/ domingo 19 de noviembre de 2023

El mundo iluminado | La vida consciente

elmundoiluminado.com

Damos por hecho que saber es el mayor bien al que podemos aspirar, mientras que no saber es el más grande mal que podría apoderarse de nosotros. Se dice, coloquialmente, que saber es poder, tanto en el entendido de que si uno sabe entonces puede hacer las cosas, como en el de que si uno sabe entonces tiene poder sobre las cosas.

Saber es tener conocimiento de algo, lo cual podría decirse también como que saber es tener consciencia, y esto es así porque la palabra “consciencia” se forma con la voz latina scire que significa “saber”. Del latín scire se forma también la palabra latina scientia, que en español se traduce como “ciencia”, vocablo que podría traducirse como “conocimiento”, de tal suerte que toda forma de conocimiento es una manifestación de la ciencia.

En griego, que es una lengua más antigua que el latín, tenemos un equivalente para la palabra “consciencia”, el cual sería el vocablo συνείδησις (syneidesis; sindéresis) y que traducido de manera casi literal significaría “juntar imágenes” o “imágenes juntas”, pues syn es “juntar”, mientras que eidesis es “imágenes”. ¿Y cómo es que uno puede “juntar imágenes”?, mediante la práctica de la observación del mundo, es decir, de un uso minucioso del sentido de la vista a fin de extraer de la realidad y de sus detalles la mayor cantidad de información posible, o, en otras palabras, de tener conocimiento, consciencia, de lo que nos rodea.

Si bien podría parecernos que el desarrollo de la consciencia o la práctica de la syneidesis son fundamentales en la vida humana, lo cierto es que son pocos los individuos que poseen un genuino interés por saber, siendo todavía menor la cantidad de los que tienen aspiraciones a la sabiduría, que es el punto más elevado del saber humanamente alcanzable. Lo anterior lo corroboramos mediante la observación (la syneidesis) de nuestra sociedad, la cual es semejante a un edificio que paulatinamente quiebra su cimentación al tiempo que anuncia su derrumbe. La sociedad, en términos generales, carece de un compromiso real con el saber, y esto es porque resulta más cómodo entregarse a actividades estériles y entretenidas, que a pensamientos fructíferos, pero dolorosos.

Saber es poder, cierto, pero también saber es sufrir, al menos temporalmente. Ningún destello de sabiduría puede adquirirse sin atravesar por la experiencia del sufrimiento. El dramaturgo griego Esquilo dijo alguna vez πάθει μάθος (pathei mathos), es decir, “el sufrimiento deviene en conocimiento”, y su compatriota Aristóteles dijo algo parecido con aquello de que la catarsis, es decir, la purificación de uno mismo, se alcanza solamente mediante el miedo y la compasión que nacen del sufrimiento.

Qué diferente perspectiva tenemos los habitantes del siglo XXI los cuales estamos convencidos de que la felicidad, que es una de las manifestaciones de la sabiduría, se adquiere a través de acciones como: sonreír todo el tiempo; dar abrazos hasta a los árboles; humanizar a los animales; echarle ganas; perdonarnos; sanar nuestro pasado; pero sin que en nada de lo anterior exista la mediación de la consciencia ni de la syneidesis, es decir, nuestra sociedad contemporánea postula que la felicidad puede adquirirse sin sufrir, sin saber y únicamente por un acto de voluntad propia, lo cual es, a la vez que falso, una estafa.

La sabiduría, la dicha, la plenitud y la felicidad no tienen nada que ver con la sociedad de consumo que todos los días nos consume, sino mediante un esfuerzo, metódico y ordenado, para vencer a nuestras pasiones y vicios, sean estos físicos, morales, intelectuales o espirituales. Toda toma de consciencia involucra la vía del estudio (no lo confundamos con la vida académica y escolar), así como de la introspección. Estudiar, reflexionar y aplicar lo aprendido es la única manera de formar un saber verdadero. Sin embargo, estos actos implican siempre una confrontación no con lo que somos, sino con lo que suponemos que somos, así como una renuncia de las malas costumbres que hemos aprendido de la casa, de la sociedad, de la religión y del estado. La toma de consciencia es progresiva, irrenunciable y dolorosa, tal y como alguna vez lo explicó el escritor Rubén Darío en su poema “Lo fatal”, leámoslo:

«Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos!...»

Puesto que los versos de este poema pueden resultar confusos, es preciso mencionar que el tono del mismo es sarcástico, es decir, Rubén Darío no busca alejar a los curiosos de la oportunidad de desarrollar su consciencia y de alcanzar la syneidesis, sino todo lo contrario. El poema tiene la sólida intención de motivar al curioso a alcanzar la sabiduría, pero haciéndole saber que el camino, contrario a lo que la sociedad contemporánea postula, será doloroso, angustiante y fatigoso. Sufrir es necesario cuando lo que se busca es el mejoramiento y conocimiento de uno mismo, pero si uno no está dispuesto a esforzarse, será mejor entonces que se conforme con ser semejante a una piedra inmóvil que no siente dolor, pero tampoco felicidad. El camino de la consciencia es progresivo y no hay marcha atrás. La batalla contra la ignorancia nunca será ganada del todo, sin embargo, aún así resulta fundamental aspirar a saber, a vivir por y para la syneidesis, no obstante el dolor que implica la búsqueda de la vida consciente.

