/ domingo 14 de abril de 2024

El mundo iluminado / Actitud de avestruz

elmundoiluminado.com

Entre las leyendas populares relacionadas con el mundo animal, está la de que las avestruces meten su cabeza debajo de la tierra cuando se sienten amenazadas, confundiendo con ello a sus depredadores, quienes, al no hallar una forma reconocible en su presa, desistirán en su intento por comerse a la enorme ave. Terminado el peligro, el avestruz saca su cabeza de la tierra y prosigue con su camino, hasta que un nuevo depredador aparezca y el ave se vea en la necesidad de esconder, nuevamente, su cabeza bajo tierra. Sin embargo, esto no es más que una creencia popular y equivocada, pues las avestruces no esconden su cabeza cuando se sienten amenazadas, sino que prefieren huir, antes que luchar.

Una de las cuestiones que posiblemente se ha planteado el ser humano con mayor frecuencia es la de la felicidad: ¿Qué es? ¿En dónde se halla? ¿Qué se necesita para alcanzarla? En términos generales, si a una persona se le pregunta si es feliz, ésta no vacilará en responder que “sí”, que es feliz, sin embargo, este tipo de respuestas suelen ser automáticas, semejantes a cuando se le pregunta a alguien “¿Cómo estás?” y responde “bien”, aún cuando no sea así.

Casi nadie sabe lo que es la felicidad; algunos intuyen qué es, pero nunca la han experimentado; mientras que la mayoría suele confundir a la felicidad con el placer, con aquello que fugazmente nos hace sentir bien, pero si bien el placer es deleitable, no necesariamente se hace acompañar de la felicidad, es más, es posible que en la felicidad ni siquiera tenga cabida el placer, pues mientras que la naturaleza de éste es fugaz, la de la felicidad es permanente; en otras palabras: el placer se termina en cualquier momento, mientras que la felicidad concluye sólo con la muerte.

Entre nosotros, muchos no vacilarán en afirmar que son felices, pero ¿cómo afirmar tal cuestión cuando se huye del dolor y se evita el sufrimiento? Nuestra sociedad, con toda seguridad, está más inclinada al placer que a la felicidad y por ello es que cada vez los casos de ansiedad, de angustia y de depresión aumentan entre las personas de todas las edades. Estamos tan acostumbrados a la búsqueda del placer, a la vez que somos reacios a prácticas reflexivas, que la vida se nos va entre actividades infructuosas, en consumo de contenidos basura y de alimentos chatarra; nuestra sociedad siempre tiene prisa por ir a un lugar que no conoce y que no sabe en dónde está, pero supone que es el lugar de la felicidad al que se dirige y que la única forma de alcanzarlo es mediante la experimentación abusiva del placer, pero no es así y esta creencia errónea es la que se ha cobrado la felicidad de la mayoría de las personas, las cuales, adoctrinadas, viven en un mundo ilusorio y con una absoluta ignorancia con respecto a quiénes son ellas mismas. El placer lleva por máscara el rostro de la felicidad, pero su verdadera cara es la de la desdicha.

Un pensamiento erróneo, pero sumamente replicado, es el de creer que si negamos los aspectos negativos de la vida éstos dejarán de existir. Es decir, se suele pensar que si evitamos hablar de la muerte, ella tardará en presentarse ante nosotros; que si evitamos hablar de la vejez, ella tardará en presentarse ante nosotros; que si evitamos hablar de la enfermedad, de la pobreza, de la violencia, del sexo y de todo aquello que nos parezca desagradable no se presentará ante nosotros, pero no es así, y más bien pareciera lo contrario, que mientras más nos neguemos a hablar de la muerte, de la vejez, de la enfermedad, de la pobreza, de la violencia y del sexo, más cerca estarán de nosotros.

