Ella a sus 65 años revive su sexualidad

El piso 6 del condominio fue el sitio perfecto

Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca* / Especial

  · miércoles 12 de diciembre de 2018

A mis recién cumplidos 65 años todo parecía estar ya escrito, y el capítulo que continuaba mi historia sería la mal intitulada en el imaginario público "etapa de plenitud" esa en donde solo deberías descansar y ser gratificada de todo aquello que ofreciste a tu familia, pero al mismo tiempo me parecía deprimente que todos te observaran con un invariablemente cronómetro en cuenta regresiva, hasta esperar el final protocolario de la muerte.

La vida aunque más lenta continuaba con la monotonía de Arturo, mi esposo y yo en casa, sin hijos que atender pues todos tenían ya sus vidas hechas sin que existiera suficiente espacio en sus apretadas agendas para este par de viejos, nuestra lista de amigos con los años se ha ido reduciendo por causas propias de las leyes de la vida y lo que nos queda a veces es el esporádico contacto con los vendedores y vecinos cercanos, reducido a un saludo y charla superficial que no da apertura a las profundas confesiones, entonces entiendes que conforme envejeces, la vida es así, solitaria y lenta, por más doloroso que eso parezca.

Arturo y yo con el pasar del tiempo pasamos a ser de una pareja de locos enamorados a un par de compañeros de casa, la pasión y el amor se esfumaron luego de un montón de pleitos y tensiones maritales que al final no fueron lo suficientemente fuertes como para darnos a él o a mí el valor de dejarnos el uno al otro, y es que después de 48 años era más llevadero pasar lo que nos quedara de vida con alguien que si bien no amas, te inspira afecto por todo lo vivido.

Muchas veces me pregunté, tanto en tiempos de crisis como en momentos de reflexión, si en algún momento estuve enamorada de Arturo y él de mí, llegaba a la conclusión de que quizás lo único que nos unió fueron las ideologías y tradiciones que obligan a la búsqueda frenética de esposo sin que necesariamente te inspirara a configurar un cuento de hadas con un “felices por siempre”.

Y es así como me resignaba una y otra vez a que había llegado a la recta final de mis días, sin conocer el amor y la pasión como se relata en las películas y novelas, creí sencillamente que eso era algo que no me correspondía vivir, pero inevitablemente, la vida, o parte de lo que me quedara de ella, me tenía preparada un torrente que pondría de cabeza mi resignación.

Fue una mañana de enero cuando extrañamente llegó un camión de mudanzas, tan apartada estaba de la vida en el exterior que no había notado que el departamento del piso 6 de nuestro condominio era el nuevo hogar del hombre que haría que el tiempo se detuviera y yo sencillamente volviera a sentirme viva.

“La vista es hermosa desde aquí, pero no se disfruta si no es de una buena compañía, ¿cómo te llamas?” refirió Armando, mientras yo permanecía sentada en mi sitio preferido del roof garden del condominio que visitaba todas las tardes como una forma de salir de mi rutina y tratar de regalarme un espacio a solas, sencillamente y cual niña de 15 años no supe que replicar y solo me sonrojé, inmediatamente él buscó un lugar cerca de mí, y yo casi de manera automática, me quise retirar de ahí.

“¿Qué diría Arturo si me viera aquí?” a lo que mi subconsciente replicó “Lo sabes, nada, le tiene sin cuidado”, entonces Armando interrumpió mis pensamientos: “¿Me podrías ayudar a conocer un poco más del vecindario? Soy nuevo aquí” y finalmente el impulso rebasó mi sentido de huir de la inexplicable atracción entre nosotros. “Claro, aunque no sé qué tanta ayuda puedas obtener de una vieja como yo, soy Camila, del 402…” a lo que él interrumpió extendiendo su mano “Armando y nada de eso, ¿quién te ha vendido esa idea tan absurda de ti? Eres un misterio que quisiera descubrir Camila, a mis 72 años, es mi reto” y enseguida, tomando mi mano la acercó y puso un beso en ella, entonces cada uno de los poros de mi piel despertó a tan dulce gentileza, a la cual no estaba acostumbrada.

Y en las próximas semanas, el roof garden se convirtió en el escenario perfecto de grandes pláticas y coqueteos, de aquel escenario en donde Armando me hacía sentir nuevamente una mujer, especialmente aquel atardecer en donde a lo lejos se escuchaba la tonada de “Careless Whisper”, de George Michael, quizás del restaurante de la esquina, ambos coincidimos en que era una de nuestras canciones favoritas. “¿Bailas?” me invitó Armando a lo que entre risas y negativas accedí, entonces me tomó por la cintura, una atmósfera de felicidad nos inundaba, de repente, comenzó a acariciar mi rostro de una forma delicada, a lo que mis sentidos no pudieron resistirse, solo cerré los ojos y lo abracé, sin embargo, pronto ese sentido de bienestar dio un cambio radical a la pasión cuando Armando me tomó entre sus brazos, nos besamos desesperadamente y al tiempo hacía que mi piel respondiera a sus manos dibujando en mi espalda caricias de las que yo era una total ignorante, mientras me susurraba al oído aquella parte de la canción que decía: "So I'm never going to dance again, the way I danced with you, never without you, no...".

“¡Para!” decía mi subconsciente, pero mis impulsos correspondían a los estímulos, un sudor frío me invadió al sentir cómo los dedos de Armando se escabullían debajo de mi blusa hasta el sujetador, desabrochando este, me sobresalté, pero lo abracé fuertemente y le susurré al oído: “Creo que debemos irnos de aquí”, entonces, en el elevador, no paramos de besarnos y acariciarnos hasta llegar a su departamento, yo temblaba, me invadía una mezcla de emociones y deseos, de tratar de convencerme de hacer lo correcto, pero entonces me perdí en la sonrisa de Armando y en su forma de seducir a mis sentidos como nunca antes en mi vida lo había experimentado, no importaba Camila la esposa, la madre de familia, la anciana, la que todos de alguna u otra forma habían olvidado… solo importaban dos extraños en medio de un atardecer, deseando redescubrirse en su forma más pura y natural, en lo más recóndito de sus instintos de querer volverse a sentir amados.


*Médico psiquiatra, sexólogo y psiquiatra forense.

Director de Mindful. Expertos en psiquiatría y psicología.

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