/ lunes 7 de marzo de 2022

Leyendas de Puebla | La cabeza rodante en el hospicio maldito

Un duelo de honor, el choque de espadas y una herida mortal son el origen de este relato que te dará escalofríos

A finales del siglo XVI algunos de los españoles que habían llegado a la fundación de la ciudad ya se distinguían de los demás por haber acumulado una gran fortuna. No importaba cómo la habían amasado, lo importante era el poder que adquirieron y que mostraban.

Cuenta la leyenda que don Bernardo de Alvear y Fuentes, Conde de La Fragua y Loreto, era un caballero apuesto y arrogante como el que más, y poseía muchas propiedades que obtuvo despojando a los naturales.


Las propiedades le redituaban cada mes grandes dividendos que acumulaba en ducados de oro y por eso era temido por los políticos de la época. También se había rodeado de enemigos por insolente, altanero, prepotente y por tratar mal al prójimo.

En una ocasión don Bernardo caminaba distraído por la Plaza Mayor y sin darse cuenta arrolló a don Lucas Aldama y Rivas, de inmediato se hizo presente la prepotencia del hombre quien lo aventó, lo quito de su camino y empezó a proferir insultos contra él. En ese instante nació antipatía entre los dos y juraron hacerse la vida imposible

“¿Quién es ese petulante?”, pregunto don Lucas a su escudero, quien le contó santo y seña del individuo y su entorno.

Don Lucas Aldama y Rivas era visitador de su majestad, un hombre de gran influencia con el rey de España, cosa que Alvear y Fuentes desconocía.

MIÉRCOLES DE TINIEBLAS

No pasó mucho tiempo para que ambos se volvieran a encontrar y el momento fue decisivo. Todo sucedió el miércoles de tinieblas, así se conocía ese día de la Semana Santa.

Cuando ambos caminaban hacia la Catedral, al verse, provocaron un atropello e ipso facto, don Lucas Aldama y Rivas arrojó su guante delante de todos los presentes para retarlo a duelo; como buen caballero, don Bernardo de Alvear y Fuentes, recogió el guante y así quedó acordado el duelo.

Justo a la media noche, llegaron los duelistas al Paseo de San Francisco donde había sido acordado el duelo. Ambos diestros en el manejo de las armas se miraron frente a frente, sin mediar palabra desenfundaron sus espadas y empezó el duelo.

Entre chasquidos que flotaban en el aire provocados por el contacto de las espadas que fulguraban en la noche con la escasa luz de los faroles, los padrinos presenciaron el duelo a muerte.

De repente y para su infortunio, don Lucas Aldama y Rivas, fue herido de muerte.



La espada de Alvear y Fuentes, lo atravesó por un costado y cayó hincado, lentamente, permaneció algunos segundos en esa posición, mientras, a lo lejos se oía el sonido de los cascos de los caballos de la guardia de la Santa Inquisición que llegaban a todo galope porque fueron avisados del evento sacrílego, que se había realizado en los días santos.

En ese instante don Bernardo sacó su daga de misericordia y remató a don Lucas, quien cayó boca abajo dejando un río de sangre.

Los padrinos se habían perdido en la oscuridad de la noche, don Bernardo corrió hacia su caballo y huyó, pero no llegó muy lejos porque los guardias de la Santa Inquisición lo alcanzaron y fue apresado para ser llevado a un juicio ante el Santo Oficio.

PROCLAMA DE LA SANTA INQUISICIÓN

Los padrinos también fueron apresados y bajo tortura se les arrancó una confesión en la que afirmaron que don Lucas no había fallecido en un duelo a muerte, sino que había sido asesinado por don Bernardo Alvear y Fuentes, quien tenía intenciones políticas contra el Virrey de la Nueva España.

Bajo esos cargos, el acusado sería decapitado públicamente al ser sentenciado a muerte.

El día de su ejecución era domingo de Resurrección y don Bernardo se confesó con el sacerdote que lo asistió rezando los salmos penitenciales.


Encadenado de pies y manos, el acusado fue sacado al escarnio público y subido al tablado que se había tendido para tal ocasión. La gente lo veía con lástima, comentaba que más que sacrílego, su pecado había sido su enorme soberbia, y así, los presentes vieron rodar su cabeza.

El Santo Oficio ordenó que su casa fuera derruida, el terreno arado y regado con sal para que la mala hierba no volviera a nacer ahí y con eso se diera por terminado su linaje. En el terreno se colocó un cartel que decía: “Esta es la justicia que manda hacer su majestad, la real audiencia y el tribunal del Santo Oficio de la Nueva España”.

UN HOSPICIO MALDITO

En realidad don Bernardo no había tenido hijos y a su viuda, su ejecución le provocó un aborto, por lo que murió su descendencia. Tiempo después la esposa falleció en la miseria, porque ante los cargos por los que fue ejecutado el don, el Virrey le negó pensión alguna.

El terreno incautado, con los años fue donado a una orden religiosa y se edificó un hospicio donde dicen que por las noches se escuchaba el ruido que provocaba un objeto al caer en la duela y rodar.

Al menos, es lo que juraban las monjas que lo habitaban e incluso, la mayor de ellas aseguraba haber visto caer la cabeza del don rodar y dejar un rastro de sangre, lo que llevó a la superiora a perder la razón, ¡qué horror!

El hospicio fue demolido y se dio la orden de no levantar ninguna construcción en ese lugar que estaba maldito y hoy lo cruza una calle…dicen es leyenda.

