/ sábado 31 de marzo de 2018

“Perdón y piedad, perdón y clemencia” Son los engrillados de San Jerónimo Caleras

En San Jerónimo Caleras, cientos de personas acudieron a ver cómo los engrillados caminaban por las alfombras de aserrín

Durante las más de dos horas de recorrido, Alejandra León retiraba de las calles de San Jerónimo Caleras cualquier piedrita que pudiera dañar los pies de su hijo, Raúl, quien, con el rostro cubierto, cargó la pesada cruz en la tradicional Procesión de los engrillados.

Cadenas, coronas de espinas y golpes de látigo purgaban los pecados de los alrededor de 60 poblanos, la mayoría mujeres, que marcharon en esta procesión, iniciada hace 15 años. “Las otras dos veces ha salido de engrillado”, recordó sobre su hijo doña Alejandra, sin parar de agacharse a recoger los guijarros. “Es por fe”.

Pocos minutos después de las 10:30 horas la expectación se apropiaba de esta junta auxiliar del municipio de Puebla. Cientos de personas acudieron a ver, con una mezcla de morbo y fervor religioso, cómo los engrillados caminaban, con dificultad, por las alfombras de aserrín que decoraban las calles.

“Perdón y piedad, perdón y clemencia”, canturreaba el público a su paso. Los hombres, con el torso descubierto, dejaban ver las heridas que provocaban en la piel sus propios latigazos. Las mujeres, en cambio, aparecían cubiertas con un manto púrpura, atuendo que no escondía, sin embargo, la sangre brotando de sus pies.

La multitud escoltaba a la Procesión entre miradas de asombro, pero también con exclamaciones y alguna risa. Cada vez que Raúl se detenía frente a uno de los altares situados en plena calle, más empujones y susurros coreaban las tres reverencias. “Le dimos la cruz porque ya no va a estar en Puebla con nosotros, fue como su despedida”, explicó Arantza, una de las coordinadoras del acontecimiento.

Escapularios de la Virgen de Guadalupe, detentes del Corazón de Cristo y retratos de familiares acompañaban a los penitentes en el camino. Ivana Guadalupe, de cuatro años, miraba atentamente cómo su papá, Iván López, arrastraba con dificultad las cadenas de sus pies. “-Participo- por causas personales y por darle gracias a Dios por otro año más de vida, por tener a mi familia conmigo”, contó el joven.

La lenta marcha de los engrillados se topó pronto con la representación de la Pasión de Cristo, también organizada en San Jerónimo Caleras. El sonido de las cadenas arrastrándose por el piso quedó pronto opacado por la ruidosa narración de los últimos momentos de Jesucristo. “¡Jesús ha sido juzgado por Pilato!”, advertía una voz en megáfono.

Durante más de una hora, la Procesión de los engrillados y la representación teatral, a la que acompañaban cuatro imágenes religiosas, convivieron en un ambiente más festivo que solemne. No fue hasta llegar a la parroquia de San Jerónimo Caleras, todavía en obras tras el sismo del 19 de septiembre, cuando los fieles se separaron. Los más curiosos, la mayoría, prefirieron observar cómo los engrillados se arrastraban de rodillas para pasar al templo. “¡Apártense! ¡Es la penitencia de ellos y tenemos que dejarlos entrar!”, exigía a gritos una de las coordinadoras de la Procesión.

Durante las más de dos horas de recorrido, Alejandra León retiraba de las calles de San Jerónimo Caleras cualquier piedrita que pudiera dañar los pies de su hijo, Raúl, quien, con el rostro cubierto, cargó la pesada cruz en la tradicional Procesión de los engrillados.

Cadenas, coronas de espinas y golpes de látigo purgaban los pecados de los alrededor de 60 poblanos, la mayoría mujeres, que marcharon en esta procesión, iniciada hace 15 años. “Las otras dos veces ha salido de engrillado”, recordó sobre su hijo doña Alejandra, sin parar de agacharse a recoger los guijarros. “Es por fe”.

Pocos minutos después de las 10:30 horas la expectación se apropiaba de esta junta auxiliar del municipio de Puebla. Cientos de personas acudieron a ver, con una mezcla de morbo y fervor religioso, cómo los engrillados caminaban, con dificultad, por las alfombras de aserrín que decoraban las calles.

“Perdón y piedad, perdón y clemencia”, canturreaba el público a su paso. Los hombres, con el torso descubierto, dejaban ver las heridas que provocaban en la piel sus propios latigazos. Las mujeres, en cambio, aparecían cubiertas con un manto púrpura, atuendo que no escondía, sin embargo, la sangre brotando de sus pies.

La multitud escoltaba a la Procesión entre miradas de asombro, pero también con exclamaciones y alguna risa. Cada vez que Raúl se detenía frente a uno de los altares situados en plena calle, más empujones y susurros coreaban las tres reverencias. “Le dimos la cruz porque ya no va a estar en Puebla con nosotros, fue como su despedida”, explicó Arantza, una de las coordinadoras del acontecimiento.

Escapularios de la Virgen de Guadalupe, detentes del Corazón de Cristo y retratos de familiares acompañaban a los penitentes en el camino. Ivana Guadalupe, de cuatro años, miraba atentamente cómo su papá, Iván López, arrastraba con dificultad las cadenas de sus pies. “-Participo- por causas personales y por darle gracias a Dios por otro año más de vida, por tener a mi familia conmigo”, contó el joven.

La lenta marcha de los engrillados se topó pronto con la representación de la Pasión de Cristo, también organizada en San Jerónimo Caleras. El sonido de las cadenas arrastrándose por el piso quedó pronto opacado por la ruidosa narración de los últimos momentos de Jesucristo. “¡Jesús ha sido juzgado por Pilato!”, advertía una voz en megáfono.

Durante más de una hora, la Procesión de los engrillados y la representación teatral, a la que acompañaban cuatro imágenes religiosas, convivieron en un ambiente más festivo que solemne. No fue hasta llegar a la parroquia de San Jerónimo Caleras, todavía en obras tras el sismo del 19 de septiembre, cuando los fieles se separaron. Los más curiosos, la mayoría, prefirieron observar cómo los engrillados se arrastraban de rodillas para pasar al templo. “¡Apártense! ¡Es la penitencia de ellos y tenemos que dejarlos entrar!”, exigía a gritos una de las coordinadoras de la Procesión.

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