/ sábado 4 de marzo de 2023

Vecindades, de conventos a viviendas populares | Los tiempos idos

Las vecindades tuvieron su origen en el centro histórico de la ciudad y se volvieron parte de la cultura popular mexicana

Antes de que llegaran los vecinos, las vecindades fueron conventos o casas coloniales que las órdenes religiosas fraccionaban para vender o alquilar y así subsistir.

Las vecindades tuvieron su origen en el centro histórico de la ciudad y se volvieron parte de la cultura mexicana, especialmente para aquellos que nacieron y vivieron en ellas, porque las personas que ahí habitaban no solo compartían su espacio de residencia, también los lugares de aseo , juego y recreación, así como los chismes y los festejos.


Grandes zaguanes, amplios patios de convivencia con lavaderos y tendederos formaron parte de estos inmuebles que con los años fueron destruidos para construir grandes edificios o, en el mejor de los casos, que fueron recuperados para establecer hoteles boutique.

Convivencia en la vecindad de la 3 oriente 611. Año 1968 | Foto: Cortesía Eduardo Fernández Huesca

Época colonial, el origen

Las vecindades nacieron en el centro histórico de la ciudad cuando se adaptaron o abandonaron las casas virreinales y conventos construidos a partir del siglo XVI, cuando se fundó la ciudad.

Estos inmuebles tienen un diseño arquitectónico muy similar. Poseían fachadas y portones robustos que daban acceso al centro de la construcción donde había un gran patio central con una fuente y las habitaciones alrededor, lo que se prestó muy bien para que se adaptaran como viviendas.

El investigador David Ramírez Huitrón, fundador de la página de Facebook Puebla Antigua, refiere que cuando una persona entraba a un convento para ordenarse como religioso, su familia aportaba una dote a la congregación. Los religiosos recibían efectivo o inmuebles. Pero cuando el número de hombres y mujeres interesados en ordenarse como religiosos disminuyó tuvieron que realizar acciones para sobrevivir.

“Lo que las monjas hacían para subsistir era fraccionar los inmuebles que poseían para venderlos o alquilarlos a particulares. Por ejemplo, las monjas teresianas, las clarisas y las catarinas destinaron una sección de su convento para construir viviendas y alquilarlas. De esta forma las corporaciones religiosas llegaron a poseer el 35 por ciento o 40 por ciento del mercado inmobiliario.

El área que rentaban las monjas en el convento de Santa Rosa. año 1945 | Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Las casas y sus patios

Fraccionar los inmuebles para alquilarlos no solamente se dio dentro del seno de las corporaciones religiosas. Entre el siglo XVII y XIX llegó a registrarse en menor grado en las cofradías y en los gremios productivos de la ciudad.

“Por ejemplo, el maestro locero tenía una gran casa donde vivía y tenía su taller. Sus aprendices le rentaban una pieza (habitación) y vivían ahí con su familia. Cuando estos aprendieron el oficio se iban y compraban una casa donde ponían su propio taller y hacían lo mismo”, señala.


Puebla siempre fue una ciudad ordenada, desde su traza. Las casas habitación estaban bien delimitadas y por zonas.

La ciudad se repartió de una forma muy geométrica, cada manzana tiene ocho solares y en cada solar solo caben dos patios, dice el investigador, y agrega que la tipología normal de una casa colonial es con un patio principal y patio de servicio, a lo mucho había tres. Es mentira que aquí haya vecindades de cinco patios.

La distribución urbana se dio por sectores y de forma periférica hacia al centro de la ciudad. Por ejemplo, la calle Mercaderes (2 norte) era para comercios y los comerciantes vivían ahí, la zona de mesones y sus mesoneros, la zona de loza y loceros, etcétera.

Las vecindades surgieron como espacios donde cohabitaban varias familias, que no estaban emparentadas entre sí. Incluso, en algunos casos, los propietarios de la casa vivían en la parte de arriba y rentaban los cuartos y accesorias de la parte de abajo.

Al ser construcciones coloniales, las recámaras tenían techos altos donde en cierto momento se agregaron tapancos a entrepisos. Su tamaño le permitía, al que lo habitaba, solo dormir ahí por lo que la mayoría de sus actividades las realizaba en la calle.

“El fenómeno de los entrepisos fue una solución arquitectónica que se desarrolló para aprovechar el espacio que había entre un piso y otro. Eran cuartitos donde vivía la gente como si fueran ratoncitos", detalla.

Las fuentes que decoraban los patios se convirtieron en la toma de agua principal y ahí se construyeron los lavaderos que era zona compartida junto con los sanitarios.

