/ domingo 12 de noviembre de 2023

El mundo iluminado | Al llegar la noche

elmundoiluminado.com

La mayoría de nosotros damos por hecho que somos aquello que pensamos y aquello que hacemos. Nadie, o uno entre miles, podría realmente responder a la pregunta “¿quién eres?” y esto es porque es fácil caer en el error de creer que uno es su nombre, su profesión, su sexo, sus gustos y disgutsos, en fin, que el error es creer que uno es todo lo externo que le rodea, pero el ser viene desde adentro, y aunque el ser está en nosotros y nos hace ser, tal parece que es inaccesible, al menos desde el plano de la consciencia.

El desarrollo de la consciencia es fundamental en tanto que es por ella que aprendemos a distinguir lo bueno de lo malo, es por la consciencia que nuestras ideas adquieren un tono crítico y es por la consciencia que aprendemos a ir más allá de nosotros mismos para aterrizar nuestros intereses en un sentimiento noble por el otro, sin embargo, la consciencia es también un estorbo en tanto que nos mantiene encadenados a la dimensión de la vigilia, en donde todo es intelecto.

Tener ideas es fundamental para poder moverse en el mundo. Gracias a ellas es que podemos resolver tareas cotidianas y salvar ciertos obstáculos, pero hay de ideas a ideas. Algunas de éstas podrían ser consecuencia de una reflexión profunda de lo que nos ocurre todos los días, así como de lo que no nos ha ocurrido y que podríamos evitar; estas ideas son de orden filosófico y, bien encaminadas, permiten la liberación del individuo. Pero también tenemos ideas que no necesariamente han sido reflexionadas y que más bien nos han llegado a través de la cultura en la que estamos inmersos; a diferencia de las ideas filosóficas, las ideas heredadas no requieren ser pensadas y son asimiladas por nosotros de manera automática. Estas ideas son producto del adoctrinamiento económico, político, religioso y social, son ideas esclavizantes.

Tanto en las ideas filosóficas como en las esclavizantes la consciencia va de por medio. En mayor o menor medida, cada quien es responsable de desarrollarla, y si bien la voluntad es fundamental para el perfeccionamiento individual, no es tan sencillo ejercerla, pues lo cierto es que la mayoría de nosotros vive en una especie de sueño lúcido, en un estado de somnolencia, de aletargamiento que nos mueve a tener conductas repetitivas y claramente inconscientes. Es como si fuéramos sonámbulos yendo de un lugar a otro y, evidentemente, sin pensar nada a fondo.

La sociedad vertiginosa en la que vivimos nos expone a una cantidad abrumadora de información en la que todo es tan cambiante que se hace imposible poner atención en lo que nuestros ojos, que no se cansan nunca de ver, consumen. Todo el tiempo estamos viendo imágenes, leyendo textos intrascendentes, escuchando música que no es música y comiendo alimentos que acaban con el hambre, pero también con el cuerpo. Vivimos con la cabeza llena de ideas que no son nuestras, son ideas implantadas y orientadas a actitudes consumistas que si bien no disfrutamos, las hacemos por el automatismo en que hemos caído. Nuestra consciencia está sometida por ideas implantadas y por ello es que no es posible responder con acierto a la pregunta “¿Quién soy?”. Estamos tan cegados que creemos que lo que nos gusta en verdad nos gusta, mas se trata de gustos que nos han obligado a incluir en nuestra realidad. El ser humano de hoy no solamente no es libre, sino que él mismo ha colocado sus cadenas.

