/ domingo 10 de septiembre de 2023

Bullying escolar logra trasladarse a plataformas digitales, aumentan casos en Puebla

Las víctimas de acoso escolar suelen tener conductas antisociales, tristeza, inseguridad y ansiedad

El bullying o acoso escolar está lejos de ser un problema menor en los espacios educativos. Esta práctica se agravó en los últimos 10 años ante la carencia de mecanismos eficientes para su abordaje, la normalización de la violencia para la resolución de conflictos y, especialmente, porque logró trasladarse a las plataformas digitales, alertan académicos de instituciones educativas en Puebla.

Estas agresiones, que van desde burlas hasta golpes o amenazas, tienen consecuencias negativas en el desarrollo emocional y físico de niñas y niños. Con el paso de los años el bullying puede empeorar, pues aún no es visto como un problema real, sino como un proceso ‘normal’ de la etapa escolar, opina Coral Andrade Martínez, psicóloga del Programa de Apoyo y Seguimiento al Estudiante (PASE) de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación (ENADIS) 2022, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), durante ese periodo el 19.4 por ciento de niñas y niños (en el país) de entre 9 y 11 años declaró haber sido discriminado por parte de sus compañeros de la escuela, en tanto que 17.2 por ciento aseguró que ha recibido burlas o apodos ofensivos en el mismo espacio.

El problema va más allá de estas cifras, señala Andrade Martínez, pues el peligro de este fenómeno radica en los casos que son invisibles ante los ojos de los padres de familia y docentes. A su decir, cerca del 80 por ciento de los registros que existen a nivel estatal no son reportados y, de los que sí, menos de la mitad son atendidos.

Cada vez se presentan situaciones más violentas, es un tema delicado que está provocando golpes psicológicos y sociales, que está afectando la seguridad y confianza de los alumnos, provocando una baja en su rendimiento escolar, un aislamiento social e incluso rasgos de depresión o ansiedad”, agrega Gabriela González Ruiz, coordinadora de Posgrados en Psicología de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Las afectaciones más comunes en las víctimas de acoso escolar son la generación de conductas antisociales, rasgos de tristeza, cambios de conducta o de personalidad, angustia, inseguridad, ansiedad y pérdida del interés en los estudios o falta de concentración, alerta González Ruiz.

Las víctimas de acoso escolar suelen tener conductas antisociales, tristeza, inseguridad y ansiedad. Foto: Julio César Martínez | El Sol de Puebla

El bullying también tiene consecuencias a largo plazo porque la violencia que una persona sufra o ejerza en la infancia se reflejará en su comportamiento de la adultez, afirma, ya que las víctimas y los maltratadores pueden replicar esas acciones en sus hijos o personas de su círculo familiar, quienes a su vez son propensas a repetir el ciclo.

Un problema silencioso

Aunque este fenómeno puede estar presente en cualquier momento de la etapa escolar, se presenta con mayor frecuencia en los niveles primaria y secundaria, coinciden las especialistas. En diversas ocasiones el acoso está a la vista de todos, pero la indiferencia o el temor de algunos estudiantes por ser molestados impide que estos casos sean denunciados.

De acuerdo con las académicas, estas prácticas están estrechamente relacionadas con prejuicios. Las razones por las que se reportan estos casos tienen que ver con el peso o estatura de los menores, su forma de vestir, su manera de expresarse, carencias económicas, tono de piel o la zona de su vivienda.

“Estos prejuicios son alimentados por la percepción de cada niño o niña con su propio sistema de creencias y de valores, también tiene que ver con el reflejo de patrones de actitudes y conductas que se adoptan desde el hogar y la dinámica familiar”, añade González Ruiz.

Además, las acciones más comunes del bullying son burlas o apodos, rechazos o poner a compañeros en contra de las víctimas, la prohibición de participar en actividades de equipo, golpes o amenazas, robo de dinero y artículos personas u obligarlos a realizar acciones con las que no están de acuerdo.

“En esta dinámica de violencia tenemos dos individuos que pueden ser afectados, la víctima que está siendo lastimada física y verbalmente y el agresor que, aun cuando ejerce maltrato, está expresando la manera en cómo le han enseñado que debe relacionarse: a través del abuso, y eso es preocupante”, expresa.

“Siempre estuve solo”

César Nuñez sufrió seis años de bullying, desde los seis hasta los 12 años de edad. Atribuye haber sido una de las víctimas de este fenómeno por el sobrepreso que tenía, aunque nadie debería ser juzgado o molestado por su aspecto físico, afirma.

