/ domingo 12 de mayo de 2024

Reencantamiento del mundo

El límite que separa la dimensión de lo privado de la dimensión de lo público ha desaparecido. El individuo contemporáneo ya no se guarda nada para sí mismo, sino que sale al mundo mostrando todo lo que supone ser, todo lo que supone que le gusta, todo lo que supone que cree, en pocas palabras, el individuo contemporáneo sale al mundo esperando que la sociedad le cumpla cada uno de sus caprichos, pues, argumenta, “tiene derecho a…”, pero siempre eludiendo a conveniencia los deberes que todo derecho conlleva. De manera sencilla, el individuo contemporáneo es terriblemente narcisista y debido a que asume que es una víctima, exige que la sociedad acepte y tolere todo lo que hace y dice.

Pero, además de narcisista, el individuo contemporáneo es peligrosamente ignorante y supone que todo lo que imagine de sí mismo es real y debe ser respetado, apela para ello a la libertad de expresión, la cual confunde con el exhibicionismo y la imposición, pues la libertad, en todas sus formas, es un bien que siempre beneficia a todos y no solamente a uno. En este narcisismo peligrosamente ignorante, el individuo contemporáneo se asume, además, como auténtico, como si estuviera haciendo algo nuevo, asume que está rompiendo paradigmas y favoreciendo una sociedad más tolerante y abierta cuando en realidad cada día vemos todo lo contrario: la sociedad de la tolerancia es la de la exclusión, de la condena y de la censura.

La búsqueda de la autenticidad ha generado una competencia inútil y absurda entre los individuos contemporáneos. Cada quien busca ser más innovador que el otro, busca ser diferente, único y llamativo, sin embargo, el individuo contemporáneo está lejos de ser auténtico y más bien parece un producto fabricado en masa y totalmente adaptado a las necesidades del mercado. En la ruptura del límite que hay entre lo privado y lo público, el individuo terminó aceptando explotarse a sí mismo en una rivalidad con su comunidad que no tiene el más mínimo sentido. En esa búsqueda de la autenticidad, el individuo contemporáneo se hizo esclavo por cuenta propia de las exigencias de una élite económica y política que lo único que busca es el enriquecimiento inmoral y el sometimiento social.

El individuo contemporáneo cree que todo lo que piensa de sí mismo y del mundo es real, sin embargo, es tan ignorante y a la vez ingenuo que no se da cuenta de que sus ideas no son sus ideas, sino que son creencias que le fueron implantadas sutilmente por una élite que impone y deshace ideologías a su antojo. Auténtico será en verdad aquel individuo que posea ideas propias y no el que tenga más la pinta de ser un producto de las leyes del mercado vistiendo igual que todos, consumiendo el mismo ocio que todos, alimentándose de la misma chatarra de todos y subsistiendo en fin, pues a esto no podríamos llamarlo vida, en un estado de automatismo.

En aras de la búsqueda de autenticidad, el individuo contemporáneo ha sacrificado su identidad, es decir, hoy se prefiere parecer y tener antes que ser, en este sentido, el individuo contemporáneo es esencialmente egoísta, pues no tiene mayor interés que ver por sí mismo; lejos estamos de los ideales comunitarios que distinguieron a algunos grupos sociales del pasado. En este sentido, es necesario decir que la palabra “auténtico” significa “aquel que actúa por sí mismo”, siendo este actuar para bien o para mal. Quien actúa para sí mismo en beneficio propio es porque se halla en un estado de adoctrinamiento que lo llevará a suponer que las ideologías imperantes son adecuadas para su vida; en cambio, quien actúa para sí mismo en beneficio colectivo es porque ha adquirido consciencia con respecto a los daños que conlleva satisfacer los deseos de las élites políticas, económicas, académicas y de cualquier otra índole. El filósofo Byung–Chul Han, en su obra La desaparición de los rituales, habla así de la autenticidad:

