/ miércoles 21 de febrero de 2024

A Puerta Cerrada / Fracasos y decepciones en Morena y la 4T

Hace unos días escuché reflexionar al consultor Javier Sánchez Galicia, en la presentación de su más reciente libro, acerca de la inconveniencia de aceptar clientes que quieran emprender una campaña política al cuarto para la hora, es decir, con la contienda electoral próxima a celebrarse en un plazo inmediato, debido a que una tarea de estas características se trabaja, para resultar exitosa, con años de anticipación.

Las palabras del comunicador político me hicieron reafirmar lo que pienso de los liderazgos originarios de Morena y lo que ellos mismos deben entender para aspirar a algo más que premios de consolación –las sobras– en el futuro.

Morena y sus aliados de la 4T carecen de cuadros originarios competitivos. Por eso fueron barridos de las principales –y más cotizadas– candidaturas.

Alejandro Armenta Mier y José Chedraui Budib, que antes de llegar al partido del mandatario Andrés Manuel López Obrador hicieron carrera en el PRI, comenzaron sus proyectos desde mucho tiempo atrás.

Por coincidencia, pero por separado, ambos se fijaron metas en 2012, cuando colaboraron para la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, el primero como coordinador general y el segundo como recaudador financiero.

El tiempo y las circunstancias los llevaron por una ruta distinta a la que previeron en un comienzo, pero hoy, 12 años después, están colocados donde querían estar. El punto importante es que, pese a los vuelcos inesperados, nunca dejaron de hacer campaña.

Trazarse un objetivo y no cejar en su consecución no responde a una enseñanza exclusiva del priismo. Armenta y Chedraui tienen enfrente dos rivales curtidos de la misma forma, y son del PAN.

Eduardo Rivera Pérez se propuso ser gobernador desde 2011, en su primera vez como alcalde de la ciudad de Puebla, mientras que Mario Riestra Piña se fijó la idea de ser presidente municipal en 2014, cuando dio inicio el ayuntamiento de José Antonio Gali Fayad.

Al exedil, panista ortodoxo, se le atravesó Rafael Moreno Valle, y al diputado federal, más cargado al centro que a la extrema derecha, le golpeó la caída de ese régimen que imperó en el estado durante ocho años, desde la segunda mitad de 2010 hasta finales de 2018.

Igual que sus contendientes de Morena, Rivera Pérez y Riestra Piña no retrocedieron, lograron recuperarse y hoy están en la antesala de la cima a la que aspiraban llegar.

Los militantes originarios de Morena, los fundadores u obradoristas, como guste usted llamarlos, no son así.

El fanatismo propiciado en torno a la figura de López Obrador, el culto a su persona, que se volvió actividad normalizada en la élite del poder, paralizó a los noveles políticos, que vieron en la lisonja y la condescendencia la única ruta para concretar sus deseos.

Miguel Barbosa Huerta, un remedo de lopezobradorismo, pero empeorado, dinamitó las posibilidades de crear en el estado una nueva clase política a partir del ascenso de la 4T.

El extinto mandatario –que tampoco fue originario ni fundador– gobernó poco más de tres años y en ese tiempo no permitió que uno solo de sus subordinados gestara una carrera propia.

Falló con Gabriel Biestro y Eric Cotoñeto como herederos, y luego, obligado por la hiperactividad de Armenta, Ignacio Mier y Claudia Rivera, lanzó a sus propias corcholatas para tratar de incidir en una sucesión que, por causas naturales, escapó de sus manos.

Sergio Salomón Céspedes fue una de esas corcholatas, pero debe su arribo a la gubernatura al buen manejo de sus recursos políticos y sus circunstancias, no a Barbosa. El actual gobernador, por cierto, y para seguir en esta línea de contraste, no fue morenista sino hasta la elección de 2021, cuando ganó la diputación local.

Repasemos los fracasos más ilustrativos de los originarios.

Rodrigo Abdala se lleva el galardón a la decepción más grande de todas. El ahijado político de Manuel Bartlett Díaz fue diputado federal y super delegado en Puebla, administrador de la cascada de programas sociales que otorga el gobierno de la República, pero ni así tuvo un desempeño decoroso en las contiendas internas en las que participó. En la de gobernador fue penúltimo lugar y en la de alcalde de Puebla quedó a media tabla. Será coordinador de campaña –de ornato– de Armenta Mier.

Lizeth Sánchez es otro caso. Más de tres años fue secretaria del Bienestar y quedó en el último sitio de la encuesta que sirvió para definir candidato a gobernador. Gracias al cobijo del PT, y a los acuerdos de este partido con Morena, competirá por un lugar en el Senado.

Gabriel Biestro fue un diputado más o menos prometedor que truncó su carrera no por perder la candidatura a la presidencia municipal de Puebla en 2021, sino por esa obediencia ciega que le obsequió a Barbosa y que no le permitió creer que podía escalar posiciones por mérito propio. Fue una corcholata venida a menos, pieza decorativa en la interna que recientemente ganó “Pepe” Chedraui y eso mismo será como su supuesto coordinador.

