/ jueves 28 de marzo de 2019

El estudio de la mente, pilar de un nuevo humanismo

Es necesario, por lo tanto, es posible

G.A. Borghese


Es sabido, que los acontecimientos más trascendentales sólo pueden ser experimentados, no comunicados. La comunicación se apoya necesariamente en un terreno común. Se puede describir el color violeta a alguien que conoce el rojo y el azul, pero no se puede describir el color rojo a quienes nunca lo han visto. Como tampoco se puede describir, en el mismo supuesto, lo salado, lo arenoso y la luz.

En las experiencias espirituales, existen aspectos sensoriales irreductibles. Esas sensaciones de luminosidad, de conexión, de amor, de atemporalidad se ven complicadas en paradojas que vuelven aún más confuso todo intento de descripción lógica. Quienes pretenden describir estas experiencias, se ven forzados a hacerlo utilizando un lenguaje espacio- temporal. Y así, pueden decir que “sintieron algo que era elevado o profundo, un abismo o una tierra de nadie”; y el tiempo puede parecerles nada o demasiado largo. Así, sus descubrimientos pueden resultarles viejos y nuevos al mismo tiempo, o bien proféticos.

Hoy en día la ciencia nos dice que el cerebro y el comportamiento humano son de una plasticidad increíble. Es cierto que estamos condicionados para sentirnos, por nuestro cerebro reptiliano, miedosos ante el peligro, pero también la amígdala nos da la capacidad de trascendencia en circunstancias extraordinarias.

Así entonces esta plasticidad nos llevaría de la evolución individual a la evolución colectiva. Cuando una persona ha desarrollado una capacidad nueva, la existencia de ésta se hace “de pronto”, evidente a los demás, quienes pueden a su vez desarrollarla. Carl Jung lo estudió en la llamada “sincronicidad”.

Conocer los últimos avances en neurociencia puede ser fascinante y descorazonador. Hasta hace apenas un poco más de un siglo se cuestionaba la visión del filósofo René Descartes, quien separaba cuerpo y mente. En aquel mundo, las enfermedades mentales eran defectos morales y la libertad o la conciencia de nuestra voluntad o la de Dios, pero no de la forma en que se organizaban los sesos dentro del cráneo. La experiencia posterior ha demostrado hasta qué punto somos esclavos de la materia.

Platón quiso organizar una sociedad en la que mandasen los filósofos, basándose en su razón perfecta y en criterios objetivos, pero no sabía cómo funcionaba el cerebro humano. Como explica Jonathan Haidit en “La mente de los justos”, cuando se adopta una postura, en particular una que involucra nuestra moral, son las emociones las que nos empujan a tomar la decisión. Después la razón lo justifica.

Estudiar las enfermedades mentales es una experiencia enriquecedora sobre todo adaptada al esquema de un nuevo Ser Humano. Una herida en el cerebro puede hacer desaparecer a nuestro anterior yo, y un tratamiento médico cambiar algo tan central de nuestra identidad como las preferencias sexuales. Las niñas con hiperplasia suprarrenal congénita están expuestas a un exceso de testosterona durante la gestación y esa experiencia cambia su comportamiento de género posterior. Esto revela que la identidad de género tiene un fundamento biológico.

Eric Kandel, premio Nobel en medicina, nos propone el estudio de la mente como el pilar de un nuevo humanismo, “que combine las ciencias que se ocupan del mundo natural con las humanidades que tratan el significado de la experiencia humana”.

Ese humanismo nos recuerda que nuestra mente surge de la materia pero esa materia puede ser modificada por experiencias que rayan en lo espiritual. El principio del Mentalismo de Hermes Trismegisto, hace miles de años, así lo concebía. “Somos mente y vivimos en un Universo mental”. “Nosotros creamos nuestra realidad”.