“Siempre estuve solo porque me excluyeron de todo, era un sufrimiento todos los días porque si me veían llegar me hacían a un lado, hasta las maestras llegaron a excluirme porque ya sabían que nadie quería trabajar en equipo conmigo”, comparte a 10 años de esta experiencia.

El bullying también tiene consecuencias a largo plazo. Foto: Julio César Martínez | El Sol de Puebla

A esa edad es difícil comprender los motivos por los que te agreden. “Es una sensación horrible, porque te lastiman solo por existir”, lamenta. Durante su etapa escolar no solo recibió burlas por su aspecto físico, sino que también fue agredido físicamente.

“Me acuerdo que una vez llegué con libretas nuevas porque pensé que tal vez llevando cosas diferentes a la escuela mis compañeros se iban a acercar a mí, hasta aproveché para llevar un celular que me dio mi mamá, pero salió todo mal (…) en ese momento sentí que era mejor el rechazo porque fue cuando inició otro tipo de violencia, me intentaron quitar mis cosas y como me resistí me encerraron en el baño y me sumergieron la cabeza en una taza, pero ni modo de defenderme, me iba a ir peor”, narra.

En esta etapa la participación de los tutores es indispensable, pues en su caso César no encontró un refugio en sus docentes. La confianza que recibió por parte de su madre ayudó a que pudiera expresar lo que pasaba en su escuela y que, en la medida de lo posible, pudiera sobrellevar la situación.

“Fue una situación muy difícil porque me cambiaron de escuela cada año por lo mismo y llegué a pensar que el problema era yo, pero no, me juzgaron siempre por mi sobrepeso y hasta ahora entiendo que eso estuvo mal, me dejó sin ganas de seguir yendo a la escuela (…) Sin mi mamá no hubiera sido igual porque te hacen sentir que el estorbo eres tú, que no deberías estar aquí, que no encajas en ningún lado y nunca lo harás”, refiere.

Hasta el 2022, y con base en datos del INEGI, la Secretaría de Salud estatal informó que el suicidio era la tercera causa de muerte entre adolescentes de 10 a 14 años, acción provocada en su mayoría por el acoso escolar o interacciones violentas en su entorno.

Carencias en el magisterio

En el sistema educativo poblano hay procesos insuficientes de capacitación a los docentes para abordar este problema en las escuelas, asegura Marcela Cuautle Méndez, maestra de nivel básico en Puebla, quien observa que esta carencia ha provocado que el magisterio sea señalado como negligente ante estos actos.

“Cuando se presentan estas agresiones, los padres de familia culpan a los docentes porque no tienen a quién más señalar (…) se convierte en algo injusto esperar que la escuela resuelva la situación porque la responsabilidad cae en nosotros”, opina la también doctora en Educación.

Urge modificar estos procesos, insiste, pues actualmente se maneja un sistema de cascada en la información de protocolos y los pasos administrativos que deben seguir en estos casos. La información se otorga mediante sesiones de dos horas a los jefes de sector, quienes deben capacitar a los supervisores de zona, estos a su vez a los directores de cada plantel y ellos a los docentes.

“Realmente no estamos formados de manera consciente, porque claro. nos hacen firmar que ya todos sabemos lo que se debe hacer, pero si preguntas algunos ya no se acuerdan, se modifica la información y se vuelve un teléfono descompuesto en el que nos quedamos sin la formación y el acompañamiento”, lamenta.

Por esto los docentes también se convierten en actores vulnerables ante una situación de acoso escolar, ya que el propio sistema educativo restringe sus acciones en la atención de estos casos. Diversas acciones que pudieran servir para abordar estos temas están divididas por una ligera línea entre la omisión y el maltrato, reconoce.

Aunado a esto, en el sector público la situación puede agravarse, afirma. La amplia cantidad de alumnos que alberga cada grupo superó la capacidad de los maestros para observar cualquier cambio en el comportamiento de sus estudiantes.

“Actualmente hay muy poca tolerancia de los propios tutores a que a los niños les suceda algo. Quienes ejercemos la docencia sabemos que es mucha presión porque cualquier acción puede ser malinterpretada por los padres, por negligencia o incluso maltrato”, subraya.

“Al no existir protocolos bien difundidos e incluso no bien aplicados es que este problema está creciendo cada vez más y parece que, actualmente, se nos está saliendo un poco de las manos”, agrega la académica de la UPAEP.

