/ domingo 11 de febrero de 2024

El mundo iluminado | En la noche

elmundoiluminado.com

Reír, llorar y dormir son, quizás, las tres acciones humanas que más nos transforman. La primera porque va de la mano con la alegría; la segunda, con la tristeza; mientras que la tercera, con el reposo, pues tanto lo deseable como su contrario cansan. Aunque generalmente nos reímos cuando estamos contentos y lloramos cuando estamos tristes, la risa y el llanto son más semejantes de lo que uno creería, pues cualquiera de estos actos lleva de por medio la liberación de endorfinas, sustancia analgésica que ayuda a aliviar el dolor y a relajar al cuerpo.

Reímos cuando estamos contentos, cuando sentimos seguridad, cuando nos sentimos plenos y realizados de alguna manera. La risa se acompaña del sentido del humor, es decir, que nos reímos cuando algo o alguien nos parece de alguna manera gracioso. Sin embargo, aunque la risa suele manifestarse en individuos que experimentan cierta alegría, no será positiva en todos los contextos, pues así como las buenas personas se ríen cuando comparten momentos agradables, las malas personas se ríen cuando tienen la oportunidad de humillar a los demás. Por ende, toda risa es placentera, pero no siempre es buena.

Lloramos cuando estamos tristes, cuando sentimos inseguridad, cuando nos sentimos con miedo e impotentes de alguna manera. El llanto se acompaña de la frustración, es decir, que lloramos cuando algo o alguien nos lastima, ya sea directa o indirectamente. Sin embargo, aunque el llanto suele manifestarse en individuos que experimentan cierta congoja, no será negativa en todos los contextos, pues así como las personas lloran cuando experimentan momentos desagradables, también lo hacen cuando viven una alegría tan inmensa que los rebasa. Por ende, todo llanto es profundo, pero no siempre es malo.

La risa y el llanto han sido estudiados, durante siglos, desde diferentes perspectivas y aunque algunos han querido ver su manifestación en algunos animales no humanos, lo cierto es que es el homo sapiens el que manifiesta las emociones más complejas, sobre todo la de la risa y la del llanto. Biológicamente la risa y el llanto existen en tanto que al producir endorfinas permiten la supervivencia del individuo; son, en términos laxos, “válvulas de escape” emocionales que nos permiten desahogarnos. Sin embargo, la risa y el llanto, como todo lo humano, parecen ir más allá de la mera función práctica de la naturaleza y por ello es que podemos experimentar cuando reímos y/o lloramos (porque se pueden hacer ambas cosas al mismo tiempo) sensaciones ligadas al placer, a la furia, al delirio, a la rabia y al éxtasis.

Pero reír y llorar cansa, y por ello es que se hace indispensable entregarse a una experiencia distinta para recuperarse: el dormir. Podríamos decir que cuando reímos o lloramos somos nosotros mismos (hasta cierto punto), pero no tenemos la misma certeza cuando nos entregamos a la experiencia del sueño y nos desconectamos, casi totalmente, de la realidad tangible. Cuando reímos y/o lloramos lo hacemos en función de lo que percibimos y pensamos, pero cuando se trata del dormir dejamos de percibir y de pensar conscientemente, pues de otra manera sería imposible que el descanso se manifestara.

Reír y llorar parece que son expresiones propias del ser humano, pero no podemos decir lo mismo del dormir, pues son muchos los animales que duermen, aunque no podríamos decir lo mismo de los que sueñan, los cuales son menos. Sin embargo, los sueños humanos son mucho más complejos que los de cualquier otra especie animal y esto se debe a que nosotros somos los únicos animales poseedores de una realidad simbólica, lo cual le da a los sueños humanos una peculiaridad con respecto al del resto de las especies y ésta es que así como en la realidad tangible podemos reír y llorar, lo mismo puede ocurrir mientras dormimos, y para muestra basta con recordar las ocasiones en las que nos hemos despertado riendo o llorando a causa de un sueño emocionalmente sobrecargado, el cual nos alegraba, nos daba miedo o nos perturbaba.

