Omar Bravo se siente incompleto desde que el terremoto le arrebató a uno de los seres más importantes de su vida: Zoé, su hija de cinco años de edad, que salía de la escuela Héroes de la Reforma cuando la tragedia ocurrió, de quien nunca olvidará su sonrisa y alegría.
La rutina del joven padre cambió por completo. Antes de esa fecha, solía ver a Zoé y Sara, de 10 años de edad, por lo menos tres veces a la semana y ahora, solo convive con una de sus hijas, una vez cada siete días, ya que ella vive con su mamá.
Zoé era, precisamente, la más alegre de todos, admiraba a Ariana Grande, cantaba, bailaba, le gustaban los dulces, platicaba todo el tiempo y motivaba a todos a sonreír. Incluso era parte fundamental de su hermana quien tampoco ha sido la misma desde entonces.
Omar se siente tranquilo a pesar de la pérdida tan importante que sufrió. Zoé era su vivo retrato, compartían la misma sonrisa y mirada y, a decir del padre, compartieron muchos momentos felices y trató siempre de complacerla.
Los tacos árabes eran sus favoritos y en un establecimiento de Plaza Loreto era donde más los disfrutaba. Desde las 13:14 horas de esa fecha nada ha sido igual, pues, antes, cuando Zoé, Sara y Omar estaban juntos, todo era risas y paseos.
Ahora Omar está con Sara y normalmente se sientan a ver algún programa o película en la televisión, conversan de lo que pasó durante los últimos días y recuerdan a la más pequeña de la familia pero ambos, sin decirlo la mayoría de las veces, saben que algo les falta.
No acusan a nadie de la muerte de la pequeña, pero tampoco saben cómo superarla. Continúan con su vida, tan normal como pueden, pero el duelo sigue y dudan de si algún día dejarán de sentir ese vacío.
La sonrisa de Omar es un poco sombría, sabe que a Zoé le gustaría verlo más feliz y así quiere serlo para compartir nuevos momentos con Sara, quien crecerá extrañando a su hermana, pero sabiéndose amada por ella.