«Todo el mundo se representa a sí mismo. Todo el mundo rinde culto al yo. Sin embargo, el proyecto de la propia identidad no debería ser egoísta. La autenticidad y la comunidad no se excluyen. El culto a la autenticidad desplaza la cuestión de la identidad. El régimen neoliberal explota la moral. El dominio se consuma en el momento en que se hace pasar por libertad. La autenticidad representa una forma de producción neoliberal. Uno se explota voluntariamente creyendo que se está realizando. El culto a la autenticidad es un signo inconfundible de decadencia de lo social. Hoy el mundo es un mercado en el que uno se desnuda y se exhibe. El culto narcisista a la autenticidad es corresponsable del progresivo embrutecimiento de la sociedad. La presión para ser auténtico hace que todo sea subjetivo. La presión para trabajar y para rendir radicaliza la profanación de la vida, la cual conduce a su desencantamiento. La desaparición de los rituales y las ceremonias degrada y profana la vida, reduciéndola a mera supervivencia. Por eso, de un reencantamiento del mundo cabría esperar una fuerza salutífera que contrarrestara el narcisismo colectivo.»

Los agentes al servicio del poder (iglesias, universidades, partidos, empresas, etc.) son tan hábiles que han convencido al individuo contemporáneo no solamente de que son sus aliados, sino de que, además, es únicamente a través de ellos como podrá alcanzarse la autenticidad y, con ella, la libertad, pero no hay nada más alejado de la realidad, pues todo discurso y forma de ser que ha sido institucionalizado tiene como objetivo no solamente el sometimiento del individuo, sino, además, convencerlo de que la única manera de alcanzar su autorrealización es explotándose a sí mismo. Ya no es necesario que detrás de nosotros haya un capataz, nosotros mismos nos hemos condenado por cuenta propia debido al egoísmo que la búsqueda de la autenticidad genera. ¿La solución? Deshacernos de ideas implantadas y levantar nuevamente los límites entre lo privado y público para el reencantamiento del mundo.


El límite que separa la dimensión de lo privado de la dimensión de lo público ha desaparecido. El individuo contemporáneo ya no se guarda nada para sí mismo, sino que sale al mundo mostrando todo lo que supone ser, todo lo que supone que le gusta, todo lo que supone que cree, en pocas palabras, el individuo contemporáneo sale al mundo esperando que la sociedad le cumpla cada uno de sus caprichos, pues, argumenta, “tiene derecho a…”, pero siempre eludiendo a conveniencia los deberes que todo derecho conlleva. De manera sencilla, el individuo contemporáneo es terriblemente narcisista y debido a que asume que es una víctima, exige que la sociedad acepte y tolere todo lo que hace y dice.

Pero, además de narcisista, el individuo contemporáneo es peligrosamente ignorante y supone que todo lo que imagine de sí mismo es real y debe ser respetado, apela para ello a la libertad de expresión, la cual confunde con el exhibicionismo y la imposición, pues la libertad, en todas sus formas, es un bien que siempre beneficia a todos y no solamente a uno. En este narcisismo peligrosamente ignorante, el individuo contemporáneo se asume, además, como auténtico, como si estuviera haciendo algo nuevo, asume que está rompiendo paradigmas y favoreciendo una sociedad más tolerante y abierta cuando en realidad cada día vemos todo lo contrario: la sociedad de la tolerancia es la de la exclusión, de la condena y de la censura.

La búsqueda de la autenticidad ha generado una competencia inútil y absurda entre los individuos contemporáneos. Cada quien busca ser más innovador que el otro, busca ser diferente, único y llamativo, sin embargo, el individuo contemporáneo está lejos de ser auténtico y más bien parece un producto fabricado en masa y totalmente adaptado a las necesidades del mercado. En la ruptura del límite que hay entre lo privado y lo público, el individuo terminó aceptando explotarse a sí mismo en una rivalidad con su comunidad que no tiene el más mínimo sentido. En esa búsqueda de la autenticidad, el individuo contemporáneo se hizo esclavo por cuenta propia de las exigencias de una élite económica y política que lo único que busca es el enriquecimiento inmoral y el sometimiento social.