Nora Merino y José Antonio López son casos parecidos. Ambos legisladores, acostumbrados a seguir órdenes, simularon contender por la candidatura a la presidencia municipal y declinaron en sus presuntas aspiraciones cuando se les pidió que lo hicieran, para legitimar, por anticipado, al ganador. Hoy ambos deben estar muy contentos y satisfechos con la posibilidad de acceder a una diputación federal.

Iván Herrera y Leobardo Rodríguez son un modelo de lo que no se debe hacer. Cambiaron de “férreos críticos” y “rebeldes” obradoristas a fieles corderos, aliados del grupo en el poder. Con ese salto perdieron candidatura, congruencia y dignidad. Uno podrá repetir en el Congreso del estado y otro, tal vez, permanecer en el ayuntamiento.

Claudia Rivera y Alejandro Carvajal fueron los fundadores más obstinados en esta pre contienda electoral, incluso los más congruentes y fieles a sí mismos, pero, para su desgracia, no bien ubicados en su realidad.

Ella se niega a aceptar esa percepción social mayoritaria que reprueba su gestión como presidenta municipal, y que la acompañará por muchos años en el futuro, y él asume que haber ganado la reelección del distrito 6 en 2021, junto

con el cobijo del pequeño grupo de ideólogos izquierdistas que lo sigue a todos lados, era justo y suficiente para imponerse como ganador.

En ocasiones parecen habitar mundos políticos paralelos. Finalmente Claudia Rivera será candidata a diputada federal por Tepeaca —¡el distrito del gobernador!— y Alejandro Carvajal sumará su tercer periodo legislativo al hilo (si gana).

La lista podría incluir más decepciones y fracasos, como el de Melitón Lozano, por ejemplo, o el de Julio Huerta, el primo incómodo, pero el espacio del que disponemos se agota.

Todos estos personajes, mujeres y hombres, fueron superados por dos políticos avezados que se fijaron objetivos concretos años atrás, independientemente de su filiación partidista.

Como bien advirtió Sánchez Galicia el pasado jueves, frente a un nutrido grupo de estudiantes de la Escuela Libre de Derecho de Puebla: quien quiera ser candidato en el año 2027, o en el 2030, que se ponga a trabajar, pero ya.

Yo agregaría una cosa: que no pida permiso y que no se doble al primer manotazo en la mesa.

@jorgerdzc

Hace unos días escuché reflexionar al consultor Javier Sánchez Galicia, en la presentación de su más reciente libro, acerca de la inconveniencia de aceptar clientes que quieran emprender una campaña política al cuarto para la hora, es decir, con la contienda electoral próxima a celebrarse en un plazo inmediato, debido a que una tarea de estas características se trabaja, para resultar exitosa, con años de anticipación.

Las palabras del comunicador político me hicieron reafirmar lo que pienso de los liderazgos originarios de Morena y lo que ellos mismos deben entender para aspirar a algo más que premios de consolación –las sobras– en el futuro.

Morena y sus aliados de la 4T carecen de cuadros originarios competitivos. Por eso fueron barridos de las principales –y más cotizadas– candidaturas.

Alejandro Armenta Mier y José Chedraui Budib, que antes de llegar al partido del mandatario Andrés Manuel López Obrador hicieron carrera en el PRI, comenzaron sus proyectos desde mucho tiempo atrás.

Por coincidencia, pero por separado, ambos se fijaron metas en 2012, cuando colaboraron para la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto, el primero como coordinador general y el segundo como recaudador financiero.

El tiempo y las circunstancias los llevaron por una ruta distinta a la que previeron en un comienzo, pero hoy, 12 años después, están colocados donde querían estar. El punto importante es que, pese a los vuelcos inesperados, nunca dejaron de hacer campaña.

Trazarse un objetivo y no cejar en su consecución no responde a una enseñanza exclusiva del priismo. Armenta y Chedraui tienen enfrente dos rivales curtidos de la misma forma, y son del PAN.

Eduardo Rivera Pérez se propuso ser gobernador desde 2011, en su primera vez como alcalde de la ciudad de Puebla, mientras que Mario Riestra Piña se fijó la idea de ser presidente municipal en 2014, cuando dio inicio el ayuntamiento de José Antonio Gali Fayad.

Al exedil, panista ortodoxo, se le atravesó Rafael Moreno Valle, y al diputado federal, más cargado al centro que a la extrema derecha, le golpeó la caída de ese régimen que imperó en el estado durante ocho años, desde la segunda mitad de 2010 hasta finales de 2018.

Igual que sus contendientes de Morena, Rivera Pérez y Riestra Piña no retrocedieron, lograron recuperarse y hoy están en la antesala de la cima a la que aspiraban llegar.