Identificarnos con las vivencias sociales de todos los días es un error del que nadie se escapa, aunque siempre existe la oportunidad de empezar a desarrollar la consciencia para evitarlo. Pero recordemos que la consciencia, si bien es necesaria, también nos arrincona al hacernos caer en el engaño de que únicamente lo intelectual tiene valía, de tal suerte que quien sólo cree en la consciencia estará igual de adormecido que un sonámbulo movido por la automatización de todos los días. Este sonambulismo que aqueja a nuestra sociedad, y en el que la consciencia participa, es un estado de falso adormecimiento, pues la vigilia, aunque sea a medias, está presente. ¿Entonces, si no es en la consciencia plena ni en el sonambulismo cotidiano en donde están las oportunidades de autorrealización, en dónde más podríamos buscar? El filósofo Gérard Encausse Papus, en su obra El ocultismo, propone que es en el sueño:

«Al llegar la noche, los miembros se aflojan, los ojos se cierran, el mundo exterior pierde su acción sobre el ser humano, que duerme. El hombre duerme y, entretanto, sus arterias vibran, su corazón funciona y su sangre circula. Sus órganos digestivos continúan su trabajo y sus pulmones aspiran y espiran rítmicamente el aire vivificante. Durante su sueño, el hombre no es capaz de movimiento, ni de sensación, ni de pensamiento. No puede amar ni odiar, ni ser feliz ni sufrir. Sus miembros reposan inertes. Su rostro está inmóvil; y sin embargo, su organismo funciona como si nada extraño ocurriese… Pero el hombre despierta y los miembros que reposaban se mueven, el rostro se anima y los ojos se abren. El ser humano que se encontraba tendido, se endereza y habla. Una nueva forma de vida comienza, mientras que la vida orgánica prosigue su actividad mecánica. Cuerpo físico, alma y espíritu (mente consciente) son los tres principios generadores que constituyen al ser humano.»

La condición del sueño es filosófica en tanto que, como decía sor Juana Inés de la Cruz, uno mismo está «muerto a la vida y a la muerte vivo». Cuando dormimos el cuerpo no suspende sus funciones orgánicas y la consciencia, que no está ausente, queda liberada de las numerosas y arrastrantes ideas que todos los días nos agobian durante la vigilia. No se propone aquí, de ninguna manera, que el estado ideal del ser sea cuando éste duerme, sino que es en la imitación de esa “segunda muerte” (el sueño) en donde la respuesta a la pregunta “¿Quién soy?” podría revelarse. Vivir con plena consciencia, pero desligados al mismo tiempo de toda sensación y pensamiento, es un mensaje cifrado que nos enseña que la luz se manifiesta al llegar la noche.

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La mayoría de nosotros damos por hecho que somos aquello que pensamos y aquello que hacemos. Nadie, o uno entre miles, podría realmente responder a la pregunta “¿quién eres?” y esto es porque es fácil caer en el error de creer que uno es su nombre, su profesión, su sexo, sus gustos y disgutsos, en fin, que el error es creer que uno es todo lo externo que le rodea, pero el ser viene desde adentro, y aunque el ser está en nosotros y nos hace ser, tal parece que es inaccesible, al menos desde el plano de la consciencia.

El desarrollo de la consciencia es fundamental en tanto que es por ella que aprendemos a distinguir lo bueno de lo malo, es por la consciencia que nuestras ideas adquieren un tono crítico y es por la consciencia que aprendemos a ir más allá de nosotros mismos para aterrizar nuestros intereses en un sentimiento noble por el otro, sin embargo, la consciencia es también un estorbo en tanto que nos mantiene encadenados a la dimensión de la vigilia, en donde todo es intelecto.

Tener ideas es fundamental para poder moverse en el mundo. Gracias a ellas es que podemos resolver tareas cotidianas y salvar ciertos obstáculos, pero hay de ideas a ideas. Algunas de éstas podrían ser consecuencia de una reflexión profunda de lo que nos ocurre todos los días, así como de lo que no nos ha ocurrido y que podríamos evitar; estas ideas son de orden filosófico y, bien encaminadas, permiten la liberación del individuo. Pero también tenemos ideas que no necesariamente han sido reflexionadas y que más bien nos han llegado a través de la cultura en la que estamos inmersos; a diferencia de las ideas filosóficas, las ideas heredadas no requieren ser pensadas y son asimiladas por nosotros de manera automática. Estas ideas son producto del adoctrinamiento económico, político, religioso y social, son ideas esclavizantes.