Actualmente, a las personas, a las cosas, a las situaciones, a las condiciones y demás no se les llama por su nombre, sino que se emplean eufemismos que buscan “suavizar” la realidad, sin embargo, por mucho que se suavicen los contextos, la realidad seguirá siendo igual de cruda. Las personas no quieren sufrir, nadie quiere hacerlo, pero este “no querer” se ha llevado a tal extremo que hoy existe una negativa absoluta a experimentar cualquier tipo de dolor, sea éste físico, moral, intelectual o espiritual. Pero la vida es esencialmente dolor, pues sin éste no habría experiencia y sin ésta no habría conocimiento. El escritor Edward Conze, en su obra El budismo: su esencia y su desarrollo, explica el tema del dolor y del sufrimiento de la siguiente manera:

«La mayoría de nosotros estamos inclinados a vivir en un paraíso de inconscientes, a mirar el aspecto más alegre de la vida, y a minimizar sus aspectos desagradables. El reflexionar sobre el sufrimiento es algo que normalmente va en contra de nuestras inclinaciones. Por lo general, cubrimos el sufrimiento con toda clase de “velos emocionales”. Para la mayoría de nosotros la vida sería intolerable si pudiéramos verla tal como es, y si nuestra perspectiva mental subrayara sus rasgos desagradables tanto como sus rasgos gratos. Nos gusta mantener los hechos que nos entristecen donde no podemos verlos. Es común cerrar los ojos ante lo desagradable, pasarlos por alto, minimizar su importancia, o adornarlos. La enorme mayoría de la gente no puede vivir alegremente sin adoptar una especie de actitud de avestruz frente a la vida.»

Los “velos emocionales” son aquellas ideas que nos obligamos a creer a fin de disfrazar los hechos desagradables que nos circundan, sin embargo, la realidad se conforma tanto por las energías constructivas como las destructivas, nos guste o no. Es por estos velos emocionales, por este autoengaño en que nos hemos obstinado, que somos incapaces de percibir la realidad tal cual es, pero también de aceptarla. No conocemos al mundo por lo que es, sino que, por nuestro narcisismo, preferimos imaginarlo de acuerdo a nuestra conveniencia, pero el mundo es mundo y la realidad es la realidad independientemente de las ideas que nos formemos de estos conceptos. Si lo que buscamos es la felicidad, es preciso que nos desapeguemos de los placeres mundanos, que saquemos la cabeza de la tierra y renunciemos a mantener una actitud de avestruz.

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Entre las leyendas populares relacionadas con el mundo animal, está la de que las avestruces meten su cabeza debajo de la tierra cuando se sienten amenazadas, confundiendo con ello a sus depredadores, quienes, al no hallar una forma reconocible en su presa, desistirán en su intento por comerse a la enorme ave. Terminado el peligro, el avestruz saca su cabeza de la tierra y prosigue con su camino, hasta que un nuevo depredador aparezca y el ave se vea en la necesidad de esconder, nuevamente, su cabeza bajo tierra. Sin embargo, esto no es más que una creencia popular y equivocada, pues las avestruces no esconden su cabeza cuando se sienten amenazadas, sino que prefieren huir, antes que luchar.

Una de las cuestiones que posiblemente se ha planteado el ser humano con mayor frecuencia es la de la felicidad: ¿Qué es? ¿En dónde se halla? ¿Qué se necesita para alcanzarla? En términos generales, si a una persona se le pregunta si es feliz, ésta no vacilará en responder que “sí”, que es feliz, sin embargo, este tipo de respuestas suelen ser automáticas, semejantes a cuando se le pregunta a alguien “¿Cómo estás?” y responde “bien”, aún cuando no sea así.

Casi nadie sabe lo que es la felicidad; algunos intuyen qué es, pero nunca la han experimentado; mientras que la mayoría suele confundir a la felicidad con el placer, con aquello que fugazmente nos hace sentir bien, pero si bien el placer es deleitable, no necesariamente se hace acompañar de la felicidad, es más, es posible que en la felicidad ni siquiera tenga cabida el placer, pues mientras que la naturaleza de éste es fugaz, la de la felicidad es permanente; en otras palabras: el placer se termina en cualquier momento, mientras que la felicidad concluye sólo con la muerte.