Gracias Puebla. Escúchame mañana en mi programa “CONVERSACIONES” en ABC Radio, 12.80 de AM. Y te recuerdo: “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”

Es necesario, por lo tanto, es posible

G.A. Borghese


Es sabido, que los acontecimientos más trascendentales sólo pueden ser experimentados, no comunicados. La comunicación se apoya necesariamente en un terreno común. Se puede describir el color violeta a alguien que conoce el rojo y el azul, pero no se puede describir el color rojo a quienes nunca lo han visto. Como tampoco se puede describir, en el mismo supuesto, lo salado, lo arenoso y la luz.

En las experiencias espirituales, existen aspectos sensoriales irreductibles. Esas sensaciones de luminosidad, de conexión, de amor, de atemporalidad se ven complicadas en paradojas que vuelven aún más confuso todo intento de descripción lógica. Quienes pretenden describir estas experiencias, se ven forzados a hacerlo utilizando un lenguaje espacio- temporal. Y así, pueden decir que “sintieron algo que era elevado o profundo, un abismo o una tierra de nadie”; y el tiempo puede parecerles nada o demasiado largo. Así, sus descubrimientos pueden resultarles viejos y nuevos al mismo tiempo, o bien proféticos.

Hoy en día la ciencia nos dice que el cerebro y el comportamiento humano son de una plasticidad increíble. Es cierto que estamos condicionados para sentirnos, por nuestro cerebro reptiliano, miedosos ante el peligro, pero también la amígdala nos da la capacidad de trascendencia en circunstancias extraordinarias.

Así entonces esta plasticidad nos llevaría de la evolución individual a la evolución colectiva. Cuando una persona ha desarrollado una capacidad nueva, la existencia de ésta se hace “de pronto”, evidente a los demás, quienes pueden a su vez desarrollarla. Carl Jung lo estudió en la llamada “sincronicidad”.

Conocer los últimos avances en neurociencia puede ser fascinante y descorazonador. Hasta hace apenas un poco más de un siglo se cuestionaba la visión del filósofo René Descartes, quien separaba cuerpo y mente. En aquel mundo, las enfermedades mentales eran defectos morales y la libertad o la conciencia de nuestra voluntad o la de Dios, pero no de la forma en que se organizaban los sesos dentro del cráneo. La experiencia posterior ha demostrado hasta qué punto somos esclavos de la materia.

Platón quiso organizar una sociedad en la que mandasen los filósofos, basándose en su razón perfecta y en criterios objetivos, pero no sabía cómo funcionaba el cerebro humano. Como explica Jonathan Haidit en “La mente de los justos”, cuando se adopta una postura, en particular una que involucra nuestra moral, son las emociones las que nos empujan a tomar la decisión. Después la razón lo justifica.

Estudiar las enfermedades mentales es una experiencia enriquecedora sobre todo adaptada al esquema de un nuevo Ser Humano. Una herida en el cerebro puede hacer desaparecer a nuestro anterior yo, y un tratamiento médico cambiar algo tan central de nuestra identidad como las preferencias sexuales. Las niñas con hiperplasia suprarrenal congénita están expuestas a un exceso de testosterona durante la gestación y esa experiencia cambia su comportamiento de género posterior. Esto revela que la identidad de género tiene un fundamento biológico.

Eric Kandel, premio Nobel en medicina, nos propone el estudio de la mente como el pilar de un nuevo humanismo, “que combine las ciencias que se ocupan del mundo natural con las humanidades que tratan el significado de la experiencia humana”.

Ese humanismo nos recuerda que nuestra mente surge de la materia pero esa materia puede ser modificada por experiencias que rayan en lo espiritual. El principio del Mentalismo de Hermes Trismegisto, hace miles de años, así lo concebía. “Somos mente y vivimos en un Universo mental”. “Nosotros creamos nuestra realidad”.

Gracias Puebla. Escúchame mañana en mi programa “CONVERSACIONES” en ABC Radio, 12.80 de AM. Y te recuerdo: “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”