/ sábado 17 de febrero de 2024

Plaza de Toros del Paseo Nuevo, el primer toreo de Puebla | Los tiempos idos

En la plaza se exhibieron toros de las mejores ganaderías del país que fueron lidiados por importantes matadores de la época, además, sirvió como baluarte durante la defensa de la ciudad en 1863 y escenario de diferentes espectáculos

La tauromaquia fue parte importante de la cultura y tradición mexicanas desde la época virreinal, cuando las corridas de toros se realizaban durante las festividades civiles y religiosas en redondeles que se hacían con tablones de madera y cada quien llevaba su silla.

Las corridas de toros se popularizaron aún más durante el siglo XIX, entonces se comenzaron a construir los primeros toreos que se volvieron lugares de encuentro para personas de todas las clases sociales.


En Puebla, el primer toreo fue inaugurado en abril de 1841 y se conoció como Plaza de Toros del Paseo Nuevo. Tenía capacidad para 3 mil personas y estaba ubicado sobre la 3 Poniente, esquina con 11 Sur.

En la plaza se exhibieron toros de las mejores ganaderías del país que fueron lidiados por importantes matadores de la época, además, sirvió como baluarte durante la defensa de la ciudad en 1863 y fue escenario de diferentes espectáculos hasta la primera mitad del siglo XX.

La plaza estaba ubicada en la 3 Poniente, entre la 11 y 9 Sur, frente al Paseo Bravo, cuya arboleda se aprecia en la foto aérea. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

El toreo en el virreinato

Durante la época virreinal las corridas de toros se verificaban en celebraciones civiles y religiosas. No existían sitios especiales para llevarlas a cabo pero rápidamente se popularizaron entre los habitantes de la Nueva España.

“No existía un lugar específico para celebrar las corridas de toros por dos razones: Una, porque eran consideradas fiestas profanas, algo que no era muy digno de ser aplaudido. Las autoridades religiosas aborrecían este tipo de prácticas porque eran sangrientas y desagradables, por ejemplo, Juan de Palafox y Mendoza. Durante algunos períodos intermitentes no se celebraron por instancias religiosas debido a la muerte tanto de toreros como de animales. Otra, por los tumultos. A las autoridades civiles tampoco les gustaban mucho que se hicieran este tipo de actividades porque la gente en grupo provocaba conflictos”, expone el investigador David Ramírez Huitrón.

Refiere que, aunque a las autoridades no les agradaba esta actividad por los tumultos que se hacían, de vez en cuando recurría a ellas, como en las fiestas de carnaval, fiestas patronales y cuando había necesidad de obtener ingresos extras. Tal es el caso de las corridas que se realizaron en el barrio de Analco para financiar el Puente de Ovando.

Al no tener un sitio destinado para estas actividades, se usaban las plazuelas que eran espacios grandes y al aire libre. Los redondeles se hacían con tablones de madera y los vecinos participaban para levantarlos, incluso, se manteaban con carpas. Para disfrutar el espectáculo, era común que cada quien llevara su silla, y si no, lo disfrutaban parados.

“Fue hasta mediados del siglo XVIII que se empezó a utilizar las famosas plazas portátiles que no requerían un espacio fijo. Debido a la inestabilidad política que se vivió en España por la invasión de Napoleón a principios del siglo XIX, las cosas cambian un poco, porque él prohibió las corridas de toros. Pero una vez que regresó al poder Fernando VII, la tauromaquia proliferó en la Nueva España”, comenta.

Las corridas de toros fueron suspendidas en la Nueva España entre 1805 y 1809. A partir de 1813 la Corona Española las reactivó, principalmente para mantener entretenida a la gente.

“Para celebrar el regreso del rey Fernando VII, en 1814, en México, se realizó una temporada de toros en la que hubo de todo, por ejemplo, un tadeum en la catedral y una corrida en la Plaza del Volador de la ciudad de México. El ejército realista era el que promovía estas fiestas. Esto generó mucho entusiasmo entre la gente e impacto en Puebla”, asegura.

