/ domingo 25 de febrero de 2024

El mundo iluminado / Hacer el bien

elmundoiluminado.com

Uno de los errores en los que frecuentemente cae la sociedad contemporánea es creer que el respeto a la libertad consiste en permitir que cada quien exprese y haga lo que su voluntad demanda, pero no es así y para muestra basta recurrir a los filósofos clásicos para hacer notar que la primera característica de la libertad es que ésta tiene límites. En este sentido, la libertad será plena en la medida en la que seamos conscientes de nuestros límites físicos, morales y sociales.

Poner límites en una sociedad acostumbrada a la victimización no es sencillo, pues se corre el riesgo de que el orden sea malinterpretado como una expresión del autoritarismo. No se habla aquí de la necesidad de que el Estado ponga orden en sus gobernados, de ninguna manera, sino que cada quien tenga la disposición de no transgredir sus fronteras físicas, morales y sociales a fin de mantener la armonía con su entorno.

Una de las consecuencias adversas de la desaparición de los límites es que todo tiende a relativizarse, es decir, a subjetivarse, es decir a individualizarse. La sociedad de hoy es relativista porque esto satisface, en gran medida, el aspecto negativo del ego que cada quien posee. La sociedad contemporánea, a partir de este relativismo, se concibe a sí misma como una sociedad libre que ha conseguido despojarse de las cadenas de que los partidos políticos y las religiones impusieron a los individuos del pasado, sin embargo, la realidad es que la sociedad actual se halla en un adoctrinamiento aún mayor que el de las sociedades pasadas, adoctrinamiento que es ejercido todos los días por los medios de comunicación, que son consumidos placenteramente y, realmente, sin cuestionamiento ni criterio.

Al individuo de la sociedad contemporánea sólo le interesa la satisfacción de su yo, lo cual no podría ser de otra manera cuando ahora todo es, aparentemente, relativo. El “yo” de cada quien transita por el mundo pensando que es mejor que el “yo” de los demás y es a partir de este individualismo como se distingue lo que es bueno de lo que es malo. La principal diferencia que podríamos hallar en sociedades antiguas como la griega, con respecto a la nuestra, es que para los filósofos griegos los absolutos existen, es decir que la Verdad, el Bien y la Belleza existen por sí mismos y en todo momento y lugar, sin embargo, para nuestra sociedad los absolutos difícilmente tienen cabida, es más, nuestra sociedad es tan jactanciosa que considera que estos temas filosóficos han sido superados y que nos encontramos en el mejor momento histórico de la humanidad, en pocas palabras, que nosotros, los individuos del siglo XXI que no tienen certeza de nada, somos el culmen del pensamiento humano y con una libertad de connotaciones utópicas.

¿Pero es que realmente una sociedad que prácticamente se ha homogeneizado en todo el mundo es realmente libre? En términos generales, la cultura occidental extendida a los cuatro puntos cardinales ya no muestra diferencias intelectuales profundas, mucho menos, espirituales. ¿Realmente podríamos considerar que la sociedad contemporánea es más libre cuando a nivel mundial los individuos son esclavos del consumismo y del culto a las marcas?

El tema del relativismo es peligroso en tanto a que hoy en día ya no se concibe al valor de lo Bueno como universal, sino desde una escala subjetiva, es decir: es bueno lo que satisfaga al ego de cada quien. Esta forma de pensamiento, cada vez más difundida, es la que ha favorecido el aumento de la violencia en cualquier latitud y clase social. No hay límites para los infantes, como tampoco para adolescentes, adultos ni ancianos. Cada quien tiene la “libertad” de complacer su voluntad porque está en su “derecho”. Palabras más, palabras menos, esto es lo que repite un numeroso grupo de personas que no tiene nociones mínimas sobre lo que es la libertad ni el derecho, y que considera que lo “bueno” es lo que favorezca a cada quien.