Tanto en las ideas filosóficas como en las esclavizantes la consciencia va de por medio. En mayor o menor medida, cada quien es responsable de desarrollarla, y si bien la voluntad es fundamental para el perfeccionamiento individual, no es tan sencillo ejercerla, pues lo cierto es que la mayoría de nosotros vive en una especie de sueño lúcido, en un estado de somnolencia, de aletargamiento que nos mueve a tener conductas repetitivas y claramente inconscientes. Es como si fuéramos sonámbulos yendo de un lugar a otro y, evidentemente, sin pensar nada a fondo.

La sociedad vertiginosa en la que vivimos nos expone a una cantidad abrumadora de información en la que todo es tan cambiante que se hace imposible poner atención en lo que nuestros ojos, que no se cansan nunca de ver, consumen. Todo el tiempo estamos viendo imágenes, leyendo textos intrascendentes, escuchando música que no es música y comiendo alimentos que acaban con el hambre, pero también con el cuerpo. Vivimos con la cabeza llena de ideas que no son nuestras, son ideas implantadas y orientadas a actitudes consumistas que si bien no disfrutamos, las hacemos por el automatismo en que hemos caído. Nuestra consciencia está sometida por ideas implantadas y por ello es que no es posible responder con acierto a la pregunta “¿Quién soy?”. Estamos tan cegados que creemos que lo que nos gusta en verdad nos gusta, mas se trata de gustos que nos han obligado a incluir en nuestra realidad. El ser humano de hoy no solamente no es libre, sino que él mismo ha colocado sus cadenas.

Identificarnos con las vivencias sociales de todos los días es un error del que nadie se escapa, aunque siempre existe la oportunidad de empezar a desarrollar la consciencia para evitarlo. Pero recordemos que la consciencia, si bien es necesaria, también nos arrincona al hacernos caer en el engaño de que únicamente lo intelectual tiene valía, de tal suerte que quien sólo cree en la consciencia estará igual de adormecido que un sonámbulo movido por la automatización de todos los días. Este sonambulismo que aqueja a nuestra sociedad, y en el que la consciencia participa, es un estado de falso adormecimiento, pues la vigilia, aunque sea a medias, está presente. ¿Entonces, si no es en la consciencia plena ni en el sonambulismo cotidiano en donde están las oportunidades de autorrealización, en dónde más podríamos buscar? El filósofo Gérard Encausse Papus, en su obra El ocultismo, propone que es en el sueño:

«Al llegar la noche, los miembros se aflojan, los ojos se cierran, el mundo exterior pierde su acción sobre el ser humano, que duerme. El hombre duerme y, entretanto, sus arterias vibran, su corazón funciona y su sangre circula. Sus órganos digestivos continúan su trabajo y sus pulmones aspiran y espiran rítmicamente el aire vivificante. Durante su sueño, el hombre no es capaz de movimiento, ni de sensación, ni de pensamiento. No puede amar ni odiar, ni ser feliz ni sufrir. Sus miembros reposan inertes. Su rostro está inmóvil; y sin embargo, su organismo funciona como si nada extraño ocurriese… Pero el hombre despierta y los miembros que reposaban se mueven, el rostro se anima y los ojos se abren. El ser humano que se encontraba tendido, se endereza y habla. Una nueva forma de vida comienza, mientras que la vida orgánica prosigue su actividad mecánica. Cuerpo físico, alma y espíritu (mente consciente) son los tres principios generadores que constituyen al ser humano.»

La condición del sueño es filosófica en tanto que, como decía sor Juana Inés de la Cruz, uno mismo está «muerto a la vida y a la muerte vivo». Cuando dormimos el cuerpo no suspende sus funciones orgánicas y la consciencia, que no está ausente, queda liberada de las numerosas y arrastrantes ideas que todos los días nos agobian durante la vigilia. No se propone aquí, de ninguna manera, que el estado ideal del ser sea cuando éste duerme, sino que es en la imitación de esa “segunda muerte” (el sueño) en donde la respuesta a la pregunta “¿Quién soy?” podría revelarse. Vivir con plena consciencia, pero desligados al mismo tiempo de toda sensación y pensamiento, es un mensaje cifrado que nos enseña que la luz se manifiesta al llegar la noche.