/ miércoles 19 de mayo de 2021

Prepárese para otros seis años de Morena y la 4T

Vicente Fox Quesada y el PAN le arrebataron la presidencia de la república al PRI en medio de un hastío social generado por siete décadas de malos gobiernos y autoritarismo.

Enrique Peña Nieto y el PRI recuperaron la silla presidencial por la ineptitud del PAN frente a los problemas que prometió resolver y un incremento sensible de la violencia, la narcoviolencia.

Andrés Manuel López Obrador y Morena hicieron la hazaña impulsados por otro fracaso tricolor y la necesidad de los electores de volver a creer, en lo que fuese que pareciera una nueva clase política y una nueva manera de ejercer el poder.

En los tres casos, ocurridos en los años 2000, 2012 y 2018, se combinaron dos factores fundamentales: el deseo vehemente de los ciudadanos por un cambio de rumbo en la conducción del país y la incursión de candidatos opositores al régimen poseedores de un magnetismo social que los convirtió -al menos idealmente- en la alternativa anhelada.

Fox fue el candidato locuaz con porte de vaquero que por fin se atrevió a decir las cosas sin rodeos y que puso en su lugar, de dientes para afuera, a los ladrones del PRI.

A grito pelado, además.

Peña sedujo con esa bien trabajada imagen de galán de telenovela.

No importaron las capacidades para gobernar, era guapo y tenía a La Gaviota en la alcoba.

Con eso bastó.

López Obrador no es ni macho como Fox ni bien parecido como Peña, pero es el paladín de los pobres y los desprotegidos, que como ellos, la inmensa mayoría de los electores en este país, parece pobre y fue un desprotegido, víctima de una “mafia del poder” que, en dos ocasiones, 2016 y 2012, le impidió, a través de todos los medios insanos e ilegales, el ascenso a la presidencia.

Los tres arrancaron campañas informales mucho antes del campanazo oficial.

Y los tres ya estaban perfilados como candidatos en sus partidos a mitad del sexenio que les precedió.

Veintiún años después del primer cambio de régimen en la administración federal las circunstancias son completamente distintas.

Una mayoría de mexicanos simpatiza con el partido en el poder, Morena, y en la oposición no hay un solo liderazgo que muestre cualidades para quitarle la supremacía, algo así como un movilizador de masas que se plante como una mejor alternativa de gobierno frente a la institucionalizada cuatroté.

La afirmación deriva de varios fundamentos.

Quizá el más importante tiene que ver con las mediciones sobre preferencias electorales que se han realizado de cara a la contienda que verá su fin en las urnas el próximo 6 de junio.

Un contundente ejemplo de ello es la encuesta nacional elaborada por la empresa SUMO Consulting para el periódico español El País, con el objetivo de conocer la intención de voto de los mexicanos para la elección de diputados federales.

Publicado el pasado lunes, el estudio le otorgó 44 por ciento de las preferencias a Morena, seguido, muy de lejos, por el PRI, con 19 por ciento, y por el PAN, con 18 por ciento.

Más atrás quedó el resto de los partidos políticos, que obtuvieron porcentajes ínfimos de respuestas favorables para su causa.

Incluso para Morena, 44 por ciento es mucho, cinco puntos más que el 39 por ciento de votación obtenido en la contienda para legisladores federales de 2018.

Otro dato relevante está relacionado con el mandatario.

La misma encuesta le da a López Obrador 66 por ciento de aprobación ciudadana, un apoyo popular alto.

Por eso, como usted verá, no está dado el escenario de otros sexenios para pensar que habrá un cambio de régimen en los comicios de 2024.

Los mexicanos que quieren al tabasqueño son mayoría.

Por tanto, los mexicanos que apoyan a Morena, también.

Revise quiénes desde el PAN, el PRI o cualquier otro rincón de la política nacional pueden erigirse como motores de cambio, no solo para convencer a los críticos de la cuatroté de apoyarlos en una renovada aventura electoral, sino, más difícil todavía, para motivar a los seguidores de López Obrador a saltar de una opción a otra.

No hay nadie.

Increíble para los críticos del presidente, sí, por supuesto, pero real, dramáticamente real.

Como asienta el analista Juan Manuel Mecinas, compañero de trinchera en este diario: hay dos países.

Uno es el México de las redes sociales y otro es el México real, el de las calles, las colonias populares y los pueblos, donde López Obrador y Morena han tenido campo fértil para expandirse.

Mientras opositores y críticos jueguen al activismo sociopolítico desde Twitter, solo desde ahí, como lo han hecho hasta ahora, Morena prevalecerá por un buen tiempo más.

La sola unión del PAN con el PRI y el famélico PRD, experimentada en este 2021, no es la respuesta para derrotarlo, no sin un líder y un discurso que los justifique.

En Morena ya están Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal alistados para pelear por la sucesión de su jefe.

Prepárese entonces, ¡preparémonos!, para otros seis años de la cuatroté.