“Se aprovechó la abundancia de la ganadería que había alrededor de la ciudad y se comenzó a hacer más corridas de toros utilizando como escenarios las plazuelas más grandes, como la de San José, la de Analco o la del Carmen. Incluso, se llegaron a hacer corridas adentro del antiguo Coliseo (Teatro Principal), porque antes no eran tan lujoso, el piso era de tierra y el escenario era un redondel”, explica.


El Coliseo se inauguró en 1760 y funcionó hasta 1811 cuando las presentaciones fueron suspendidas de forma temporal por el movimiento independentista que había estallado en 1810. Estuvo diez años en total abandono. Para obtener ingresos y reabrirlo, el ayuntamiento permitió que se realizaran peleas de gallos y corridas de toros en su interior.

Aspecto de la plaza de toros en 3 Poniente, esquina con la 11 Sur.. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Un negocio redituable

La tauromaquia se había posicionado como un negocio redituable. Hacia 1840 un grupo de empresarios poblanos constituyó una sociedad para establecer la primera Plaza de Toros de Puebla.

En su libro “La Plaza de Toros del Paseo Nuevo”, Blanca del Razo Lazcano, dice que la sociedad fue conformada por Francisco Azcárate (propietario de la ladrillera homónima), promotor principal, además de Manuel Zavala, José Miguel García y Andrés Torres, este último el mayor accionista. La mayoría eran inversionistas de la fábrica de hilados de San Juan Bautista.

La plaza se comenzó a construir el 25 de agosto de 1840 y fue inaugurada el 11 de abril de 1841 con el nombre de “Plaza de Toros del Paseo Nuevo”.

“Estaba ubicada en la antigua calle del padre Ávila (3 Poniente, entre 9 y 11 Sur), ocupaba la mitad de la manzana. Tenía una capacidad aproximada de 3 mil personas. En un inicio tenía corridas de toros todos los domingos y también se hacían en días festivos y otras celebraciones importantes”, dice.

En el libro se lee: “La plaza era muy cómoda y pintada al estilo europeo, sus lumbreras estaban techadas y se encontraban en la parte más elevada con viguería de madera, las puertas también de madera, las gradas de cal y canto de ladrillo rojo y la parte baja de cal blanca, entre el fin del graderío y la contrabarrera había un espacio de 5 metros aproximadamente donde se colocaban sillas de madera. Se organizó la fiesta con las autoridades locales en el presídium y había una orquesta de música. Las compañías contratadas se decían ser las mejores en la tauromaquia. Generalmente se lidiaban de 8 a 6 toros, la mayoría, de 5 a 6, a muerte”.

Pero la plaza no solo sirvió para ofrecer espectáculos taurinos a los poblanos, también se presentaban eventos familiares como payasos de rodeo y pantomima. Está documentado que el 7 de abril de 1850, se presentó un grupo de payasos equilibristas llamados Los Tecomatitos.

“Un espectáculo que se presentó, que hoy no sería políticamente correcto, pero en aquel entonces estaba muy en boga, eran las escenificaciones de la guerra entre el ejército norteamericano contra los apaches”, advierte.

“Muchos de los indígenas que habitaron el norte del país como los apaches, seris o cheyennes, se unían a las compañías de circo itinerantes porque se habían quedado sin territorios o para evitar ser capturados por el ejército norteamericano. Entonces viajaban con ellas y se mostraban como eran, con su atuendo original, y enseñaban sus habilidades. Por ejemplo, ponían monigotes de paja amarrados a los toriles y les enseñaban a las personas cómo eran expertos flechadores, también lanzaban cuchillos. Obviamente generaban mucha atracción”, detalla.

Entre las figuras más importantes que lidiaron toros en la plaza de Puebla se encuentran los toreros Bernardo Gabiño, Mariano González, Miguel Morada, Hilario Rojas, Antonio Escamilla, José Perea y Ponceano Díaz. En cuanto a los ejemplares, la ganadería de Atenco era la que contaba con mayor prestigio.

Cartel de corrida de toros en el que se aprecia los costos de las entradas. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Toreos en el México Independiente

Hacia mediados del siglo XIX, Andrés Torres, principal accionista de la sociedad de la Plaza de Toros de Paseo Nuevo, tuvo una serie de desavenencias con el ayuntamiento. En 1852, le vendió la concesión al empresario Marcos Otañes, por la cantidad de 12 mil pesos antiguos.