Los militantes originarios de Morena, los fundadores u obradoristas, como guste usted llamarlos, no son así.

El fanatismo propiciado en torno a la figura de López Obrador, el culto a su persona, que se volvió actividad normalizada en la élite del poder, paralizó a los noveles políticos, que vieron en la lisonja y la condescendencia la única ruta para concretar sus deseos.

Miguel Barbosa Huerta, un remedo de lopezobradorismo, pero empeorado, dinamitó las posibilidades de crear en el estado una nueva clase política a partir del ascenso de la 4T.

El extinto mandatario –que tampoco fue originario ni fundador– gobernó poco más de tres años y en ese tiempo no permitió que uno solo de sus subordinados gestara una carrera propia.

Falló con Gabriel Biestro y Eric Cotoñeto como herederos, y luego, obligado por la hiperactividad de Armenta, Ignacio Mier y Claudia Rivera, lanzó a sus propias corcholatas para tratar de incidir en una sucesión que, por causas naturales, escapó de sus manos.

Sergio Salomón Céspedes fue una de esas corcholatas, pero debe su arribo a la gubernatura al buen manejo de sus recursos políticos y sus circunstancias, no a Barbosa. El actual gobernador, por cierto, y para seguir en esta línea de contraste, no fue morenista sino hasta la elección de 2021, cuando ganó la diputación local.

Repasemos los fracasos más ilustrativos de los originarios.

Rodrigo Abdala se lleva el galardón a la decepción más grande de todas. El ahijado político de Manuel Bartlett Díaz fue diputado federal y super delegado en Puebla, administrador de la cascada de programas sociales que otorga el gobierno de la República, pero ni así tuvo un desempeño decoroso en las contiendas internas en las que participó. En la de gobernador fue penúltimo lugar y en la de alcalde de Puebla quedó a media tabla. Será coordinador de campaña –de ornato– de Armenta Mier.

Lizeth Sánchez es otro caso. Más de tres años fue secretaria del Bienestar y quedó en el último sitio de la encuesta que sirvió para definir candidato a gobernador. Gracias al cobijo del PT, y a los acuerdos de este partido con Morena, competirá por un lugar en el Senado.

Gabriel Biestro fue un diputado más o menos prometedor que truncó su carrera no por perder la candidatura a la presidencia municipal de Puebla en 2021, sino por esa obediencia ciega que le obsequió a Barbosa y que no le permitió creer que podía escalar posiciones por mérito propio. Fue una corcholata venida a menos, pieza decorativa en la interna que recientemente ganó “Pepe” Chedraui y eso mismo será como su supuesto coordinador.

Nora Merino y José Antonio López son casos parecidos. Ambos legisladores, acostumbrados a seguir órdenes, simularon contender por la candidatura a la presidencia municipal y declinaron en sus presuntas aspiraciones cuando se les pidió que lo hicieran, para legitimar, por anticipado, al ganador. Hoy ambos deben estar muy contentos y satisfechos con la posibilidad de acceder a una diputación federal.

Iván Herrera y Leobardo Rodríguez son un modelo de lo que no se debe hacer. Cambiaron de “férreos críticos” y “rebeldes” obradoristas a fieles corderos, aliados del grupo en el poder. Con ese salto perdieron candidatura, congruencia y dignidad. Uno podrá repetir en el Congreso del estado y otro, tal vez, permanecer en el ayuntamiento.

Claudia Rivera y Alejandro Carvajal fueron los fundadores más obstinados en esta pre contienda electoral, incluso los más congruentes y fieles a sí mismos, pero, para su desgracia, no bien ubicados en su realidad.

Ella se niega a aceptar esa percepción social mayoritaria que reprueba su gestión como presidenta municipal, y que la acompañará por muchos años en el futuro, y él asume que haber ganado la reelección del distrito 6 en 2021, junto

con el cobijo del pequeño grupo de ideólogos izquierdistas que lo sigue a todos lados, era justo y suficiente para imponerse como ganador.

En ocasiones parecen habitar mundos políticos paralelos. Finalmente Claudia Rivera será candidata a diputada federal por Tepeaca —¡el distrito del gobernador!— y Alejandro Carvajal sumará su tercer periodo legislativo al hilo (si gana).

La lista podría incluir más decepciones y fracasos, como el de Melitón Lozano, por ejemplo, o el de Julio Huerta, el primo incómodo, pero el espacio del que disponemos se agota.

Todos estos personajes, mujeres y hombres, fueron superados por dos políticos avezados que se fijaron objetivos concretos años atrás, independientemente de su filiación partidista.

Como bien advirtió Sánchez Galicia el pasado jueves, frente a un nutrido grupo de estudiantes de la Escuela Libre de Derecho de Puebla: quien quiera ser candidato en el año 2027, o en el 2030, que se ponga a trabajar, pero ya.

Yo agregaría una cosa: que no pida permiso y que no se doble al primer manotazo en la mesa.

@jorgerdzc