/ miércoles 17 de agosto de 2016

Alberto García Aspe, un campeón tocado por la fe

Abiamel César Juárez/Desde la Fe

Alberto García Aspe aseguró a Desde la fe que, hasta hacepocos años, no hubiera creído si le hubieran dicho que un díaestaría dando testimonio del amor que siente por la SantísimaVirgen de Guadalupe y de su fe en Dios. “Hoy me siento realmenteorgulloso de poder dar a conocer lo que Dios ha logrado en mí y enmi familia, desde que tuve mi encuentro con Él. Provengo de padrescatólicos, pero la práctica de nuestra religión se limitaba a irlos domingos a Misa, o alguna celebración; es decir, comocatólicos ‘light’; no practicábamos verdaderamente laoración, ni hacíamos ayuno, ni sacrificios, ni penitencia, asícomo tampoco participábamos conscientemente en la Eucaristía.¡Hoy todo eso ha cambiado!”

García Aspe debutó como futbolista profesional a los 17 años,y su carrera despegó muy pronto; creyó entonces estar listo paradejar la casa de sus padres, cosa que no sucedió, pues su papá loconvenció de que el mejor lugar para vivir era en la casafamiliar, al lado de quienes le querían; sin embargo, esto no leimpidió vivir las mieles del egocentrismo y la fama, queacompañan a muchos deportistas famosos, lo que lo alejó de losprincipios familiares durante mucho tiempo.

En 1990 contrajo matrimonio con Rosy Peláez; “comencé aacercarme un poquito a Dios, pero a un Dios muy ‘cómodo’; esdecir, a un Dios dominical y de pedir, pedir, pedir”. En 1992nació su primera hija, María Rosa, y su carrera en el balompiéfue en ascenso, pero su relación familiar decayó; sinproponérselo, empezó a descuidar esta parte; años más tarde, el28 de abril de 1995, Dios los bendijo con otra niña, a quienpusieron por nombre Ximena; era entonces el momento más brillantede su carrera, cuando vino lo inesperado: una angustiosa situaciónque lo haría reaccionar.

“El Capitán”, como también le llaman a García Aspe,platica que se había integrado al equipo Necaxa, y estabaconcentrado en Valle de Bravo para jugar una liguilla; era el 11 demayo de 1995, cuando recibió una llamada en la que le pedían queregresara en breve a la Ciudad de México porque su esposa seencontraba internada, grave de salud; de inmediato se trasladó, yal llegar al hospital lo primero que encontró fue a un doctor,quien, documento mano, esperaba su firma de autorización para quea su esposa le pudieran practicar una cirugía. “Rece mucho porella”, me dijo el médico”.

Cuenta que aquélla ha sido la espera más larga de su vida,porque las 24 horas posteriores a la operación eran decisivas parala vida de su esposa, quien se recuperaba en la sala de terapiaintensiva.

“Esa noche experimenté dos situaciones que nunca olvidaré;antes de la operación, cuando mi esposa iba rumbo al quirófano,una enfermera se le acercó para hacerle una revisión de rutina;el nombre de esa enfermera era Guadalupe, estaba a la vista en sugafete. Mi esposa, al percatarse de eso, le preguntó si creía enla Virgen, y la enfermera respondió: ‘¡Sí, no se preocupe,todo va a estar bien!’”.

Esa madrugada, tras la operación, cerca de las seis de lamañana, García Aspe, con el estado de ánimo deshecho, seencontraba con sus suegros en una de las salas de espera delhospital, aguardando los informes médicos; su suegra estaba muyresentida con Dios por lo que le ocurría a su hija. “En esemomento llegó una amiga cercana a mis suegros, quien nos invitó arezar el Santo Rosario. Yo me molesté; se me hizo imprudente quese presentara a esa hora, pero finalmente accedí; al momento enque terminó el rezo, sonó el teléfono; era el doctor con lanoticia que Rosy estaba fuera de peligro, y me dijo que podíapasar a verla. Cuando la vi, lo primero que le dije fue que meretiraría de la liguilla para cuidarla; ella se negó, me pidióregresar al plantel para ser campeones. ¡Gracias a Dios estaba asalvo! Me pidió buscar a la enfermera para agradecer sus palabrasde aliento. Jamás la encontré; nadie sabía de ella.  Semanasmás tarde celebrábamos juntos el triunfo del Necaxa”.

Tres meses después, García Aspe era contratado por el RiverPlate de Argentina, equipo que lo convirtió en un jugadorinternacional: “Poco a poco me acoplé a aquel país y a sufutbol; pero un día, por un partido mal jugado, todo cambió: medesconcentré y mi juego decayó, al grado de no ser consideradoentre las reservas; me deprimí, incluso pensé en suicidarme; yaaquí en México acaricié la idea de estrellarme en elauto”.

Sin embargo, esos momentos difíciles sirvieron para que seuniera más a su esposa e hijas; “me abrieron la mente y elcorazón a los planes de Dios, comprendí que el Señor aún teníaproyectos para mí; Manolo Lapuente me había llamado invitándomea reintegrarme a las filas del Necaxa, jugué la mitad de latemporada y el partido por el campeonato, en el que nuevamentesalimos triunfantes; detalles que definitivamente me acercaron mása Dios y a la Virgen de Guadalupe”.