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Damos por hecho que saber es el mayor bien al que podemos aspirar, mientras que no saber es el más grande mal que podría apoderarse de nosotros. Se dice, coloquialmente, que saber es poder, tanto en el entendido de que si uno sabe entonces puede hacer las cosas, como en el de que si uno sabe entonces tiene poder sobre las cosas.

Saber es tener conocimiento de algo, lo cual podría decirse también como que saber es tener consciencia, y esto es así porque la palabra “consciencia” se forma con la voz latina scire que significa “saber”. Del latín scire se forma también la palabra latina scientia, que en español se traduce como “ciencia”, vocablo que podría traducirse como “conocimiento”, de tal suerte que toda forma de conocimiento es una manifestación de la ciencia.

En griego, que es una lengua más antigua que el latín, tenemos un equivalente para la palabra “consciencia”, el cual sería el vocablo συνείδησις (syneidesis; sindéresis) y que traducido de manera casi literal significaría “juntar imágenes” o “imágenes juntas”, pues syn es “juntar”, mientras que eidesis es “imágenes”. ¿Y cómo es que uno puede “juntar imágenes”?, mediante la práctica de la observación del mundo, es decir, de un uso minucioso del sentido de la vista a fin de extraer de la realidad y de sus detalles la mayor cantidad de información posible, o, en otras palabras, de tener conocimiento, consciencia, de lo que nos rodea.

Si bien podría parecernos que el desarrollo de la consciencia o la práctica de la syneidesis son fundamentales en la vida humana, lo cierto es que son pocos los individuos que poseen un genuino interés por saber, siendo todavía menor la cantidad de los que tienen aspiraciones a la sabiduría, que es el punto más elevado del saber humanamente alcanzable. Lo anterior lo corroboramos mediante la observación (la syneidesis) de nuestra sociedad, la cual es semejante a un edificio que paulatinamente quiebra su cimentación al tiempo que anuncia su derrumbe. La sociedad, en términos generales, carece de un compromiso real con el saber, y esto es porque resulta más cómodo entregarse a actividades estériles y entretenidas, que a pensamientos fructíferos, pero dolorosos.

Saber es poder, cierto, pero también saber es sufrir, al menos temporalmente. Ningún destello de sabiduría puede adquirirse sin atravesar por la experiencia del sufrimiento. El dramaturgo griego Esquilo dijo alguna vez πάθει μάθος (pathei mathos), es decir, “el sufrimiento deviene en conocimiento”, y su compatriota Aristóteles dijo algo parecido con aquello de que la catarsis, es decir, la purificación de uno mismo, se alcanza solamente mediante el miedo y la compasión que nacen del sufrimiento.

Qué diferente perspectiva tenemos los habitantes del siglo XXI los cuales estamos convencidos de que la felicidad, que es una de las manifestaciones de la sabiduría, se adquiere a través de acciones como: sonreír todo el tiempo; dar abrazos hasta a los árboles; humanizar a los animales; echarle ganas; perdonarnos; sanar nuestro pasado; pero sin que en nada de lo anterior exista la mediación de la consciencia ni de la syneidesis, es decir, nuestra sociedad contemporánea postula que la felicidad puede adquirirse sin sufrir, sin saber y únicamente por un acto de voluntad propia, lo cual es, a la vez que falso, una estafa.

La sabiduría, la dicha, la plenitud y la felicidad no tienen nada que ver con la sociedad de consumo que todos los días nos consume, sino mediante un esfuerzo, metódico y ordenado, para vencer a nuestras pasiones y vicios, sean estos físicos, morales, intelectuales o espirituales. Toda toma de consciencia involucra la vía del estudio (no lo confundamos con la vida académica y escolar), así como de la introspección. Estudiar, reflexionar y aplicar lo aprendido es la única manera de formar un saber verdadero. Sin embargo, estos actos implican siempre una confrontación no con lo que somos, sino con lo que suponemos que somos, así como una renuncia de las malas costumbres que hemos aprendido de la casa, de la sociedad, de la religión y del estado. La toma de consciencia es progresiva, irrenunciable y dolorosa, tal y como alguna vez lo explicó el escritor Rubén Darío en su poema “Lo fatal”, leámoslo:

«Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror… Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber a dónde vamos, ni de dónde venimos!...»

Puesto que los versos de este poema pueden resultar confusos, es preciso mencionar que el tono del mismo es sarcástico, es decir, Rubén Darío no busca alejar a los curiosos de la oportunidad de desarrollar su consciencia y de alcanzar la syneidesis, sino todo lo contrario. El poema tiene la sólida intención de motivar al curioso a alcanzar la sabiduría, pero haciéndole saber que el camino, contrario a lo que la sociedad contemporánea postula, será doloroso, angustiante y fatigoso. Sufrir es necesario cuando lo que se busca es el mejoramiento y conocimiento de uno mismo, pero si uno no está dispuesto a esforzarse, será mejor entonces que se conforme con ser semejante a una piedra inmóvil que no siente dolor, pero tampoco felicidad. El camino de la consciencia es progresivo y no hay marcha atrás. La batalla contra la ignorancia nunca será ganada del todo, sin embargo, aún así resulta fundamental aspirar a saber, a vivir por y para la syneidesis, no obstante el dolor que implica la búsqueda de la vida consciente.