/ domingo 5 de noviembre de 2023

El mundo iluminado | Autoridad y libertad

elmundoiluminado.com

La gente lo puede todo, o al menos eso es lo que cree. La libertad es un bien del que gozamos, o eso es lo que pensamos, lo que nos han hecho creer. En nombre de la libertad, hoy se cometen todo tipo de atrocidades, se pasa sobre los derechos de los demás porque el derecho propio tiene más valor que el del prójimo o que el derecho comunitario. Nuestra sociedad se ha polarizado a tal punto que los continuos enfrentamientos entre personas no son más que el síntoma de la deshumanización que en todos los niveles sociales se ha diseminado. La verdadera pandemia es el egoísmo y tal parece que para ella no existe vacuna alguna.

Sin embargo, y aunque los actos egoístas se realicen en nombre de la libertad y del derecho, lo cierto es que esto no es así, sino que se trata más bien de una mala comprensión de dichos conceptos. Tanto la libertad como el derecho son principios superiores de la convivencia humana y como tales son incapaces de participar en algún tipo de daño. Escuchamos todos los días y por doquier a personas hablando cuanto les venga en gana y apelando a que están ejerciendo su derecho a la libertad de expresión, por lo que les es indiferente si en el ejercicio de tal derecho, pasan a perjudicar a un tercero. Sin embargo, y puesto que la libertad y el derecho son principios superiores, están en consonancia con el bien, por lo que todo acto genuino de libertad nunca será en detrimento de nadie. En resumen, el derecho a la libertad de expresión no consiste en decir lo que pensamos y sentimos, sino en decir lo que es en bien general de la especie, de la humanidad y de la sociedad. Ser libre es, por tanto, ser consciente de los límites.

La mala comprensión de lo que es la libertad y el derecho tiene una explicación: el estancamiento de la educación. En América Latina se estima que el nivel educativo promedio corresponde a la educación media superior, es decir que la mayoría de la población latinoamericana alcanzó apenas la educación secundaria, mientras que, a nivel mundial, se estima que únicamente el treinta por ciento de la población tiene oportunidades de ingresar a la universidad. Pero el asunto es aún más complejo, pues aún cuando las cifras mejoraran, nada garantiza que el aprendizaje será óptimo, pues las instituciones educativas son cómplices tanto de los intereses del estado como de la propiedad privada, por lo que los modelos educativos más que ser formativos, son adoctrinantes, es decir, a los estudiantes se les prepara para ser mano de obra, antes que individuos pensantes. Considerando lo anterior, es comprensible la confusión al momento de utilizar conceptos como libertad y derecho.

Históricamente, los representantes del estado y de la propiedad privada han mantenido cerradas las puertas del poder que representan y así seguirá siendo, y si son estos representantes quienes diseñan los modelos educativos de las naciones qué nos hace pensar que la educación oficial en verdad busca el beneficio de los educandos. Si la educación habrá de otorgarle al individuo alguna esperanza de autorrealización y la posibilidad de una verdadera libertad, será únicamente mediante la vía del aprendizaje autodidacta, el cual implica romper con esquemas, modelos y sistemas morales configurados por las instituciones.

El caos social que atestiguamos todos los días es consentido por los representantes del estado y de la propiedad privada, es decir, son las mismas instituciones oficiales y empresariales las que fomentan el desorden en que vivimos a fin de mantener a los individuos sometidos mediante sentimientos generalizados de miedo, angustia, tedio y depresión. En términos de ejercicio del poder, no hay nada mejor que tener una sociedad polarizada en la que sus individuos están dispuestos a destruirse mutuamente sin que la participación de las fuerzas del orden sea necesaria. Nosotros mismos nos hacemos la guerra, qué mayor triunfo que éste para quienes ejercen el poder. El pedagogo Paulo Freire nos advierte de los daños de esta manipulación, al tiempo que nos alienta a tomar consciencia de nosotros y del mundo; en su obra Filosofía de la indignación menciona lo siguiente:

