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Posiblemente la principal diferencia entre las filosofías antiguas occidentales y orientales sea que mientras las primeras están más enfocadas al mundo de la acción, de lo social y de lo político; las segundas se inclinan hacia la interioridad, la mente y el espíritu. No es que Occidente desdeñe la vida espiritual, pero es evidente que su objeto de interés es el gobierno de la polis (la ciudad) y la administración del tiempo y de los recursos de los ciudadanos. Podríamos pensar que la filosofía antigua occidental aborda otros temas, como es el caso de Aristóteles, Epicteto y Epícuro (filósofos de la naturaleza, de la resistencia y del placer), sin embargo, aún ellos dirigen sus reflexiones a la búsqueda de la virtud, entendida ésta como un bien que armoniza la vida social, y reducen al espíritu y al alma a un atributo físico que muere junto con el cuerpo.
No toda la filosofía occidental antigua es meramente física, pues tenemos el caso de Platón, quien no solamente postula la inmortalidad del alma, sino que además estuvo convencido de la reencarnación de la misma. Pero, aún cuando para Platón el alma es una posibilidad metafísica, es decir, espiritual, mantiene una estrecha relación con el deber político y social, lo cual nos lleva nuevamente a situaciones en las que lo práctico y tangible tiene más peso.
Pero a pesar de esta tendencia hacia el pragmatismo, es decir, hacia la vida de los hechos medibles y verificables, la filosofía antigua occidental pudo dar el paso hacia una experiencia más contemplativa, más meditativa, en la que si bien la relación con el mundo social tiene cierta importancia, ya no es su centro de acción. Como ejemplo de una filosofía occidental arraigada en el espíritu tenemos a Plotino, un filósofo perteneciente al imperio romano y que nació en Egipto siete siglos después de Platón. La corriente filosófica de Plotino se conoce como “neoplatonismo”, pues entre sus características está la reflexión en torno al tema del alma a partir de los postulados de Platón. Para Plotino, la realidad del ser humano se compone de tres hipóstasis, es decir, de tres naturalezas diferentes, pero al mismo tiempo, inseparables. La primera es el alma, la cual dota a la persona de aquello que conocemos como “el ser”. La segunda naturaleza es el intelecto, un sentido mediante el cual nos conectamos con las dimensiones superiores y, por tanto, sagradas de la Creación. La tercera hipóstasis Plotino la denomina la “Unidad” o el “Uno”, que es la Causa Primera de la cual todo cuanto conocemos e ignoramos se desprende.
El interés de Plotino y de Platón por el tema del alma tiene el mismo origen: la civilización egipcia, de la que los griegos bebieron directamente. En el caso de Plotino, él es un filósofo netamente egipcio y por ello es que su concepción de la realidad comprende términos como “alma”, “resurrección”, “divinidad”, “trascendencia”, etcétera, pues los egipcios creían en la reencarnación. Por otro lado, Platón es un filósofo griego, pero existen leyendas que refieren que se formó académicamente en Egipto, e incluso hay quienes señalan que viajó a la India para recibir instrucción de los sabios. Nada de esto puede verificarse con hechos, pero el hecho de que su pensamiento sea tan semejante al egipcio e hindú dan una luz a esa posibilidad.
Sin duda, para Occidente es Egipto la cuna del pensamiento, pero visto desde una óptica más global, la civilización egipcia no es más que un puente que une a Occidente con Oriente, cultura en la que verdaderamente se originaron las formas más puras de la sabiduría. En este sentido Platón y Plotino son, indudablemente, referentes obligados para quien tenga interés por estudiar y experimentar las dimensiones del alma, del espíritu y de lo sagrado, pero antes que ellos estuvieron los postulados filosóficos de los pueblos de la India, quienes desde el siglo XVII a. C. (mil doscientos años antes que Platón y dos mil años antes que Plotino) ya practicaban un sofisticado sistema doctrinal, filosófico, mental y físico conocido como “Yoga”, palabra que quiere decir “Unión” y que recuerda, inmediatamente a ese “Uno” o “Unidad” de Plotino.
En palabras del yogi B.K.S. Iyengar, en su obra El árbol del Yoga, el yoga es: «El yoga es la senda que cultiva el cuerpo y los sentidos, refina la mente, civiliza la inteligencia y halla su descanso en el alma, esencia de nuestro ser. La integración es meditación y la meditación es integración. Quienes carecen de integración no pueden hablar de meditación. Cuando se mantiene ininterrumpida esta percepción consciente de la integración de cuerpo, mente y alma, el tiempo no conoce pasado ni futuro; el tiempo es eterno, y puesto que la eternidad aparece aquí en el tiempo, nos volvemos eternos. La unión del alma individual con el Espíritu Universal es yoga. El noventa por ciento de nosotros sufre de un modo u otro, física, mental o espiritualmente. La ciencia del yoga nos ayuda a mantener el cuerpo como un templo a fin de que éste se torne tan limpio como el alma. Si se encierra un pájaro en una jaula, éste no tiene posibilidad alguna de movimiento. En el momento en que abrimos la jaula, el pájaro alza el vuelo y recobra su libertad. El hombre alcanza la misma libertad cuando la mente se ve descargada de la esclavitud del cuerpo y viene a descansar en el seno del alma.»
En Occidente se tiene la errónea idea de que el yoga es únicamente la práctica de posturas corporales. Es cierto que en el yoga es necesaria la participación del cuerpo, pero esta corriente filosófica va mucho más allá, pues entre sus principios están la no violencia, el amor a la verdad, el hallarse libre de avaricia, el control del placer sensual, el hallarse libre codicia y posesiones innecesarias, entre otros.
Para el practicante de yoga, como también para el seguidor de Platón y de Plotino, todo lo manifestado en este universo se inclina hacia la unidad, y si sufrimos es porque nuestros pensamientos, confundidos, perciben la realidad de manera fragmentada. De todas las cárceles que existen, la más terrible es nuestra mente, la cual nos hace sentir como un pájaro en una jaula.