/ domingo 21 de abril de 2024

El mundo iluminado / Los frutos de la mente

elmundoiluminado.com

Al escritor francés del siglo XVI, Michel de Montaigne, se le atribuye la siguiente frase: “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”. ¿Cuál es el fuego al que Montaigne se refiere? Indudablemente, el filósofo no se remite al fuego físico causante de los incendios forestales, de la cocción de los alimentos o de las más terribles desgracias por destrucción, sino que más bien su frase la expresa en el sentido de un fuego menos palpable y más intangible, un fuego que no pertenece a la realidad exterior, sino, antes bien, a la interior; en otras palabras, el fuego que hay que encender en los niños es el fuego de la consciencia.

Ajeno a la idea de Montaigne es el actual sistema educativo, diseñado específicamente para la generación de obreros y de mano de obra, antes que de individuos pensantes y críticos. La sobreinformación en la escuela y en los medios de comunicación va en el sentido contrario del fuego interno, pues apuesta por la idea de la botella que hay que llenar, es decir, a las personas se les enseña a obedecer, a llenar su mente de datos infructuosos y a memorizar información que lejos de despertarles un amor hacia la vida, los hace semejantes a muertos en vida, a autómatas.

La mente es el recinto de la consciencia y es por la mente que nosotros y el mundo en el que estamos adquiere su definición. La idea de que nosotros somos nuestro cuerpo no es tan cierta como la de que nosotros somos nuestra mente, y es que si bien el cuerpo que ahora utilizamos para entregarnos a la experiencia sensorial es imprescindible, no nos define del todo. Nosotros somos nuestro cuerpo parcialmente, o mejor dicho, nosotros no somos nuestro cuerpo, por eso algunas personas que padecen de alguna enfermedad grave suelen decir “en este cuerpo me tocó vivir” o “yo no quiero este cuerpo en el que estoy”, dando a entender que si bien el ser reside en el cuerpo, es una entidad totalmente independiente al mismo.

¿Si nosotros no somos nuestro cuerpo, quienes somos entonces? Esta es la incógnita que desde los primeros filósofos se nos ha ido presentando una y otra vez. Lo que nosotros somos es nuestra mente, pero al mismo tiempo seguimos siendo algo más, somos consciencia. Lo anterior podemos constatarlo fácilmente cuando centramos nuestra atención en el hecho de que hay momentos en los que el cuerpo quiere una cosa, la mente busca otra y la consciencia (el ser) se dirige en otra dirección. El cuerpo, lo que busca satisfacer, son las experiencias ligadas a los sentidos. La mente marcha más en el orden de las ideas, de los datos fríos que precisamente sirven para llenar la botella de la información de la que Montaigne habla. Mientras que la consciencia, que es el ser, añora su autorrealización mediante actos trascendentes. El cuerpo y la mente se terminan cuando el primero muere, pero la consciencia se sueña a sí misma con la posibilidad de ser eterna.

El hecho de que nosotros no seamos nuestro cuerpo, no significa que debamos descuidarlo, pues a fin de cuentas es el vehículo que diariamente utilizamos para estar en el mundo. Con la mente es lo mismo, no porque los pensamientos que tenemos de manera involuntaria nos sean ajenos, significa que debemos dejar de procurarlos. Ya lo dijeron los filósofos de la antigüedad: “Mente sana en cuerpo sano”. Nosotros no somos el cuerpo ni la mente, somos consciencia, pero al menos por ahora eso indefinido que somos necesita del cuerpo y de la mente para ser en este mundo; en otro (si es que lo hay) no.

El cuerpo es el depósito de la mente, y la mente es el depósito de la consciencia. Lo que el cuerpo desea es sentir, lo que la mente anhela es pensar y lo que la consciencia persigue es ser. Sentir y pensar para ser. Sin embargo, lo anterior resulta casi imposible cuando nos percatamos de que aquello que todos nosotros sentimos y pensamos es en gran medida de forma desordenada. Los medios de comunicación, las instituciones y la sociedad en general se hallan en una dinámica de constante sobreestimulación cuyos resultados se advierten en cuerpos enfermos y en mentes desequilibradas. No es que las enfermedades del cuerpo y de la mente que tenemos sean gratuitas, nosotros mismos las hemos fomentado al descuidar el avivamiento de ese fuego de la consciencia del que Montaigne hablaba.

