/ domingo 18 de febrero de 2024

El mundo iluminado / Morir antes de morir

elmundoiluminado.com

El tema de la muerte es siempre complejo de abordar debido a las ideas corrientes que de la muerte se tienen, por ejemplo: que la muerte es un acontecimiento triste. Generalmente, la vida se concibe como superior a la muerte, es decir, se suele creer que en todo momento resultará mejor estar siempre vivo que muerto, pero no es así, pues hay cuerpos con vida que debido al daño que producen, sería mejor que carecieran de ella. Además, el hecho de darle un valor a la vida que en realidad no tiene es lo que produce tanto sufrimiento entre las innumerables personas que se mantienen en los hospitales conectadas a las máquinas, con tal de mantener respirando a un cuerpo que suplica abandonar la experiencia sensorial.

Resulta también polémico el hecho de que la mayoría de las personas viven sus vidas sin realmente vivirlas. La mayoría vive únicamente para regalar su tiempo y energía a actividades ociosas que nada aportan. No faltará quien diga que cada quien tiene derecho a vivir su vida como quiera, lo cual es cierto, sin embargo, cómo ejercer el derecho a la libertad cuando se está completamente adoctrinado y a merced de los poderes del dinero. Cada quien tiene la libertad de vivir su vida como quiera, pero al ser la libertad un acto consciente, todo lo que sea inconsciente no será libertad y mucho menos vida. Vivir sólo para satisfacerse dentro de los poderes del dinero y del ocio no es vida, sino automatismo.

Es totalmente cierto que hay vidas que no merecen ser llamadas vidas. Lo anterior ocurre con aquellas vidas que no hicieron más que cumplir con la voluntad de los demás, sin buscar la libertad personal. Estas vidas son las que se entregaron por completo a desgastarse por un empleo que no valía la pena (de hecho, ninguno lo vale), estas existencias son las que dejaron transcurrir cada día entre sentimientos de amargura, de tristeza y de sufrimiento. Por razones desconocidas, a veces estas existencias tan dolorosas se prolongan durante más tiempo que las vidas de quienes podrían afirmar que han sido felices, pero que el acaso les cerró los ojos durante su juventud.

Seguramente todos conocemos personas que han dedicado cada uno de sus días a cumplir con las mismas actividades mecánicas y automáticas sin encontrar nunca ninguna chispa de novedad. Estas personas están tan acostumbradas a la rutina que el mismo cuestionamiento de la misma les parece no sólo imposible, sino que incomprensible e irracional. Personas haciendo lo mismo todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años desde su juventud y hasta que la muerte los alcanza en la vejez. ¿Realmente podríamos decir que esto es “vida”? ¿No es, acaso, un comportamiento más semejante al de una máquina? Entre la máquina y el individuo que sólo hace lo mismo hasta que la muerte lo descubre no hay ninguna diferencia.

La vida es más que cumplir con las tareas que nos han sido impuestas por los poderes del dinero. La vida, para que pueda ser llamada “vida” de manera plena implica que el individuo tenga un deseo genuino por ser libre, lo cual únicamente se consigue aprendiendo a cuestionar y renunciando a los placeres ociosos y mundanos que la mayoría comparte. Vivir no implica aislarse ni apartarse de los demás, sin embargo este distanciamiento es imposible de evitar porque todo acto genuino de vida es siempre un acto consciente, y en la consciencia no caben las conductas mediocres.

Una de las características de la sociedad decadente en que nos hallamos es su falta de espiritualidad. No confundamos la vida espiritual con la vida religiosa, pues en la primera lo sagrado existe, mientras que en la segunda únicamente hay cuestiones humanas. La religión, cualquiera, no es más que un sistema político que se vale de dimensiones metafísicas para ejercer su poder, mientras que la espiritualidad apela a la verdadera reunificación con lo que es trascendente y eterno. Así, es posible ser una persona religiosa sin espiritualidad, como también es posible ser una persona espiritual sin religión. Y en esta sociedad que está a merced de los poderes del dinero, qué es la religión sino una falange más de estos mencionados poderes.

Desde la perspectiva de los poderes del dinero, la vida es el bien superior y la muerte es una dimensión de la existencia que debe ser ocultada a toda costa. Y desde esta misma perspectiva la vida es alegre, mientras que la muerte es triste. El discurso es entendible en tanto que un vivo es más rentable que un muerto, aunque los poderes del dinero son tan astutos que han sabido cómo generar riqueza, incluso, con los muertos. Desde la perspectiva de la espiritualidad, la cual es la misma que la de la consciencia, la vida y la muerte no solamente son acontecimientos ligados a la plenitud y la dicha, sino que son dos caras de la misma moneda. Por lo que si ahora mismo vivimos, es porque a la muerte ya la llevamos a cuestas, y quienes han ya muerto, se encuentran en un estado preparatorio para la perpetuación de la vida. La vida y la muerte, para la espiritualidad, son indivisibles. El místico Louis Cattiaux, en su obra El mensaje reencontrado, habla de la vida y de la muerte en los siguientes términos:

«La extrema humillación de la muerte es la entrada obligatoria al esplendor de la vida celeste, pues la separación terrestre es el comienzo del cielo manifestado. La muerte es una luz velada de terror; el sabio la considera con serenidad y la experimenta con inteligencia y provecho. Quien antes de morir no muere, se pudre cuando se muere. Ella ofrece la plata y el oro, el diamante y el rubí, pero todos rechazan su mano porque es negra.»

Para los místicos de cualquier escuela espiritual, es necesario morir simbólicamente en vida antes de que la muerte física nos alcance. La trascendencia está en morir antes de morir.

