/ miércoles 14 de febrero de 2018

El complicado reto de Luis Banck para el cierre de su administración

Al presidente municipal de Puebla, Luis Banck Serrato, le han tocado tiempos difíciles.

La expectativa generada tras su designación por parte del Congreso del Estado en febrero de 2016 sigue ahí, como un pendiente que los poblanos quieren ver cristalizado en los hechos.

En tiempos de Rafael Moreno Valle gobernador, Banck era considerado al interior del grupo en el poder como un personaje altamente calificado para diseñar y desarrollar políticas públicas de impacto entre los miembros de una comunidad.

De perfil discreto, ajeno a la grilla y alejado de los reflectores mediáticos, el alcalde de Puebla gozaba de la confianza del ex mandatario para hacerse cargo de encomiendas en apariencia imposibles de resolver.

Así, fue traído de la iniciativa privada para revertir los números negativos que el gobierno de Moreno Valle acumulaba en combate a la pobreza.

El gasto de esa administración de cientos y cientos de millones de pesos en obra pública no se reflejaba en mejoras en las condiciones de vida de la población más vulnerable.

Banck aterrizó en la Secretaría de Desarrollo Social y logró lo que el ex gobernador necesitaba para sus propósitos presidenciales, mejorar los números en combate a la pobreza y cubrir con ello un flanco que hasta entonces lucía vulnerable frente a la crítica fundamentada de sus adversarios.

Con esos resultados, Banck reforzó lo que se decía de él y alimentó los planes políticos para el futuro.

Después de pasar por la Secretaría de Infraestructura fue llamado para cubrir la vacante que dejaría José Antonio Gali Fayad en el gobierno municipal de Puebla.

De esa manera se convirtió en alcalde sustituto, el 20 de febrero de 2016.

La estrecha relación con Moreno Valle y el vasto currículum personal le hicieron blanco de amplias expectativas… y por partida doble.

Por un lado, fue anotado en segundo lugar de la lista de aspirantes a la gubernatura para estar disponible en caso de que el proyecto de Martha Érika Alonso no terminara de concretarse.

Por otro, fue visto como el generador de políticas públicas que respondería de manera eficiente a las necesidades y demandas de los habitantes de la capital.

Si lograba esto último, apuntalaría la hegemonía del morenovallismo –ahora morenogalismo—en uno de los puntos electorales del estado más importantes para cualquier partido, la zona metropolitana.

Desde entonces han pasado casi dos años y Banck Serrato ha transitado por un periodo convulso para la ciudad que gobierna.

Las circunstancias políticas lo dejaron fuera del proceso electoral.

No fue candidato a gobernador ni a presidente municipal.

Tampoco contenderá por el senado.

Pero antes de eso, de dar por hecho que su nombre no iría impreso en las boletas electorales, ya había padecido los efectos de una crisis estructural que mantiene a los ciudadanos en permanente ira con sus gobernantes, la inseguridad.

El crecimiento de la delincuencia es un problema que ha pegado fuerte en el estado de ánimo de los habitantes de la ciudad de Puebla.

La impunidad acrecentada por una deficiente aplicación del nuevo sistema de justicia penal ha disparado la comisión de delitos, que, dadas las características naturales de la zona urbana, se advierten más en la capital del estado, donde se concentra la mayor cantidad de gente.

Luis Banck no ha ignorado los hechos.

Consciente de lo que sucede, ha asumido la realidad y actuado en consecuencia.

Como muestra están los ajustes realizados en la Secretaría de Seguridad Pública, en junio de 2017, con el nombramiento de Manuel Alonso, y las acciones emprendidas para combatir el crimen.

Aun así, el camino por recorrer es muy largo e involucra no solo a los otros dos niveles de gobierno, el estado y la federación, sino a los poderes legislativo y, principalmente, judicial.

Le han tocado tiempos difíciles al alcalde.

Por delante tiene ocho meses que se irán como agua.

No obstante, algo más tendrá que hacer para responder a esas expectativas que acompañaron su arribo a palacio municipal.

Sin tiempo suficiente, ni recursos, ni herramientas legales para limpiar las calles de delincuentes, quizá sí pueda cimentar un precedente para facilitarle la tarea –o dejarla menos complicada—a los que vienen.

Eso deseamos todos.


