/ miércoles 11 de octubre de 2023

Nacer en el agua

Las mujeres migrantes que realizan embarazadas su recorrido hacia EU tienen una mayor posibilidad de no lograr la gestación; sin embargo, son muchos los bebés que nacen en el camino en busca de una mejor vida

Era de madrugada cuando el dolor de las contracciones despertó a Daniela, brincó del suelo donde dormía, en una pequeña casa de campaña improvisada junto a otras en un albergue para migrantes en Tijuana, la antesala a Estados Unidos. La intensidad y la rapidez con que llegaban las punzadas al vientre anunciaban la llegada de Milán, su tercer hijo.

Apenas unas semanas antes, recostada sobre unos carbones dentro del vagón de un tren, donde ella y su familia viajaron por varios días para llegar a la frontera de México con Estados Unidos, pensó en medio de la angustia que, de elegir entre sus hijas y su futuro bebé, las elegiría a ellas.

Jamás pensé que mi bebé fuera a nacer —reconoce mientras se soba su panza de ocho meses, sentada en una banca afuera de Partería y Medicina Ancestrales, una organización civil que atiende a mujeres migrantes en la ciudad fronteriza, en la que sería la última consulta antes de que su hijo llegara al mundo el 29 de julio de 2023.

Ximena Rojas revisa a una mujer embarazada en su consultorio de Partería y Medicina Ancestrales, en Tijuana. / Foto: Alicia Fernández

La joven de 21 años vivía junto a su esposo y sus dos hijas menores de ocho años, en El Salvador, pero decidieron irse en febrero pasado, cuando el presidente Nayib Bukele comenzó una persecución que alcanzó a muchos hombres, incluido su esposo, criminalizados por su aspecto.

Para llegar a Tijuana, Daniela y su familia tuvieron que recorrer tramos en moto, caminar varios kilómetros a la orilla de la carretera y por veredas, a temperaturas de más de 30 grados. Pagaron sobornos y durmieron en la calle o hacinados entre cientos de personas en albergues. Subió al tren conocido como La Bestia, en una estación cerca del basurero de Huehuetoca, en el centro de México y a partir de ahí, anduvieron en motos y camiones hasta que llegaron a la frontera norte de México.

Daniela logró llegar al norte mientras que cerca de 22 mil personas fueron deportadas en los tres meses que le tomó recorrer el país. Ella y Milán son sobrevivientes porque ser madre y extranjera en México aumenta las probabilidades de perder el embarazo o de sufrir muerte materna. El registro de muertes fetales en madres extranjeras aumentó 66.2% en tres años, al pasar de 133 casos en 2020 al de 221 en 2022, según datos de Inegi.

Para esta investigación se solicitaron datos sobre la atención médica a mujeres extranjeras embarazadas en México y otros indicadores de salud reproductiva a las 32 secretarías de salud de los estados del país. Entre los 12 que respondieron, Baja California registró cinco muertes maternas de 2020 a julio de 2023.

Lorena Mena, investigadora y directora del proyecto Continente Movil-Estudios de Migración, asegura que para las mujeres migrantes en condición irregular el acceso a salud reproductiva tiene muchas barreras por falta de información, desconocimiento de sus derechos o porque son discriminadas. Incluso, el personal médico también ignora que es una obligación atenderlas.

“No saben cómo canalizarlas o tienen protocolos inadecuados. Muchas mujeres migrantes que están en albergues prefieren buscar esta atención médica en otros espacios o mediante brigadas médicas, por temor a salir de los albergues porque no tienen recursos para atenderse”, advierte la investigadora.

Ximena Rojas revisa a una mujer embarazada en su consultorio de Partería y Medicina Ancestrales, en Tijuana. / Foto: Alicia Fernández

Ximena Rojas, fundadora y directora de Partería y Medicina Ancestrales, una organización civil que da servicios de salud reproductiva, comenta que mensualmente atienden entre 10 y 15 partos de mujeres migrantes en Tijuana, pero ofrecen consulta de salud reproductiva a más de 200.

La activista advierte que las personas que llegan gestando suelen presentar infecciones urinarias, anemia, estrés y problemas en el crecimiento del producto.

“Mujeres que no están en movilidad y vulnerabilidad tienen menos pérdidas gestacionales”, señala.

Cuando Daniela y su familia llegaron a Ciudad Ixtepec, Oaxaca, tuvieron que dormir hacinados en un albergue, con poca comida ni agua potable. Tenía tres meses de embarazo y sentía que su panza no crecía. Ella se enfermó de diarrea y una infección urinaria.

En uno de los estados más pobres del sur de México, Daniela buscó un centro de salud a través de Google maps y el más cercano que halló estaba a casi una hora de distancia a pie. Cuando llegó, le dijo al personal médico que estaba embarazada y tenía una infección de orina. Le respondieron que necesitaba un estudio de ultrasonido y antibióticos, pero dice que solo le dieron una receta para comprar paracetamol.

