Hola queridos lectores, su servidor Eduardo Zamora como cada domingo pasando lista de presente en sus hogares; en esta entrega les voy a hablar de una artesanía que se niega a desaparecer: el vidrio sopleteado.
Antes de comenzar hay que hacer una corrección: todos conocemos esta tradición, pero la llamamos vidrio soplado y no es su nombre correcto, sino sopleteado.
La diferencia es que el vidrio soplado se realiza en una fábrica de fundición de vidrio, con un horno industrial, al cual se le agrega padecería de vidrio descartado llamado cascote, el cual generalmente antes se separa por colores, se funde, se toma una masa de este vidrio fundido con un tubo largo, a manera de plastilina y por este tubo se sopla fuertemente, para inflarlo y se moldea rodándolo sobre una mesa de acero.
La artesanía de la que trata este artículo que, como dice el título se niega a morir, se realiza utilizando un soplete de acetileno y oxígeno, se fija firmemente a una mesa para elaborar las figuras y se utilizan varillas de vidrio, tanto incoloro como de diversos colores; aquí no se utiliza vidrio descartado.
Se utiliza un soplete de soldador, que forma una llama de oxígeno y gas acetileno, se regula la flama (de una altísima temperatura, casi 800 grados) y cuidadosamente se comienza la figura, pero, aquí está el detalle, se elabora muy cuidadosamente, por lo delicado del material. Poco a poco se le da forma, se moldea con pinzas (a las cuales se les modifican las tenazas) y se le agrega el más delicado de los ingredientes, la paciencia.
Desde hace mucho tiempo había querido escribir una nota acerca de este trabajo, pero se me había dificultado porque ya casi no hay artesanos que se dediquen a esta labor; en mis diarios recorridos por estas calles tuve la oportunidad de encontrarme con los dos únicos que lo realizan, los señores Rafael Valencia y Miguel Castro a quienes, por azares del destino al caminar por la calle de Alatriste -al respaldo del edificio Carolino-, tuve el placer de conocer.
Con mucha amabilidad me explicaron que ellos tienen más de treinta años dedicándose a esta labor, lamentablemente sus descendientes, al ser jóvenes con otras visiones del futuro, se negaron a aprender el arte.
Yo recuerdo con mucho cariño, que en mis días de infancia mi señor padre nos compraba a mis hermanos y a mi unas figuras de vidrio sopleteado en las dulcerías de Santa Clara; eran pequeñas y las llamábamos “buzos”. Eran unos muñequitos como de tres centímetros sostenidos por una burbuja de vidrio, los colocábamos en unos vasos llenos de agua y toda la diversión consistía en mirarlos flotar dentro del agua; ese era todo el chiste del juguetito pero nosotros, como buenos niños, utilizábamos la imaginación para darles vida. Seguramente a los jóvenes que leerán esta crónica les parecería tonto, pero esa era la fantasía, la aventura, la emoción de ser niños.
Que más podría narrarte, querido lector, para hacer lo posible para evitar que este bello arte se pierda en el tiempo, como ya sucedió con el de hacer cuadros en popotillo, ya nadie sabe lo que era esto. No esperemos a que esta labor solo aparezca en fotografías de libros de guías de turismo, pon tu granito de arena, contribuyamos a mantener vivo el vidrio sopleteado.
Se despide de ustedes su amigo El Barón Rojo, agradezco el favor de su atención y los invito a contactarme para cualquier comentario o sugerencia. Hasta la próxima.
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