/ jueves 27 de abril de 2017

Shanti y Matu, la pareja que lo dejó todo para retratar su propia aventura en el mundo

Pocos son los que se atreven a seguir sus sueños. Shanti y Matuson de esos. ¿Qué pasó hoy en el mundo? Realmente no importademasiado para ellos y para la pequeña Zaina, pues viajan a bordode su casa, dispuestos a vivir un día distinto y a preocuparsesolo por el ahora.

Shanti y Matu iniciaron un viaje sin retorno hace 11 años,desde la Patagonia, en Argentina. Su expectativa es llegar aAlaska, sin un objetivo fijo; lo único de lo que tienen certeza esque no quieren volver a la rutina ni al sistema.

Ahora se encuentran en Puebla y durante los siguientes fines desemana compartirán su experiencia con los ciudadanos que quieranacompañarlos. En “El Bicho”, el camión en el que viven y setrasladan, harán parada en la Estrella de Puebla y en el Zócalocapitalino, los próximos 30 de abril y 7 de mayo,respectivamente.

Ambos eran fotógrafos en el país en el que vivían, peroShanti decidió que la rutina la estaba matando y decidió vivirsin horario, sin hacer check in en un trabajo, sin unsueldo y sin echar raíces. En el camino a la aventura, Matu sesumó porque, aunque tenía temor de iniciar de la nada, tambiénquería una vida poco convencional.

¿De qué voy a vivir?, es la pregunta que cualquiera se haríaantes de poner en marcha un motor que no lleva rumbo. Ellos se laplantearon pero decidieron que era más fácil responder esacuestión, que estar en el lecho de muerte y decir: ¿y si lohubiera hecho algún día?

La primera forma de obtener recursos fue la venta de postales yluego comercializaron libros y playeras.

Dentro del viaje, surgió primero la amistad, el compañerismo yel amor. La pareja tuvo a Zaina dos años después de iniciar latravesía, en Ecuador. Ahora ella tiene nueve años y una lucidezque le han dado lecturas diarias y las clases de su madre.

Los 18 países que han visitado estos trotamundos les ha hechomejores personas –según describen- pues lo mismo ha visto eltornasol del mar, la gastronomía, los colores de la selva y lospuntos turísticos, que la pobreza y la crisis en países comoVenezuela.

“El plan es no tener plan”, dice Shanti, quien confiesa queen ocasiones hay desorientación del mes en el que se encuentran.Así lo prefieren. También hay datos histórico-políticos que esmejor no conocer en el momento, sino después, cuando laturbulencia ha pasado.

La pareja ha construido paulatinamente su casa móvil, puesahora tienen celdas solares, sistema de recolección de aguapluvial y hasta un huerto. A decir de ellos, todo ha sidofinanciado con recursos de gente caritativa, además de la venta desu material que editaron en Yucatán.

Él, Rodolfo Miró “Matu”, parece paciente y despreocupado.Ella, Shantal Gorloo “Shanti”, también tiene una expresiónamable y altruista, que le hace adoptar temporalmente a perroscallejeros, que se convierten en turistas de Latinoamérica, puesuna vez rehabilitados son regresados a un hábitat distinto, con laexcepción de Marta, una cachorra que se volvió de la familia.

Los dos adultos tienen 43 años  de edad y saben que podríantranscurrir hasta otros 10 años en llegar a Alaska, pero eso noimporta porque no hay boleto de regreso.

Pocos son los que se atreven a seguir sus sueños. Shanti y Matuson de esos. ¿Qué pasó hoy en el mundo? Realmente no importademasiado para ellos y para la pequeña Zaina, pues viajan a bordode su casa, dispuestos a vivir un día distinto y a preocuparsesolo por el ahora.

Shanti y Matu iniciaron un viaje sin retorno hace 11 años,desde la Patagonia, en Argentina. Su expectativa es llegar aAlaska, sin un objetivo fijo; lo único de lo que tienen certeza esque no quieren volver a la rutina ni al sistema.

Ahora se encuentran en Puebla y durante los siguientes fines desemana compartirán su experiencia con los ciudadanos que quieranacompañarlos. En “El Bicho”, el camión en el que viven y setrasladan, harán parada en la Estrella de Puebla y en el Zócalocapitalino, los próximos 30 de abril y 7 de mayo,respectivamente.

Ambos eran fotógrafos en el país en el que vivían, peroShanti decidió que la rutina la estaba matando y decidió vivirsin horario, sin hacer check in en un trabajo, sin unsueldo y sin echar raíces. En el camino a la aventura, Matu sesumó porque, aunque tenía temor de iniciar de la nada, tambiénquería una vida poco convencional.

¿De qué voy a vivir?, es la pregunta que cualquiera se haríaantes de poner en marcha un motor que no lleva rumbo. Ellos se laplantearon pero decidieron que era más fácil responder esacuestión, que estar en el lecho de muerte y decir: ¿y si lohubiera hecho algún día?

La primera forma de obtener recursos fue la venta de postales yluego comercializaron libros y playeras.

Dentro del viaje, surgió primero la amistad, el compañerismo yel amor. La pareja tuvo a Zaina dos años después de iniciar latravesía, en Ecuador. Ahora ella tiene nueve años y una lucidezque le han dado lecturas diarias y las clases de su madre.

Los 18 países que han visitado estos trotamundos les ha hechomejores personas –según describen- pues lo mismo ha visto eltornasol del mar, la gastronomía, los colores de la selva y lospuntos turísticos, que la pobreza y la crisis en países comoVenezuela.

“El plan es no tener plan”, dice Shanti, quien confiesa queen ocasiones hay desorientación del mes en el que se encuentran.Así lo prefieren. También hay datos histórico-políticos que esmejor no conocer en el momento, sino después, cuando laturbulencia ha pasado.

La pareja ha construido paulatinamente su casa móvil, puesahora tienen celdas solares, sistema de recolección de aguapluvial y hasta un huerto. A decir de ellos, todo ha sidofinanciado con recursos de gente caritativa, además de la venta desu material que editaron en Yucatán.

Él, Rodolfo Miró “Matu”, parece paciente y despreocupado.Ella, Shantal Gorloo “Shanti”, también tiene una expresiónamable y altruista, que le hace adoptar temporalmente a perroscallejeros, que se convierten en turistas de Latinoamérica, puesuna vez rehabilitados son regresados a un hábitat distinto, con laexcepción de Marta, una cachorra que se volvió de la familia.

Los dos adultos tienen 43 años  de edad y saben que podríantranscurrir hasta otros 10 años en llegar a Alaska, pero eso noimporta porque no hay boleto de regreso.

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