De un año a la fecha el tradicional menjul o menyul, de La Ópera, ha venido siendo acompañado, aparte del platito de cacahuates, habas y garbanzos, por un platón de palomitas de maíz. Algunos asiduos parroquianos son distinguidos con el plato de pata de res en escabeche o la torta de pipián verde. Pero las palomitas van labrando su espacio.
Y algunos se preguntan cómo, cuándo y dónde se les ha ocurrido a los Montesinos introducir un alimento típicamente relacionado con las salas de cines y sobre todo con una intensa presencia de la comida llamada chatarra del vecino país.
Y entonces el aventurero Zalacaín explicó a sus amigos sobre lo equívoco de considerar a las “palomitas de maíz” como extranjeras, si bien, el auge se dio en Estados Unidos gracias al ingenio de Charles Cretors, un científico, inventor de la primera máquina comercial para fabricar palomitas de maíz, patentada y presentada en la Exposición Universal de Chicago en 1887.
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Las palomitas se colaron a las salas de cine muchos años después, de hecho, fue la Gran Depresión en los Estados Unidos la causante de abrirles un espacio.
Anteriormente las salas de cine mudo eran comparadas con salas de teatro, de ópera, no se permitía la comida ni la bebida en su interior durante la proyección. Pero en 1927 debutó el cine sonoro y eso cambió al público, se abrió un espacio para los ciudadanos comunes y corrientes y una habitante de Missouri, Julia Braden, tuvo la ingeniosa idea de poner un establecimiento de palomitas, usando la máquina de Cretors, frente a una sala de cine, la demanda fue aumentando y los empresarios de las salas de espectáculos acabaron introduciendo el consumo de las palomitas en las primeras áreas comerciales, antesala del cine. El uso de la sal aumentó el consumo de las palomitas y con ello la generación de sed de líquidos y entonces se montaron las bebidas gaseosas dando así pie a una moderna concepción de las salas de cinematografía donde además de ver una película se podían consumir alimentos.
El señor Cretors y la señora Braden pasaron a la historia y con las patentes conseguidas se apropiaron del origen de las palomitas de maíz. Pero la verdadera historia se remonta a los pueblos precolombinos.
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Cristóbal Colón sin duda fue el gran descubridor del maíz en sus diversas variedades, las llevó a España. Pero Hernán Cortés fue el emprendedor de su divulgación y posterior consumo.
Los conquistadores dieron fe de haber encontrado restos de las palomitas llamadas “crispetas” en tumbas con más de mil 500 años de antigüedad. Investigaciones arqueológicas han situado en 5000 años A.C. el empleo de un maíz tostado para producir las ahora llamadas palomitas, empleadas como pasa bocas en actos rituales.
Fray Bernardino de Sahagún da fe de su descubrimiento y empleo en las fiestas prehispánicas donde las mujeres jóvenes bailaban adornadas con unas guirnaldas de palomitas colocadas sobre las cabezas de las niñas. Sahagún las registró con el nombre de “momochtli” en náhuatl.
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El antecedente de la narración se encuentra inscrito en el capítulo XXI del Libro II de la “Historia General de las Cosas de Nueva España”, bajo el título “De las ceremonias y sacrificios que se hacían en el segundo mes que se llamaba Tlaxcaxipehualiztli (desollamiento de hombres)”.
Se trataba, explicaba Zalacaín, de una fiesta en honra de Xipe Tótec y Huitzilopochtli a quienes ofrendaban a los cautivos, hombres, mujeres y niños previa celebración de varias fiestas. Había una vigilia, los cautivos velaban toda la noche, les arrancaban los cabellos de la coronilla y les sacaban sangre de las orejas, al día siguiente eran desollados.
La ceremonia narrada por Sahagún da cuenta de la presencia de los padrinos de los cautivos quienes honraban las sogas con las cuales habían sido atados los cautivos a una piedra.
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Y entonces Sahagún describe la parte gastronómica de la fiesta. “comían todos unas tortillas como empanadillas que hacían de maíz sin cocer, a las cuales llamaban uilocpalli. Todos los que iban a ver este espectáculo hacían mochila de estas tortillas, y comían las allá donde se hacía la farsa”.
Evidentemente, rectificaba ante los asombrados amigos, se trataba de una especie de quesadilla actual.
Más adelante Sahagún relata: “Al día siguiente todos se aparejaban para un solemne areito, el cual comenzaban en las casas reales; aderezábanse con todos los aderezos o divisas, o plumajes ricos que había en las casas reales, y llevaban en las manos en lugar de flores todo género de tamales y tortillas; iban aderezados con maíz tostado, que llaman momochtli, en lugar de sartales y guirnaldas”.
O sea, dijo el aventurero, las palomitas de maíz se ensartaban para formar guirnaldas.
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¿De dónde el nombre de palomitas?, preguntaron a Zalacaín. Para entenderlo, recurrió a una recreación de cómo se fabricaban. Los mesoamericanos usaban una olla de barro al fuego y dentro colocaban granos de maíz llamado hoy pisingallo, palomero, rosetero, reventón, cuando alcanzaban la temperatura máxima, los granos se inflaban y reventaban, al destapar la olla salían volando, como palomas blancas…
Aún hoy día, la costumbre de hacer guirnaldas de palomitas de maíz se conserva en algunas poblaciones de la región mazahua, donde el cultivo se ha reducido por no rendir económicamente, pero en fiestas religiosas, se acostumbra hacer las guirnaldas y colocarlas en el cuello de las esculturas o imágenes de santos, como sucede en San Felipe del Progreso, Estados de México, donde incluso los habitantes se colocan las palomitas en forma de collar.
La costumbre de comer palomitas se da de forma amplia en Iberoamérica bajo diversos nombres y el aventurero citó una lista de algunos de ellos: pochoclo, pororó, pipoca, poporocho, cabritas, popcorn, crispetas, rositas de maíz, alborotos, cotufas, bufas, flores, o simplemente “palomitas”.
Zalacaín recordó aquella olla de aluminio usada por la abuela para hacer las palomitas caseras, cuando el microondas no existía, tenía un mango de madera azul y una manivela para girar en el centro de la tapa. Se colocaba sobre la estufa con un poco de mantequilla y una vez derretida se metían los granos de maíz palomero, se tapaba y se esperaba a escuchar cuando reventaran, entonces se daba vuelta a la manivela para impedir se pegaran en el fondo de la olla. Una vez habían explotado los granos, a veces la tapa se levantaba un poco, y entonces a comerlas, recién hechas, sin conservadores, y a ver la televisión, en blanco negro, claro está, “Teatro Fantástico” de Cachirulo, “Cómicos y Canciones” con Viruta y Capulina. Vaya recuerdos.
elrincondezalacain@gmail.com
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