/ viernes 13 de agosto de 2021

Lalo Rivera gobernador

La frase que da título a esta columna es tan imperiosa que puede confundirse con un intento tenebroso del reportero por hacer proselitismo mediático a favor del presidente municipal electo de Puebla, Eduardo Rivera Pérez, pero en realidad pretende ilustrar la ligereza de las aseveraciones de algunos observadores y analistas en torno a los acontecimientos del poder, quienes olvidan que en política nada está escrito.

El martes por la noche, inmediatamente después de que trascendiera la decisión del Comité Ejecutivo Nacional del PAN para que sea una mujer la que ocupe la presidencia del partido en Puebla, a partir del proceso de renovación que se avecina, hubo una sentencia casi unánime que dio por descartado a Rivera Pérez de la contienda de gobernador de 2024.

Como la definición del CEN, propiciada por el presidente Marko Cortés Mendoza, parece poner en la antesala de la reelección a Genoveva Huerta Villegas, y como Rivera Pérez es aliado del enemigo interno número uno del dirigente nacional en funciones, Francisco Domínguez, gobernador de Querétaro, el respetable se apresuró a obsequiarle los santos óleos al edil electo.

El suceso pareció enterrar en definitiva las posibilidades de Rivera Pérez para hacerse de la candidatura panista al gobierno del estado, en un tris, nada más porque se le había negado el propósito de tener a Marcos Castro en la presidencia del partido y porque se quedaría en ese lugar su más férrea opositora, la misma que trató de impedir que fuera candidato a presidente municipal en la elección de este año.

Eduardo Rivera no puede darse por muerto incluso con Genoveva Huerta y Marko Cortés reeligiéndose en sus posiciones.

Esas abruptas sentencias que lo miran hoy en la lona, noqueado, han sido igual de disparatadas que las proferidas hace menos de tres mes, cuando, una vez conocido el resultado de la contienda electoral del 6 de junio, el público expectante lo asumió en Casa Aguayo, como sucesor indiscutible de Miguel Barbosa Huerta en el 2024.

Tras el triunfo contundente obtenido sobre Claudia Rivera Vivanco y Morena, Rivera Pérez fue objeto de futurismo y conducido al olimpo por un sector de la opinión pública que se dejó llevar por las pasiones al calor de la victoria.

Casi, casi, ya era “Lalo gobernador”, sin haber siquiera empezado a conducir una administración municipal que será más compleja de lo que muchos piensan.

Tanto una como otra aseveración ha sido errónea.

Aun con Marcos Castro en el Comité Directivo Estatal y Francisco Rodríguez en el CEN, en lugar de Marko Cortés, Rivera Pérez no tendría garantizado nada para el futuro, mucho menos ser candidato a gobernador.

Eso pasa, en sentido contrario, con la eventual victoria de Genoveva Huerta de cara a su pretendida reelección.

No significará el fin de la carrera política del próximo edil, con todo y que le vuelvan a poner obstáculos en el camino como lo hicieron hace unos meses.

En política nada está escrito, como bien deberían saber los poblanos, que en dos años y medio, de febrero de 2017 a agosto de 2019, convivieron con cinco gobernadores y vieron cómo personajes encumbrados desaparecieron por completo, aquí sí literal, de un momento a otro.

Lalo Rivera no puede dar por sentado que será gobernador, como se lee en el encabezado de esta columna, pero tampoco que no lo será.

En el horizonte asoma un largo y sinuoso camino de dos años y medio para conocer el desenlace de sus aspiraciones, como el del resto de los tiradores, tanto en el PAN, donde los habrá, como en Morena.

Twitter: @jorgerdzc

La frase que da título a esta columna es tan imperiosa que puede confundirse con un intento tenebroso del reportero por hacer proselitismo mediático a favor del presidente municipal electo de Puebla, Eduardo Rivera Pérez, pero en realidad pretende ilustrar la ligereza de las aseveraciones de algunos observadores y analistas en torno a los acontecimientos del poder, quienes olvidan que en política nada está escrito.

El martes por la noche, inmediatamente después de que trascendiera la decisión del Comité Ejecutivo Nacional del PAN para que sea una mujer la que ocupe la presidencia del partido en Puebla, a partir del proceso de renovación que se avecina, hubo una sentencia casi unánime que dio por descartado a Rivera Pérez de la contienda de gobernador de 2024.

Como la definición del CEN, propiciada por el presidente Marko Cortés Mendoza, parece poner en la antesala de la reelección a Genoveva Huerta Villegas, y como Rivera Pérez es aliado del enemigo interno número uno del dirigente nacional en funciones, Francisco Domínguez, gobernador de Querétaro, el respetable se apresuró a obsequiarle los santos óleos al edil electo.

El suceso pareció enterrar en definitiva las posibilidades de Rivera Pérez para hacerse de la candidatura panista al gobierno del estado, en un tris, nada más porque se le había negado el propósito de tener a Marcos Castro en la presidencia del partido y porque se quedaría en ese lugar su más férrea opositora, la misma que trató de impedir que fuera candidato a presidente municipal en la elección de este año.

Eduardo Rivera no puede darse por muerto incluso con Genoveva Huerta y Marko Cortés reeligiéndose en sus posiciones.

Esas abruptas sentencias que lo miran hoy en la lona, noqueado, han sido igual de disparatadas que las proferidas hace menos de tres mes, cuando, una vez conocido el resultado de la contienda electoral del 6 de junio, el público expectante lo asumió en Casa Aguayo, como sucesor indiscutible de Miguel Barbosa Huerta en el 2024.

Tras el triunfo contundente obtenido sobre Claudia Rivera Vivanco y Morena, Rivera Pérez fue objeto de futurismo y conducido al olimpo por un sector de la opinión pública que se dejó llevar por las pasiones al calor de la victoria.

Casi, casi, ya era “Lalo gobernador”, sin haber siquiera empezado a conducir una administración municipal que será más compleja de lo que muchos piensan.

Tanto una como otra aseveración ha sido errónea.

Aun con Marcos Castro en el Comité Directivo Estatal y Francisco Rodríguez en el CEN, en lugar de Marko Cortés, Rivera Pérez no tendría garantizado nada para el futuro, mucho menos ser candidato a gobernador.

Eso pasa, en sentido contrario, con la eventual victoria de Genoveva Huerta de cara a su pretendida reelección.

No significará el fin de la carrera política del próximo edil, con todo y que le vuelvan a poner obstáculos en el camino como lo hicieron hace unos meses.

En política nada está escrito, como bien deberían saber los poblanos, que en dos años y medio, de febrero de 2017 a agosto de 2019, convivieron con cinco gobernadores y vieron cómo personajes encumbrados desaparecieron por completo, aquí sí literal, de un momento a otro.

Lalo Rivera no puede dar por sentado que será gobernador, como se lee en el encabezado de esta columna, pero tampoco que no lo será.

En el horizonte asoma un largo y sinuoso camino de dos años y medio para conocer el desenlace de sus aspiraciones, como el del resto de los tiradores, tanto en el PAN, donde los habrá, como en Morena.

Twitter: @jorgerdzc