/ domingo 5 de mayo de 2024

El mundo iluminado / Apartado de los hombres

elmundoiluminado.com

Las relaciones simbólicas con el conocimiento y la ignorancia se han manifestado desde tiempos remotos bajo las formas de la luz y la oscuridad. Por el filósofo Platón, conocemos la alegoría de la caverna, un relato filosófico que cuenta la historia de un grupo de hombres que vive en una cueva en la que hay una fogata que proyecta en la pared las sombras de unos objetos, sombras que el grupo de hombres confunde con los objetos reales, es decir, los hombres de la caverna cuando ven la sombra de una jarra en la pared creen que esa sombra es la jarra real, lo mismo cuando ven la sombra de una espada o de cualquier otro objeto, suponiendo que esas sombras son lo verdadero, cuando no son más que proyecciones, ilusiones. De manera breve, el relato continúa diciendo que uno de los hombres descubre que detrás de ellos están los objetos reales, también descubre la fogata que proyecta las sombras y una puerta que lo lleva a la salida de la cueva. En el exterior, este hombre descubre, gracias a la luz del sol, los objetos verdaderos, así como lo que es real. Con ese conocimiento, el hombre regresa al interior de la caverna para convencer a sus semejantes de que viven en un error y que la realidad está en el exterior, pero los hombres no le creen y lo asesinan. El relato termina tal y como comenzó: con el grupo de hombres dentro de la caverna viendo pasar frente a ellos sombras que confunden con lo real.

El elemento principal en la alegoría de la caverna, la cual supuestamente Sócrates le contó a su discípulo Platón, es la oscuridad, simbólica de la ignorancia en la que vive el hombre, mientras que la luz del sol es un símbolo de la verdad, de lo real; no podemos decir lo mismo de la luz de la fogata, la cual es, antes bien, un símbolo de la ilusión del mundo, la cual a todos nos encandila y nos confunde.

Además de la filosofía, los mitos griegos recuperan la idea de la luz como símbolo del conocimiento, por ejemplo, el mito de Prometeo, el cual narra la historia de un titán llamado Prometeo que le robó a los dioses el fuego del conocimiento para entregárselo a los hombres; como castigo, los dioses ataron a Prometeo a una montaña, siendo su condena que todos los días un ave le devorara su hígado, el cual se regeneraba durante la noche, por lo que la pena se prolongaba hasta la eternidad.

A semejanza de la alegoría descrita por Platón, el mito de Prometeo refiere que los hombres, antes de recibir el fuego del conocimiento, vivían en tinieblas y en cavernas, hecho que destaca la contraposición de la luz y de la oscuridad como estados del conocimiento. En este sentido, cuando los hombres se hallan en un estado de ignorancia, es la oscuridad la que los rodea y la que les impide ver la realidad, la verdad, y esto es porque la densidad de la oscuridad oculta todo lo que se halla alrededor. Por el contrario, cuando los hombres, tanto en la alegoría como en el mito, son capaces de percibir la verdad, es gracias a que la luz se impone en el mundo, en otras palabras, el mundo se “desoculta” al disiparse las tinieblas.

Si bien la alegoría de la caverna expuesta por Platón es uno de los relatos filosóficos más conocidos en relación con la búsqueda de la verdad, trescientos años antes, el filósofo Parménides ya había expuesto la dicotomía luz–oscuridad, como símbolos del conocimiento y de la ignorancia, en un poema místico llamado Sobre la naturaleza y en el cual relata la historia de un hombre que llega al templo de la diosa Verdad, quien lo instruye en los secretos que envuelven al universo. En este punto, es importante señalar que la mencionada diosa no es la “diosa de la Verdad”, sino la “diosa Verdad”, es decir, esta entidad sagrada femenina es la Verdad en sí misma. Lo anterior resulta relevante porque filósofos griegos como Parménides, Sócrates, Platón y Aristóteles consideran que la Verdad es una sola y que el resto de “verdades personales” son en realidad “creencias”.