Abiamel César Juárez/Desde la Fe

Alberto García Aspe aseguró a Desde la fe que, hasta hacepocos años, no hubiera creído si le hubieran dicho que un díaestaría dando testimonio del amor que siente por la SantísimaVirgen de Guadalupe y de su fe en Dios. “Hoy me siento realmenteorgulloso de poder dar a conocer lo que Dios ha logrado en mí y enmi familia, desde que tuve mi encuentro con Él. Provengo de padrescatólicos, pero la práctica de nuestra religión se limitaba a irlos domingos a Misa, o alguna celebración; es decir, comocatólicos ‘light’; no practicábamos verdaderamente laoración, ni hacíamos ayuno, ni sacrificios, ni penitencia, asícomo tampoco participábamos conscientemente en la Eucaristía.¡Hoy todo eso ha cambiado!”

García Aspe debutó como futbolista profesional a los 17 años,y su carrera despegó muy pronto; creyó entonces estar listo paradejar la casa de sus padres, cosa que no sucedió, pues su papá loconvenció de que el mejor lugar para vivir era en la casafamiliar, al lado de quienes le querían; sin embargo, esto no leimpidió vivir las mieles del egocentrismo y la fama, queacompañan a muchos deportistas famosos, lo que lo alejó de losprincipios familiares durante mucho tiempo.

En 1990 contrajo matrimonio con Rosy Peláez; “comencé aacercarme un poquito a Dios, pero a un Dios muy ‘cómodo’; esdecir, a un Dios dominical y de pedir, pedir, pedir”. En 1992nació su primera hija, María Rosa, y su carrera en el balompiéfue en ascenso, pero su relación familiar decayó; sinproponérselo, empezó a descuidar esta parte; años más tarde, el28 de abril de 1995, Dios los bendijo con otra niña, a quienpusieron por nombre Ximena; era entonces el momento más brillantede su carrera, cuando vino lo inesperado: una angustiosa situaciónque lo haría reaccionar.

“El Capitán”, como también le llaman a García Aspe,platica que se había integrado al equipo Necaxa, y estabaconcentrado en Valle de Bravo para jugar una liguilla; era el 11 demayo de 1995, cuando recibió una llamada en la que le pedían queregresara en breve a la Ciudad de México porque su esposa seencontraba internada, grave de salud; de inmediato se trasladó, yal llegar al hospital lo primero que encontró fue a un doctor,quien, documento mano, esperaba su firma de autorización para quea su esposa le pudieran practicar una cirugía. “Rece mucho porella”, me dijo el médico”.

Cuenta que aquélla ha sido la espera más larga de su vida,porque las 24 horas posteriores a la operación eran decisivas parala vida de su esposa, quien se recuperaba en la sala de terapiaintensiva.

“Esa noche experimenté dos situaciones que nunca olvidaré;antes de la operación, cuando mi esposa iba rumbo al quirófano,una enfermera se le acercó para hacerle una revisión de rutina;el nombre de esa enfermera era Guadalupe, estaba a la vista en sugafete. Mi esposa, al percatarse de eso, le preguntó si creía enla Virgen, y la enfermera respondió: ‘¡Sí, no se preocupe,todo va a estar bien!’”.

Esa madrugada, tras la operación, cerca de las seis de lamañana, García Aspe, con el estado de ánimo deshecho, seencontraba con sus suegros en una de las salas de espera delhospital, aguardando los informes médicos; su suegra estaba muyresentida con Dios por lo que le ocurría a su hija. “En esemomento llegó una amiga cercana a mis suegros, quien nos invitó arezar el Santo Rosario. Yo me molesté; se me hizo imprudente quese presentara a esa hora, pero finalmente accedí; al momento enque terminó el rezo, sonó el teléfono; era el doctor con lanoticia que Rosy estaba fuera de peligro, y me dijo que podíapasar a verla. Cuando la vi, lo primero que le dije fue que meretiraría de la liguilla para cuidarla; ella se negó, me pidióregresar al plantel para ser campeones. ¡Gracias a Dios estaba asalvo! Me pidió buscar a la enfermera para agradecer sus palabrasde aliento. Jamás la encontré; nadie sabía de ella.  Semanasmás tarde celebrábamos juntos el triunfo del Necaxa”.

Tres meses después, García Aspe era contratado por el RiverPlate de Argentina, equipo que lo convirtió en un jugadorinternacional: “Poco a poco me acoplé a aquel país y a sufutbol; pero un día, por un partido mal jugado, todo cambió: medesconcentré y mi juego decayó, al grado de no ser consideradoentre las reservas; me deprimí, incluso pensé en suicidarme; yaaquí en México acaricié la idea de estrellarme en elauto”.

Sin embargo, esos momentos difíciles sirvieron para que seuniera más a su esposa e hijas; “me abrieron la mente y elcorazón a los planes de Dios, comprendí que el Señor aún teníaproyectos para mí; Manolo Lapuente me había llamado invitándomea reintegrarme a las filas del Necaxa, jugué la mitad de latemporada y el partido por el campeonato, en el que nuevamentesalimos triunfantes; detalles que definitivamente me acercaron mása Dios y a la Virgen de Guadalupe”.

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