar conferencias pero después nos dejamos de ver”, agregó Julián.

LOS SUEÑOS

El primero de mayo de 1961 Julián González ingresó a la laborar en la BUAP en distintos cargos: fue bibliotecario de medio tiempo en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas, encargado de la correspondencia y auxiliar de servicio de la Escuela de Medicina.

Sus sueños siguen vigentes: quiere escribir un libro relacionado con lo que vivió en 1968 y hasta aprender a usar un teléfono inteligente para comunicarse con su familia.

LA OTRA HISTORIA | LOS TRABAJADORES DE LA BUAP NOS OFENDIERON

A 50 años de lo sucedido nadie quiere recordar lo que pasó en el 1968, refiere el alcalde auxiliar de San Miguel Canoa, Raúl Pérez Velázquez, quien reconoce que ha sido difícil borrar la imagen “de que son asesinos”.

Pero la otra historia que nunca ha sido contada, indica que los cuatros trabajadores de la BUAP irrumpieron una comunidad arraigada en sus usos y costumbres para burlarse de su idioma además de no pagar una cuenta de una tienda en la que consumieron.

“Al no hablar el idioma originario molestaron al pueblo, hicieron enojar a la gente de Canoa porque esto se interpreta como una ofensa, los trataron como si fueran indios. Se tiene que entender que hace 50 años, llegar a Canoa era llegar a un pueblo muy cerrado”, dijo Pérez.

Raúl Pérez Velázquez, alcalde auxiliar | Foto: Bibiana Díaz

Una vez de la llegada de los jóvenes a una de las tiendas locales de la región y que se fueron sin pagar, no pararon los rumores de la población que eran “comunistas”, palabra que desconocían pero que relacionaban con “el diablo” o “satanás” pues era parte del discurso clérigo que recibían del sacerdote Enrique Meza.

Y aunque muchas personas juzgan y responsabilizan al sacerdote de la muerte de dos de los cinco exploradores de la Malinche de la máxima casa de estudios, Pérez insiste que es inocente: ya había un rumor regado que nadie podía detener. Sin embargo minutos después, repara: sí pudo darles alojo y evitar su muerte.

Le echan la culpa al padre y él no es culpable. La gente ya estaba dando información de que estaban llegando los comunistas y rateros fue parte de la desinformación que dieron porque en un pueblo cerrado no se puede decir que eres de un partido comunista porque se interpretaba como que eras el diablo”, reitera.

La noche del 14 de septiembre resonaron las campanas de la iglesia de San Miguel Canoa que se hizo acompañar de un grito en el altavoz: “¡Ya llegaron los ladrones!”, “Los rateros nos van a quitar las tierras, los animales”.

Pérez recuerda que el día de los hechos, él era un niño y que su familia trató de esconderlo, pero que muy valientes decidieron no refugiarse; se pusieron muy atentos a escuchar desde su vivienda que sucedía fuera.

En esta iglesia, llamada Padre Enrique Meza, fue donde repicaron las campanas para juntar a la gente | Foto: Bibiana Díaz


Nadie de la población quiere decir quien fue testigo. Los habitantes señalan que los responsables ya se murieron, se fueron a vivir a otro lugar y de los presos, desconocen el número o sus nombres.

Antonia Rojas Marcial de 77 años de edad recuerda que ella no salió de su casa porque estaba embarazada y califica negativamente esta barbarie.

Estuvo mal, ¿cómo cree que va estar bien?, por qué los mataron como un perro, los desvistieron, nadie tiene derecho a quitar la vida”.

Antonia Roja | Foto: Bibiana Díaz

No solo perdieron la vida dos trabajadores de la BUAP, Odilón García y su hermano Lucas, quienes les dieron posada a los capitalinos, sino que otros siete pobladores fueron asesinados.

“Fue mentira que nada más murieron los trabajadores murieron muchos de Canoa también murieron otras siete personas”, añadió el edil auxiliar Raúl Pérez.

