/ martes 10 de mayo de 2022

Leyendas de Puebla | El perrito del Mesón del Ángel

El Santo Ángel, tomando la forma del can, atacó a la legión de los malos espíritus y logró que el mesón recuperara su fama

A finales del siglo XVI y principios del XVII inició el auge de los mesones en la Puebla de los Ángeles porque infinidad de viajeros tenían la forzosa necesidad de pasar por la ciudad y la gran mayoría de ellos se quedaba a pernoctar.

Geográficamente la Angelópolis era cruce de caminos con diferentes poblaciones importantes, tenía una ubicación estratégica, por ello se convirtió en un gran centro de distribución de las mercancías que llegaban a los diferentes puertos, hacia los cuatro puntos cardinales: Tenochtitlán, Veracruz, Acapulco, hacia el bajío, hacia Oaxaca, y de ahí a Guatemala; por lo que se volvió un emporio comercial.

LA FAMA DE LA HOSTERÍA “DEL ÁNGEL”

Cuenta la leyenda que un día llegó a la ciudad Manuel Antonio Rubén de Celis, un sevillano viudo que se vino a avecindar a la Puebla de los Ángeles en compañía de su agraciada hija, que aún no cumplía los doce años de edad. Allá, en su natal Sevilla, España, fue aleccionado en el servicio de hospedaje y era ducho en el negocio.

Eligió el camino a Veracruz para fundar un hostal al que se le ocurrió llamar “Mesón del Ángel” para resaltar la bondad de su hija que, por cierto, se llamaba Dionisia. La chiquilla atendía a la clientela con tal amabilidad y carisma, que la fama de la hostería “Del Ángel” trascendió a todas partes, tanto que los viajeros arribaban buscándola a ella, y no a su padre.

Los servicios de alimento eran buenos y la atención habitacional sin reproche, así que el negocio empezó a prosperar dejándole al hostelero grandes ganancias y una clientela honorable.

Pero la bonanza del honrado sevillano se vio frustrada cuando un tal Juan Pedro de Agüeros Gutiérrez y Godínez, estableció otro hostal de nombre “Mesón de los Varones”, a solo doscientos metros del Mesón del Ángel, esto con el propósito de atajar a los viajeros y quitarle la clientela.

De Agüeros también era español y después se supo que tuvo líos con el Santo Tribunal de la Inquisición por hereje y blasfemo. Este mal hombre llegó a perjudicar al primer mesonero, a tal grado, que él y la pequeña fueron arruinados.

La verdad es que Rubén de Celis no le había dado importancia al nuevo hostal ni mucho menos a De Agüeros, quien se valió de malas artes para arruinar a su competidor porque había gastado todo su capital y ya tenía más de un año establecido sin que los viajeros se acercaran.

INVOCANDO A SATANÁS

Pedro de Agüeros, desesperado, una noche empezó a blasfemar y a nombrar a Satanás, quien a la tercera vez de ser invocado se le presentó. De Agüeros le contó que no podía hacer que el propietario del Mesón del Ángel se arruinara porque los viajeros buscaban a Dionisia. Entonces Lucifer le ofreció, al bajo precio de su alma, levantar el negocio y hacer huir a Rubén de Celis. Hecho el trato, la campaña empezó.

En el “Mesón del Ángel” se suscitaban cosas extraordinarias, increíbles, terribles. Las camas y los muebles resultaban rotos, de un momento a otro; las sábanas y las cobijas aparecían en pedazos, las almohadas destripadas, los lavamanos cojos y despostillados, el agua regada y encharcada en los pisos de los cuartos.

En la cocina el fogón se apagaba constantemente, las cazuelas y los jarros se rompían al volcarse y caer; los huéspedes se encolerizaban porque a los alimentos les echaban sal cuando debían ser dulces y viceversa; la leche se cortaba, el pan del día se ponía como piedra. En fin, que era una confusión total y nadie sabía porque sucedía eso.

