No todos los cuentos son color de rosa ni todas las cenicientas escapan a la medianoche. En el deporte, o en el futbol, pasa lo mismo.
Gary Lineker, mítico exdelantero inglés, lo explica de mejor forma: “en el futbol juegan 11 contra 11, pero al final siempre gana Alemania”.
La sentencia la desafiaban en la Copa del Mundo de Rusia los desfavorecidos, aquellas naciones con poca o nula historia futbolística, como México triunfando sobre Alemania en la ronda de grupos, o Croacia haciendo lo propio con Argentina, Rusia eliminando a España en octavos y después Bélgica a Brasil hasta terminar con Croacia dejando fuera a otro campeón del mundo como Inglaterra en semifinales.
Los resultados invitaban a pensar en la posibilidad de un campeón del mundo nuevo, ajeno al grupo de Brasil, Alemania, Italia, Argentina, Francia, Uruguay, Inglaterra y España.
Pero como Lineker enunció en 1990, en donde sus palabras analizadas a la distancia convierten a Alemania en una metáfora del señorío futbolístico a nivel internacional, en el balompié siempre ganan los que deben de ganar sin importar si lo hacen bien o mal.
El triunfo de Francia mantuvo el orden establecido en el juego; aunque también sirvió para celebrar la victoria de una selección mestiza, en la cual sólo figuraban tres futbolistas netamente galos, situación importante para una nación –como tantas otras del primer mundo—acechada por las ideologías de extrema derecha.
El triunfo de Francia si bien echó abajo el sueño de los desfavorecidos (Croacia), también mostró la victoria de mantenerse fiel a sí mismo.
Los croatas, a quienes la historia recordará como los perdedores de la final de Rusia, construyeron su éxito durante este verano potenciando virtudes como el buen trato a la pelota y el despliegue físico.
Además, aprovecharon el talento de dos jugadores antológicos como Ivan Rakitic y Luka Modric cuando muchos otros conjuntos con jugadores de esta estirpe se vuelven medrosos.
Y Rakitic-Modric, a pesar de ser los talentosos, se pusieron al servicio del equipo sacrificándose cuando se necesitaba.
Con esta fórmula, Croacia le pintó la cara a Argentina con Messi incluido. Con esta fórmula, Croacia se ganó el respeto del planeta futbolístico y casi tumbó a un histórico como Francia.
Si los galos se llevaron la final, en mucho se debió a su potencial individual, el cual –como Croacia—se halló al servicio del equipo.
A los balcánicos, campeones sin corona, la historia debería de recordarlos por el atrevimiento y la valentía, pues contaban con la materia prima para serlo. Buena enseñanza para los países pequeños en el futbol, donde no sólo basta con “pensar cosas chingonas”.
Los balcánicos enseñaron la importancia de ser fieles a sí mismos.
No es casual el fracaso de otras grandes selecciones en Rusia como Argentina, de quien César Luis Menotti explicó que vive una desculturización hacia su estilo.
Argentina, siempre aplaudida por el descaro y el regate, juega desde hace muchos veranos a otra cosa.
El mismo caso es el de Brasil, quien aún pena por el destierro del “jogo bonito”.
España, por su parte, no falló en el Mundial por el Real Madrid, o por la falta de compromiso de Julen Lopetegui al firmar como técnico de los blancos a horas de debutar en la máxima fiesta del futbol con La Roja. España falló porque se alejó del tiki-taka, estilo el cual le valió para irrumpir en el señorío del futbol hace ocho años.
Croacia recordó entonces, en especial a los países ganadores, la importancia de sacarle todo el jugo a la materia prima, pero siempre apegándose a lo que un día fue y parece una u otra razón no volverá a ser.