Twitter: @jorgerdzc

Correo: jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx

Vicente Fox Quesada y el PAN le arrebataron la presidencia de la república al PRI en medio de un hastío social generado por siete décadas de malos gobiernos y autoritarismo.

Enrique Peña Nieto y el PRI recuperaron la silla presidencial por la ineptitud del PAN frente a los problemas que prometió resolver y un incremento sensible de la violencia, la narcoviolencia.

Andrés Manuel López Obrador y Morena hicieron la hazaña impulsados por otro fracaso tricolor y la necesidad de los electores de volver a creer, en lo que fuese que pareciera una nueva clase política y una nueva manera de ejercer el poder.

En los tres casos, ocurridos en los años 2000, 2012 y 2018, se combinaron dos factores fundamentales: el deseo vehemente de los ciudadanos por un cambio de rumbo en la conducción del país y la incursión de candidatos opositores al régimen poseedores de un magnetismo social que los convirtió -al menos idealmente- en la alternativa anhelada.

Fox fue el candidato locuaz con porte de vaquero que por fin se atrevió a decir las cosas sin rodeos y que puso en su lugar, de dientes para afuera, a los ladrones del PRI.

A grito pelado, además.

Peña sedujo con esa bien trabajada imagen de galán de telenovela.

No importaron las capacidades para gobernar, era guapo y tenía a La Gaviota en la alcoba.

Con eso bastó.

López Obrador no es ni macho como Fox ni bien parecido como Peña, pero es el paladín de los pobres y los desprotegidos, que como ellos, la inmensa mayoría de los electores en este país, parece pobre y fue un desprotegido, víctima de una “mafia del poder” que, en dos ocasiones, 2016 y 2012, le impidió, a través de todos los medios insanos e ilegales, el ascenso a la presidencia.

Los tres arrancaron campañas informales mucho antes del campanazo oficial.

Y los tres ya estaban perfilados como candidatos en sus partidos a mitad del sexenio que les precedió.

Veintiún años después del primer cambio de régimen en la administración federal las circunstancias son completamente distintas.

Una mayoría de mexicanos simpatiza con el partido en el poder, Morena, y en la oposición no hay un solo liderazgo que muestre cualidades para quitarle la supremacía, algo así como un movilizador de masas que se plante como una mejor alternativa de gobierno frente a la institucionalizada cuatroté.

La afirmación deriva de varios fundamentos.

Quizá el más importante tiene que ver con las mediciones sobre preferencias electorales que se han realizado de cara a la contienda que verá su fin en las urnas el próximo 6 de junio.

Un contundente ejemplo de ello es la encuesta nacional elaborada por la empresa SUMO Consulting para el periódico español El País, con el objetivo de conocer la intención de voto de los mexicanos para la elección de diputados federales.

Publicado el pasado lunes, el estudio le otorgó 44 por ciento de las preferencias a Morena, seguido, muy de lejos, por el PRI, con 19 por ciento, y por el PAN, con 18 por ciento.

Más atrás quedó el resto de los partidos políticos, que obtuvieron porcentajes ínfimos de respuestas favorables para su causa.

Incluso para Morena, 44 por ciento es mucho, cinco puntos más que el 39 por ciento de votación obtenido en la contienda para legisladores federales de 2018.

Otro dato relevante está relacionado con el mandatario.

La misma encuesta le da a López Obrador 66 por ciento de aprobación ciudadana, un apoyo popular alto.

Por eso, como usted verá, no está dado el escenario de otros sexenios para pensar que habrá un cambio de régimen en los comicios de 2024.

Los mexicanos que quieren al tabasqueño son mayoría.

Por tanto, los mexicanos que apoyan a Morena, también.

Revise quiénes desde el PAN, el PRI o cualquier otro rincón de la política nacional pueden erigirse como motores de cambio, no solo para convencer a los críticos de la cuatroté de apoyarlos en una renovada aventura electoral, sino, más difícil todavía, para motivar a los seguidores de López Obrador a saltar de una opción a otra.

No hay nadie.

Increíble para los críticos del presidente, sí, por supuesto, pero real, dramáticamente real.

Como asienta el analista Juan Manuel Mecinas, compañero de trinchera en este diario: hay dos países.

Uno es el México de las redes sociales y otro es el México real, el de las calles, las colonias populares y los pueblos, donde López Obrador y Morena han tenido campo fértil para expandirse.

Mientras opositores y críticos jueguen al activismo sociopolítico desde Twitter, solo desde ahí, como lo han hecho hasta ahora, Morena prevalecerá por un buen tiempo más.

La sola unión del PAN con el PRI y el famélico PRD, experimentada en este 2021, no es la respuesta para derrotarlo, no sin un líder y un discurso que los justifique.

En Morena ya están Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal alistados para pelear por la sucesión de su jefe.

Prepárese entonces, ¡preparémonos!, para otros seis años de la cuatroté.

Twitter: @jorgerdzc

Correo: jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx