Guillermina Bravo Hernández es maestra por vocación. No tiene un título que la acredite como docente, pero tiene esa pasión y vive el mismo sentimiento de emoción cuando sus alumnos aprenden lo más básico: comunicarse.
La labor de enseñanza de Guillermina tiene un toque extraordinario porque sus alumnos son personas con discapacidad auditiva y vecinos del municipio de Chiautla de Tapia, que están interesados en aprender el lenguaje de señas. Sus servicios son de manera gratuita.
“Yo aprendí el lenguaje de señas precisamente para enseñarle a otras personas. Existe la necesidad de personas que necesitan comunicarse, pero no lo pueden hacerlo porque sus familiares no pueden hacerlo”, comenta desde el zócalo de tierra caliente.
Antes de montarse a su bicicleta, para dirigirse a su vivienda, Guillermina narra cómo aprendió el lenguaje de señas en 2016, por un grupo de asesores la agrupación religiosa de los testigos de Jehová, sitio donde precisamente tiene un aula de enseñanza.
No obstante, en este espacio no obliga a las personas a sumarse a las creencias místicas, ya que es parte de una labor comunitaria.
Guillermina de 38 años refiere que acercarse a la población para invitarlos a conocer el lenguaje de señas es complicado, primero porque las familias tienen temor de que un “extraño se acerque a ellos” y también por sus preferencias religiosas.
“Aquí quienes tienen un familiar con discapacidad, casi nadie, habla el lenguaje de señas. Las personas que no oyen, se comunican con señas que no están configuradas a su idioma”, agregó.
En Puebla, alrededor de 25 mil 500 personas viven con discapacidad auditiva, de acuerdo a cifras de 2017 del Sistema Estatal DIF.
Bravo Hernández no tiene un estimado de cuantos vecinos de Chiautla de Tapia tienen esta discapacidad, pero en los 20 años, ha visto cómo la población no puede comunicarse y por eso dedica dos días a las semanas (jueves y sábados), una hora, para enseñarles los elementos básicos de la comunicación.
Desde lo alto del quiosco, mostrándonos el abecedario, la maestra por vocación señala el reto que tiene que superar cuando las familias aceptan conocer el idioma de señas, pero que genera una satisfacción cumplirla.
“La gente no quiere, se rehúsa, lamentablemente. Cuidan mucho a su familiar para que no se acerquen los extraños. Si veo eso”, agregó al decir que su hija –de 18 años– también la ayuda en la enseñanza.
Y agrega: “Ver la cara de felicidad de lo que está aprendiendo, deja una satisfacción. No tiene nombre. Nos motiva que las personas puedan tener una comunicación (…) Hay que ponernos en el lugar de una persona discapacitada”.
De acuerdo a la Real Academia Español, la definición de maestro es: “persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo”. Guillermina no tiene el documento oficial, pero tiene esa vocación y cumple con el resto de los requisitos.
La maestra de lenguaje de señas ha pasado diversas adversidades, desde sacar adelante a su esposo con cáncer, poner de alto su vivienda que fue afectada por el sismo de septiembre de 2017 y trabajar en una tienda en el centro de Chiautla, para dar educación a sus hijos.