El filósofo Platón, en su diálogo Eutifrón, abordó de alguna manera este tema cuando nos presenta el siguiente caso: en una noche de ingesta de alcohol un par de campesinos beben, cuando de pronto se molestan y discuten; uno de los campesinos toma un cuchillo y degüella a su compañero; el patrón decide amarrar al homicida en lo que las autoridades llegan, pero el frío de la noche termina matando al homicida y el patrón es llevado a juicio culpado de homicidio, pues fué él quien amarró al campesino. El tema es polémico en tanto que, desde el relativismo que vivimos hoy en día, no faltará quien defienda al campesino que tomó el cuchillo para degollar a su compañero, y si bien la historia de Platón es ficticia, esto no nos exime de la posibilidad de vivir en carne propia el enfrentamiento entre el bien y el mal desde el relativismo.

Del extenso diálogo, vale la pena rescatar solamente el siguiente párrafo en el que Sócrates habla: «La multitud ignora lo que es realmente hacer el bien. Saber distinguir el bien del mal no está al alcance de cualquiera, sino del que ya está adelante en la sabiduría.»

Las palabras de Sócrates no son para menos. El pueblo, la sociedad contemporánea, cree poseer el conocimiento necesario para definir lo que es el Bien, la Belleza, la Verdad, el Derecho y la Libertad, sin embargo, el relativismo en el que vivimos no es más que la evidencia de que la distancia que hay entre nosotros y la sabiduría es abismal. El individuo de hoy, acostumbrado a victimizarse de todo, pobre espiritualmente y sin más interés que el de vivir para el consumismo a pesar de sus deudas es el mismo que hace dos mil años crucificó a Jesús, y exactamente el mismo que hace aproximadamente dos mil quinientos años llevó a la muerte a Sócrates.

En estos tiempos de relativismo es cierto que no podemos fiarnos de las instituciones políticas ni religiosas, sin embargo, es fundamental, a fin de darle un sentido trascendente a la vida, retornar a la defensa de los valores universales, principalmente al de hacer el Bien.

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Uno de los errores en los que frecuentemente cae la sociedad contemporánea es creer que el respeto a la libertad consiste en permitir que cada quien exprese y haga lo que su voluntad demanda, pero no es así y para muestra basta recurrir a los filósofos clásicos para hacer notar que la primera característica de la libertad es que ésta tiene límites. En este sentido, la libertad será plena en la medida en la que seamos conscientes de nuestros límites físicos, morales y sociales.

Poner límites en una sociedad acostumbrada a la victimización no es sencillo, pues se corre el riesgo de que el orden sea malinterpretado como una expresión del autoritarismo. No se habla aquí de la necesidad de que el Estado ponga orden en sus gobernados, de ninguna manera, sino que cada quien tenga la disposición de no transgredir sus fronteras físicas, morales y sociales a fin de mantener la armonía con su entorno.

Una de las consecuencias adversas de la desaparición de los límites es que todo tiende a relativizarse, es decir, a subjetivarse, es decir a individualizarse. La sociedad de hoy es relativista porque esto satisface, en gran medida, el aspecto negativo del ego que cada quien posee. La sociedad contemporánea, a partir de este relativismo, se concibe a sí misma como una sociedad libre que ha conseguido despojarse de las cadenas de que los partidos políticos y las religiones impusieron a los individuos del pasado, sin embargo, la realidad es que la sociedad actual se halla en un adoctrinamiento aún mayor que el de las sociedades pasadas, adoctrinamiento que es ejercido todos los días por los medios de comunicación, que son consumidos placenteramente y, realmente, sin cuestionamiento ni criterio.