Una vecindad en estado deplorable, nótese el taller de imprenta. A la derecha, aspecto del interior de una vivienda | Foto: Cortesía Libro Vecindades de Puebla de Rodolfo Pacheco Pulido, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal

La transformación social

El concepto de vecindades que conocemos en la actualidad surgió como parte de las transformaciones sociales de comienzos del siglo XIX.

En busca de trabajo para mejor su calidad de vida, pobladores de las zonas rurales y extranjeros comenzaron a migrar a las grandes ciudades como Puebla. Esto provocó el crecimiento demográfico y, en consecuencia, a la demanda de vivienda.


Debido a las leyes de desamortización y nacionalización de bienes eclesiásticos (1856), durante la segunda mitad del siglo XIX aumentó el número de vecindades porque las propiedades que habían pertenecido a la iglesia católica desde el virreinato pasaron a ser propiedad federal, incluidos los templos y los conventos.

“Pero la iglesia lanzó su venganza. El obispo dijo que quien comprara esos bienes se iba a ir al infierno, porque se lo habían quitado a la mala. Ningún buen cristiano quería comprar lo que les habían arrebatado a las monjas, solamente los liberales, y compraban a precio de ganga”, asegura.

El investigador narra que la desamortización fue el gran negocio para los liberales que sí aprovecharon y compraron propiedades de la iglesia. El general José María González de Mendoza se quedó con el convento de Santa Catarina. Lo fraccionó a su gusto, una parte se la regaló a los metodistas y la otra la obtuvo para su casa. Rosendo Márquez se quedó con varias casas y conventos. Cuando se retiraron de la vida militar se dedicaron a administrar sus viviendas. Al morir, las viudas o deudos mal administraron y no les daban el mantenimiento necesario.

Debido a los conflictos bélicos originados en Puebla durante la segunda mitad del siglo XIX gran parte de las construcciones quedaron dañadas y muchas viviendas destruidas.

“Durante el Sitio de Puebla (1863) más o menos el 30 por ciento de la superficie habitable de la ciudad quedó dañada, muchas familias tuvieron que buscarse una nueva casa. Lo que antiguamente habían sido casas unifamiliares, de repente recibieron a cinco familias”, enfatiza.

Las familias se empezaron a hacinar y también a padecer la falta de mantenimiento, porque los inmuebles ahora pertenecían a particulares y no a los religiosos quienes se encargaban de tenerlos en buenas condiciones.

“Conventos como La Concepción, Santa Rosa, San Roque y Santa Catarina se y transformaron en vecindades de lo más variopinto. En muchos casos los patios se convirtieron en cajones de vecindad, solo estaba el área de lavado y todo lo demás eran cuartos, cuartos, cuartos”, dice.

La gente nacía y moría en las vecindades, e incluso formaban familias entre los mismos inquilinos por la convivencia diaria | Foto: Cortesía Colección PA

Vivienda popular a gran escala

Con la pujanza del porifiriato llegaron nuevos comerciantes extranjeros a la ciudad, que compraron casas antiguas y las reconstruyeron, algunos para vivienda propia y otros para arrendarlas. Así se reconstruyeron varias vecindades.

Las vecindades se caracterizaron por ser lugares donde vivía la gente de escasos recursos. Espacios comunitarios en donde se compartían áreas como el baño y el patio, en torno al cual se desarrollaba la vida familiar y social de los vecinos, porque era el lugar de convivencia y esparcimiento. Aquí también estaban los lavaderos, donde se reunían las señoras y se contaban todo lo que acontecía en aquel inmueble.

Cada pieza albergaba a familias con un gran número de integrantes; además se pagaba renta por los cuartos y tenían una portera, que además de chismosa, era la persona encargada del inmueble, la que recolectaba el pago de la renta, barría el patio y tenía contacto directo con el dueño.

“De forma ordenada, digámoslo así, el mercado inmobiliario se mantuvo hasta la Revolución. A partir de aquí volvió a surgir otro rompimiento porque la burguesía dejó de administrar de forma consistente sus propiedades y se comenzaron a deteriorar”, expone Ramírez Huitrón.

En 1942 se promulgó la Ley de Congelamiento de Rentas, que ordenaba que los caseros o dueños de las vecindades no incrementaran el monto de las rentas. Entonces, los propietarios dejaban que los inmuebles sufrieran daños superficiales y hasta estructurales.