El anonimato de las redes

Otra barrera para combatir este problema es que el acoso ya no se ubica solo en las escuelas, sino que también se trasladó a las plataformas digitales, en donde los agresores ya no pueden ser observados por docentes y directores, ni siquiera por algunos padres de familia, alertan las especialistas.

El acoso directo, cuando se conoce la relación entre el agresor y la víctima, es más fácil de abordar, explica Andrade Martínez. No obstante, el acoso digital que puede realizar una persona desde el anonimato y por periodos prolongados provoca las mismas consecuencias negativas, pero no todos reciben un alto.

“Es un problema que no hemos podido atender porque la tecnología vino a reemplazar el papel de muchos padres, algunos pierden contacto con los niños y este proceso llegan a vivirlo solos, porque a la distancia es más fácil aumentar el grado de las amenazas”, sostiene.

En este sentido, González Ruiz hace hincapié en la importancia de regular el uso de redes sociales para los menores de edad, de supervisar la navegación en sitios web y, principalmente, de tener una comunicación constante con los alumnos, sin afán de controlar o restringir el acercamiento con la tecnología.

Educación en casa

Antes de pensar en la idea de cambiar a mi hijo de escuela prefiero que aprenda a defenderse por su cuenta, para que no vuelva a pasar por una situación así”, opina Ana Lilia Paredes, madre de familia de un menor en nivel de primaria respecto a este fenómeno.

Posturas como esta se replican en diversos casos, en donde incluso son los propios tutores quienes alientan a que estos actos continúen en las escuelas, señalan las académicas. Por esto para algunos docentes es difícil controlar estas situaciones, pues los agresores sienten un respaldo y una aprobación por parte de sus padres.

Por otra parte, las víctimas también reflejan otro tipo de educación en casa, refiere Coral Andrade, toda vez que llegan con una estructura de personalidad debilitada, donde, si no se sienten valorados en su propio hogar, no son capaces de poner límites o denunciar estos actos.

“Las pautas de crianza se han modificado y debemos reflexionar en cómo estamos educando a las infancias, esto no es un problema de escuela, es social, porque estamos deslindando responsabilidades para culpar a otros”, asegura Marcela Cuautle.

Estos actos terminarán cuando se acepte que la responsabilidad es compartida entre las autoridades de las instituciones educativas y los tutores. Si alguna de estas dos estructuras es omisa o falla en sus competencias seguiremos como hasta ahora, finaliza González Ruiz.

El bullying o acoso escolar está lejos de ser un problema menor en los espacios educativos. Esta práctica se agravó en los últimos 10 años ante la carencia de mecanismos eficientes para su abordaje, la normalización de la violencia para la resolución de conflictos y, especialmente, porque logró trasladarse a las plataformas digitales, alertan académicos de instituciones educativas en Puebla.

Estas agresiones, que van desde burlas hasta golpes o amenazas, tienen consecuencias negativas en el desarrollo emocional y físico de niñas y niños. Con el paso de los años el bullying puede empeorar, pues aún no es visto como un problema real, sino como un proceso ‘normal’ de la etapa escolar, opina Coral Andrade Martínez, psicóloga del Programa de Apoyo y Seguimiento al Estudiante (PASE) de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Discriminación (ENADIS) 2022, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), durante ese periodo el 19.4 por ciento de niñas y niños (en el país) de entre 9 y 11 años declaró haber sido discriminado por parte de sus compañeros de la escuela, en tanto que 17.2 por ciento aseguró que ha recibido burlas o apodos ofensivos en el mismo espacio.

El problema va más allá de estas cifras, señala Andrade Martínez, pues el peligro de este fenómeno radica en los casos que son invisibles ante los ojos de los padres de familia y docentes. A su decir, cerca del 80 por ciento de los registros que existen a nivel estatal no son reportados y, de los que sí, menos de la mitad son atendidos.

Cada vez se presentan situaciones más violentas, es un tema delicado que está provocando golpes psicológicos y sociales, que está afectando la seguridad y confianza de los alumnos, provocando una baja en su rendimiento escolar, un aislamiento social e incluso rasgos de depresión o ansiedad”, agrega Gabriela González Ruiz, coordinadora de Posgrados en Psicología de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Las afectaciones más comunes en las víctimas de acoso escolar son la generación de conductas antisociales, rasgos de tristeza, cambios de conducta o de personalidad, angustia, inseguridad, ansiedad y pérdida del interés en los estudios o falta de concentración, alerta González Ruiz.