«La voluntad sólo se vuelve auténtica en la acción de sujetos que asumen sus límites. La voluntad ilimitada es la voluntad despótica, negadora de otras voluntades y, en realidad, de sí misma. Es la voluntad ilícita de los “dueños del mundo” que, egoístas y arbitrarios, sólo se ven a sí mismos. Me preocupa convivir con familias que experimentan la “tiranía de la libertad”, en la que los niños pueden todo; gritan, escriben en las paredes, amenazan a las visitas ante la autoridad complaciente de los padres que, encima, se creen campeones de la libertad. También me apeno y me preocupo cuando estoy con familias que viven la otra tiranía, la de la autoridad, bajo la cual los niños, callados, cabizbajos Y “bien comportados”, no pueden hacer nada. La educación tiene sentido porque el mundo no es necesariamente esto o aquello, porque los seres humanos somos proyectos y al mismo tiempo podemos tener proyectos para el mundo. La educación tiene sentido porque las mujeres y los hombres aprendieron que se hacen y se rehacen aprendiendo, porque las mujeres y los hombres pudieron asumirse capaces de saber, de saber que saben, de saber que no saben. De saber mejor lo que ya saben, de saber lo que todavía no saben. La educación tiene sentido porque, para ser, las mujeres y los hombres necesitan estar siendo.»

Aunque no lo parezca, el acceso al sistema educativo todavía está muy limitado y si bien la educación oficial es principalmente adoctrinante, ofrece la irónica posibilidad de desarrollar un carácter autodidacta y emancipador que nos haga conscientes de lo que sabemos y no sabemos, así como de la importancia de los límites, pues es a partir de éstos que el derecho y la libertad encuentran su equilibrio en el bien. Toda toma de consciencia es irreversible y conlleva una responsabilidad, ¿cómo la utilizaremos en estos tiempos en los que los representantes del estado y de la propiedad privada nos endulzan el oído con ideas de autoridad y libertad?

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La gente lo puede todo, o al menos eso es lo que cree. La libertad es un bien del que gozamos, o eso es lo que pensamos, lo que nos han hecho creer. En nombre de la libertad, hoy se cometen todo tipo de atrocidades, se pasa sobre los derechos de los demás porque el derecho propio tiene más valor que el del prójimo o que el derecho comunitario. Nuestra sociedad se ha polarizado a tal punto que los continuos enfrentamientos entre personas no son más que el síntoma de la deshumanización que en todos los niveles sociales se ha diseminado. La verdadera pandemia es el egoísmo y tal parece que para ella no existe vacuna alguna.

Sin embargo, y aunque los actos egoístas se realicen en nombre de la libertad y del derecho, lo cierto es que esto no es así, sino que se trata más bien de una mala comprensión de dichos conceptos. Tanto la libertad como el derecho son principios superiores de la convivencia humana y como tales son incapaces de participar en algún tipo de daño. Escuchamos todos los días y por doquier a personas hablando cuanto les venga en gana y apelando a que están ejerciendo su derecho a la libertad de expresión, por lo que les es indiferente si en el ejercicio de tal derecho, pasan a perjudicar a un tercero. Sin embargo, y puesto que la libertad y el derecho son principios superiores, están en consonancia con el bien, por lo que todo acto genuino de libertad nunca será en detrimento de nadie. En resumen, el derecho a la libertad de expresión no consiste en decir lo que pensamos y sentimos, sino en decir lo que es en bien general de la especie, de la humanidad y de la sociedad. Ser libre es, por tanto, ser consciente de los límites.