La mañana del 15 de septiembre, en la iglesia de Canoa –que actualmente porta la imagen de un franciscano con el nombre firmado de Enrique Meza año 1967–, en medio del mar de sangre que dejó la lluvia se celebró la tradicional misa.

NOS JUZGAN INJUSTAMENTE

No todos los habitantes de San Miguel Canoa son malos y han sido juzgados injustamente, agrega Raúl Pérez, quien es amigo cercano a los principales mayordomos, personas de la tercera edad de la comunidad, que tienen gran poder en la iglesia.

“Nos dicen que les da miedo llegar al pueblo, es la peor mentira. Canoa no es el peor pueblo, la gente siempre ha sido buena. Han convertido a la comunidad como algo muy malo. El 68 no es sólo la forma en cómo murieron trabajadores de la BUAP”, dijo.

Aclara que como pueblo no se sienten “los mejores matones” y que la historia que se ha estado replicando de manera generacional ha traído como consecuencia pérdida de empleo.


“En la ciudad si preguntabas si había trabajo, decían: ¿de dónde eres?, y sí respondías de Canoa te decían que no había empleo”, refirió.

Mercedes Morales, otra de las habitantes, refirió que han pasado 50 años de la tragedia, siguen calificándolos de asesinos.

“Se ha hablado, estuvo mal, los agarraron (a los trabajadores de la BUAP) desprevenidos sin que ellos debieran nada. Sigue afectando, para los trabajadores no les dan empleo, nos siguen tomando como un pueblo asesino, sentimos feo, nos discriminan. Mi abuelita nunca nos contó”.

LOS JÓVENES NO CONOCEN LA HISTORIA

Mientras los jóvenes de la comunidad no conocen la historia de lo sucedido en 1968, los abuelos no hablan de ese día de los hechos y por curiosidad han visto la película.

“Me han dicho que mataron, está mal. No se platica de este tema porque ya pasó. Solo vi una parte de la película”, dijo Alberto Morales.

En tanto Diana Monaca manifestó su interés por conocer la historia: “No sé qué pasó en el 68. Depende del motivo por el que los hayan matado, pero si no se tenían pruebas de ello, no se tenía que matar a nadie. Nadie cuenta nada, me gustaría saber más”.

Diana, entrevistada | Foto: Bibiana Díaz

LOS LINCHAMIENTOS SIGUEN

En San Miguel Canoa la forma de hacer justicia por su propia mano, golpes y linchamientos continúan.

En enero, un hombre acusado de cometer un robo fue sometido a golpes y atado a un poste hasta que llegaron autoridades policíacas para encarcelarlo.

Mientras en marzo, Pascual “N” un presunto delincuente conocido como “El Recio” fue golpeado salvajemente y para rematar lo rociaron de gasolina para prenderle fuego. A pesar de que aún fue rescatado por policías y paramédicos y llevado a un hospital del Sector Salud, horas después murió.

A finales de agosto, la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) del estado que dirige Jesús Morales Rodríguez, reportó que en lo que va del año se han registrado 15 linchamientos en el estado, sin embargo, refirió que también han sido rescatadas 201 personas de 146 eventos de esta naturaleza.

Cincuenta años de una masacre quieren ser olvidados. Los ancianos no quieren evocar, los adultos afirman “que no son asesinos” y los jóvenes ignoran su historia, sus abuelos no la quieren contar aunque por su curiosidad alguna vez han visto la película “Canoa” del cineasta mexicano Felipe Cazals.

En la conmemoración número 50 del primer linchamiento de Puebla en la comunidad de San Miguel Canoa, hay opiniones encontradas entre los habitantes sobre conservar la vida de quienes son juzgados por “ser buenos o malos”.

Además, en la junta auxiliar de la capital se mantiene vigente la justicia por propia mano. En marzo, Pascual “N” un conocido ladrón apodado “El Recio” fue quemado vivo en la plaza pública de este lugar después de ser señalado de haber cometido un robo. Mientras a nivel estatal se tienen registrados hasta 15 casos.