Preguntó por el costo del estudio y era de mil 500 pesos, casi 80 dólares.

—Imagínese, nosotros salimos a pedir dinero para la comida y gastar dos días de comida en una ultra... No vale la pena—, dice mientras intenta calmar a su hija más pequeña.

Un letrero indica los servicios de salud sexual y reproductiva que brinda una organización social a personas migrantes en Tijuana. / Foto: Gabriela Martínez

Eran los primeros minutos del 28 de julio cuando las contracciones despertaron a Daniela. Inmediatamente llamó a su partera y le envió un coche y la trasladaron a la casa donde atienden los nacimientos, a unas calles del mar del Pacífico. Durante 24 horas, Daniela fue acompañada con ejercicios de respiración, alimentos y el canto de un grupo de mujeres.

—¿Me cantan?— les dijo. Y le cantaron —Nunca me imaginé que yo pudiera vivir algo así.

Faltaban apenas unas horas para la llegada de Milán, y Daniela estaba parada a la orilla de la cama, a su lado tres doulas le cantaban mientras ella meneaba sus caderas, inhalaba y exhalaba, mientras le ayudaban a mecer sus caderas.

—Bebé va a llegar, todo está bien—, le decían.

Milán llegó cobijado por la noche. Dentro de una pequeña alberca con agua tibia, apenas habían pasado un par de minutos desde que Daniela parió, cuando ya se preguntaba si mujeres como ella, migrantes, también tendrían la suerte de vivir un parto digno.

Daniela, migrante salvadoreña, acaba de dar a luz a Milán, su tercer hijo en Tijuana, asistida por Ximena Rojas, partera y fundadora de Partería y Medicinas Ancestrales. / Foto: Alicia Fernández

Ahora, con su bebé en brazos, piensa que de su travesía solo quedan aquellos recuerdos del miedo que sintió de abortar. En medio de su recorrido tenía que elegir quedarse o continuar, aún con el riesgo de no lograr su embarazo. Y ella eligió.

“Pensé que no iba a llegar… pensé: lo voy a perder y voy a tener que decidir el de adentro o las dos de afuera... Fue bien fuerte pero no teníamos de otra… teníamos que seguir avanzando”. Y avanzaron.

Equipo

Project Manager

Patricia Mercado Sánchez

Edición:

Nadia Sanders

Investigación:

Gabriela Martínez

Fotos y Videos:

Alicia Fernández

Diseño Digital:

Jhasua Razo

Administración:

Sofía Montellano

Era de madrugada cuando el dolor de las contracciones despertó a Daniela, brincó del suelo donde dormía, en una pequeña casa de campaña improvisada junto a otras en un albergue para migrantes en Tijuana, la antesala a Estados Unidos. La intensidad y la rapidez con que llegaban las punzadas al vientre anunciaban la llegada de Milán, su tercer hijo.

Apenas unas semanas antes, recostada sobre unos carbones dentro del vagón de un tren, donde ella y su familia viajaron por varios días para llegar a la frontera de México con Estados Unidos, pensó en medio de la angustia que, de elegir entre sus hijas y su futuro bebé, las elegiría a ellas.

Jamás pensé que mi bebé fuera a nacer —reconoce mientras se soba su panza de ocho meses, sentada en una banca afuera de Partería y Medicina Ancestrales, una organización civil que atiende a mujeres migrantes en la ciudad fronteriza, en la que sería la última consulta antes de que su hijo llegara al mundo el 29 de julio de 2023.

Ximena Rojas revisa a una mujer embarazada en su consultorio de Partería y Medicina Ancestrales, en Tijuana. / Foto: Alicia Fernández

La joven de 21 años vivía junto a su esposo y sus dos hijas menores de ocho años, en El Salvador, pero decidieron irse en febrero pasado, cuando el presidente Nayib Bukele comenzó una persecución que alcanzó a muchos hombres, incluido su esposo, criminalizados por su aspecto.

Para llegar a Tijuana, Daniela y su familia tuvieron que recorrer tramos en moto, caminar varios kilómetros a la orilla de la carretera y por veredas, a temperaturas de más de 30 grados. Pagaron sobornos y durmieron en la calle o hacinados entre cientos de personas en albergues. Subió al tren conocido como La Bestia, en una estación cerca del basurero de Huehuetoca, en el centro de México y a partir de ahí, anduvieron en motos y camiones hasta que llegaron a la frontera norte de México.

Daniela logró llegar al norte mientras que cerca de 22 mil personas fueron deportadas en los tres meses que le tomó recorrer el país. Ella y Milán son sobrevivientes porque ser madre y extranjera en México aumenta las probabilidades de perder el embarazo o de sufrir muerte materna. El registro de muertes fetales en madres extranjeras aumentó 66.2% en tres años, al pasar de 133 casos en 2020 al de 221 en 2022, según datos de Inegi.