El guía espiritual Swami Muktananda, en su obra El juego de la consciencia, señala la importancia de buscar una mente equilibrada, pues al ser la mente el recinto de la consciencia, va de por medio aquello que verdaderamente somos. Leamos unas líneas del gurú: «En el mundo todo lo podemos conseguir, pero cuando se pierde la mente, es difícil recuperarla. Todas las diferentes prácticas espirituales son formas de adorar a la mente. La mente tiene mucho valor. No debes menospreciarla ni pensar que es algo ordinario. La mente es la luz de la conciencia en una forma concentrada. Todo el universo ha llegado a existir por medio de la mente. De la misma forma, el individuo vive gracias a la ayuda de la mente. No desdeñes a tu mente ni la consideres algo ordinario. Si tienes pensamientos incontrolados, inútiles y malsanos, meditas constantemente en el vicio, adulterando así el estado de tu mente, si te ensalzas en argumentos a favor y en contra, estarás realizando un esfuerzo totalmente en vano. Los frutos de la mente varían según tus pensamientos. De la mente pueden surgir paz, ilusión, inteligencia y viveza de ingenio. Las bendiciones de la mente pueden hacer de ti un poeta, un intelectual, un músico, un artista o un yogui. Si la mente esta corrompida, siempre te causará dificultades, estropeará cualquier cosa que hagas y obstruirá tu camino hacia la liberación. Una mente sucia es el puro infierno. Cuida la mente. Es una amiga que te traerá felicidad.»

Un principio hermético reza: “Todo es mente”, es simple y verdadero. Si tu mente está desequilibrada, tu mundo será doloroso; pero si es luminosa, gustarás de los frutos de la mente.

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Al escritor francés del siglo XVI, Michel de Montaigne, se le atribuye la siguiente frase: “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender”. ¿Cuál es el fuego al que Montaigne se refiere? Indudablemente, el filósofo no se remite al fuego físico causante de los incendios forestales, de la cocción de los alimentos o de las más terribles desgracias por destrucción, sino que más bien su frase la expresa en el sentido de un fuego menos palpable y más intangible, un fuego que no pertenece a la realidad exterior, sino, antes bien, a la interior; en otras palabras, el fuego que hay que encender en los niños es el fuego de la consciencia.

Ajeno a la idea de Montaigne es el actual sistema educativo, diseñado específicamente para la generación de obreros y de mano de obra, antes que de individuos pensantes y críticos. La sobreinformación en la escuela y en los medios de comunicación va en el sentido contrario del fuego interno, pues apuesta por la idea de la botella que hay que llenar, es decir, a las personas se les enseña a obedecer, a llenar su mente de datos infructuosos y a memorizar información que lejos de despertarles un amor hacia la vida, los hace semejantes a muertos en vida, a autómatas.

La mente es el recinto de la consciencia y es por la mente que nosotros y el mundo en el que estamos adquiere su definición. La idea de que nosotros somos nuestro cuerpo no es tan cierta como la de que nosotros somos nuestra mente, y es que si bien el cuerpo que ahora utilizamos para entregarnos a la experiencia sensorial es imprescindible, no nos define del todo. Nosotros somos nuestro cuerpo parcialmente, o mejor dicho, nosotros no somos nuestro cuerpo, por eso algunas personas que padecen de alguna enfermedad grave suelen decir “en este cuerpo me tocó vivir” o “yo no quiero este cuerpo en el que estoy”, dando a entender que si bien el ser reside en el cuerpo, es una entidad totalmente independiente al mismo.

