Gregoria, una mujer indígena atlixquence, es un retrato más de la resistencia de un mundo anclado en comunidades antiguas, aparentemente exterminado por la modernidad y el desinterés de las nuevas generaciones.
Durante 20 años dejó de tejer ayates para la temporada de Todos Santos. Y este martes por la tarde en el patio de su casa, llena de identidad rural, volvió a sentarse para mostrar a las mujeres jóvenes de la familia el camino para recuperar esa práctica en la zona de Atlixco más cercana al Popocátepetl.
“Hoy ya no quieren las muchachas tejer. Es más fácil para ellas comprar un ayate de plástico o sintético. Pero además de no durar mucho, nuestros muertos no sienten el mismo calor de los suyos al ofrecerles ese esfuerzo”, agregó mientras comienza a extender hilos, palos de madera, madejas y logra acomodarse la faja en la cintura.
La mujer de casi 70 años entre castellano y náhuatl explicó parte de su historia y relación con el telar. “Aprendí a los 14 años casi a fuerzas. Tampoco tenía el gusto de hacerlo, pero mi mamá ordenó. Así fue. Hoy no... no es posible obligarlas. Depende de ellas mantener la tradición”, aseguró.
Con el paso del tiempo, dijo, entendió que era parte del destino tejer durante dos días seguidos esos ayates a lo largo de su vida, especialmente en época de muertos. “No eran para venderlos, es para recibir a nuestros muertos con algo especial, con algo hecho a mano y con la alegría de estar de nueva cuenta con nosotros”, alegó.
EL ITACATE
Los ayates de ixtle, este hilo natural de fibras vegetales, tejidos cada vez menos por las manos de mujeres indígenas de San Pedro Benito Juárez son colocados como parte de la ofrenda de muertos. “Y tienen un cometido muy claro: al final de la época, dice la tradición, las almas de nuestra gente de visita tiene la posibilidad de llevarse todo tipo de comida ofrecido en el altar. Y la manera de cargar con ellos es precisamente esa artesanía tejida por la familia”, relató Celeste Martínez, una de las mujeres jóvenes de esa comunidad interesada en el rescate de esa actividad.
Otro de los pasos será convocar a talleres, algunos dirigidos por doña Gregoria, a nuevas generaciones y dejar de adquirirlos de plástico. “No hay como armarlos pieza por pieza como un rompecabezas romántico, propio, nuestro y de identidad”, finalizó.