/ viernes 22 de marzo de 2024

El mundo iluminado / Al interior de las cosas

elmundoiluminado.com

Cuando una persona es sospechosa de haber cometido algún delito y es capturada por los representantes de la justicia humana, su fotografía suele ser difundida en diferentes medios de comunicación a fin de dar cuenta de la constante lucha contra la delincuencia, sin embargo, esta fotografía no circula sin restricciones, sino que es alterada a fin de proteger la identidad de la persona sospechosa, esta modificación consiste en difuminar los ojos a fin de dificultar su reconocimiento, y si bien podría parecer lo anterior un hecho casual, cotidiano e insignificante, desde una perspectiva filosófica plantea una cuestión profunda y ésta es: ¿Por qué la identidad de alguien se halla en sus ojos? ¿Qué hay en la mirada que nos hace a cada uno de nosotros diferentes y, de alguna manera, únicos? Y es que en la fotografía de la persona sospechosa podremos ver todo su cuerpo, vestido o desnudo, pero el hecho de ocultar su mirada la resguarda de tal manera que resulta casi imposible su reconocimiento.

La complejidad de la mirada también la atestiguamos en los casos en los que los ojos quedan al descubierto, mientras que el resto de su rostro y del cuerpo se oculta debajo de la vestimenta. Quizás no seamos capaces de definir del todo la personalidad de quien muestra sus ojos, pero sí nos hallaremos en posibilidades de percibir el carácter de esa persona, pues en los ojos subyace la esencia del ser humano, aquello que nos conforma, que nos abisma, que nos eleva, que nos hunde; en los ojos está lo que nos atemoriza y lo que nos enamora, por ello los poetas han dicho desde siempre que los ojos son el espejo del alma, un territorio sin tiempo en el que lo esencial se manifiesta.

En segunda instancia, sería el rostro el que contiene la identidad de la persona. Mientras que los ojos son los cristales a través de los cuales percibimos, someramente, la interioridad de su portador, el rostro sería la puerta que nos da acceso a su personalidad. Sin embargo, es preciso recordar que la personalidad, es decir, la “forma de ser” de cada quien es siempre artificial, pues la personalidad no la construimos nosotros, sino que nos es forjada y moldeada por agentes externos como lo son la familia, la sociedad y las instituciones. La palabra “personalidad”, como la palabra “persona”, se relacionan con la idea de “máscara”, de lo que podemos deducir, entonces, que cuando conocemos una persona y su personalidad, estamos en realidad percibiendo las máscaras que agentes externos le colocaron. Por lo anterior, cuando los filósofos dicen aquello de “conócete a ti mismo” están haciendo énfasis en el hecho de despojarnos de todas aquellas máscaras que nos fueron impuestas y que, inconscientemente, aceptamos, pero no sólo eso, sino que además son máscaras que creemos que en realidad nos pertenecen.

La gran mayoría de nosotros vive sin saber que lleva puesto un disfraz que no le corresponde. ¿Quiénes somos, si nos despojamos de estos espejismos? Los ojos siguen siendo la clave para el autodescubrimiento y el reconocimiento del otro, sin embargo, cuando la personalidad es muy fuerte, termina opacando la transparencia de la mirada e imponiendo el personaje que hemos construido.

Los ojos, junto con el resto del rostro, no demuestran lo que somos, pero están muy cerca de hacerlo. No podemos decir lo mismo de otras partes de nuestro cuerpo, difícilmente alguien diría que la esencia de lo que somos está en las rodillas o en los codos, en las manos o en los pies, en el pecho o en la espalda; es cierto que todas las partes de nuestro cuerpo de alguna manera nos constituyen, pero eso dista mucho de formar parte de nuestra esencia, de aquello que los filósofos llaman el “ser”. Por ello es que, y volviendo al ejemplo con el que iniciamos, cuando se circula la fotografía de un sospechoso se le tapan los ojos y no las manos, los pies, el cabello u otra parte del cuerpo, pues en el rostro, y específicamente en la mirada, reside el ser. Absurdo sería que circulara la fotografía de un sospechoso al que no le podemos ver las rodillas, pero sí el rostro, pues sabríamos inmediatamente quién es, y si no lo sabemos no sería difícil averiguarlo, pues podemos verle la cara, pero, sobre todo, los ojos.