Por las noches, en los cobertizos los caballos se agitaban horriblemente, como si alguien estuviera mortificándolos e hiriéndolos; amanecían sin herraduras y muertos de hambre porque el heno y las semillas desaparecían. Era realmente una situación inaguantable.

Todo esto era causado por legiones de diablillos, que pasaban desapercibidos para hacer todos estos desmanes, y habían ahuyentado a la clientela.

LA LUZ DE UN SER ALADO… ¿CON PATAS?

Ante esta angustiosa situación, Manuel Antonio y Dionisia invocaron a su Santo Ángel de la Guarda, que inmediatamente corrió en su ayuda como un rayo de luz. El ser alado descubrió que todo esto era obra de Juan Pedro de Agüeros Gutiérrez y Godínez y el Demonio, así que se ofreció a auxiliarlos de inmediato.

Entonces desapareció la visión del ángel y entró al mesón un pequeño can de graciosa estampa. Cuando se suscitaban algunas de las travesuras y maldades mencionadas, el animalito ladraba de una manera terrible, se le vía lanzarse al espacio, casi volando, y se le imaginaba ver destrozando a algún enemigo.

Efectivamente, era el Santo Ángel convertido en perrito, que atacaba a la legión de malos espíritus. En poco tiempo el malestar desapareció totalmente, y el Mesón del Ángel recuperó el crédito y la asistencia de viajeros.

Un día el establecimiento de Pedro de Agüeros provocó un tumulto porque corrió la noticia por la ciudad de que el dueño se había colgado de una viga al sentirse defraudado por Satán, y al igual que el Iscariote, desesperado se quitó la vida.

Cuenta la gente que en el preciso momento en que el mesonero se colgaba, en ese mismo instante, a Manuel Antonio Rubén de Celis y a la angelical Dionisia, se les apareció su Santo Ángel de la Guarda, desapareciendo así el perrito de esta leyenda.

· Autor: Enrique Cordero y Torres, historia contenida en el libro de su autoría, “Leyendas de la Puebla de los Ángeles”, bajo el nombre “El Mesón del Ángel”.

· Adaptación: Erika Reyes

A finales del siglo XVI y principios del XVII inició el auge de los mesones en la Puebla de los Ángeles porque infinidad de viajeros tenían la forzosa necesidad de pasar por la ciudad y la gran mayoría de ellos se quedaba a pernoctar.

Geográficamente la Angelópolis era cruce de caminos con diferentes poblaciones importantes, tenía una ubicación estratégica, por ello se convirtió en un gran centro de distribución de las mercancías que llegaban a los diferentes puertos, hacia los cuatro puntos cardinales: Tenochtitlán, Veracruz, Acapulco, hacia el bajío, hacia Oaxaca, y de ahí a Guatemala; por lo que se volvió un emporio comercial.

LA FAMA DE LA HOSTERÍA “DEL ÁNGEL”

Cuenta la leyenda que un día llegó a la ciudad Manuel Antonio Rubén de Celis, un sevillano viudo que se vino a avecindar a la Puebla de los Ángeles en compañía de su agraciada hija, que aún no cumplía los doce años de edad. Allá, en su natal Sevilla, España, fue aleccionado en el servicio de hospedaje y era ducho en el negocio.

Eligió el camino a Veracruz para fundar un hostal al que se le ocurrió llamar “Mesón del Ángel” para resaltar la bondad de su hija que, por cierto, se llamaba Dionisia. La chiquilla atendía a la clientela con tal amabilidad y carisma, que la fama de la hostería “Del Ángel” trascendió a todas partes, tanto que los viajeros arribaban buscándola a ella, y no a su padre.

Los servicios de alimento eran buenos y la atención habitacional sin reproche, así que el negocio empezó a prosperar dejándole al hostelero grandes ganancias y una clientela honorable.

Pero la bonanza del honrado sevillano se vio frustrada cuando un tal Juan Pedro de Agüeros Gutiérrez y Godínez, estableció otro hostal de nombre “Mesón de los Varones”, a solo doscientos metros del Mesón del Ángel, esto con el propósito de atajar a los viajeros y quitarle la clientela.

