En la radio del auto del Ford Fairmont 1982 de la familia Valdez suena por enésima ocasión esa melodía donde una chica con acento alemán canta sobre 99 globos rojos, al tiempo que los más pequeños corren hacia donde una vez se asentó un juego de pelota prehispánico, mientras la madre los llama a comer tras preparar unos sándwiches.
La escena describe los tradicionales días de campo de los fines de semana poblanos de inicios de la década de los 80 en Bosques de Manzanilla, un pulmón de la ciudad hoy casi extinto y que por entonces vivía sus últimos días de apogeo, los cuales imaginó el coronel Joaquín Colombres, héroe de la batalla del Cinco de Mayo, quien heredó esas tierras de su padre adoptivo, el último Marqués de Monserrate, y de la esposa de éste, tan sólo para hacer de ellas –sin pensarlo- un lugar de esparcimiento o descanso por su arroyos, colinas, pinos y oyameles.
Pero antes de su declive, ahí se compartían los alimentos y sobre tiempo de calidad con los seres queridos, nada que ver con el vértigo o la rapidez de la actualidad, donde para peguntar por uno de los hijos o mamá y papá basta con hacer clic o mandar un mensaje a través de WhatsApp.
Hoy de ese lugar, sólo recuerdos, sólo… tiempos idos.
Pero antes de la invasión a esa zona durante la década de los 70 del siglo pasado por parte de un grupo de lugareños, hecho que marcó la decadencia del también conocido Parque Colón, aunada a la invención de una plaga de roya en los árboles por parte del gobierno, según el arqueólogo Eduardo Merlo, este pulmón vivió su “auge” entre 1929 y 1969, acogiendo desde actividades Scouts, juegos de béisbol, competencias de motocross e inclusive fungiendo como escenario de primeras comuniones.
Otros, aprovechándose del ecosistema, asistían al bosque de forma asidua a recoger por estas épocas el musgo y heno tradicionales de los nacimientos navideños. Hoy quien pasea por ahí se encuentra con calles llenas de baches y una zona arqueológica devastada que data del 2 mil 500 A.C.
“(Bosques de Manzanilla) se trataba de un lugar con una historia impresionante porque contaba el inicio de nuestra era, lleno de una riqueza intangible por los asentamientos prehispánicos, de los cuales poco o nada quedan gracias al crecimiento de la mancha urbana y a la poca visión o visión económica de los gobiernos”, apunta Eduardo Merlo.
“La caída de este lugar, donde la gente acudía los fines de semana para pasarlo en familia, se registra a mitad de los 70 del siglo pasado tras inventarse una plaga de roya en los árboles, facilitado con eso su tala para crear terrenos y venderlos. Esto coincide con un grupo de simpatizantes de un partido político que invade este espacio para asentarse ahí desde entonces”, añade.
El área antigua de Manzanilla se integraba por el Cerro de Manzanilla, el Parque de Manzanilla y la Hacienda de San Diego de Manzanilla: una extensión de terreno que abarcaba desde la zona de La Resurrección hasta lo que es hoy el INFONAVIT Manuel Rivera Anaya.
Toda esa zona, cabe destacar, jamás se protegió en vías de ser declarada como zona protegida por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quedando a expensas de la “buena fe” de sus dueños hasta perderse hoy dentro de la mancha urbana de la ciudad.
“Difícilmente ese espacio se rescatará, lo han saqueado y tampoco les ha interesado a los gobiernos. Así que sólo queda el recuerdo”, remata Merlo.