Entre nosotros, muchos no vacilarán en afirmar que son felices, pero ¿cómo afirmar tal cuestión cuando se huye del dolor y se evita el sufrimiento? Nuestra sociedad, con toda seguridad, está más inclinada al placer que a la felicidad y por ello es que cada vez los casos de ansiedad, de angustia y de depresión aumentan entre las personas de todas las edades. Estamos tan acostumbrados a la búsqueda del placer, a la vez que somos reacios a prácticas reflexivas, que la vida se nos va entre actividades infructuosas, en consumo de contenidos basura y de alimentos chatarra; nuestra sociedad siempre tiene prisa por ir a un lugar que no conoce y que no sabe en dónde está, pero supone que es el lugar de la felicidad al que se dirige y que la única forma de alcanzarlo es mediante la experimentación abusiva del placer, pero no es así y esta creencia errónea es la que se ha cobrado la felicidad de la mayoría de las personas, las cuales, adoctrinadas, viven en un mundo ilusorio y con una absoluta ignorancia con respecto a quiénes son ellas mismas. El placer lleva por máscara el rostro de la felicidad, pero su verdadera cara es la de la desdicha.

Un pensamiento erróneo, pero sumamente replicado, es el de creer que si negamos los aspectos negativos de la vida éstos dejarán de existir. Es decir, se suele pensar que si evitamos hablar de la muerte, ella tardará en presentarse ante nosotros; que si evitamos hablar de la vejez, ella tardará en presentarse ante nosotros; que si evitamos hablar de la enfermedad, de la pobreza, de la violencia, del sexo y de todo aquello que nos parezca desagradable no se presentará ante nosotros, pero no es así, y más bien pareciera lo contrario, que mientras más nos neguemos a hablar de la muerte, de la vejez, de la enfermedad, de la pobreza, de la violencia y del sexo, más cerca estarán de nosotros.

Actualmente, a las personas, a las cosas, a las situaciones, a las condiciones y demás no se les llama por su nombre, sino que se emplean eufemismos que buscan “suavizar” la realidad, sin embargo, por mucho que se suavicen los contextos, la realidad seguirá siendo igual de cruda. Las personas no quieren sufrir, nadie quiere hacerlo, pero este “no querer” se ha llevado a tal extremo que hoy existe una negativa absoluta a experimentar cualquier tipo de dolor, sea éste físico, moral, intelectual o espiritual. Pero la vida es esencialmente dolor, pues sin éste no habría experiencia y sin ésta no habría conocimiento. El escritor Edward Conze, en su obra El budismo: su esencia y su desarrollo, explica el tema del dolor y del sufrimiento de la siguiente manera:

«La mayoría de nosotros estamos inclinados a vivir en un paraíso de inconscientes, a mirar el aspecto más alegre de la vida, y a minimizar sus aspectos desagradables. El reflexionar sobre el sufrimiento es algo que normalmente va en contra de nuestras inclinaciones. Por lo general, cubrimos el sufrimiento con toda clase de “velos emocionales”. Para la mayoría de nosotros la vida sería intolerable si pudiéramos verla tal como es, y si nuestra perspectiva mental subrayara sus rasgos desagradables tanto como sus rasgos gratos. Nos gusta mantener los hechos que nos entristecen donde no podemos verlos. Es común cerrar los ojos ante lo desagradable, pasarlos por alto, minimizar su importancia, o adornarlos. La enorme mayoría de la gente no puede vivir alegremente sin adoptar una especie de actitud de avestruz frente a la vida.»

Los “velos emocionales” son aquellas ideas que nos obligamos a creer a fin de disfrazar los hechos desagradables que nos circundan, sin embargo, la realidad se conforma tanto por las energías constructivas como las destructivas, nos guste o no. Es por estos velos emocionales, por este autoengaño en que nos hemos obstinado, que somos incapaces de percibir la realidad tal cual es, pero también de aceptarla. No conocemos al mundo por lo que es, sino que, por nuestro narcisismo, preferimos imaginarlo de acuerdo a nuestra conveniencia, pero el mundo es mundo y la realidad es la realidad independientemente de las ideas que nos formemos de estos conceptos. Si lo que buscamos es la felicidad, es preciso que nos desapeguemos de los placeres mundanos, que saquemos la cabeza de la tierra y renunciemos a mantener una actitud de avestruz.