En 1850, Otañes había construido la Plaza de Toros de San Jerónimo. Estaba ubicado en el espacio que hoy ocupa la clínica 2 del IMSSS, bulevar 5 de Mayo, entre 7 y 9 Oriente. También con capacidad para 3 mil personas.

“La de mayor tradición y aforo siempre fue la del Paseo Bravo, entonces Otañes le prestó mayor atención y la de San Jerónimo paso a segundo plano. Durante la batalla del 2 de abril de 1867, se quemó la Plaza de Toros de San Jerónimo, entonces el empresario la desmanteló y le vendió los polines y la madera que se salvó al empresario Ignacio Guerrero Manzano, que fue con lo que construyó el Teatro de la Ciudad. Duro 17 años, de 1850 a 1867”, asegura.

La primera prohibición de la tauromaquia del México Independiente remonta a 1867 y fue promulgada por el presidente Benito Juárez. Pero la Plaza de Toros del Paseo Nuevo ya se había visto afectada debido a los conflictos bélicos originados en Puebla durante el siglo XIX.

En el Sitio de Puebla de 1863 la plaza fue utilizada como baluarte durante la defensa de la ciudad. Se colocaron algunos cañones y sirvió como cuartel. El Paseo Bravo había sido talado y la plaza de toros servía de apoyo a la penitenciaria (de San Javier).

“El mismo Juárez, autorizó las corridas de todo en beneficio del hospital de San Pedro cuando fue la batalla de Puebla, porque con ese dinero se pagaron pensiones, se compraron medicamentos y se pagaron curaciones de los heridos de la Batalla del 5 de Mayo” , detalla.

“La sociedad que tenía la concesión de la plaza tuvo ciertas desavenencias con el ayuntamiento porque cuando no había funciones la desatendía y se arruinaba, entonces la autoridad tenía que arreglarla para que estuviera en condiciones y muchas veces le convenía más dejarla cerrada que invertir en mantenerla o repararla”, agrega.

En 1880, el torero Benigno Gabiño había instalado la Plaza de Toros de San Francisco (donde se encontraba el estanque de los pescaditos). Era para un aforo de entre mil 500 y 2 mil personas. Pero hacia principios del siglo XX, desapareció cuando se comenzaron a instalar las fábricas textiles ahí en la colonia Industrial.

En el libro “La Plaza de Toros del Paseo Nuevo”, se lee que los empresarios que fueron concesionarios de la plaza de toros después de Marcos Otañes fueron: Manuel Spiros, José Furlong, Santos Lecona y William Jenkins. Como último dueño figura Francisco Icaza (hasta 1936).

A lo largo de los años, además de espectáculos taurinos, se ofrecieron espectáculos de pantomima, payasos, festivales y motos. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Lugar de encuentro en el siglo XX

La tauromaquia se había convertido en un evento de gran importancia social y cultural durante el siglo XIX. Las plazas de toros se convirtieron en lugares de encuentro de personas de todas las clases sociales. Surgieron las primeras figuras legendarias de la tauromaquia mexicana como Ponciano Díaz y Carlos Arruza. Para el siglo XX, durante la Revolución y la época posterior, la fiesta bravo se mantuvo popular.


“La gente a veces se apasionaba, que si el toro era de mala casta o que el torero era un blandengue que no se aventaba. El 12 de enero de 1902, ocurrió una riña después de una mala corrida de toros. Una crónica al respecto dice: En la tarde, durante la presentación de Masantini y Reverte hubo en dicha plaza un lleno a reventar. En aquel entonces la gente dividía su simpatía por igual entre estos dos toreros. La gente ovacionaba a Reverte (mexicano) y cuando Masantini (español) salía, lo abucheaba”, dice.

“Entonces se calentaron los ánimos y la gente comenzó a aventar de todo. Aventaron unas velas y se comenzó a quemar un manteado que rápidamente se extendió hacia los carteles y las mantas de la sombra. En medio del incendio la gente se comenzó a pelear y hubo muertos. Por miedo a que los toros salieran, los dejaron encerrados y se quemaron. Esto provocó que la plaza fuera clausurada porque había sido muy grave”, señala.

