/ martes 28 de noviembre de 2023

Leyendas Enfrajadas | Manolo Lapuente, su papá le pone un balón en los pies

Hay leyendas del futbol que necesitarían libros enteros para contar su vida. Manuel Lapuente es una de ellas. La historia del futbol mexicano y la del Puebla no se explican sin sus logros y su legado.

Muchos lo conocen como técnico, pero también fue jugador. Su amor por el futbol empieza, como en tantos otros niños mexicanos, cuando su papá le pone un balón en los pies. Ese mismo papá se opondrá años después a que Manuel se dedique profesionalmente al futbol, tal como su propio papá (el abuelito de Manuel) lo hiciera muchos años antes al escuchar que su hijo (que jugaba de delantero interior) quería seguir su pasión futbolera.

Manuel debuta en 1964 con el Monterrey, de donde pasa al Necaxa. En 1967, forma parte de la selección que gana la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Winnipeg. En 1970, deseoso de reencontrarse con sus raíces poblanas (pasó parte de su infancia en Teziutlán) y de tener más minutos en la cancha, pide ser transferido al Puebla, donde juega varios años como medio ofensivo y llega a ser capitán. Su último equipo es el Atlas, con el que se retira en 1976.

Se abre entonces el capítulo dorado como director técnico. Debuta en el banquillo de la Franja en 1982, a los 38 años. Contra todo pronóstico, y pese a todas las dificultades, consigue el primer título de liga del club con un equipo experimentado, flexible (muchos jugadores ocupan distintas posiciones) y con hambre. Tras cinco años fuera de la escuadra camotera, regresa en 1989 para darle uno de sus mejores años, el del Campeonísimo: segundo título de liga, Copa y Campeón de Campeones. Se sumará un subcampeonato en 1992.

Las claves del éxito son muchas, pero destaca la manera en la que Manuel se relaciona con los jugadores. Para él, es fundamental establecer una buena comunicación con ellos y por eso dedica mucho tiempo a hablarles (no a gritarles), a decirles las cosas de frente, directas, haciéndoles sentir que su opinión cuenta. En sus equipos no hay figuras, sólo jugadores buenos y malos, y los primeros ayudan a los segundos a mejorar. Manuel siempre está para sus jugadores, que son lo más importante.

Manuel obtiene otros tres títulos de liga: un bicampeonato con el Necaxa y uno con el América, que no se coronaba hacía trece años. Dirige también al Atlante, Cruz Azul y Tigres. Como no podía ser de otro modo, termina su carrera como técnico dirigiendo una última vez a la Franja, en 2013.

Gracias a sus logros y a su talento, es designado como técnico de la selección nacional en dos periodos: 1990-1991 y 1997-2000. En el segundo, gana una Copa Oro y una Confederaciones, además de armar una de las mejores representaciones que haya acudido a un Mundial: la de Francia 1998.

Para Manuel, ser de Puebla y de la Franja es un orgullo y un privilegio enormes. Su cariño por el equipo y la ciudad explican la necesidad de regresar cada cierto tiempo al terruño, donde el calor de la gente y el reconocimiento de la afición lo motivan a dar todo su talento y capacidad. “Lo que di, lo di de corazón”, dice esta leyenda mayúscula de la Franja.

Hay leyendas del futbol que necesitarían libros enteros para contar su vida. Manuel Lapuente es una de ellas. La historia del futbol mexicano y la del Puebla no se explican sin sus logros y su legado.

Muchos lo conocen como técnico, pero también fue jugador. Su amor por el futbol empieza, como en tantos otros niños mexicanos, cuando su papá le pone un balón en los pies. Ese mismo papá se opondrá años después a que Manuel se dedique profesionalmente al futbol, tal como su propio papá (el abuelito de Manuel) lo hiciera muchos años antes al escuchar que su hijo (que jugaba de delantero interior) quería seguir su pasión futbolera.

Manuel debuta en 1964 con el Monterrey, de donde pasa al Necaxa. En 1967, forma parte de la selección que gana la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Winnipeg. En 1970, deseoso de reencontrarse con sus raíces poblanas (pasó parte de su infancia en Teziutlán) y de tener más minutos en la cancha, pide ser transferido al Puebla, donde juega varios años como medio ofensivo y llega a ser capitán. Su último equipo es el Atlas, con el que se retira en 1976.

Se abre entonces el capítulo dorado como director técnico. Debuta en el banquillo de la Franja en 1982, a los 38 años. Contra todo pronóstico, y pese a todas las dificultades, consigue el primer título de liga del club con un equipo experimentado, flexible (muchos jugadores ocupan distintas posiciones) y con hambre. Tras cinco años fuera de la escuadra camotera, regresa en 1989 para darle uno de sus mejores años, el del Campeonísimo: segundo título de liga, Copa y Campeón de Campeones. Se sumará un subcampeonato en 1992.

Las claves del éxito son muchas, pero destaca la manera en la que Manuel se relaciona con los jugadores. Para él, es fundamental establecer una buena comunicación con ellos y por eso dedica mucho tiempo a hablarles (no a gritarles), a decirles las cosas de frente, directas, haciéndoles sentir que su opinión cuenta. En sus equipos no hay figuras, sólo jugadores buenos y malos, y los primeros ayudan a los segundos a mejorar. Manuel siempre está para sus jugadores, que son lo más importante.

Manuel obtiene otros tres títulos de liga: un bicampeonato con el Necaxa y uno con el América, que no se coronaba hacía trece años. Dirige también al Atlante, Cruz Azul y Tigres. Como no podía ser de otro modo, termina su carrera como técnico dirigiendo una última vez a la Franja, en 2013.

Gracias a sus logros y a su talento, es designado como técnico de la selección nacional en dos periodos: 1990-1991 y 1997-2000. En el segundo, gana una Copa Oro y una Confederaciones, además de armar una de las mejores representaciones que haya acudido a un Mundial: la de Francia 1998.

Para Manuel, ser de Puebla y de la Franja es un orgullo y un privilegio enormes. Su cariño por el equipo y la ciudad explican la necesidad de regresar cada cierto tiempo al terruño, donde el calor de la gente y el reconocimiento de la afición lo motivan a dar todo su talento y capacidad. “Lo que di, lo di de corazón”, dice esta leyenda mayúscula de la Franja.

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