LA HISTORIA DE UN SOBREVIVIENTE: JULIÁN

Las cicatrices aún no se borran y la ausencia de tres dedos en la mano izquierda de Julián González Báez dan cuenta de lo que sucedió el 14 de septiembre de 1968 cuando junto con otros cuatro compañeros de trabajo de la Benemérita de la Universidad Autónoma de Puebla (BUAP) fueron brutalmente golpeados por los habitantes de San Miguel Canoa al ser confundidos como promotores del comunismo.

Julián, con 75 años de edad, es uno de los tres sobrevivientes |Foto: Bibiana Díaz

De ese agrio hecho, ya hace 50 años, hay una fotografía de él con Pilar Flores, su esposa, saliendo del hospital civil ahora denominado “Universitario” con la mano completamente vendada, pero juntos, abrazados y felices.

Julián es uno de los tres sobrevivientes de lo que podría llamarse el primer linchamiento en Puebla. Cumplirá este 22 de noviembre 76 años de edad con una insólita historia que narra continuamente a sus 14 nietos y 13 bisnietos.

Desde su amoroso y familiar hogar el varón relata a El Sol de Puebla sus sentimientos y qué pasó en 1968 en la región de La Malinche cuando, señalados falsamente de ideólogos comunistas, casi mueren frente a una muchedumbre armada de palos, piedras y machetes.

González Báez tiene una insólita historia que narra continuamente a sus 14 nietos y 13 bisnietos | Foto: Bibiana Díaz

EL DÍA DEL LINCHAMIENTO

Todo empezó con el deseo de ir a la montaña. Julián González era experto en organizar reuniones a La Malinche. En septiembre de 1968 convocó a 11 de sus compañeros para escalar juntos la montaña pero solo llegaron 4 de ellos: Ramón Gutiérrez Calvario, Jesús Carrillo Sánchez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre.

Los cinco que llegaron al punto de reunión caminaron desde el Edificio Carolino de la BUAP hasta la calle 22 Norte para tomar las unidades de transporte público y así dirigirse al entonces municipio de San Miguel Canoa.

“Llegamos a las 6 de la tarde, justo cuando lo hicimos se soltó fuerte la lluvia. Nos dirigimos a la tienda norte del lugar. Yo fui quien le solicité al dueño de la tienda que nos dieran posada pero ellos no aceptaron. Fuimos al curato, nos dirigimos hacia unas personas para decir si era posible quedarnos, que éramos empleados de la BUAP, pero también nos dijeron que no”, explica Julián.

Ramón y Jesús tenían un presentimiento negativo y suplicaron a sus compañeros retirarse. El resto pidió paciencia, propusieron lanzar en un volado su suerte: ir o quedarse. La moneda decidió que deberían pasar la noche en la comunidad indígena.

Julián, que en esa época tenía 26 años y era padre de dos hijos, además de que venía otra pequeña en camino, se acercó a dos jovencitas que iban acompañados de Odilón García, quien llegaba de la ciudad de México a visitar a su hermano Lucas.

Después de contarle que nadie les daba posada en su vivienda Odilón decidió invitarlos a su vivienda, la cual se ubicaba a tres calles de la iglesia.

“Nos abrieron su casa de manera franca, hospitalaria. Estuvimos como 40 minutos, en los que notamos cosas extrañas, como que sonaron las campañas, mujeres expresándose en náhuatl y le preguntamos al dueño qué pasaba. Él nos decía que todo estaba bien, que descansáramos”, agregó.

El fuerte sonido de las campanas acompañadas de gritos de “ya llegaron los asesinos” y “ladrones” generó temor en los trabajadores de la BUAP, que estaban resguardados en la vivienda de adobe, donde escuchaban las historias del abuso de poder del sacerdote Enrique Meza.