La plaza de toros quedó abandonada y se multo al propietario. Fue en 1905 que un concesionario la volvió a abrir. El toreo nunca dejó de funcionar porque el ayuntamiento siempre lo restauraba A principios del siglo XX se le comenzó a llamar Plaza de Toros del Paseo Bravo.

Cartel de una corrida de toros de noviembre de 1862. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

El 13 de diciembre de 1908, la plaza de toros fue escenario de la cogida del torero Rodolfo Gaona, el llamado Califa de León. Francisco I. Madero, candidato a la presidencia de la República, visitó Puebla el 12 de julio de 1911. Sus simpatizantes lo esperaban en la plaza de toros donde daría un discurso.

“Un grupo de simpatizantes suyos ocupó la plaza de toros y durante la noche se agarraron a balazos con los guardias de la Penitenciaria San Javier que estaban enfrente. No se sabe muy bien porque, pero hubo 14 muertos. Madero ignoró lo sucedido y siguió con su campaña. Fue un golpe muy fuerte para su imagen”, advierte.

Otro hecho que se vivió en el recinto fue cuando los zapatistas llegaron a la ciudad, en diciembre de 1914 y ocuparon la plaza de toros como cuartel. Trajeron la epidemia de tifoidea, cosa que fue desastrosa.

“De lo último que se sabe que se hacía ahí, eran las famosas demostraciones de la policía montaba en motos, en los años treinta, había festivales donde la policía de caminos hacia suertes como el salto de muerte o el paso de la cabaña, etcétera. Había festivales infantiles, de primavera y kermeses, y también se empezó a usar para clausuras de cursos”, concluye el investigador.

La demanda de la tauromaquia iba en ascenso y el aforo de 3 mil personas de la Plaza de los Toros del Paseo Bravo se comenzó a quedar corto. Hacia 1935 el empresario Jesús Cienfuegos inició la construcción de un toreo para 8 mil personas en el barrio de Santiago.

“En 1936, cuando tenía 9 años, mi papá (Francisco Rodríguez Pacheco) me llevo a ver a la plaza de toros a unos niños toreros que se llamaban “Hermanitos Bienvenida”. Yo creo que fue una de los últimos espectáculos que hubo ahí, porque después el compró la plaza. La demolió para construir 36 residencias. En 1937, inauguró el fraccionamiento El Toreo, donde vivieron diferentes personalidades, como don Juan Manuel Treviño, quien fue presidente municipal, su casa estaba en la esquina de la 3 Poniente y 11 Sur, donde ahora hay un Oxxo”, puntualiza Jorge Rodríguez Pacheco.

Este es el sitio que ocupó la Plaza de Toros del Paseo Bravo de 1840 a 1936, en la 7 Poniente esquina con 11 Sur. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

La tauromaquia fue parte importante de la cultura y tradición mexicanas desde la época virreinal, cuando las corridas de toros se realizaban durante las festividades civiles y religiosas en redondeles que se hacían con tablones de madera y cada quien llevaba su silla.

Las corridas de toros se popularizaron aún más durante el siglo XIX, entonces se comenzaron a construir los primeros toreos que se volvieron lugares de encuentro para personas de todas las clases sociales.


En Puebla, el primer toreo fue inaugurado en abril de 1841 y se conoció como Plaza de Toros del Paseo Nuevo. Tenía capacidad para 3 mil personas y estaba ubicado sobre la 3 Poniente, esquina con 11 Sur.

En la plaza se exhibieron toros de las mejores ganaderías del país que fueron lidiados por importantes matadores de la época, además, sirvió como baluarte durante la defensa de la ciudad en 1863 y fue escenario de diferentes espectáculos hasta la primera mitad del siglo XX.

La plaza estaba ubicada en la 3 Poniente, entre la 11 y 9 Sur, frente al Paseo Bravo, cuya arboleda se aprecia en la foto aérea. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

El toreo en el virreinato

Durante la época virreinal las corridas de toros se verificaban en celebraciones civiles y religiosas. No existían sitios especiales para llevarlas a cabo pero rápidamente se popularizaron entre los habitantes de la Nueva España.