Para esta investigación se solicitaron datos sobre la atención médica a mujeres extranjeras embarazadas en México y otros indicadores de salud reproductiva a las 32 secretarías de salud de los estados del país. Entre los 12 que respondieron, Baja California registró cinco muertes maternas de 2020 a julio de 2023.

Lorena Mena, investigadora y directora del proyecto Continente Movil-Estudios de Migración, asegura que para las mujeres migrantes en condición irregular el acceso a salud reproductiva tiene muchas barreras por falta de información, desconocimiento de sus derechos o porque son discriminadas. Incluso, el personal médico también ignora que es una obligación atenderlas.

“No saben cómo canalizarlas o tienen protocolos inadecuados. Muchas mujeres migrantes que están en albergues prefieren buscar esta atención médica en otros espacios o mediante brigadas médicas, por temor a salir de los albergues porque no tienen recursos para atenderse”, advierte la investigadora.

Ximena Rojas revisa a una mujer embarazada en su consultorio de Partería y Medicina Ancestrales, en Tijuana. / Foto: Alicia Fernández

Ximena Rojas, fundadora y directora de Partería y Medicina Ancestrales, una organización civil que da servicios de salud reproductiva, comenta que mensualmente atienden entre 10 y 15 partos de mujeres migrantes en Tijuana, pero ofrecen consulta de salud reproductiva a más de 200.

La activista advierte que las personas que llegan gestando suelen presentar infecciones urinarias, anemia, estrés y problemas en el crecimiento del producto.

“Mujeres que no están en movilidad y vulnerabilidad tienen menos pérdidas gestacionales”, señala.

Cuando Daniela y su familia llegaron a Ciudad Ixtepec, Oaxaca, tuvieron que dormir hacinados en un albergue, con poca comida ni agua potable. Tenía tres meses de embarazo y sentía que su panza no crecía. Ella se enfermó de diarrea y una infección urinaria.

En uno de los estados más pobres del sur de México, Daniela buscó un centro de salud a través de Google maps y el más cercano que halló estaba a casi una hora de distancia a pie. Cuando llegó, le dijo al personal médico que estaba embarazada y tenía una infección de orina. Le respondieron que necesitaba un estudio de ultrasonido y antibióticos, pero dice que solo le dieron una receta para comprar paracetamol.

Preguntó por el costo del estudio y era de mil 500 pesos, casi 80 dólares.

—Imagínese, nosotros salimos a pedir dinero para la comida y gastar dos días de comida en una ultra... No vale la pena—, dice mientras intenta calmar a su hija más pequeña.

Un letrero indica los servicios de salud sexual y reproductiva que brinda una organización social a personas migrantes en Tijuana. / Foto: Gabriela Martínez

Eran los primeros minutos del 28 de julio cuando las contracciones despertaron a Daniela. Inmediatamente llamó a su partera y le envió un coche y la trasladaron a la casa donde atienden los nacimientos, a unas calles del mar del Pacífico. Durante 24 horas, Daniela fue acompañada con ejercicios de respiración, alimentos y el canto de un grupo de mujeres.

—¿Me cantan?— les dijo. Y le cantaron —Nunca me imaginé que yo pudiera vivir algo así.

Faltaban apenas unas horas para la llegada de Milán, y Daniela estaba parada a la orilla de la cama, a su lado tres doulas le cantaban mientras ella meneaba sus caderas, inhalaba y exhalaba, mientras le ayudaban a mecer sus caderas.

—Bebé va a llegar, todo está bien—, le decían.

Milán llegó cobijado por la noche. Dentro de una pequeña alberca con agua tibia, apenas habían pasado un par de minutos desde que Daniela parió, cuando ya se preguntaba si mujeres como ella, migrantes, también tendrían la suerte de vivir un parto digno.

Daniela, migrante salvadoreña, acaba de dar a luz a Milán, su tercer hijo en Tijuana, asistida por Ximena Rojas, partera y fundadora de Partería y Medicinas Ancestrales. / Foto: Alicia Fernández

Ahora, con su bebé en brazos, piensa que de su travesía solo quedan aquellos recuerdos del miedo que sintió de abortar. En medio de su recorrido tenía que elegir quedarse o continuar, aún con el riesgo de no lograr su embarazo. Y ella eligió.

“Pensé que no iba a llegar… pensé: lo voy a perder y voy a tener que decidir el de adentro o las dos de afuera... Fue bien fuerte pero no teníamos de otra… teníamos que seguir avanzando”. Y avanzaron.

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Patricia Mercado Sánchez

Edición:

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Investigación:

Gabriela Martínez

Fotos y Videos:

Alicia Fernández

Diseño Digital:

Jhasua Razo

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