La mala comprensión de lo que es la libertad y el derecho tiene una explicación: el estancamiento de la educación. En América Latina se estima que el nivel educativo promedio corresponde a la educación media superior, es decir que la mayoría de la población latinoamericana alcanzó apenas la educación secundaria, mientras que, a nivel mundial, se estima que únicamente el treinta por ciento de la población tiene oportunidades de ingresar a la universidad. Pero el asunto es aún más complejo, pues aún cuando las cifras mejoraran, nada garantiza que el aprendizaje será óptimo, pues las instituciones educativas son cómplices tanto de los intereses del estado como de la propiedad privada, por lo que los modelos educativos más que ser formativos, son adoctrinantes, es decir, a los estudiantes se les prepara para ser mano de obra, antes que individuos pensantes. Considerando lo anterior, es comprensible la confusión al momento de utilizar conceptos como libertad y derecho.

Históricamente, los representantes del estado y de la propiedad privada han mantenido cerradas las puertas del poder que representan y así seguirá siendo, y si son estos representantes quienes diseñan los modelos educativos de las naciones qué nos hace pensar que la educación oficial en verdad busca el beneficio de los educandos. Si la educación habrá de otorgarle al individuo alguna esperanza de autorrealización y la posibilidad de una verdadera libertad, será únicamente mediante la vía del aprendizaje autodidacta, el cual implica romper con esquemas, modelos y sistemas morales configurados por las instituciones.

El caos social que atestiguamos todos los días es consentido por los representantes del estado y de la propiedad privada, es decir, son las mismas instituciones oficiales y empresariales las que fomentan el desorden en que vivimos a fin de mantener a los individuos sometidos mediante sentimientos generalizados de miedo, angustia, tedio y depresión. En términos de ejercicio del poder, no hay nada mejor que tener una sociedad polarizada en la que sus individuos están dispuestos a destruirse mutuamente sin que la participación de las fuerzas del orden sea necesaria. Nosotros mismos nos hacemos la guerra, qué mayor triunfo que éste para quienes ejercen el poder. El pedagogo Paulo Freire nos advierte de los daños de esta manipulación, al tiempo que nos alienta a tomar consciencia de nosotros y del mundo; en su obra Filosofía de la indignación menciona lo siguiente:

«La voluntad sólo se vuelve auténtica en la acción de sujetos que asumen sus límites. La voluntad ilimitada es la voluntad despótica, negadora de otras voluntades y, en realidad, de sí misma. Es la voluntad ilícita de los “dueños del mundo” que, egoístas y arbitrarios, sólo se ven a sí mismos. Me preocupa convivir con familias que experimentan la “tiranía de la libertad”, en la que los niños pueden todo; gritan, escriben en las paredes, amenazan a las visitas ante la autoridad complaciente de los padres que, encima, se creen campeones de la libertad. También me apeno y me preocupo cuando estoy con familias que viven la otra tiranía, la de la autoridad, bajo la cual los niños, callados, cabizbajos Y “bien comportados”, no pueden hacer nada. La educación tiene sentido porque el mundo no es necesariamente esto o aquello, porque los seres humanos somos proyectos y al mismo tiempo podemos tener proyectos para el mundo. La educación tiene sentido porque las mujeres y los hombres aprendieron que se hacen y se rehacen aprendiendo, porque las mujeres y los hombres pudieron asumirse capaces de saber, de saber que saben, de saber que no saben. De saber mejor lo que ya saben, de saber lo que todavía no saben. La educación tiene sentido porque, para ser, las mujeres y los hombres necesitan estar siendo.»

Aunque no lo parezca, el acceso al sistema educativo todavía está muy limitado y si bien la educación oficial es principalmente adoctrinante, ofrece la irónica posibilidad de desarrollar un carácter autodidacta y emancipador que nos haga conscientes de lo que sabemos y no sabemos, así como de la importancia de los límites, pues es a partir de éstos que el derecho y la libertad encuentran su equilibrio en el bien. Toda toma de consciencia es irreversible y conlleva una responsabilidad, ¿cómo la utilizaremos en estos tiempos en los que los representantes del estado y de la propiedad privada nos endulzan el oído con ideas de autoridad y libertad?