Las víctimas de acoso escolar suelen tener conductas antisociales, tristeza, inseguridad y ansiedad. Foto: Julio César Martínez | El Sol de Puebla

El bullying también tiene consecuencias a largo plazo porque la violencia que una persona sufra o ejerza en la infancia se reflejará en su comportamiento de la adultez, afirma, ya que las víctimas y los maltratadores pueden replicar esas acciones en sus hijos o personas de su círculo familiar, quienes a su vez son propensas a repetir el ciclo.

Un problema silencioso

Aunque este fenómeno puede estar presente en cualquier momento de la etapa escolar, se presenta con mayor frecuencia en los niveles primaria y secundaria, coinciden las especialistas. En diversas ocasiones el acoso está a la vista de todos, pero la indiferencia o el temor de algunos estudiantes por ser molestados impide que estos casos sean denunciados.

De acuerdo con las académicas, estas prácticas están estrechamente relacionadas con prejuicios. Las razones por las que se reportan estos casos tienen que ver con el peso o estatura de los menores, su forma de vestir, su manera de expresarse, carencias económicas, tono de piel o la zona de su vivienda.

“Estos prejuicios son alimentados por la percepción de cada niño o niña con su propio sistema de creencias y de valores, también tiene que ver con el reflejo de patrones de actitudes y conductas que se adoptan desde el hogar y la dinámica familiar”, añade González Ruiz.

Además, las acciones más comunes del bullying son burlas o apodos, rechazos o poner a compañeros en contra de las víctimas, la prohibición de participar en actividades de equipo, golpes o amenazas, robo de dinero y artículos personas u obligarlos a realizar acciones con las que no están de acuerdo.

“En esta dinámica de violencia tenemos dos individuos que pueden ser afectados, la víctima que está siendo lastimada física y verbalmente y el agresor que, aun cuando ejerce maltrato, está expresando la manera en cómo le han enseñado que debe relacionarse: a través del abuso, y eso es preocupante”, expresa.

“Siempre estuve solo”

César Nuñez sufrió seis años de bullying, desde los seis hasta los 12 años de edad. Atribuye haber sido una de las víctimas de este fenómeno por el sobrepreso que tenía, aunque nadie debería ser juzgado o molestado por su aspecto físico, afirma.

“Siempre estuve solo porque me excluyeron de todo, era un sufrimiento todos los días porque si me veían llegar me hacían a un lado, hasta las maestras llegaron a excluirme porque ya sabían que nadie quería trabajar en equipo conmigo”, comparte a 10 años de esta experiencia.

El bullying también tiene consecuencias a largo plazo. Foto: Julio César Martínez | El Sol de Puebla

A esa edad es difícil comprender los motivos por los que te agreden. “Es una sensación horrible, porque te lastiman solo por existir”, lamenta. Durante su etapa escolar no solo recibió burlas por su aspecto físico, sino que también fue agredido físicamente.

“Me acuerdo que una vez llegué con libretas nuevas porque pensé que tal vez llevando cosas diferentes a la escuela mis compañeros se iban a acercar a mí, hasta aproveché para llevar un celular que me dio mi mamá, pero salió todo mal (…) en ese momento sentí que era mejor el rechazo porque fue cuando inició otro tipo de violencia, me intentaron quitar mis cosas y como me resistí me encerraron en el baño y me sumergieron la cabeza en una taza, pero ni modo de defenderme, me iba a ir peor”, narra.

En esta etapa la participación de los tutores es indispensable, pues en su caso César no encontró un refugio en sus docentes. La confianza que recibió por parte de su madre ayudó a que pudiera expresar lo que pasaba en su escuela y que, en la medida de lo posible, pudiera sobrellevar la situación.

“Fue una situación muy difícil porque me cambiaron de escuela cada año por lo mismo y llegué a pensar que el problema era yo, pero no, me juzgaron siempre por mi sobrepeso y hasta ahora entiendo que eso estuvo mal, me dejó sin ganas de seguir yendo a la escuela (…) Sin mi mamá no hubiera sido igual porque te hacen sentir que el estorbo eres tú, que no deberías estar aquí, que no encajas en ningún lado y nunca lo harás”, refiere.

Hasta el 2022, y con base en datos del INEGI, la Secretaría de Salud estatal informó que el suicidio era la tercera causa de muerte entre adolescentes de 10 a 14 años, acción provocada en su mayoría por el acoso escolar o interacciones violentas en su entorno.

