/ viernes 9 de abril de 2021

¿Hacia dónde vamos México? (Quinta y última parte)

Quisiera, en verdad, estar equivocado, pero los hechos son contundentes y las palabras y los deseos están divorciados de la realidad imperante. Es un hecho, que el viejo y caduco sistema de gobierno que regía en México, hasta la llegada del Presidente López Obrador, se ha ido “desmontando” día con día; esto es totalmente plausible y positivo, ya que era un sistema, además de obsoleto, nefasto para nuestra vida democrática; vivíamos envueltos en una ficción, en un doble lenguaje, en una democracia simulada, estábamos instalados comodinamente en un sistema híbrido de capitalismo, intervencionismo de estado y nacionalismo, dominados por una “dictadura perfecta”, como lo calificara atinadamente el literato Vargas Llosa.

El viejo sistema imperante durante 80 años ya estaba desmoronándose, y de la farsa institucional solo quedaba tristemente la desigualdad social brutal, la imperante delincuencia organizada y la corrupción desmedida, cínica y amoral que tuvo su clímax en el sexenio pasado, en donde se llegó a excesos de corrupción jamás pensados, vendiéndose al mejor postor la Patria misma; fue un descaro, un exceso que nos condujo, como castigo por nuestra indolencia o complicidad, precisamente a donde hoy estamos transitando. La gente en su mayoría quería verdaderamente un cambio, y se consiguió con la esperanza fundada en la persistencia de “primero los pobres” y “no miento, no engaño”.

Sin embargo, ¿hacia dónde vamos México, destruyendo lo pasado, pero sin construir nada al futuro? Resuenan en mis oídos las palabras del Presidente, sobre que esta pandemia le vino como anillo al dedo para su proyecto. ¿Esto es destruir la economía, polarizar la sociedad, aniquilar el sistema de salud, poner al ejército en las calles a través de la Guardia Nacional y permitir el incremento de la delincuencia y los feminicidios, acabar con la Reforma Educativa y la cultura? Esto nos llevará indudablemente a un genocidio, a un país de pobres y miserables, dependiendo de los programas asistenciales del gobierno. En otras palabras, un socialismo disfrazado con piel de oveja, y en el centro un “redentor”, “un mesías” que todos los días, desde el púlpito de Palacio Nacional seguirá dirigiendo la batuta conforme le plazca a sus intereses. Puede o no reelegirse, es lo de menos, ya que su telaraña está colocándose para dos o más sexenios, que él manejará, en todo caso, tras bambalinas.

En síntesis, pobres de nosotros. Nunca hemos tenido libertad política y democracia; venimos de una dictadura disfrazada a una abierta y desafiante que nos está dividiendo y polarizando.

La única luz que avizoro en este túnel de oscuridad y de desgracia es la de las próximas elecciones de junio. Ganar la oposición la Cámara de Diputados o morir. Esa deberá ser la consigna. No existe otra alternativa.

Gracias Puebla.

Quisiera, en verdad, estar equivocado, pero los hechos son contundentes y las palabras y los deseos están divorciados de la realidad imperante. Es un hecho, que el viejo y caduco sistema de gobierno que regía en México, hasta la llegada del Presidente López Obrador, se ha ido “desmontando” día con día; esto es totalmente plausible y positivo, ya que era un sistema, además de obsoleto, nefasto para nuestra vida democrática; vivíamos envueltos en una ficción, en un doble lenguaje, en una democracia simulada, estábamos instalados comodinamente en un sistema híbrido de capitalismo, intervencionismo de estado y nacionalismo, dominados por una “dictadura perfecta”, como lo calificara atinadamente el literato Vargas Llosa.

El viejo sistema imperante durante 80 años ya estaba desmoronándose, y de la farsa institucional solo quedaba tristemente la desigualdad social brutal, la imperante delincuencia organizada y la corrupción desmedida, cínica y amoral que tuvo su clímax en el sexenio pasado, en donde se llegó a excesos de corrupción jamás pensados, vendiéndose al mejor postor la Patria misma; fue un descaro, un exceso que nos condujo, como castigo por nuestra indolencia o complicidad, precisamente a donde hoy estamos transitando. La gente en su mayoría quería verdaderamente un cambio, y se consiguió con la esperanza fundada en la persistencia de “primero los pobres” y “no miento, no engaño”.

Sin embargo, ¿hacia dónde vamos México, destruyendo lo pasado, pero sin construir nada al futuro? Resuenan en mis oídos las palabras del Presidente, sobre que esta pandemia le vino como anillo al dedo para su proyecto. ¿Esto es destruir la economía, polarizar la sociedad, aniquilar el sistema de salud, poner al ejército en las calles a través de la Guardia Nacional y permitir el incremento de la delincuencia y los feminicidios, acabar con la Reforma Educativa y la cultura? Esto nos llevará indudablemente a un genocidio, a un país de pobres y miserables, dependiendo de los programas asistenciales del gobierno. En otras palabras, un socialismo disfrazado con piel de oveja, y en el centro un “redentor”, “un mesías” que todos los días, desde el púlpito de Palacio Nacional seguirá dirigiendo la batuta conforme le plazca a sus intereses. Puede o no reelegirse, es lo de menos, ya que su telaraña está colocándose para dos o más sexenios, que él manejará, en todo caso, tras bambalinas.

En síntesis, pobres de nosotros. Nunca hemos tenido libertad política y democracia; venimos de una dictadura disfrazada a una abierta y desafiante que nos está dividiendo y polarizando.

La única luz que avizoro en este túnel de oscuridad y de desgracia es la de las próximas elecciones de junio. Ganar la oposición la Cámara de Diputados o morir. Esa deberá ser la consigna. No existe otra alternativa.

Gracias Puebla.