En el cementerio de Atlixco aún puede respirarse el dolor, enojo y frustración de la familia que se dejó ver durante el sepelio de la pequeña Kimberly, asesinada con violencia física y presuntamente sexual por su padrastro y con el posible consentimiento de la madre.
La tumba de la menor de edad quedó ubicada en uno de los extremos de ese cuadrado sitio de la colonia Chapulapa. Horas antes, apenas 15 personas, entre ellos el padre biológico, llevaron el ataúd blanco hasta ese final. Donde hoy solo quedan girasoles, nubes y margaritas blancas. No hay veladoras. Los pies de Kimberly tocan uno de los hombros, en sentido figurado, de Fátima, una menor que murió en el sismo del 2017.
A pesar del silencio y del viento, brincó la demanda pública al Gobierno Estatal y a la Fiscalía General del Estado (FGE) hecha por el papá de la niña, quien tras el acto fúnebre realizado este lunes dijo a la prensa: “quiero la custodia de Hugo, el otro de mis hijos de 10 años de edad. La madre está detenida y no tengo idea cómo y en dónde terminarán”.
Las autoridades responsables de las investigaciones tienen en sus manos a los presuntos culpables. Mientras llega la justicia, Kimberly no estará sola en el sitio de su descanso eterno.
KIMBERLY DESCANSARÁ JUNTO A FÁTIMA
Fátima y Kimberly están juntas en el panteón local. Muy cerca una de la otra como acompañándose, tras su desgracia. Son dos niñas atlixquences muertas brutalmente por el destino: la primera no aguantó el peso de una barda en casa por el temblor de septiembre del 2017. Y la segunda no respiró más por las torturas del padrastro ya preso.
Fátima, de 10 años, tiene en la tumba globos desinflados y polvorientos. Kimberly, de seis años, flores blancas colocadas recientemente. “Si estiran la mano podrían agarrarse y cuidarse mutuamente”, alcanzó a decir un sepulturero mientras camina de regreso entre juguetes de la zona de párvulos.