Carencias en el magisterio

En el sistema educativo poblano hay procesos insuficientes de capacitación a los docentes para abordar este problema en las escuelas, asegura Marcela Cuautle Méndez, maestra de nivel básico en Puebla, quien observa que esta carencia ha provocado que el magisterio sea señalado como negligente ante estos actos.

“Cuando se presentan estas agresiones, los padres de familia culpan a los docentes porque no tienen a quién más señalar (…) se convierte en algo injusto esperar que la escuela resuelva la situación porque la responsabilidad cae en nosotros”, opina la también doctora en Educación.

Urge modificar estos procesos, insiste, pues actualmente se maneja un sistema de cascada en la información de protocolos y los pasos administrativos que deben seguir en estos casos. La información se otorga mediante sesiones de dos horas a los jefes de sector, quienes deben capacitar a los supervisores de zona, estos a su vez a los directores de cada plantel y ellos a los docentes.

“Realmente no estamos formados de manera consciente, porque claro. nos hacen firmar que ya todos sabemos lo que se debe hacer, pero si preguntas algunos ya no se acuerdan, se modifica la información y se vuelve un teléfono descompuesto en el que nos quedamos sin la formación y el acompañamiento”, lamenta.

Por esto los docentes también se convierten en actores vulnerables ante una situación de acoso escolar, ya que el propio sistema educativo restringe sus acciones en la atención de estos casos. Diversas acciones que pudieran servir para abordar estos temas están divididas por una ligera línea entre la omisión y el maltrato, reconoce.

Aunado a esto, en el sector público la situación puede agravarse, afirma. La amplia cantidad de alumnos que alberga cada grupo superó la capacidad de los maestros para observar cualquier cambio en el comportamiento de sus estudiantes.

“Actualmente hay muy poca tolerancia de los propios tutores a que a los niños les suceda algo. Quienes ejercemos la docencia sabemos que es mucha presión porque cualquier acción puede ser malinterpretada por los padres, por negligencia o incluso maltrato”, subraya.

“Al no existir protocolos bien difundidos e incluso no bien aplicados es que este problema está creciendo cada vez más y parece que, actualmente, se nos está saliendo un poco de las manos”, agrega la académica de la UPAEP.

El anonimato de las redes

Otra barrera para combatir este problema es que el acoso ya no se ubica solo en las escuelas, sino que también se trasladó a las plataformas digitales, en donde los agresores ya no pueden ser observados por docentes y directores, ni siquiera por algunos padres de familia, alertan las especialistas.

El acoso directo, cuando se conoce la relación entre el agresor y la víctima, es más fácil de abordar, explica Andrade Martínez. No obstante, el acoso digital que puede realizar una persona desde el anonimato y por periodos prolongados provoca las mismas consecuencias negativas, pero no todos reciben un alto.

“Es un problema que no hemos podido atender porque la tecnología vino a reemplazar el papel de muchos padres, algunos pierden contacto con los niños y este proceso llegan a vivirlo solos, porque a la distancia es más fácil aumentar el grado de las amenazas”, sostiene.

En este sentido, González Ruiz hace hincapié en la importancia de regular el uso de redes sociales para los menores de edad, de supervisar la navegación en sitios web y, principalmente, de tener una comunicación constante con los alumnos, sin afán de controlar o restringir el acercamiento con la tecnología.

Educación en casa

Antes de pensar en la idea de cambiar a mi hijo de escuela prefiero que aprenda a defenderse por su cuenta, para que no vuelva a pasar por una situación así”, opina Ana Lilia Paredes, madre de familia de un menor en nivel de primaria respecto a este fenómeno.

Posturas como esta se replican en diversos casos, en donde incluso son los propios tutores quienes alientan a que estos actos continúen en las escuelas, señalan las académicas. Por esto para algunos docentes es difícil controlar estas situaciones, pues los agresores sienten un respaldo y una aprobación por parte de sus padres.

Por otra parte, las víctimas también reflejan otro tipo de educación en casa, refiere Coral Andrade, toda vez que llegan con una estructura de personalidad debilitada, donde, si no se sienten valorados en su propio hogar, no son capaces de poner límites o denunciar estos actos.

“Las pautas de crianza se han modificado y debemos reflexionar en cómo estamos educando a las infancias, esto no es un problema de escuela, es social, porque estamos deslindando responsabilidades para culpar a otros”, asegura Marcela Cuautle.

Estos actos terminarán cuando se acepte que la responsabilidad es compartida entre las autoridades de las instituciones educativas y los tutores. Si alguna de estas dos estructuras es omisa o falla en sus competencias seguiremos como hasta ahora, finaliza González Ruiz.

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