· Historia contenida en el libro Leyendas de las Santa Inquisición de Sergio Gaspar

· Relato: Fernando Mario Salazar Aranda, fundador de la página de Facebook “Lo que quieres saber de Puebla”

· Adaptación: Erika Reyes

A finales del siglo XVI algunos de los españoles que habían llegado a la fundación de la ciudad ya se distinguían de los demás por haber acumulado una gran fortuna. No importaba cómo la habían amasado, lo importante era el poder que adquirieron y que mostraban.

Cuenta la leyenda que don Bernardo de Alvear y Fuentes, Conde de La Fragua y Loreto, era un caballero apuesto y arrogante como el que más, y poseía muchas propiedades que obtuvo despojando a los naturales.


Las propiedades le redituaban cada mes grandes dividendos que acumulaba en ducados de oro y por eso era temido por los políticos de la época. También se había rodeado de enemigos por insolente, altanero, prepotente y por tratar mal al prójimo.

En una ocasión don Bernardo caminaba distraído por la Plaza Mayor y sin darse cuenta arrolló a don Lucas Aldama y Rivas, de inmediato se hizo presente la prepotencia del hombre quien lo aventó, lo quito de su camino y empezó a proferir insultos contra él. En ese instante nació antipatía entre los dos y juraron hacerse la vida imposible

“¿Quién es ese petulante?”, pregunto don Lucas a su escudero, quien le contó santo y seña del individuo y su entorno.

Don Lucas Aldama y Rivas era visitador de su majestad, un hombre de gran influencia con el rey de España, cosa que Alvear y Fuentes desconocía.

MIÉRCOLES DE TINIEBLAS

No pasó mucho tiempo para que ambos se volvieran a encontrar y el momento fue decisivo. Todo sucedió el miércoles de tinieblas, así se conocía ese día de la Semana Santa.

Cuando ambos caminaban hacia la Catedral, al verse, provocaron un atropello e ipso facto, don Lucas Aldama y Rivas arrojó su guante delante de todos los presentes para retarlo a duelo; como buen caballero, don Bernardo de Alvear y Fuentes, recogió el guante y así quedó acordado el duelo.

Justo a la media noche, llegaron los duelistas al Paseo de San Francisco donde había sido acordado el duelo. Ambos diestros en el manejo de las armas se miraron frente a frente, sin mediar palabra desenfundaron sus espadas y empezó el duelo.

Entre chasquidos que flotaban en el aire provocados por el contacto de las espadas que fulguraban en la noche con la escasa luz de los faroles, los padrinos presenciaron el duelo a muerte.

De repente y para su infortunio, don Lucas Aldama y Rivas, fue herido de muerte.



La espada de Alvear y Fuentes, lo atravesó por un costado y cayó hincado, lentamente, permaneció algunos segundos en esa posición, mientras, a lo lejos se oía el sonido de los cascos de los caballos de la guardia de la Santa Inquisición que llegaban a todo galope porque fueron avisados del evento sacrílego, que se había realizado en los días santos.

En ese instante don Bernardo sacó su daga de misericordia y remató a don Lucas, quien cayó boca abajo dejando un río de sangre.

Los padrinos se habían perdido en la oscuridad de la noche, don Bernardo corrió hacia su caballo y huyó, pero no llegó muy lejos porque los guardias de la Santa Inquisición lo alcanzaron y fue apresado para ser llevado a un juicio ante el Santo Oficio.

PROCLAMA DE LA SANTA INQUISICIÓN

Los padrinos también fueron apresados y bajo tortura se les arrancó una confesión en la que afirmaron que don Lucas no había fallecido en un duelo a muerte, sino que había sido asesinado por don Bernardo Alvear y Fuentes, quien tenía intenciones políticas contra el Virrey de la Nueva España.

Bajo esos cargos, el acusado sería decapitado públicamente al ser sentenciado a muerte.

El día de su ejecución era domingo de Resurrección y don Bernardo se confesó con el sacerdote que lo asistió rezando los salmos penitenciales.


Encadenado de pies y manos, el acusado fue sacado al escarnio público y subido al tablado que se había tendido para tal ocasión. La gente lo veía con lástima, comentaba que más que sacrílego, su pecado había sido su enorme soberbia, y así, los presentes vieron rodar su cabeza.

El Santo Oficio ordenó que su casa fuera derruida, el terreno arado y regado con sal para que la mala hierba no volviera a nacer ahí y con eso se diera por terminado su linaje. En el terreno se colocó un cartel que decía: “Esta es la justicia que manda hacer su majestad, la real audiencia y el tribunal del Santo Oficio de la Nueva España”.

UN HOSPICIO MALDITO

En realidad don Bernardo no había tenido hijos y a su viuda, su ejecución le provocó un aborto, por lo que murió su descendencia. Tiempo después la esposa falleció en la miseria, porque ante los cargos por los que fue ejecutado el don, el Virrey le negó pensión alguna.

El terreno incautado, con los años fue donado a una orden religiosa y se edificó un hospicio donde dicen que por las noches se escuchaba el ruido que provocaba un objeto al caer en la duela y rodar.

Al menos, es lo que juraban las monjas que lo habitaban e incluso, la mayor de ellas aseguraba haber visto caer la cabeza del don rodar y dejar un rastro de sangre, lo que llevó a la superiora a perder la razón, ¡qué horror!

El hospicio fue demolido y se dio la orden de no levantar ninguna construcción en ese lugar que estaba maldito y hoy lo cruza una calle…dicen es leyenda.

· Historia contenida en el libro Leyendas de las Santa Inquisición de Sergio Gaspar

· Relato: Fernando Mario Salazar Aranda, fundador de la página de Facebook “Lo que quieres saber de Puebla”

· Adaptación: Erika Reyes

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