Resulta útil recordar, a propósito del dormir, lo que Bert Hellinger (inventor de las “constelaciones familiares”) menciona en su obra Mística cotidiana: «¿Cuándo nos sentimos reconfortados? En la noche. Ella nos consuela. Lo mucho y lo confuso del día, también lo amenazante, pasan a un segundo plano. En la noche nos tranquilizamos, reflexionamos mejor y nos cansamos. El sueño nos vence, por encima de todo pone punto final al día. Cuando dormimos, soñamos y estamos en otro lugar. Quizás donde nos sentimos reconfortados, donde sentimos que hemos vuelto a un espacio de confianza. Sentimos que hemos vuelto a casa, al origen. (…) Lloro cuando he sufrido una gran pérdida. Lloro frente a la tumba de un ser querido. Otros también lloran conmigo, porque están conmigo en mi dolor. Y generalmente lloramos por sentir la pérdida de un muerto, sobre todo cuando la muerte llegó súbitamente. Ese llanto cambia algo en nosotros. Nos damos cuenta de lo amenazados que podemos estar, y sobre todo de lo perecederos que somos. Este llanto nos une a otros de una manera profundamente humana.Tenemos que preguntarnos, ¿le llega nuestro llanto a la persona por quien lloramos? ¿Necesita nuestro llanto? También hay lágrimas de alegría. Lloramos de alegría en un reencuentro largamente anhelado, o ante la sorpresa del reencuentro que ya no creíamos posible. También entonces lloramos con amor.»

Simbólicamente, la risa se corresponde con la música; el llanto, con el agua; y el dormir, con la muerte. Pasamos nuestros días entre la música cotidiana y el río del llanto que purifica nuestra interioridad, y al agotarse las energías nos entregamos al dormir para, al amanecer, volver a empezar. De la risa al llanto y de éste al dormir, así hasta expirar en la noche.

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Reír, llorar y dormir son, quizás, las tres acciones humanas que más nos transforman. La primera porque va de la mano con la alegría; la segunda, con la tristeza; mientras que la tercera, con el reposo, pues tanto lo deseable como su contrario cansan. Aunque generalmente nos reímos cuando estamos contentos y lloramos cuando estamos tristes, la risa y el llanto son más semejantes de lo que uno creería, pues cualquiera de estos actos lleva de por medio la liberación de endorfinas, sustancia analgésica que ayuda a aliviar el dolor y a relajar al cuerpo.

Reímos cuando estamos contentos, cuando sentimos seguridad, cuando nos sentimos plenos y realizados de alguna manera. La risa se acompaña del sentido del humor, es decir, que nos reímos cuando algo o alguien nos parece de alguna manera gracioso. Sin embargo, aunque la risa suele manifestarse en individuos que experimentan cierta alegría, no será positiva en todos los contextos, pues así como las buenas personas se ríen cuando comparten momentos agradables, las malas personas se ríen cuando tienen la oportunidad de humillar a los demás. Por ende, toda risa es placentera, pero no siempre es buena.

Lloramos cuando estamos tristes, cuando sentimos inseguridad, cuando nos sentimos con miedo e impotentes de alguna manera. El llanto se acompaña de la frustración, es decir, que lloramos cuando algo o alguien nos lastima, ya sea directa o indirectamente. Sin embargo, aunque el llanto suele manifestarse en individuos que experimentan cierta congoja, no será negativa en todos los contextos, pues así como las personas lloran cuando experimentan momentos desagradables, también lo hacen cuando viven una alegría tan inmensa que los rebasa. Por ende, todo llanto es profundo, pero no siempre es malo.