“Creció la población y la oferta no se renovó. Los propietarios de las casas dejaron de invertir en el mejoramiento de sus propiedades. Preferían que el inmueble se cayera de viejo antes de darle mantenimiento y lidiar con los inquilinos, porque cuando estos sabían que iban a ser desalojados, se amparaban y no podían hacer nada. Eso afectó el mercado inmobiliario en Puebla y propició que muchas familias de escasos recursos se siguieran hacinando en las vecindades”, detalla.

Los lavaderos era una zona compartida en la que las amas de casa se ponían al tanto de todo lo que pasaba en la vecindad | Foto: Cortesía Libro Vecindades de Puebla de Rodolfo Pacheco Pulido, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal

Así, las vecindades se volvieron parte de la cultura mexicana, especialmente para aquellos que nacieron y vivieron en ellas. Porque la gente nacía y moría en ellas, e incluso formaban familias entre los mismos inquilinos. De esta manera se creó un mayor arraigo y pertenencia entre estas personas que compartían, no solo su espacio de residencia, también los lugares de juego y recreación, así como los chismes y los festejos.

“Había gente con diferentes oficios, sastres, obreros, costureras o la que lavaba ajeno, cada quien haciendo su lucha. Lo que englobaba la vida en común era sobre todas las tradiciones de Semana Santa, Día de Muertos o Navidad. Muchos recuerdan con cariño las posadas, entre todos se cooperaban y se organizaban”, relata.

La mayoría de vecindades fueron demolidas para construir grandes edificios, algunos de oficinas y otros de departamentos, tipo multifamiliares, que también fueron construidos para sectores de bajos recursos.

“A finales de los años treinta (siglo XX) se comenzó a derribar las viejas casas coloniales para convertirlas en edificios de departamentos. El primer caso fue el convento de San Gerónimo que, en 1936, se derribó para construir el Edificio María, ubicado en la 5 oriente y 2 sur. Fue el primer edificio de departamentos en Puebla”, concluye el entrevistado.

A partir de la declaratoria de Puebla como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1987, estas construcciones desaparecieron y las que quedan están prácticamente destruidas, en un estado deplorable, y algunas ya no están habitadas. En el mejor de los casos han sido recuperadas para establecer restaurantes y/o hoteles boutique.

A finales del siglo XIX, las familias se desarrollaron a hacinar en las vecindades y también a sufrir la falta de mantenimiento | Foto: Cortesía Libro Vecindades de Puebla de Rodolfo Pacheco Pulido, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal


Antes de que llegaran los vecinos, las vecindades fueron conventos o casas coloniales que las órdenes religiosas fraccionaban para vender o alquilar y así subsistir.

Las vecindades tuvieron su origen en el centro histórico de la ciudad y se volvieron parte de la cultura mexicana, especialmente para aquellos que nacieron y vivieron en ellas, porque las personas que ahí habitaban no solo compartían su espacio de residencia, también los lugares de aseo , juego y recreación, así como los chismes y los festejos.


Grandes zaguanes, amplios patios de convivencia con lavaderos y tendederos formaron parte de estos inmuebles que con los años fueron destruidos para construir grandes edificios o, en el mejor de los casos, que fueron recuperados para establecer hoteles boutique.

Convivencia en la vecindad de la 3 oriente 611. Año 1968 | Foto: Cortesía Eduardo Fernández Huesca

Época colonial, el origen

Las vecindades nacieron en el centro histórico de la ciudad cuando se adaptaron o abandonaron las casas virreinales y conventos construidos a partir del siglo XVI, cuando se fundó la ciudad.

Estos inmuebles tienen un diseño arquitectónico muy similar. Poseían fachadas y portones robustos que daban acceso al centro de la construcción donde había un gran patio central con una fuente y las habitaciones alrededor, lo que se prestó muy bien para que se adaptaran como viviendas.

El investigador David Ramírez Huitrón, fundador de la página de Facebook Puebla Antigua, refiere que cuando una persona entraba a un convento para ordenarse como religioso, su familia aportaba una dote a la congregación. Los religiosos recibían efectivo o inmuebles. Pero cuando el número de hombres y mujeres interesados en ordenarse como religiosos disminuyó tuvieron que realizar acciones para sobrevivir.

“Lo que las monjas hacían para subsistir era fraccionar los inmuebles que poseían para venderlos o alquilarlos a particulares. Por ejemplo, las monjas teresianas, las clarisas y las catarinas destinaron una sección de su convento para construir viviendas y alquilarlas. De esta forma las corporaciones religiosas llegaron a poseer el 35 por ciento o 40 por ciento del mercado inmobiliario.

