Los padres, en general, tenemos una enorme necesidad de parecer perfectos ante los ojos de los demás. Muchos, en lugar de reconocer y atender los problemas familiares, los ocultan a costa de lo que sea, para que nadie se entere y aparezcan como “la familia perfecta”.
Con mucha frecuencia también, se sacrifican el amor, la autoestima o el bienestar de los hijos, con tal de que estos sean vistos como “perfectitos”. A mí en lo particular me preocupan los hijos “perfectos”, esos que nunca desobedecen o cuestionan normas, aunque sean absurdas y castrantes, los que siempre sacan dieces, que nunca fallan y que, en pocas palabras, todo lo hacen “perfecto”.
Me preocupa porque viven bajo una intensa presión por su perfección, porque de ella depende no solo la autoestima de sus padres, también el valor que se conceden a sí mismos. Los hijos “perfectos” dan sentido a la vida de sus padres y al hecho de que permanezcan juntos. A costa de su propia paz mental o salud física, DEBEN seguir siendo perfectos y obteniendo un 10 en todas las áreas de su vida. Los padres de hijos “perfectos” los presumen a diestra y siniestra: sus calificaciones intachables, sus premios, sus grandes virtudes y todas las facetas de su perfección.
Aunque a un nivel puede resultar muy gratificante obtener tanto reconocimiento de sus padres, en otro nivel, más profundo, estos hijos viven con tremenda presión, sabiendo que si fallan, causarán una desilusión a sus padres; sienten que el amor de estos se debe a que son perfectos y temen que, si dejan de serlo, corren el riesgo de perder ese amor.
Esos hijos experimentan constantemente altos grados de estrés y este siempre es la fuente de somatizaciones físicas y emocionales que se pueden complicar, por ejemplo, migrañas, gastritis, colitis o contracturas musculares. Es imposible sostener ese grado de estrés constantemente sin afectar otras áreas de la existencia.
Esa necesidad de que los demás los vean como padres perfectos, que educan hijos perfectos, se manifiesta de muchas maneras en su vida. Por eso es básico respetar el temperamento y la personalidad de nuestros hijos y darnos cuenta de que, no porque saquen calificaciones perfectas o destaquen en algún deporte o tenga su recámara perfectamente levantada, signifique se sienten felices o van a funcionar como una persona exitosa o a ganar mucho dinero.
Lo que sí es importante es darles a nuestros hijos las herramientas para obtener lo que desean, como disciplina, constancia, perseverancia, que desarrollen voluntad o trabajen la tolerancia a la frustración. Eso sí les va a servir mucho para lograr sus objetivos, pero no busquemos hacerlo para que nos hagan sentir orgullosos y buenos padres, o para que resuelvan lo que nosotros no pudimos resolver.
Mejor dale a tus hijos amor con límites, responsabilidades, déjalo que aprenda que ante una acción siempre hay una consecuencia; esto va a formarles el carácter y es un punto básico para que logren lo que busquen.
Seamos conscientes de esto, para que la próxima vez que le llamemos la atención a un hijo, le exijamos hasta el grado de la perfección o insistamos en que cambie algo de su personalidad, lo hagamos por amor a él, porque es bueno para su vida, y no porque deseemos que sea “perfecto”, para nosotros parecer padres “perfectos”.
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