La risa y el llanto han sido estudiados, durante siglos, desde diferentes perspectivas y aunque algunos han querido ver su manifestación en algunos animales no humanos, lo cierto es que es el homo sapiens el que manifiesta las emociones más complejas, sobre todo la de la risa y la del llanto. Biológicamente la risa y el llanto existen en tanto que al producir endorfinas permiten la supervivencia del individuo; son, en términos laxos, “válvulas de escape” emocionales que nos permiten desahogarnos. Sin embargo, la risa y el llanto, como todo lo humano, parecen ir más allá de la mera función práctica de la naturaleza y por ello es que podemos experimentar cuando reímos y/o lloramos (porque se pueden hacer ambas cosas al mismo tiempo) sensaciones ligadas al placer, a la furia, al delirio, a la rabia y al éxtasis.

Pero reír y llorar cansa, y por ello es que se hace indispensable entregarse a una experiencia distinta para recuperarse: el dormir. Podríamos decir que cuando reímos o lloramos somos nosotros mismos (hasta cierto punto), pero no tenemos la misma certeza cuando nos entregamos a la experiencia del sueño y nos desconectamos, casi totalmente, de la realidad tangible. Cuando reímos y/o lloramos lo hacemos en función de lo que percibimos y pensamos, pero cuando se trata del dormir dejamos de percibir y de pensar conscientemente, pues de otra manera sería imposible que el descanso se manifestara.

Reír y llorar parece que son expresiones propias del ser humano, pero no podemos decir lo mismo del dormir, pues son muchos los animales que duermen, aunque no podríamos decir lo mismo de los que sueñan, los cuales son menos. Sin embargo, los sueños humanos son mucho más complejos que los de cualquier otra especie animal y esto se debe a que nosotros somos los únicos animales poseedores de una realidad simbólica, lo cual le da a los sueños humanos una peculiaridad con respecto al del resto de las especies y ésta es que así como en la realidad tangible podemos reír y llorar, lo mismo puede ocurrir mientras dormimos, y para muestra basta con recordar las ocasiones en las que nos hemos despertado riendo o llorando a causa de un sueño emocionalmente sobrecargado, el cual nos alegraba, nos daba miedo o nos perturbaba.

Resulta útil recordar, a propósito del dormir, lo que Bert Hellinger (inventor de las “constelaciones familiares”) menciona en su obra Mística cotidiana: «¿Cuándo nos sentimos reconfortados? En la noche. Ella nos consuela. Lo mucho y lo confuso del día, también lo amenazante, pasan a un segundo plano. En la noche nos tranquilizamos, reflexionamos mejor y nos cansamos. El sueño nos vence, por encima de todo pone punto final al día. Cuando dormimos, soñamos y estamos en otro lugar. Quizás donde nos sentimos reconfortados, donde sentimos que hemos vuelto a un espacio de confianza. Sentimos que hemos vuelto a casa, al origen. (…) Lloro cuando he sufrido una gran pérdida. Lloro frente a la tumba de un ser querido. Otros también lloran conmigo, porque están conmigo en mi dolor. Y generalmente lloramos por sentir la pérdida de un muerto, sobre todo cuando la muerte llegó súbitamente. Ese llanto cambia algo en nosotros. Nos damos cuenta de lo amenazados que podemos estar, y sobre todo de lo perecederos que somos. Este llanto nos une a otros de una manera profundamente humana.Tenemos que preguntarnos, ¿le llega nuestro llanto a la persona por quien lloramos? ¿Necesita nuestro llanto? También hay lágrimas de alegría. Lloramos de alegría en un reencuentro largamente anhelado, o ante la sorpresa del reencuentro que ya no creíamos posible. También entonces lloramos con amor.»

Simbólicamente, la risa se corresponde con la música; el llanto, con el agua; y el dormir, con la muerte. Pasamos nuestros días entre la música cotidiana y el río del llanto que purifica nuestra interioridad, y al agotarse las energías nos entregamos al dormir para, al amanecer, volver a empezar. De la risa al llanto y de éste al dormir, así hasta expirar en la noche.