Luego de la conmoción electoral ha surgido una polémica; algunas voces se preguntan cuál es el peso del periodismo en la era de la 4T.
En primer punto se debe entender que esta interrogante surge en medio del estupor. Se han hecho célebres las imágenes de Alazraki y Ferriz de Con transmitiendo en estado de verdadera tragedia. Parecía que estaban narrando una guerra.
En Cúpula lo hemos apuntado en varias ocasiones. La narrativa de López Obrador cala en círculos sociales a los que no llegan Latinus, ni los artículos de Denise Dresser o las airadas arengas del historiador Francisco Martín Moreno.
El presidente sabe tocar las fibras sensibles de Paquita la señora que vende elotes y esquites en una esquina de la alcaldía Iztapalapa; de Antonio, el sastre que desde hace 40 años arregla pantalones en una colonia de Xalapa o del joven Alexis que trabaja en una tienda Oxxo.
Debe quedar claro que el domingo 2 de junio no ganó una administración gubernamental, lo que verdaderamente triunfó fue la maquinaria propagandista que ha logrado su objetivo de polarizar y agudizar las diferencias entre mexicanos.
La administración federal es un desastre. Solo basta ver el estado en que se encuentra el sistema de salud, los hospitales del IMSS, ISSSTE y otros; aparatos de Seguridad estatales y federal que están sometido a los dictados del crimen organizado; una economía que no logra controlar la inflación que sigue aumentando; crisis ambientales que se reflejan en lagos que están desapareciendo ante una completa indiferencia oficial.
La lucha contra la corrupción solo es un apasionado discurso en las conferencias matutinas. En los hechos reales los nuevos oligarcas ya rebasaron por mucho todo lo visto en el sexenio de Peña Nieto. Hoy las ‘casas blancas’ se cuentan por decenas.
En el terreno del análisis periodístico y académico es claro que el país está sumergido en una crisis sin parangón, pero frente al monstruo del desastre nacional vemos un báculo que se alza desde lo alto de una montaña mientras dice: “Todas esas tragedias son producto de los gobiernos del pasado, los corruptos, los conservadores, los cínicos, clasistas”.
El presidente López Obrador no solo reparte apoyos monetarios, ante todo entrega un subsidio emocional a millones de mexicanos que por décadas han sido agraviados, lastimados por una sociedad desigual que no ha cambiado, ni cambiará.
En este escenario aparece una figura que le otorga palabras y términos a las históricas y abismales diferencias sociales. Ese discurso cala profundamente en vidas que han sufrido los contrastes de este país.
El periodismo debe analizar las causas que arrollaron el 2 de junio; grandes sectores sociales minimizan el desastre nacional porque están compartiendo una realidad virtual, el México alterno que les ofrece el discurso maniqueísta de palacio nacional. La narrativa de “Yo estoy con ustedes los pobres, los desamparados; aquellos los de enfrente son unos hipócritas clasistas”.
Por supuesto que el domingo 2 de junio no ganó un fallido gobierno, ni la inexistente transformación. Ganó una maquinaria propagandista de retroalimentación emocional que busca exaltar -y aún más-, encrespar los ánimos de una sociedad históricamente lastimada.
Las investigaciones de Loret, los programas de Alazraki y los artículos de Dresser buscaban incidir en el escenario electoral, pero esa no es la función del periodismo.
La prensa debe explicar las causas y el porqué del 2 de junio.
cupula99@yahoo.com