La población, molesta, tocó la puerta de Lucas García, quien trató de defender a los empleados de la BUAP; no obstante, no escucharon sus palabras. De inmediato fue asesinado de un machetazo en el cuello y, posteriormente, un disparo frente a sus cuatro hijos y el resto de la familia.

“Las cosas no tenían sentido para nosotros, nos preguntaban de una propaganda. Al lugar llegó un comandante del lugar para igual defendernos, pero no pudo. Solo recuerdo sus palabras: ‘obedezcan porque por su culpa mataron al dueño’. Respondíamos que queríamos más policías”, exponía.

Ramón y Jesús fueron asesinados inmediatamente con el machete. Miguel fue tomado de los dos brazos para amarrarlo con un lazo; detrás de él estaban fuertemente sujetados Roberto y Julián.

“Nos llevaron a la plaza del pueblo, junto a la iglesia. Seguía lloviendo. Nosotros estábamos sin fuerza, solo oíamos una expresión: ‘háganse a un lado, vamos a rematarlos’. Otra voz dijo: ‘ya déjenlos, no tiene caso’. A lo lejos oía comentarios de la gente de temas de trabajo, como si lo que hicieran fuera algo normal”, relató Julián.

Después de que las autoridades lograron ingresar a la comunidad -pues los pobladores habían obstaculizado el ingreso con piedras en el camino–, rescataron a las 5 de la mañana del 15 de septiembre de 1968 con vida, pero severamente heridos, a Julián González, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre.

ESPOSA RECIBE EN UNA BOLSA LOS DEDOS DE JULIÁN

Pilar Flores, esposa de Julián, recibió una llamada en la madrugada del 15 de septiembre en la que le informaron que este estaba gravemente herido y que se dirigiera al hospital.

Aun con su estado de embarazo ningún médico le informó de lo sucedido y en una bolsa le dejaron tres dedos de su esposo.

“Yo me quería desmayar cuando vi en una bolsa sus dedos. Pensé que en La Malinche se había caído. Cuando tuve la oportunidad de verlo toda su espalda estaba morada y ya me contaron que estuvo a punto de ser asesinado por el pueblo. Fue terrible”, dijo.

En las radiografías se documentaron varias heridas en la cabeza, además de las lesiones en los riñones y fuertes dolores musculares.

Julián González Báez y su esposa tras abandonar el hospital.


De la pérdida de los dedos de su mano Julián afirma que no recuerda cómo sucedió; no sintió dolor porque estaba casi inconsciente.

“Lo de la mano fue un machetazo. Yo no recuerdo el momento en el que me cortaron los dedos, quien me comentó fue Miguel. Estaba cayendo al piso por un golpe que me dieron y levanté la mano: me pasaron a traer la mano”, rememoró.

Aunque dijo que no guarda ningún rencor a la comunidad, y reconociendo la bondad de algunos ciudadanos, confirmó que nunca regresó a San Miguel Canoa.

EL MITO

Nadie de las víctimas se hizo pasar por muerto para sobrevivir ni cayó en alguna barranca, aclaró Julián González, quien recordó que los cuerpos quedaron en el interior de la vivienda y frente a esta.

Puente por donde arrastraron a los tres sobrevivientes de la masacre. | Foto: Bibiana Díaz

CONDENA LOS ACTUALES LINCHAMIENTOS EN PUEBLA

El extrabajador de la BUAP y padre de 5 hijos dijo que los linchamientos que persisten en la entidad se mantienen en el contexto del 68: hay ignorancia por parte de las comunidades.

“Me siento muy molesto de eso que está pasado. Me da tristeza porque sigue habiendo linchamientos en nuestro país y concretamente en Puebla. Son quemamos vivos, muchos de ellos sin que hubieran cometido algún delito y aun cometiéndolos, como los robos, la gente no tiene que matarlos sino entregarlos a la autoridad para que sean castigados con la cárcel”, sentenció.

Del mismo modo, dijo que las autoridades están fallando en el sistema de impartición de justicia y se ha marcado la impunidad.