“No existía un lugar específico para celebrar las corridas de toros por dos razones: Una, porque eran consideradas fiestas profanas, algo que no era muy digno de ser aplaudido. Las autoridades religiosas aborrecían este tipo de prácticas porque eran sangrientas y desagradables, por ejemplo, Juan de Palafox y Mendoza. Durante algunos períodos intermitentes no se celebraron por instancias religiosas debido a la muerte tanto de toreros como de animales. Otra, por los tumultos. A las autoridades civiles tampoco les gustaban mucho que se hicieran este tipo de actividades porque la gente en grupo provocaba conflictos”, expone el investigador David Ramírez Huitrón.

Refiere que, aunque a las autoridades no les agradaba esta actividad por los tumultos que se hacían, de vez en cuando recurría a ellas, como en las fiestas de carnaval, fiestas patronales y cuando había necesidad de obtener ingresos extras. Tal es el caso de las corridas que se realizaron en el barrio de Analco para financiar el Puente de Ovando.

Al no tener un sitio destinado para estas actividades, se usaban las plazuelas que eran espacios grandes y al aire libre. Los redondeles se hacían con tablones de madera y los vecinos participaban para levantarlos, incluso, se manteaban con carpas. Para disfrutar el espectáculo, era común que cada quien llevara su silla, y si no, lo disfrutaban parados.

“Fue hasta mediados del siglo XVIII que se empezó a utilizar las famosas plazas portátiles que no requerían un espacio fijo. Debido a la inestabilidad política que se vivió en España por la invasión de Napoleón a principios del siglo XIX, las cosas cambian un poco, porque él prohibió las corridas de toros. Pero una vez que regresó al poder Fernando VII, la tauromaquia proliferó en la Nueva España”, comenta.

Las corridas de toros fueron suspendidas en la Nueva España entre 1805 y 1809. A partir de 1813 la Corona Española las reactivó, principalmente para mantener entretenida a la gente.

“Para celebrar el regreso del rey Fernando VII, en 1814, en México, se realizó una temporada de toros en la que hubo de todo, por ejemplo, un tadeum en la catedral y una corrida en la Plaza del Volador de la ciudad de México. El ejército realista era el que promovía estas fiestas. Esto generó mucho entusiasmo entre la gente e impacto en Puebla”, asegura.

“Se aprovechó la abundancia de la ganadería que había alrededor de la ciudad y se comenzó a hacer más corridas de toros utilizando como escenarios las plazuelas más grandes, como la de San José, la de Analco o la del Carmen. Incluso, se llegaron a hacer corridas adentro del antiguo Coliseo (Teatro Principal), porque antes no eran tan lujoso, el piso era de tierra y el escenario era un redondel”, explica.


El Coliseo se inauguró en 1760 y funcionó hasta 1811 cuando las presentaciones fueron suspendidas de forma temporal por el movimiento independentista que había estallado en 1810. Estuvo diez años en total abandono. Para obtener ingresos y reabrirlo, el ayuntamiento permitió que se realizaran peleas de gallos y corridas de toros en su interior.

Aspecto de la plaza de toros en 3 Poniente, esquina con la 11 Sur.. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Un negocio redituable

La tauromaquia se había posicionado como un negocio redituable. Hacia 1840 un grupo de empresarios poblanos constituyó una sociedad para establecer la primera Plaza de Toros de Puebla.

En su libro “La Plaza de Toros del Paseo Nuevo”, Blanca del Razo Lazcano, dice que la sociedad fue conformada por Francisco Azcárate (propietario de la ladrillera homónima), promotor principal, además de Manuel Zavala, José Miguel García y Andrés Torres, este último el mayor accionista. La mayoría eran inversionistas de la fábrica de hilados de San Juan Bautista.

La plaza se comenzó a construir el 25 de agosto de 1840 y fue inaugurada el 11 de abril de 1841 con el nombre de “Plaza de Toros del Paseo Nuevo”.