De Agüeros también era español y después se supo que tuvo líos con el Santo Tribunal de la Inquisición por hereje y blasfemo. Este mal hombre llegó a perjudicar al primer mesonero, a tal grado, que él y la pequeña fueron arruinados.

La verdad es que Rubén de Celis no le había dado importancia al nuevo hostal ni mucho menos a De Agüeros, quien se valió de malas artes para arruinar a su competidor porque había gastado todo su capital y ya tenía más de un año establecido sin que los viajeros se acercaran.

INVOCANDO A SATANÁS

Pedro de Agüeros, desesperado, una noche empezó a blasfemar y a nombrar a Satanás, quien a la tercera vez de ser invocado se le presentó. De Agüeros le contó que no podía hacer que el propietario del Mesón del Ángel se arruinara porque los viajeros buscaban a Dionisia. Entonces Lucifer le ofreció, al bajo precio de su alma, levantar el negocio y hacer huir a Rubén de Celis. Hecho el trato, la campaña empezó.

En el “Mesón del Ángel” se suscitaban cosas extraordinarias, increíbles, terribles. Las camas y los muebles resultaban rotos, de un momento a otro; las sábanas y las cobijas aparecían en pedazos, las almohadas destripadas, los lavamanos cojos y despostillados, el agua regada y encharcada en los pisos de los cuartos.

En la cocina el fogón se apagaba constantemente, las cazuelas y los jarros se rompían al volcarse y caer; los huéspedes se encolerizaban porque a los alimentos les echaban sal cuando debían ser dulces y viceversa; la leche se cortaba, el pan del día se ponía como piedra. En fin, que era una confusión total y nadie sabía porque sucedía eso.

Por las noches, en los cobertizos los caballos se agitaban horriblemente, como si alguien estuviera mortificándolos e hiriéndolos; amanecían sin herraduras y muertos de hambre porque el heno y las semillas desaparecían. Era realmente una situación inaguantable.

Todo esto era causado por legiones de diablillos, que pasaban desapercibidos para hacer todos estos desmanes, y habían ahuyentado a la clientela.

LA LUZ DE UN SER ALADO… ¿CON PATAS?

Ante esta angustiosa situación, Manuel Antonio y Dionisia invocaron a su Santo Ángel de la Guarda, que inmediatamente corrió en su ayuda como un rayo de luz. El ser alado descubrió que todo esto era obra de Juan Pedro de Agüeros Gutiérrez y Godínez y el Demonio, así que se ofreció a auxiliarlos de inmediato.

Entonces desapareció la visión del ángel y entró al mesón un pequeño can de graciosa estampa. Cuando se suscitaban algunas de las travesuras y maldades mencionadas, el animalito ladraba de una manera terrible, se le vía lanzarse al espacio, casi volando, y se le imaginaba ver destrozando a algún enemigo.

Efectivamente, era el Santo Ángel convertido en perrito, que atacaba a la legión de malos espíritus. En poco tiempo el malestar desapareció totalmente, y el Mesón del Ángel recuperó el crédito y la asistencia de viajeros.

Un día el establecimiento de Pedro de Agüeros provocó un tumulto porque corrió la noticia por la ciudad de que el dueño se había colgado de una viga al sentirse defraudado por Satán, y al igual que el Iscariote, desesperado se quitó la vida.

Cuenta la gente que en el preciso momento en que el mesonero se colgaba, en ese mismo instante, a Manuel Antonio Rubén de Celis y a la angelical Dionisia, se les apareció su Santo Ángel de la Guarda, desapareciendo así el perrito de esta leyenda.

· Autor: Enrique Cordero y Torres, historia contenida en el libro de su autoría, “Leyendas de la Puebla de los Ángeles”, bajo el nombre “El Mesón del Ángel”.

· Adaptación: Erika Reyes

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