El individuo contemporáneo cree que todo lo que piensa de sí mismo y del mundo es real, sin embargo, es tan ignorante y a la vez ingenuo que no se da cuenta de que sus ideas no son sus ideas, sino que son creencias que le fueron implantadas sutilmente por una élite que impone y deshace ideologías a su antojo. Auténtico será en verdad aquel individuo que posea ideas propias y no el que tenga más la pinta de ser un producto de las leyes del mercado vistiendo igual que todos, consumiendo el mismo ocio que todos, alimentándose de la misma chatarra de todos y subsistiendo en fin, pues a esto no podríamos llamarlo vida, en un estado de automatismo.

En aras de la búsqueda de autenticidad, el individuo contemporáneo ha sacrificado su identidad, es decir, hoy se prefiere parecer y tener antes que ser, en este sentido, el individuo contemporáneo es esencialmente egoísta, pues no tiene mayor interés que ver por sí mismo; lejos estamos de los ideales comunitarios que distinguieron a algunos grupos sociales del pasado. En este sentido, es necesario decir que la palabra “auténtico” significa “aquel que actúa por sí mismo”, siendo este actuar para bien o para mal. Quien actúa para sí mismo en beneficio propio es porque se halla en un estado de adoctrinamiento que lo llevará a suponer que las ideologías imperantes son adecuadas para su vida; en cambio, quien actúa para sí mismo en beneficio colectivo es porque ha adquirido consciencia con respecto a los daños que conlleva satisfacer los deseos de las élites políticas, económicas, académicas y de cualquier otra índole. El filósofo Byung–Chul Han, en su obra La desaparición de los rituales, habla así de la autenticidad:

«Todo el mundo se representa a sí mismo. Todo el mundo rinde culto al yo. Sin embargo, el proyecto de la propia identidad no debería ser egoísta. La autenticidad y la comunidad no se excluyen. El culto a la autenticidad desplaza la cuestión de la identidad. El régimen neoliberal explota la moral. El dominio se consuma en el momento en que se hace pasar por libertad. La autenticidad representa una forma de producción neoliberal. Uno se explota voluntariamente creyendo que se está realizando. El culto a la autenticidad es un signo inconfundible de decadencia de lo social. Hoy el mundo es un mercado en el que uno se desnuda y se exhibe. El culto narcisista a la autenticidad es corresponsable del progresivo embrutecimiento de la sociedad. La presión para ser auténtico hace que todo sea subjetivo. La presión para trabajar y para rendir radicaliza la profanación de la vida, la cual conduce a su desencantamiento. La desaparición de los rituales y las ceremonias degrada y profana la vida, reduciéndola a mera supervivencia. Por eso, de un reencantamiento del mundo cabría esperar una fuerza salutífera que contrarrestara el narcisismo colectivo.»

Los agentes al servicio del poder (iglesias, universidades, partidos, empresas, etc.) son tan hábiles que han convencido al individuo contemporáneo no solamente de que son sus aliados, sino de que, además, es únicamente a través de ellos como podrá alcanzarse la autenticidad y, con ella, la libertad, pero no hay nada más alejado de la realidad, pues todo discurso y forma de ser que ha sido institucionalizado tiene como objetivo no solamente el sometimiento del individuo, sino, además, convencerlo de que la única manera de alcanzar su autorrealización es explotándose a sí mismo. Ya no es necesario que detrás de nosotros haya un capataz, nosotros mismos nos hemos condenado por cuenta propia debido al egoísmo que la búsqueda de la autenticidad genera. ¿La solución? Deshacernos de ideas implantadas y levantar nuevamente los límites entre lo privado y público para el reencantamiento del mundo.