Al individuo de la sociedad contemporánea sólo le interesa la satisfacción de su yo, lo cual no podría ser de otra manera cuando ahora todo es, aparentemente, relativo. El “yo” de cada quien transita por el mundo pensando que es mejor que el “yo” de los demás y es a partir de este individualismo como se distingue lo que es bueno de lo que es malo. La principal diferencia que podríamos hallar en sociedades antiguas como la griega, con respecto a la nuestra, es que para los filósofos griegos los absolutos existen, es decir que la Verdad, el Bien y la Belleza existen por sí mismos y en todo momento y lugar, sin embargo, para nuestra sociedad los absolutos difícilmente tienen cabida, es más, nuestra sociedad es tan jactanciosa que considera que estos temas filosóficos han sido superados y que nos encontramos en el mejor momento histórico de la humanidad, en pocas palabras, que nosotros, los individuos del siglo XXI que no tienen certeza de nada, somos el culmen del pensamiento humano y con una libertad de connotaciones utópicas.

¿Pero es que realmente una sociedad que prácticamente se ha homogeneizado en todo el mundo es realmente libre? En términos generales, la cultura occidental extendida a los cuatro puntos cardinales ya no muestra diferencias intelectuales profundas, mucho menos, espirituales. ¿Realmente podríamos considerar que la sociedad contemporánea es más libre cuando a nivel mundial los individuos son esclavos del consumismo y del culto a las marcas?

El tema del relativismo es peligroso en tanto a que hoy en día ya no se concibe al valor de lo Bueno como universal, sino desde una escala subjetiva, es decir: es bueno lo que satisfaga al ego de cada quien. Esta forma de pensamiento, cada vez más difundida, es la que ha favorecido el aumento de la violencia en cualquier latitud y clase social. No hay límites para los infantes, como tampoco para adolescentes, adultos ni ancianos. Cada quien tiene la “libertad” de complacer su voluntad porque está en su “derecho”. Palabras más, palabras menos, esto es lo que repite un numeroso grupo de personas que no tiene nociones mínimas sobre lo que es la libertad ni el derecho, y que considera que lo “bueno” es lo que favorezca a cada quien.

El filósofo Platón, en su diálogo Eutifrón, abordó de alguna manera este tema cuando nos presenta el siguiente caso: en una noche de ingesta de alcohol un par de campesinos beben, cuando de pronto se molestan y discuten; uno de los campesinos toma un cuchillo y degüella a su compañero; el patrón decide amarrar al homicida en lo que las autoridades llegan, pero el frío de la noche termina matando al homicida y el patrón es llevado a juicio culpado de homicidio, pues fué él quien amarró al campesino. El tema es polémico en tanto que, desde el relativismo que vivimos hoy en día, no faltará quien defienda al campesino que tomó el cuchillo para degollar a su compañero, y si bien la historia de Platón es ficticia, esto no nos exime de la posibilidad de vivir en carne propia el enfrentamiento entre el bien y el mal desde el relativismo.

Del extenso diálogo, vale la pena rescatar solamente el siguiente párrafo en el que Sócrates habla: «La multitud ignora lo que es realmente hacer el bien. Saber distinguir el bien del mal no está al alcance de cualquiera, sino del que ya está adelante en la sabiduría.»

Las palabras de Sócrates no son para menos. El pueblo, la sociedad contemporánea, cree poseer el conocimiento necesario para definir lo que es el Bien, la Belleza, la Verdad, el Derecho y la Libertad, sin embargo, el relativismo en el que vivimos no es más que la evidencia de que la distancia que hay entre nosotros y la sabiduría es abismal. El individuo de hoy, acostumbrado a victimizarse de todo, pobre espiritualmente y sin más interés que el de vivir para el consumismo a pesar de sus deudas es el mismo que hace dos mil años crucificó a Jesús, y exactamente el mismo que hace aproximadamente dos mil quinientos años llevó a la muerte a Sócrates.

En estos tiempos de relativismo es cierto que no podemos fiarnos de las instituciones políticas ni religiosas, sin embargo, es fundamental, a fin de darle un sentido trascendente a la vida, retornar a la defensa de los valores universales, principalmente al de hacer el Bien.