El área que rentaban las monjas en el convento de Santa Rosa. año 1945 | Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Las casas y sus patios

Fraccionar los inmuebles para alquilarlos no solamente se dio dentro del seno de las corporaciones religiosas. Entre el siglo XVII y XIX llegó a registrarse en menor grado en las cofradías y en los gremios productivos de la ciudad.

“Por ejemplo, el maestro locero tenía una gran casa donde vivía y tenía su taller. Sus aprendices le rentaban una pieza (habitación) y vivían ahí con su familia. Cuando estos aprendieron el oficio se iban y compraban una casa donde ponían su propio taller y hacían lo mismo”, señala.


Puebla siempre fue una ciudad ordenada, desde su traza. Las casas habitación estaban bien delimitadas y por zonas.

La ciudad se repartió de una forma muy geométrica, cada manzana tiene ocho solares y en cada solar solo caben dos patios, dice el investigador, y agrega que la tipología normal de una casa colonial es con un patio principal y patio de servicio, a lo mucho había tres. Es mentira que aquí haya vecindades de cinco patios.

La distribución urbana se dio por sectores y de forma periférica hacia al centro de la ciudad. Por ejemplo, la calle Mercaderes (2 norte) era para comercios y los comerciantes vivían ahí, la zona de mesones y sus mesoneros, la zona de loza y loceros, etcétera.

Las vecindades surgieron como espacios donde cohabitaban varias familias, que no estaban emparentadas entre sí. Incluso, en algunos casos, los propietarios de la casa vivían en la parte de arriba y rentaban los cuartos y accesorias de la parte de abajo.

Al ser construcciones coloniales, las recámaras tenían techos altos donde en cierto momento se agregaron tapancos a entrepisos. Su tamaño le permitía, al que lo habitaba, solo dormir ahí por lo que la mayoría de sus actividades las realizaba en la calle.

“El fenómeno de los entrepisos fue una solución arquitectónica que se desarrolló para aprovechar el espacio que había entre un piso y otro. Eran cuartitos donde vivía la gente como si fueran ratoncitos", detalla.

Las fuentes que decoraban los patios se convirtieron en la toma de agua principal y ahí se construyeron los lavaderos que era zona compartida junto con los sanitarios.

Una vecindad en estado deplorable, nótese el taller de imprenta. A la derecha, aspecto del interior de una vivienda | Foto: Cortesía Libro Vecindades de Puebla de Rodolfo Pacheco Pulido, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal

La transformación social

El concepto de vecindades que conocemos en la actualidad surgió como parte de las transformaciones sociales de comienzos del siglo XIX.

En busca de trabajo para mejor su calidad de vida, pobladores de las zonas rurales y extranjeros comenzaron a migrar a las grandes ciudades como Puebla. Esto provocó el crecimiento demográfico y, en consecuencia, a la demanda de vivienda.


Debido a las leyes de desamortización y nacionalización de bienes eclesiásticos (1856), durante la segunda mitad del siglo XIX aumentó el número de vecindades porque las propiedades que habían pertenecido a la iglesia católica desde el virreinato pasaron a ser propiedad federal, incluidos los templos y los conventos.

“Pero la iglesia lanzó su venganza. El obispo dijo que quien comprara esos bienes se iba a ir al infierno, porque se lo habían quitado a la mala. Ningún buen cristiano quería comprar lo que les habían arrebatado a las monjas, solamente los liberales, y compraban a precio de ganga”, asegura.

El investigador narra que la desamortización fue el gran negocio para los liberales que sí aprovecharon y compraron propiedades de la iglesia. El general José María González de Mendoza se quedó con el convento de Santa Catarina. Lo fraccionó a su gusto, una parte se la regaló a los metodistas y la otra la obtuvo para su casa. Rosendo Márquez se quedó con varias casas y conventos. Cuando se retiraron de la vida militar se dedicaron a administrar sus viviendas. Al morir, las viudas o deudos mal administraron y no les daban el mantenimiento necesario.

Debido a los conflictos bélicos originados en Puebla durante la segunda mitad del siglo XIX gran parte de las construcciones quedaron dañadas y muchas viviendas destruidas.

“Durante el Sitio de Puebla (1863) más o menos el 30 por ciento de la superficie habitable de la ciudad quedó dañada, muchas familias tuvieron que buscarse una nueva casa. Lo que antiguamente habían sido casas unifamiliares, de repente recibieron a cinco familias”, enfatiza.

Las familias se empezaron a hacinar y también a padecer la falta de mantenimiento, porque los inmuebles ahora pertenecían a particulares y no a los religiosos quienes se encargaban de tenerlos en buenas condiciones.