El filósofo Roger Scruton, en su obra El alma del mundo, aborda este tema de la siguiente manera: «Ciertamente, las personas son objetos en el mundo de los objetos. Pero nos dirigimos a ellas como sujetos, cada una con su peculiar perspectiva del mundo. ¿Cómo puede esta cosa, que no es una cosa sino una perspectiva, aparecer en el mundo de los objetos? La respuesta viene sugerida por el hecho de que cada uno de nosotros muestra su rostro en ese mundo, y el rostro pertenece al sujeto. Yo estoy detrás de mi rostro, pero a la vez estoy presente en él, hablando y mirando a través de él a un mundo de otros que también se revelan y ocultan al mismo tiempo, como yo. Mi rostro es un límite, un umbral. La cara se presenta en el mundo de los objetos como iluminada desde atrás. De ahí que sea el destino y la expresión de nuestras actitudes interpersonales, y que miradas, ojeadas, sonrisas sean la moneda de nuestros afectos. La presencia del sujeto en el rostro es aún más evidente en los ojos, y los ojos tienen su papel tanto en las sonrisas como en las miradas. Los animales pueden mirar cosas; también se miran unos a otros. Pero no pueden mirar al interior de las cosas. Quizás el más denso de todos los actos de comunicación no verbal sea el de los amantes cuando se miran a los ojos. No miran la retina, ni examinan las peculiaridades anatómicas de los ojos, como haría un óptico. Entonces, ¿qué miran o buscan? La respuesta es obvia: cada uno busca al otro, y también espera mirarle, como una subjetividad libre que ansía estar con él, tú a tú.»

Quizás lo más atractivo de nuestros ojos es que nos hacen ver aquello que no se puede ver. Los ojos nos muestran formas y colores, pero a la vez nos llevan a imaginar y a crear mundos intangibles, exclusivos para nosotros que podemos ver al interior de las cosas.

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Cuando una persona es sospechosa de haber cometido algún delito y es capturada por los representantes de la justicia humana, su fotografía suele ser difundida en diferentes medios de comunicación a fin de dar cuenta de la constante lucha contra la delincuencia, sin embargo, esta fotografía no circula sin restricciones, sino que es alterada a fin de proteger la identidad de la persona sospechosa, esta modificación consiste en difuminar los ojos a fin de dificultar su reconocimiento, y si bien podría parecer lo anterior un hecho casual, cotidiano e insignificante, desde una perspectiva filosófica plantea una cuestión profunda y ésta es: ¿Por qué la identidad de alguien se halla en sus ojos? ¿Qué hay en la mirada que nos hace a cada uno de nosotros diferentes y, de alguna manera, únicos? Y es que en la fotografía de la persona sospechosa podremos ver todo su cuerpo, vestido o desnudo, pero el hecho de ocultar su mirada la resguarda de tal manera que resulta casi imposible su reconocimiento.

La complejidad de la mirada también la atestiguamos en los casos en los que los ojos quedan al descubierto, mientras que el resto de su rostro y del cuerpo se oculta debajo de la vestimenta. Quizás no seamos capaces de definir del todo la personalidad de quien muestra sus ojos, pero sí nos hallaremos en posibilidades de percibir el carácter de esa persona, pues en los ojos subyace la esencia del ser humano, aquello que nos conforma, que nos abisma, que nos eleva, que nos hunde; en los ojos está lo que nos atemoriza y lo que nos enamora, por ello los poetas han dicho desde siempre que los ojos son el espejo del alma, un territorio sin tiempo en el que lo esencial se manifiesta.