Twitter: @jorgerdzc

Correo: jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx

Al presidente municipal de Puebla, Luis Banck Serrato, le han tocado tiempos difíciles.

La expectativa generada tras su designación por parte del Congreso del Estado en febrero de 2016 sigue ahí, como un pendiente que los poblanos quieren ver cristalizado en los hechos.

En tiempos de Rafael Moreno Valle gobernador, Banck era considerado al interior del grupo en el poder como un personaje altamente calificado para diseñar y desarrollar políticas públicas de impacto entre los miembros de una comunidad.

De perfil discreto, ajeno a la grilla y alejado de los reflectores mediáticos, el alcalde de Puebla gozaba de la confianza del ex mandatario para hacerse cargo de encomiendas en apariencia imposibles de resolver.

Así, fue traído de la iniciativa privada para revertir los números negativos que el gobierno de Moreno Valle acumulaba en combate a la pobreza.

El gasto de esa administración de cientos y cientos de millones de pesos en obra pública no se reflejaba en mejoras en las condiciones de vida de la población más vulnerable.

Banck aterrizó en la Secretaría de Desarrollo Social y logró lo que el ex gobernador necesitaba para sus propósitos presidenciales, mejorar los números en combate a la pobreza y cubrir con ello un flanco que hasta entonces lucía vulnerable frente a la crítica fundamentada de sus adversarios.

Con esos resultados, Banck reforzó lo que se decía de él y alimentó los planes políticos para el futuro.

Después de pasar por la Secretaría de Infraestructura fue llamado para cubrir la vacante que dejaría José Antonio Gali Fayad en el gobierno municipal de Puebla.

De esa manera se convirtió en alcalde sustituto, el 20 de febrero de 2016.

La estrecha relación con Moreno Valle y el vasto currículum personal le hicieron blanco de amplias expectativas… y por partida doble.

Por un lado, fue anotado en segundo lugar de la lista de aspirantes a la gubernatura para estar disponible en caso de que el proyecto de Martha Érika Alonso no terminara de concretarse.

Por otro, fue visto como el generador de políticas públicas que respondería de manera eficiente a las necesidades y demandas de los habitantes de la capital.

Si lograba esto último, apuntalaría la hegemonía del morenovallismo –ahora morenogalismo—en uno de los puntos electorales del estado más importantes para cualquier partido, la zona metropolitana.

Desde entonces han pasado casi dos años y Banck Serrato ha transitado por un periodo convulso para la ciudad que gobierna.

Las circunstancias políticas lo dejaron fuera del proceso electoral.

No fue candidato a gobernador ni a presidente municipal.

Tampoco contenderá por el senado.

Pero antes de eso, de dar por hecho que su nombre no iría impreso en las boletas electorales, ya había padecido los efectos de una crisis estructural que mantiene a los ciudadanos en permanente ira con sus gobernantes, la inseguridad.

El crecimiento de la delincuencia es un problema que ha pegado fuerte en el estado de ánimo de los habitantes de la ciudad de Puebla.

La impunidad acrecentada por una deficiente aplicación del nuevo sistema de justicia penal ha disparado la comisión de delitos, que, dadas las características naturales de la zona urbana, se advierten más en la capital del estado, donde se concentra la mayor cantidad de gente.

Luis Banck no ha ignorado los hechos.

Consciente de lo que sucede, ha asumido la realidad y actuado en consecuencia.

Como muestra están los ajustes realizados en la Secretaría de Seguridad Pública, en junio de 2017, con el nombramiento de Manuel Alonso, y las acciones emprendidas para combatir el crimen.

Aun así, el camino por recorrer es muy largo e involucra no solo a los otros dos niveles de gobierno, el estado y la federación, sino a los poderes legislativo y, principalmente, judicial.

Le han tocado tiempos difíciles al alcalde.

Por delante tiene ocho meses que se irán como agua.

No obstante, algo más tendrá que hacer para responder a esas expectativas que acompañaron su arribo a palacio municipal.

Sin tiempo suficiente, ni recursos, ni herramientas legales para limpiar las calles de delincuentes, quizá sí pueda cimentar un precedente para facilitarle la tarea –o dejarla menos complicada—a los que vienen.

Eso deseamos todos.


Twitter: @jorgerdzc

Correo: jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx