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No hay nadie sobre la faz de la tierra que no esté buscando algo. Hacemos las cosas porque encontramos en ellas un valor temporal o permanente que hemos ligado con un sentido de vida. Todos buscamos algo, aunque no sabemos realmente qué, pero intuimos que eso que buscamos tiene algo que ver con la felicidad, aunque a ciencia cierta tampoco sabemos qué es la felicidad, cayendo frecuentemente en el error de confundirla con lo placentero.
Algunas personas, acciones, lugares y hechos podrían ser placenteras para nosotros, pero ello no significa que la felicidad vaya de por medio. Es cierto que en el placer hay una especie de disfrute y de gusto, así como una manifestación del deseo, pero lo que nos produce placer, disfrute y gusto dista mucho de ser la felicidad debido a que el motor de esta triada es el deseo, cuya característica es su cualidad de insaciabilidad, es decir, el deseo nunca está complacido y siempre exige más de lo que se le da, por lo que la felicidad, que es satisfacción ante la vida, no puede gestarse en aquello que siempre manifiesta un dejo de insatisfacción.
La búsqueda de la felicidad es uno de los temas más recurrentes en la historia humana, a pesar de ello es sumamente complejo definir qué es la felicidad. Para algunos, la felicidad está en el dinero; para otros, en el amor; hay quienes consideran que la felicidad está en la salud; sin embargo, no podemos pretender que la felicidad depende de un “tener” (dinero, amor, salud), pues todo lo que se tiene es por obra del deseo y, como ya sabemos, todo deseo está condenado a terminar porque su móvil es el placer, que siempre se siente insatisfecho.
¿Podemos ser felices cuando, como hemos visto, desconocemos por completo lo que la felicidad es? Generalmente, la felicidad se confunde también con el conformismo y no faltará quien diga que es feliz porque está a gusto con lo que tiene, a manera de ejemplo, pensemos en las personas con una situación económica precaria y que aseguran (ellos o alguien más) que son felices, ¿pero realmente son felices?, ¿cómo lo saben, si no han conocido algo más? Tomemos en cuenta un hipotético caso contrario en el que una persona con abundantes recursos materiales afirma que es feliz, sin embargo, ¿cómo lo sabe?, ¿cómo puede afirmarlo cuando su bienestar depende de las posesiones y propiedades que posee, las cuales están destinadas a desaparecer?, ¿es decir que su felicidad tiene fecha de término?, ¿la felicidad es constante o finita?
Tal parece que el ser humano nunca podrá ser feliz del todo y esto es porque siempre está deseando algo más, independientemente de si tiene mucho o poco para sí mismo. El mito de Adán y Eva son un claro ejemplo de que aún teniendo al Paraíso como morada, la insatisfacción se manifiesta con toda su fuerza, de ahí que se busque el fruto prohibido, el cual se desea por la seducción que la transgresión fomenta.
Para los filósofos griegos la felicidad es un bien posible de alcanzar, pero exclusivo para una minoría. Generalmente, lo que consideramos felicidad no es más que un conjunto de ideas, gustos y deseos implantados por la sociedad en la que vivimos, es decir, nuestras ideas, gustos y deseos no son realmente nuestros, sino que nos fueron instalados. En la mayoría de los casos, somos inconscientes de que realmente no sabemos lo que queremos ni lo que somos, y que vamos transitando por cada uno de nuestros días bajo un adoctrinamiento del que no somos conscientes. Es como si fuéramos hormigas siguiendo a otras hormigas, no sabemos por qué lo hacemos, pero lo hacemos.
La búsqueda de la felicidad la realizamos con frecuencia en el mundo de las cosas vacías, de las cosas producidas en masa y motivadas por actitudes consumistas. La felicidad es, para la mayoría de las personas, algo ligado al dinero y a la compra de bienes y de servicios, pues estas personas no han aprendido a discernir entre la felicidad y el deseo, entre lo natural y lo artificial. Para los filósofos griegos la felicidad mantiene una relación directa con la tranquilidad de ánimo, de espíritu, palabra extraña y muchas veces incómoda en esta sociedad que supone saberlo todo.
La felicidad es aparentemente fácil de conseguir, basta con optar (aunque parezca cliché, un lugar común) por las cosas gratuitas y sencillas de la vida. Sin embargo, tener la capacidad de apreciar lo que gratuitamente nos ha sido dado, requiere de una larga experiencia meditativa, reflexiva y contemplativa que no muchos incorporarán genuinamente en su vida. Los griegos nos dejaron sendos ejemplos de buscadores de la felicidad entregados a la experiencia contemplativa, uno de ellos lo encontramos en el diálogo platónico llamado Teeteto, que ha sido ingeniosamente parafraseado por la filósofa Ilaria Gaspari en su obra Seis semanas con los filósofos griegos; leamos:
«Cuenta la leyenda que una noche, mientras contemplaba las estrellas, Tales tropezó y cayó en un pozo. Por desgracia, en las inmediaciones se encontraba una joven sirvienta de Tracia que lo vio acabar patas arriba y, evitando del todo echarle una mano, se echó a reír de él, que se dedicaba con afán a intentar conocer las cosas del cielo pero no veía nada de lo que tenía delante. Este ingenioso apólogo —con su luna en el pozo, la comicidad involuntaria del filósofo despistado, la sagacidad de la chica— ha tenido a lo largo de los siglos gran éxito.»
La historia es breve, pero aleccionadora. Tales contempla el cielo y por buscar la luna cae en un pozo; en la superficie una sirvienta no ayuda al filósofo, sino que se burla del caído. El filósofo es el buscador de la felicidad y la sirvienta es el desprecio del mundo que diariamente nos amenaza y adoctrina. Fuera del pozo la sirvienta ríe, pero no porque sea feliz, sino porque es víctima del deseo, mientras que el filósofo, feliz, ha encontrado a la luna en el pozo.