Volviendo al poema místico de Parménides, el nombre que este filósofo le da a la diosa Verdad es “Aletheia”, palabra que quiere decir “Desocultamiento”, pues para Parménides la Verdad está manifestada en todo y en todo momento, pero debido a que se encuentra oculta y a que el hombre fácilmente se deja engañar por las ilusiones es que no podemos verla. En este sentido, en uno de los pasajes del poema podemos leer el recibimiento que Aletheia hace del hombre que está a punto de ser iniciado en el reino de lo verdadero; leamos:

«¡Oh, hombre, que has llegado a mi casa! No ha sido la desventura la que te ha abierto este camino de la Verdad que está apartado de los hombres. Es necesario que experimentes todo, tanto el desocultamiento del mundo, como también el aparecer mortal que resplandece, donde no mora ninguna esperanza de desocultamiento. Esto tendrás que experimentar: cómo lo que resplandece no es más que apariencia, en tanto resplandece a través de todo y conduce todo de este modo a la perfección.»

El poema continúa, pero basta con lo anterior para vislumbrar (no para comprender) la idea del desocultamiento de la Verdad, es decir, de la Aletheia. Resulta interesante que la palabra “aletheia” se conforma por la voz griega “lethe”, la cual significa, además de “ocultamiento, “olvido”, lo cual nos deja entender que si somos incapaces de ver la realidad es por nuestra tendencia a olvidarlo todo, inclusive a nosotros mismos.

Para los antiguos griegos la idea del olvido era fundamental. En el inframundo, decían algunos mitos, está el río Leteo (“Lethe”), el río del olvido, en el que las almas se sumergían a fin de estar en condiciones de encarnarse nuevamente bajo la forma humana. Cumplido el requisito, las almas, nosotros, nos encarnamos y caemos en la fatídica caverna, y vivimos engañados e ignorando que la Verdad es un camino para pocos y apartado de los hombres.

elmundoiluminado.com

Las relaciones simbólicas con el conocimiento y la ignorancia se han manifestado desde tiempos remotos bajo las formas de la luz y la oscuridad. Por el filósofo Platón, conocemos la alegoría de la caverna, un relato filosófico que cuenta la historia de un grupo de hombres que vive en una cueva en la que hay una fogata que proyecta en la pared las sombras de unos objetos, sombras que el grupo de hombres confunde con los objetos reales, es decir, los hombres de la caverna cuando ven la sombra de una jarra en la pared creen que esa sombra es la jarra real, lo mismo cuando ven la sombra de una espada o de cualquier otro objeto, suponiendo que esas sombras son lo verdadero, cuando no son más que proyecciones, ilusiones. De manera breve, el relato continúa diciendo que uno de los hombres descubre que detrás de ellos están los objetos reales, también descubre la fogata que proyecta las sombras y una puerta que lo lleva a la salida de la cueva. En el exterior, este hombre descubre, gracias a la luz del sol, los objetos verdaderos, así como lo que es real. Con ese conocimiento, el hombre regresa al interior de la caverna para convencer a sus semejantes de que viven en un error y que la realidad está en el exterior, pero los hombres no le creen y lo asesinan. El relato termina tal y como comenzó: con el grupo de hombres dentro de la caverna viendo pasar frente a ellos sombras que confunden con lo real.

El elemento principal en la alegoría de la caverna, la cual supuestamente Sócrates le contó a su discípulo Platón, es la oscuridad, simbólica de la ignorancia en la que vive el hombre, mientras que la luz del sol es un símbolo de la verdad, de lo real; no podemos decir lo mismo de la luz de la fogata, la cual es, antes bien, un símbolo de la ilusión del mundo, la cual a todos nos encandila y nos confunde.