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El tema de la muerte es siempre complejo de abordar debido a las ideas corrientes que de la muerte se tienen, por ejemplo: que la muerte es un acontecimiento triste. Generalmente, la vida se concibe como superior a la muerte, es decir, se suele creer que en todo momento resultará mejor estar siempre vivo que muerto, pero no es así, pues hay cuerpos con vida que debido al daño que producen, sería mejor que carecieran de ella. Además, el hecho de darle un valor a la vida que en realidad no tiene es lo que produce tanto sufrimiento entre las innumerables personas que se mantienen en los hospitales conectadas a las máquinas, con tal de mantener respirando a un cuerpo que suplica abandonar la experiencia sensorial.

Resulta también polémico el hecho de que la mayoría de las personas viven sus vidas sin realmente vivirlas. La mayoría vive únicamente para regalar su tiempo y energía a actividades ociosas que nada aportan. No faltará quien diga que cada quien tiene derecho a vivir su vida como quiera, lo cual es cierto, sin embargo, cómo ejercer el derecho a la libertad cuando se está completamente adoctrinado y a merced de los poderes del dinero. Cada quien tiene la libertad de vivir su vida como quiera, pero al ser la libertad un acto consciente, todo lo que sea inconsciente no será libertad y mucho menos vida. Vivir sólo para satisfacerse dentro de los poderes del dinero y del ocio no es vida, sino automatismo.

Es totalmente cierto que hay vidas que no merecen ser llamadas vidas. Lo anterior ocurre con aquellas vidas que no hicieron más que cumplir con la voluntad de los demás, sin buscar la libertad personal. Estas vidas son las que se entregaron por completo a desgastarse por un empleo que no valía la pena (de hecho, ninguno lo vale), estas existencias son las que dejaron transcurrir cada día entre sentimientos de amargura, de tristeza y de sufrimiento. Por razones desconocidas, a veces estas existencias tan dolorosas se prolongan durante más tiempo que las vidas de quienes podrían afirmar que han sido felices, pero que el acaso les cerró los ojos durante su juventud.

Seguramente todos conocemos personas que han dedicado cada uno de sus días a cumplir con las mismas actividades mecánicas y automáticas sin encontrar nunca ninguna chispa de novedad. Estas personas están tan acostumbradas a la rutina que el mismo cuestionamiento de la misma les parece no sólo imposible, sino que incomprensible e irracional. Personas haciendo lo mismo todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años desde su juventud y hasta que la muerte los alcanza en la vejez. ¿Realmente podríamos decir que esto es “vida”? ¿No es, acaso, un comportamiento más semejante al de una máquina? Entre la máquina y el individuo que sólo hace lo mismo hasta que la muerte lo descubre no hay ninguna diferencia.

La vida es más que cumplir con las tareas que nos han sido impuestas por los poderes del dinero. La vida, para que pueda ser llamada “vida” de manera plena implica que el individuo tenga un deseo genuino por ser libre, lo cual únicamente se consigue aprendiendo a cuestionar y renunciando a los placeres ociosos y mundanos que la mayoría comparte. Vivir no implica aislarse ni apartarse de los demás, sin embargo este distanciamiento es imposible de evitar porque todo acto genuino de vida es siempre un acto consciente, y en la consciencia no caben las conductas mediocres.

Una de las características de la sociedad decadente en que nos hallamos es su falta de espiritualidad. No confundamos la vida espiritual con la vida religiosa, pues en la primera lo sagrado existe, mientras que en la segunda únicamente hay cuestiones humanas. La religión, cualquiera, no es más que un sistema político que se vale de dimensiones metafísicas para ejercer su poder, mientras que la espiritualidad apela a la verdadera reunificación con lo que es trascendente y eterno. Así, es posible ser una persona religiosa sin espiritualidad, como también es posible ser una persona espiritual sin religión. Y en esta sociedad que está a merced de los poderes del dinero, qué es la religión sino una falange más de estos mencionados poderes.

Desde la perspectiva de los poderes del dinero, la vida es el bien superior y la muerte es una dimensión de la existencia que debe ser ocultada a toda costa. Y desde esta misma perspectiva la vida es alegre, mientras que la muerte es triste. El discurso es entendible en tanto que un vivo es más rentable que un muerto, aunque los poderes del dinero son tan astutos que han sabido cómo generar riqueza, incluso, con los muertos. Desde la perspectiva de la espiritualidad, la cual es la misma que la de la consciencia, la vida y la muerte no solamente son acontecimientos ligados a la plenitud y la dicha, sino que son dos caras de la misma moneda. Por lo que si ahora mismo vivimos, es porque a la muerte ya la llevamos a cuestas, y quienes han ya muerto, se encuentran en un estado preparatorio para la perpetuación de la vida. La vida y la muerte, para la espiritualidad, son indivisibles. El místico Louis Cattiaux, en su obra El mensaje reencontrado, habla de la vida y de la muerte en los siguientes términos:

«La extrema humillación de la muerte es la entrada obligatoria al esplendor de la vida celeste, pues la separación terrestre es el comienzo del cielo manifestado. La muerte es una luz velada de terror; el sabio la considera con serenidad y la experimenta con inteligencia y provecho. Quien antes de morir no muere, se pudre cuando se muere. Ella ofrece la plata y el oro, el diamante y el rubí, pero todos rechazan su mano porque es negra.»

Para los místicos de cualquier escuela espiritual, es necesario morir simbólicamente en vida antes de que la muerte física nos alcance. La trascendencia está en morir antes de morir.