¿QUÉ PASÓ CON EL RESTO DE LOS SOBREVIVIENTES?

Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre, los otros dos sobrevivientes del intento de linchamiento de la población de San Miguel Canoa en 1968, dieron muchas conferencias sobre la violencia de la que fueron víctimas. Ambos están muertos.

Julián González, Roberto Rojano y Miguel Flores

Hace 10 años Rojano se quitó la vida después de la muerte de su esposa; sin embargo, sus amigos cercanos dicen que lo que originó el suicidio fue que nunca superó lo que vivió en Canoa. Mientras, Flores Cruz falleció hace aproximadamente siete años de leucemia.

“La vida es muy complicada. En la apuesta los que no se querían ir del pueblo sobrevivieron y los que sí fueron asesinados. Todavía conviví con mis compañeros porque íbamos a la ciudad de México a dar conferencias pero después nos dejamos de ver”, agregó Julián.

LOS SUEÑOS

El primero de mayo de 1961 Julián González ingresó a la laborar en la BUAP en distintos cargos: fue bibliotecario de medio tiempo en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas, encargado de la correspondencia y auxiliar de servicio de la Escuela de Medicina.

Sus sueños siguen vigentes: quiere escribir un libro relacionado con lo que vivió en 1968 y hasta aprender a usar un teléfono inteligente para comunicarse con su familia.

LA OTRA HISTORIA | LOS TRABAJADORES DE LA BUAP NOS OFENDIERON

A 50 años de lo sucedido nadie quiere recordar lo que pasó en el 1968, refiere el alcalde auxiliar de San Miguel Canoa, Raúl Pérez Velázquez, quien reconoce que ha sido difícil borrar la imagen “de que son asesinos”.

Pero la otra historia que nunca ha sido contada, indica que los cuatros trabajadores de la BUAP irrumpieron una comunidad arraigada en sus usos y costumbres para burlarse de su idioma además de no pagar una cuenta de una tienda en la que consumieron.

“Al no hablar el idioma originario molestaron al pueblo, hicieron enojar a la gente de Canoa porque esto se interpreta como una ofensa, los trataron como si fueran indios. Se tiene que entender que hace 50 años, llegar a Canoa era llegar a un pueblo muy cerrado”, dijo Pérez.

Raúl Pérez Velázquez, alcalde auxiliar | Foto: Bibiana Díaz

Una vez de la llegada de los jóvenes a una de las tiendas locales de la región y que se fueron sin pagar, no pararon los rumores de la población que eran “comunistas”, palabra que desconocían pero que relacionaban con “el diablo” o “satanás” pues era parte del discurso clérigo que recibían del sacerdote Enrique Meza.

Y aunque muchas personas juzgan y responsabilizan al sacerdote de la muerte de dos de los cinco exploradores de la Malinche de la máxima casa de estudios, Pérez insiste que es inocente: ya había un rumor regado que nadie podía detener. Sin embargo minutos después, repara: sí pudo darles alojo y evitar su muerte.

Le echan la culpa al padre y él no es culpable. La gente ya estaba dando información de que estaban llegando los comunistas y rateros fue parte de la desinformación que dieron porque en un pueblo cerrado no se puede decir que eres de un partido comunista porque se interpretaba como que eras el diablo”, reitera.

La noche del 14 de septiembre resonaron las campanas de la iglesia de San Miguel Canoa que se hizo acompañar de un grito en el altavoz: “¡Ya llegaron los ladrones!”, “Los rateros nos van a quitar las tierras, los animales”.

Pérez recuerda que el día de los hechos, él era un niño y que su familia trató de esconderlo, pero que muy valientes decidieron no refugiarse; se pusieron muy atentos a escuchar desde su vivienda que sucedía fuera.

En esta iglesia, llamada Padre Enrique Meza, fue donde repicaron las campanas para juntar a la gente | Foto: Bibiana Díaz


Nadie de la población quiere decir quien fue testigo. Los habitantes señalan que los responsables ya se murieron, se fueron a vivir a otro lugar y de los presos, desconocen el número o sus nombres.

