/ miércoles 15 de enero de 2020

“Manzanilla será el verdadero gobernador”, la frase anónima que sepultó la relación con Barbosa

Fernando Manzanilla Prieto fue una víctima de la percepción, de esa sensación generalizada en el círculo rojo que lo ha puesto en lo más alto de las expectativas y le ha obsequiado poderes casi sobrenaturales cada vez que ha aparecido como secretario de Gobernación de un nuevo mandatario.

Tres veces ocurrió lo mismo: con Rafael Moreno Valle, con Guillermo Pacheco Pulido y con Miguel Barbosa Huerta, con la diferencia de que este último creyó acreditar las historias que le fueron a cuchichear en contra de su colaborador y actuó en consecuencia, forzando su salida a partir de una inusual andanada de descalificaciones propinada por terceros.

Nueve años atrás, en 2011, Manzanilla arribó al gabinete de Moreno Valle con dos incómodas etiquetas: una que decía “vicegobernador” y otra en la que se leía “súper secretario”.

La atmósfera de intelectual y político imperturbable que rodeaba a Manzanilla contrastó con la de Moreno Valle y lo ubicó pronto como el único integrante de esa convulsa administración capaz de establecer acuerdos de cordialidad con sectores y personajes a los que el entonces inquilino de Casa Puebla ignoraba y despreciaba.

La aureola del jefe de gabinete creció principalmente entre los inconformes con el gobierno del mandatario panista, que los tenía tanto afuera como adentro y, quizá sin proponérselo, siguió alimentando esa idea pública que lo quería ver como el elemento prudente y pensante del morenovallismo, a ratos contrapeso de aquel.

A diferencia de Barbosa, Moreno Valle no reaccionó pidiéndole la silla de la Secretaría General de Gobierno a su subordinado.

No se amilanó frente a las intrigas.

Lo mantuvo hasta 2013 y le exigió la secretaría ese año a partir de la confrontación personal que protagonizaron por la candidatura a la presidencia municipal de Puebla, que terminó en manos de José Antonio Gali Fayad.

El último acuerdo que celebraron, ya como cuñados formales, fue que Manzanilla sería candidato a una diputación plurinominal y coordinador de campaña de Gali, para después liderar la bancada panista en el Congreso del Estado.

Dos días antes de los comicios, Moreno Valle confesó a un grupo de periodistas reunidos en Casa Puebla que había enviado a su pariente político a esa campaña para poner orden, reconociéndole así los méritos profesionales que la percepción le daba.

Lo que vino después ya es historia.

Las diferencias se incrementaron, Manzanilla no llegó al Congreso y prácticamente se autoexilió de Puebla.

Ocho años después de ese lejano 2011 se repitió la historia.

En enero de 2019 nuestro personaje retornó a la Secretaría de Gobernación de la mano del recién nombrado mandatario interino, Guillermo Pacheco Pulido.

Antes, en 2018, había ido a los comicios como candidato a diputado federal de la coalición Juntos Haremos Historia y colaborado en la primera campaña del actual gobernador.

De regreso en Gobernación, a donde llegó por acuerdo de Pacheco con Barbosa, quien se preparaba para ir a una segunda contienda electoral, volvió a ocupar el foco de las atenciones.

Esta vez no fue llamado “vicegobernador” ni “súper secretario”.

Las expectativas y los comentarios fueron más allá.

Se decía que Manzanilla era el auténtico mandatario y que lo continuaría siendo una vez que Miguel Barbosa ganara la elección y arribara al poder.

Pacheco Pulido, igual que Moreno Valle, no se amedrentó.

Sabía bien quién mandaba, qué función tendría cada quien en esos cruciales seis meses y pico de gobierno y se puso a trabajar, sin hacer caso a los señalamientos que acusaban la supuesta deslealtad de su colaborador.

Además de cumplir con sus funciones en Gobernación, el ahora ex secretario se desempeñó como enlace operativo de la administración interina con Barbosa y su equipo, para todo lo que hizo falta.

Así le llegó la tercera oportunidad de acompañar a un mandatario en el comienzo de su gestión.

Manzanilla arribó, sin embargo, muy mermado al gobierno de la 4T.

Si bien empezó enero como hombre de todas las confianzas de Barbosa, para agosto las cosas habían cambiado de manera radical.

Después de siete meses al político nacido en Zinacatepec ya le habían contado que el “malvado”, “desleal” y “perverso” secretario de Gobernación afirmaba que él sería el verdadero gobernador a partir de agosto y que, en la más extrema de las elucubraciones, apostaba por su fallecimiento, producto de problemas médicos, para erigirse, formal e institucionalmente, en su sustituto.

Aun así Barbosa lo hizo secretario de Gobernación, pero con evidentes reservas, quitándole primero facultades legales y despidiendo después a sus colaboradores. En pocos días aparecieron nuevas informaciones que “confirmaron” la “deslealtad” del secretario.

Las más fuertes: que preparaba a sus espaldas una intrusión en el PAN para armar una candidatura pluripartidista que lo llevara como abanderado a edil de Puebla en los comicios intermedios de 2021 y que era promotor y único responsable de las “filtraciones” que se hacían a medios incómodos para golpear su administración.

El secretario no corrió ahora con la misma suerte que en el pasado.

A partir de aquí fue blanco de una campaña que lo obligó a dejar el gobierno este martes.

La animadversión de los barbosistas puros acabó sacándolo del tablero y enviándolo de regreso a la cámara de diputados.

Otra vez, a esperar tiempos mejores.