“Conventos como La Concepción, Santa Rosa, San Roque y Santa Catarina se y transformaron en vecindades de lo más variopinto. En muchos casos los patios se convirtieron en cajones de vecindad, solo estaba el área de lavado y todo lo demás eran cuartos, cuartos, cuartos”, dice.

La gente nacía y moría en las vecindades, e incluso formaban familias entre los mismos inquilinos por la convivencia diaria | Foto: Cortesía Colección PA

Vivienda popular a gran escala

Con la pujanza del porifiriato llegaron nuevos comerciantes extranjeros a la ciudad, que compraron casas antiguas y las reconstruyeron, algunos para vivienda propia y otros para arrendarlas. Así se reconstruyeron varias vecindades.

Las vecindades se caracterizaron por ser lugares donde vivía la gente de escasos recursos. Espacios comunitarios en donde se compartían áreas como el baño y el patio, en torno al cual se desarrollaba la vida familiar y social de los vecinos, porque era el lugar de convivencia y esparcimiento. Aquí también estaban los lavaderos, donde se reunían las señoras y se contaban todo lo que acontecía en aquel inmueble.

Cada pieza albergaba a familias con un gran número de integrantes; además se pagaba renta por los cuartos y tenían una portera, que además de chismosa, era la persona encargada del inmueble, la que recolectaba el pago de la renta, barría el patio y tenía contacto directo con el dueño.

“De forma ordenada, digámoslo así, el mercado inmobiliario se mantuvo hasta la Revolución. A partir de aquí volvió a surgir otro rompimiento porque la burguesía dejó de administrar de forma consistente sus propiedades y se comenzaron a deteriorar”, expone Ramírez Huitrón.

En 1942 se promulgó la Ley de Congelamiento de Rentas, que ordenaba que los caseros o dueños de las vecindades no incrementaran el monto de las rentas. Entonces, los propietarios dejaban que los inmuebles sufrieran daños superficiales y hasta estructurales.

“Creció la población y la oferta no se renovó. Los propietarios de las casas dejaron de invertir en el mejoramiento de sus propiedades. Preferían que el inmueble se cayera de viejo antes de darle mantenimiento y lidiar con los inquilinos, porque cuando estos sabían que iban a ser desalojados, se amparaban y no podían hacer nada. Eso afectó el mercado inmobiliario en Puebla y propició que muchas familias de escasos recursos se siguieran hacinando en las vecindades”, detalla.

Los lavaderos era una zona compartida en la que las amas de casa se ponían al tanto de todo lo que pasaba en la vecindad | Foto: Cortesía Libro Vecindades de Puebla de Rodolfo Pacheco Pulido, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal

Así, las vecindades se volvieron parte de la cultura mexicana, especialmente para aquellos que nacieron y vivieron en ellas. Porque la gente nacía y moría en ellas, e incluso formaban familias entre los mismos inquilinos. De esta manera se creó un mayor arraigo y pertenencia entre estas personas que compartían, no solo su espacio de residencia, también los lugares de juego y recreación, así como los chismes y los festejos.

“Había gente con diferentes oficios, sastres, obreros, costureras o la que lavaba ajeno, cada quien haciendo su lucha. Lo que englobaba la vida en común era sobre todas las tradiciones de Semana Santa, Día de Muertos o Navidad. Muchos recuerdan con cariño las posadas, entre todos se cooperaban y se organizaban”, relata.

La mayoría de vecindades fueron demolidas para construir grandes edificios, algunos de oficinas y otros de departamentos, tipo multifamiliares, que también fueron construidos para sectores de bajos recursos.

“A finales de los años treinta (siglo XX) se comenzó a derribar las viejas casas coloniales para convertirlas en edificios de departamentos. El primer caso fue el convento de San Gerónimo que, en 1936, se derribó para construir el Edificio María, ubicado en la 5 oriente y 2 sur. Fue el primer edificio de departamentos en Puebla”, concluye el entrevistado.

A partir de la declaratoria de Puebla como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en 1987, estas construcciones desaparecieron y las que quedan están prácticamente destruidas, en un estado deplorable, y algunas ya no están habitadas. En el mejor de los casos han sido recuperadas para establecer restaurantes y/o hoteles boutique.

A finales del siglo XIX, las familias se desarrollaron a hacinar en las vecindades y también a sufrir la falta de mantenimiento | Foto: Cortesía Libro Vecindades de Puebla de Rodolfo Pacheco Pulido, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal


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