¿Si nosotros no somos nuestro cuerpo, quienes somos entonces? Esta es la incógnita que desde los primeros filósofos se nos ha ido presentando una y otra vez. Lo que nosotros somos es nuestra mente, pero al mismo tiempo seguimos siendo algo más, somos consciencia. Lo anterior podemos constatarlo fácilmente cuando centramos nuestra atención en el hecho de que hay momentos en los que el cuerpo quiere una cosa, la mente busca otra y la consciencia (el ser) se dirige en otra dirección. El cuerpo, lo que busca satisfacer, son las experiencias ligadas a los sentidos. La mente marcha más en el orden de las ideas, de los datos fríos que precisamente sirven para llenar la botella de la información de la que Montaigne habla. Mientras que la consciencia, que es el ser, añora su autorrealización mediante actos trascendentes. El cuerpo y la mente se terminan cuando el primero muere, pero la consciencia se sueña a sí misma con la posibilidad de ser eterna.

El hecho de que nosotros no seamos nuestro cuerpo, no significa que debamos descuidarlo, pues a fin de cuentas es el vehículo que diariamente utilizamos para estar en el mundo. Con la mente es lo mismo, no porque los pensamientos que tenemos de manera involuntaria nos sean ajenos, significa que debemos dejar de procurarlos. Ya lo dijeron los filósofos de la antigüedad: “Mente sana en cuerpo sano”. Nosotros no somos el cuerpo ni la mente, somos consciencia, pero al menos por ahora eso indefinido que somos necesita del cuerpo y de la mente para ser en este mundo; en otro (si es que lo hay) no.

El cuerpo es el depósito de la mente, y la mente es el depósito de la consciencia. Lo que el cuerpo desea es sentir, lo que la mente anhela es pensar y lo que la consciencia persigue es ser. Sentir y pensar para ser. Sin embargo, lo anterior resulta casi imposible cuando nos percatamos de que aquello que todos nosotros sentimos y pensamos es en gran medida de forma desordenada. Los medios de comunicación, las instituciones y la sociedad en general se hallan en una dinámica de constante sobreestimulación cuyos resultados se advierten en cuerpos enfermos y en mentes desequilibradas. No es que las enfermedades del cuerpo y de la mente que tenemos sean gratuitas, nosotros mismos las hemos fomentado al descuidar el avivamiento de ese fuego de la consciencia del que Montaigne hablaba.

El guía espiritual Swami Muktananda, en su obra El juego de la consciencia, señala la importancia de buscar una mente equilibrada, pues al ser la mente el recinto de la consciencia, va de por medio aquello que verdaderamente somos. Leamos unas líneas del gurú: «En el mundo todo lo podemos conseguir, pero cuando se pierde la mente, es difícil recuperarla. Todas las diferentes prácticas espirituales son formas de adorar a la mente. La mente tiene mucho valor. No debes menospreciarla ni pensar que es algo ordinario. La mente es la luz de la conciencia en una forma concentrada. Todo el universo ha llegado a existir por medio de la mente. De la misma forma, el individuo vive gracias a la ayuda de la mente. No desdeñes a tu mente ni la consideres algo ordinario. Si tienes pensamientos incontrolados, inútiles y malsanos, meditas constantemente en el vicio, adulterando así el estado de tu mente, si te ensalzas en argumentos a favor y en contra, estarás realizando un esfuerzo totalmente en vano. Los frutos de la mente varían según tus pensamientos. De la mente pueden surgir paz, ilusión, inteligencia y viveza de ingenio. Las bendiciones de la mente pueden hacer de ti un poeta, un intelectual, un músico, un artista o un yogui. Si la mente esta corrompida, siempre te causará dificultades, estropeará cualquier cosa que hagas y obstruirá tu camino hacia la liberación. Una mente sucia es el puro infierno. Cuida la mente. Es una amiga que te traerá felicidad.»

Un principio hermético reza: “Todo es mente”, es simple y verdadero. Si tu mente está desequilibrada, tu mundo será doloroso; pero si es luminosa, gustarás de los frutos de la mente.