Twitter: @jorgerdzc

jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx

Fernando Manzanilla Prieto fue una víctima de la percepción, de esa sensación generalizada en el círculo rojo que lo ha puesto en lo más alto de las expectativas y le ha obsequiado poderes casi sobrenaturales cada vez que ha aparecido como secretario de Gobernación de un nuevo mandatario.

Tres veces ocurrió lo mismo: con Rafael Moreno Valle, con Guillermo Pacheco Pulido y con Miguel Barbosa Huerta, con la diferencia de que este último creyó acreditar las historias que le fueron a cuchichear en contra de su colaborador y actuó en consecuencia, forzando su salida a partir de una inusual andanada de descalificaciones propinada por terceros.

Nueve años atrás, en 2011, Manzanilla arribó al gabinete de Moreno Valle con dos incómodas etiquetas: una que decía “vicegobernador” y otra en la que se leía “súper secretario”.

La atmósfera de intelectual y político imperturbable que rodeaba a Manzanilla contrastó con la de Moreno Valle y lo ubicó pronto como el único integrante de esa convulsa administración capaz de establecer acuerdos de cordialidad con sectores y personajes a los que el entonces inquilino de Casa Puebla ignoraba y despreciaba.

La aureola del jefe de gabinete creció principalmente entre los inconformes con el gobierno del mandatario panista, que los tenía tanto afuera como adentro y, quizá sin proponérselo, siguió alimentando esa idea pública que lo quería ver como el elemento prudente y pensante del morenovallismo, a ratos contrapeso de aquel.

A diferencia de Barbosa, Moreno Valle no reaccionó pidiéndole la silla de la Secretaría General de Gobierno a su subordinado.

No se amilanó frente a las intrigas.

Lo mantuvo hasta 2013 y le exigió la secretaría ese año a partir de la confrontación personal que protagonizaron por la candidatura a la presidencia municipal de Puebla, que terminó en manos de José Antonio Gali Fayad.

El último acuerdo que celebraron, ya como cuñados formales, fue que Manzanilla sería candidato a una diputación plurinominal y coordinador de campaña de Gali, para después liderar la bancada panista en el Congreso del Estado.

Dos días antes de los comicios, Moreno Valle confesó a un grupo de periodistas reunidos en Casa Puebla que había enviado a su pariente político a esa campaña para poner orden, reconociéndole así los méritos profesionales que la percepción le daba.

Lo que vino después ya es historia.

Las diferencias se incrementaron, Manzanilla no llegó al Congreso y prácticamente se autoexilió de Puebla.

Ocho años después de ese lejano 2011 se repitió la historia.

En enero de 2019 nuestro personaje retornó a la Secretaría de Gobernación de la mano del recién nombrado mandatario interino, Guillermo Pacheco Pulido.

Antes, en 2018, había ido a los comicios como candidato a diputado federal de la coalición Juntos Haremos Historia y colaborado en la primera campaña del actual gobernador.

De regreso en Gobernación, a donde llegó por acuerdo de Pacheco con Barbosa, quien se preparaba para ir a una segunda contienda electoral, volvió a ocupar el foco de las atenciones.

Esta vez no fue llamado “vicegobernador” ni “súper secretario”.

Las expectativas y los comentarios fueron más allá.

Se decía que Manzanilla era el auténtico mandatario y que lo continuaría siendo una vez que Miguel Barbosa ganara la elección y arribara al poder.

Pacheco Pulido, igual que Moreno Valle, no se amedrentó.

Sabía bien quién mandaba, qué función tendría cada quien en esos cruciales seis meses y pico de gobierno y se puso a trabajar, sin hacer caso a los señalamientos que acusaban la supuesta deslealtad de su colaborador.

Además de cumplir con sus funciones en Gobernación, el ahora ex secretario se desempeñó como enlace operativo de la administración interina con Barbosa y su equipo, para todo lo que hizo falta.

Así le llegó la tercera oportunidad de acompañar a un mandatario en el comienzo de su gestión.

Manzanilla arribó, sin embargo, muy mermado al gobierno de la 4T.

Si bien empezó enero como hombre de todas las confianzas de Barbosa, para agosto las cosas habían cambiado de manera radical.

Después de siete meses al político nacido en Zinacatepec ya le habían contado que el “malvado”, “desleal” y “perverso” secretario de Gobernación afirmaba que él sería el verdadero gobernador a partir de agosto y que, en la más extrema de las elucubraciones, apostaba por su fallecimiento, producto de problemas médicos, para erigirse, formal e institucionalmente, en su sustituto.

Aun así Barbosa lo hizo secretario de Gobernación, pero con evidentes reservas, quitándole primero facultades legales y despidiendo después a sus colaboradores. En pocos días aparecieron nuevas informaciones que “confirmaron” la “deslealtad” del secretario.

Las más fuertes: que preparaba a sus espaldas una intrusión en el PAN para armar una candidatura pluripartidista que lo llevara como abanderado a edil de Puebla en los comicios intermedios de 2021 y que era promotor y único responsable de las “filtraciones” que se hacían a medios incómodos para golpear su administración.

El secretario no corrió ahora con la misma suerte que en el pasado.

A partir de aquí fue blanco de una campaña que lo obligó a dejar el gobierno este martes.

La animadversión de los barbosistas puros acabó sacándolo del tablero y enviándolo de regreso a la cámara de diputados.

Otra vez, a esperar tiempos mejores.

Twitter: @jorgerdzc

jrodriguez@elsoldepuebla.com.mx