Antonia Rojas Marcial de 77 años de edad recuerda que ella no salió de su casa porque estaba embarazada y califica negativamente esta barbarie.

Estuvo mal, ¿cómo cree que va estar bien?, por qué los mataron como un perro, los desvistieron, nadie tiene derecho a quitar la vida”.

Antonia Roja | Foto: Bibiana Díaz

No solo perdieron la vida dos trabajadores de la BUAP, Odilón García y su hermano Lucas, quienes les dieron posada a los capitalinos, sino que otros siete pobladores fueron asesinados.

“Fue mentira que nada más murieron los trabajadores murieron muchos de Canoa también murieron otras siete personas”, añadió el edil auxiliar Raúl Pérez.

La mañana del 15 de septiembre, en la iglesia de Canoa –que actualmente porta la imagen de un franciscano con el nombre firmado de Enrique Meza año 1967–, en medio del mar de sangre que dejó la lluvia se celebró la tradicional misa.

NOS JUZGAN INJUSTAMENTE

No todos los habitantes de San Miguel Canoa son malos y han sido juzgados injustamente, agrega Raúl Pérez, quien es amigo cercano a los principales mayordomos, personas de la tercera edad de la comunidad, que tienen gran poder en la iglesia.

“Nos dicen que les da miedo llegar al pueblo, es la peor mentira. Canoa no es el peor pueblo, la gente siempre ha sido buena. Han convertido a la comunidad como algo muy malo. El 68 no es sólo la forma en cómo murieron trabajadores de la BUAP”, dijo.

Aclara que como pueblo no se sienten “los mejores matones” y que la historia que se ha estado replicando de manera generacional ha traído como consecuencia pérdida de empleo.


“En la ciudad si preguntabas si había trabajo, decían: ¿de dónde eres?, y sí respondías de Canoa te decían que no había empleo”, refirió.

Mercedes Morales, otra de las habitantes, refirió que han pasado 50 años de la tragedia, siguen calificándolos de asesinos.

“Se ha hablado, estuvo mal, los agarraron (a los trabajadores de la BUAP) desprevenidos sin que ellos debieran nada. Sigue afectando, para los trabajadores no les dan empleo, nos siguen tomando como un pueblo asesino, sentimos feo, nos discriminan. Mi abuelita nunca nos contó”.

LOS JÓVENES NO CONOCEN LA HISTORIA

Mientras los jóvenes de la comunidad no conocen la historia de lo sucedido en 1968, los abuelos no hablan de ese día de los hechos y por curiosidad han visto la película.

“Me han dicho que mataron, está mal. No se platica de este tema porque ya pasó. Solo vi una parte de la película”, dijo Alberto Morales.

En tanto Diana Monaca manifestó su interés por conocer la historia: “No sé qué pasó en el 68. Depende del motivo por el que los hayan matado, pero si no se tenían pruebas de ello, no se tenía que matar a nadie. Nadie cuenta nada, me gustaría saber más”.

Diana, entrevistada | Foto: Bibiana Díaz

LOS LINCHAMIENTOS SIGUEN

En San Miguel Canoa la forma de hacer justicia por su propia mano, golpes y linchamientos continúan.

En enero, un hombre acusado de cometer un robo fue sometido a golpes y atado a un poste hasta que llegaron autoridades policíacas para encarcelarlo.

Mientras en marzo, Pascual “N” un presunto delincuente conocido como “El Recio” fue golpeado salvajemente y para rematar lo rociaron de gasolina para prenderle fuego. A pesar de que aún fue rescatado por policías y paramédicos y llevado a un hospital del Sector Salud, horas después murió.

A finales de agosto, la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) del estado que dirige Jesús Morales Rodríguez, reportó que en lo que va del año se han registrado 15 linchamientos en el estado, sin embargo, refirió que también han sido rescatadas 201 personas de 146 eventos de esta naturaleza.

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