Además de la filosofía, los mitos griegos recuperan la idea de la luz como símbolo del conocimiento, por ejemplo, el mito de Prometeo, el cual narra la historia de un titán llamado Prometeo que le robó a los dioses el fuego del conocimiento para entregárselo a los hombres; como castigo, los dioses ataron a Prometeo a una montaña, siendo su condena que todos los días un ave le devorara su hígado, el cual se regeneraba durante la noche, por lo que la pena se prolongaba hasta la eternidad.

A semejanza de la alegoría descrita por Platón, el mito de Prometeo refiere que los hombres, antes de recibir el fuego del conocimiento, vivían en tinieblas y en cavernas, hecho que destaca la contraposición de la luz y de la oscuridad como estados del conocimiento. En este sentido, cuando los hombres se hallan en un estado de ignorancia, es la oscuridad la que los rodea y la que les impide ver la realidad, la verdad, y esto es porque la densidad de la oscuridad oculta todo lo que se halla alrededor. Por el contrario, cuando los hombres, tanto en la alegoría como en el mito, son capaces de percibir la verdad, es gracias a que la luz se impone en el mundo, en otras palabras, el mundo se “desoculta” al disiparse las tinieblas.

Si bien la alegoría de la caverna expuesta por Platón es uno de los relatos filosóficos más conocidos en relación con la búsqueda de la verdad, trescientos años antes, el filósofo Parménides ya había expuesto la dicotomía luz–oscuridad, como símbolos del conocimiento y de la ignorancia, en un poema místico llamado Sobre la naturaleza y en el cual relata la historia de un hombre que llega al templo de la diosa Verdad, quien lo instruye en los secretos que envuelven al universo. En este punto, es importante señalar que la mencionada diosa no es la “diosa de la Verdad”, sino la “diosa Verdad”, es decir, esta entidad sagrada femenina es la Verdad en sí misma. Lo anterior resulta relevante porque filósofos griegos como Parménides, Sócrates, Platón y Aristóteles consideran que la Verdad es una sola y que el resto de “verdades personales” son en realidad “creencias”.

Volviendo al poema místico de Parménides, el nombre que este filósofo le da a la diosa Verdad es “Aletheia”, palabra que quiere decir “Desocultamiento”, pues para Parménides la Verdad está manifestada en todo y en todo momento, pero debido a que se encuentra oculta y a que el hombre fácilmente se deja engañar por las ilusiones es que no podemos verla. En este sentido, en uno de los pasajes del poema podemos leer el recibimiento que Aletheia hace del hombre que está a punto de ser iniciado en el reino de lo verdadero; leamos:

«¡Oh, hombre, que has llegado a mi casa! No ha sido la desventura la que te ha abierto este camino de la Verdad que está apartado de los hombres. Es necesario que experimentes todo, tanto el desocultamiento del mundo, como también el aparecer mortal que resplandece, donde no mora ninguna esperanza de desocultamiento. Esto tendrás que experimentar: cómo lo que resplandece no es más que apariencia, en tanto resplandece a través de todo y conduce todo de este modo a la perfección.»

El poema continúa, pero basta con lo anterior para vislumbrar (no para comprender) la idea del desocultamiento de la Verdad, es decir, de la Aletheia. Resulta interesante que la palabra “aletheia” se conforma por la voz griega “lethe”, la cual significa, además de “ocultamiento, “olvido”, lo cual nos deja entender que si somos incapaces de ver la realidad es por nuestra tendencia a olvidarlo todo, inclusive a nosotros mismos.

Para los antiguos griegos la idea del olvido era fundamental. En el inframundo, decían algunos mitos, está el río Leteo (“Lethe”), el río del olvido, en el que las almas se sumergían a fin de estar en condiciones de encarnarse nuevamente bajo la forma humana. Cumplido el requisito, las almas, nosotros, nos encarnamos y caemos en la fatídica caverna, y vivimos engañados e ignorando que la Verdad es un camino para pocos y apartado de los hombres.