En segunda instancia, sería el rostro el que contiene la identidad de la persona. Mientras que los ojos son los cristales a través de los cuales percibimos, someramente, la interioridad de su portador, el rostro sería la puerta que nos da acceso a su personalidad. Sin embargo, es preciso recordar que la personalidad, es decir, la “forma de ser” de cada quien es siempre artificial, pues la personalidad no la construimos nosotros, sino que nos es forjada y moldeada por agentes externos como lo son la familia, la sociedad y las instituciones. La palabra “personalidad”, como la palabra “persona”, se relacionan con la idea de “máscara”, de lo que podemos deducir, entonces, que cuando conocemos una persona y su personalidad, estamos en realidad percibiendo las máscaras que agentes externos le colocaron. Por lo anterior, cuando los filósofos dicen aquello de “conócete a ti mismo” están haciendo énfasis en el hecho de despojarnos de todas aquellas máscaras que nos fueron impuestas y que, inconscientemente, aceptamos, pero no sólo eso, sino que además son máscaras que creemos que en realidad nos pertenecen.

La gran mayoría de nosotros vive sin saber que lleva puesto un disfraz que no le corresponde. ¿Quiénes somos, si nos despojamos de estos espejismos? Los ojos siguen siendo la clave para el autodescubrimiento y el reconocimiento del otro, sin embargo, cuando la personalidad es muy fuerte, termina opacando la transparencia de la mirada e imponiendo el personaje que hemos construido.

Los ojos, junto con el resto del rostro, no demuestran lo que somos, pero están muy cerca de hacerlo. No podemos decir lo mismo de otras partes de nuestro cuerpo, difícilmente alguien diría que la esencia de lo que somos está en las rodillas o en los codos, en las manos o en los pies, en el pecho o en la espalda; es cierto que todas las partes de nuestro cuerpo de alguna manera nos constituyen, pero eso dista mucho de formar parte de nuestra esencia, de aquello que los filósofos llaman el “ser”. Por ello es que, y volviendo al ejemplo con el que iniciamos, cuando se circula la fotografía de un sospechoso se le tapan los ojos y no las manos, los pies, el cabello u otra parte del cuerpo, pues en el rostro, y específicamente en la mirada, reside el ser. Absurdo sería que circulara la fotografía de un sospechoso al que no le podemos ver las rodillas, pero sí el rostro, pues sabríamos inmediatamente quién es, y si no lo sabemos no sería difícil averiguarlo, pues podemos verle la cara, pero, sobre todo, los ojos.

El filósofo Roger Scruton, en su obra El alma del mundo, aborda este tema de la siguiente manera: «Ciertamente, las personas son objetos en el mundo de los objetos. Pero nos dirigimos a ellas como sujetos, cada una con su peculiar perspectiva del mundo. ¿Cómo puede esta cosa, que no es una cosa sino una perspectiva, aparecer en el mundo de los objetos? La respuesta viene sugerida por el hecho de que cada uno de nosotros muestra su rostro en ese mundo, y el rostro pertenece al sujeto. Yo estoy detrás de mi rostro, pero a la vez estoy presente en él, hablando y mirando a través de él a un mundo de otros que también se revelan y ocultan al mismo tiempo, como yo. Mi rostro es un límite, un umbral. La cara se presenta en el mundo de los objetos como iluminada desde atrás. De ahí que sea el destino y la expresión de nuestras actitudes interpersonales, y que miradas, ojeadas, sonrisas sean la moneda de nuestros afectos. La presencia del sujeto en el rostro es aún más evidente en los ojos, y los ojos tienen su papel tanto en las sonrisas como en las miradas. Los animales pueden mirar cosas; también se miran unos a otros. Pero no pueden mirar al interior de las cosas. Quizás el más denso de todos los actos de comunicación no verbal sea el de los amantes cuando se miran a los ojos. No miran la retina, ni examinan las peculiaridades anatómicas de los ojos, como haría un óptico. Entonces, ¿qué miran o buscan? La respuesta es obvia: cada uno busca al otro, y también espera mirarle, como una subjetividad libre que ansía estar con él, tú a tú.»

Quizás lo más atractivo de nuestros ojos es que nos hacen ver aquello que no se puede ver. Los ojos nos muestran formas y colores, pero a la vez nos llevan a imaginar y a crear mundos intangibles, exclusivos para nosotros que podemos ver al interior de las cosas.