“Estaba ubicada en la antigua calle del padre Ávila (3 Poniente, entre 9 y 11 Sur), ocupaba la mitad de la manzana. Tenía una capacidad aproximada de 3 mil personas. En un inicio tenía corridas de toros todos los domingos y también se hacían en días festivos y otras celebraciones importantes”, dice.

En el libro se lee: “La plaza era muy cómoda y pintada al estilo europeo, sus lumbreras estaban techadas y se encontraban en la parte más elevada con viguería de madera, las puertas también de madera, las gradas de cal y canto de ladrillo rojo y la parte baja de cal blanca, entre el fin del graderío y la contrabarrera había un espacio de 5 metros aproximadamente donde se colocaban sillas de madera. Se organizó la fiesta con las autoridades locales en el presídium y había una orquesta de música. Las compañías contratadas se decían ser las mejores en la tauromaquia. Generalmente se lidiaban de 8 a 6 toros, la mayoría, de 5 a 6, a muerte”.

Pero la plaza no solo sirvió para ofrecer espectáculos taurinos a los poblanos, también se presentaban eventos familiares como payasos de rodeo y pantomima. Está documentado que el 7 de abril de 1850, se presentó un grupo de payasos equilibristas llamados Los Tecomatitos.

“Un espectáculo que se presentó, que hoy no sería políticamente correcto, pero en aquel entonces estaba muy en boga, eran las escenificaciones de la guerra entre el ejército norteamericano contra los apaches”, advierte.

“Muchos de los indígenas que habitaron el norte del país como los apaches, seris o cheyennes, se unían a las compañías de circo itinerantes porque se habían quedado sin territorios o para evitar ser capturados por el ejército norteamericano. Entonces viajaban con ellas y se mostraban como eran, con su atuendo original, y enseñaban sus habilidades. Por ejemplo, ponían monigotes de paja amarrados a los toriles y les enseñaban a las personas cómo eran expertos flechadores, también lanzaban cuchillos. Obviamente generaban mucha atracción”, detalla.

Entre las figuras más importantes que lidiaron toros en la plaza de Puebla se encuentran los toreros Bernardo Gabiño, Mariano González, Miguel Morada, Hilario Rojas, Antonio Escamilla, José Perea y Ponceano Díaz. En cuanto a los ejemplares, la ganadería de Atenco era la que contaba con mayor prestigio.

Cartel de corrida de toros en el que se aprecia los costos de las entradas. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Toreos en el México Independiente

Hacia mediados del siglo XIX, Andrés Torres, principal accionista de la sociedad de la Plaza de Toros de Paseo Nuevo, tuvo una serie de desavenencias con el ayuntamiento. En 1852, le vendió la concesión al empresario Marcos Otañes, por la cantidad de 12 mil pesos antiguos.


En 1850, Otañes había construido la Plaza de Toros de San Jerónimo. Estaba ubicado en el espacio que hoy ocupa la clínica 2 del IMSSS, bulevar 5 de Mayo, entre 7 y 9 Oriente. También con capacidad para 3 mil personas.

“La de mayor tradición y aforo siempre fue la del Paseo Bravo, entonces Otañes le prestó mayor atención y la de San Jerónimo paso a segundo plano. Durante la batalla del 2 de abril de 1867, se quemó la Plaza de Toros de San Jerónimo, entonces el empresario la desmanteló y le vendió los polines y la madera que se salvó al empresario Ignacio Guerrero Manzano, que fue con lo que construyó el Teatro de la Ciudad. Duro 17 años, de 1850 a 1867”, asegura.

La primera prohibición de la tauromaquia del México Independiente remonta a 1867 y fue promulgada por el presidente Benito Juárez. Pero la Plaza de Toros del Paseo Nuevo ya se había visto afectada debido a los conflictos bélicos originados en Puebla durante el siglo XIX.

En el Sitio de Puebla de 1863 la plaza fue utilizada como baluarte durante la defensa de la ciudad. Se colocaron algunos cañones y sirvió como cuartel. El Paseo Bravo había sido talado y la plaza de toros servía de apoyo a la penitenciaria (de San Javier).

“El mismo Juárez, autorizó las corridas de todo en beneficio del hospital de San Pedro cuando fue la batalla de Puebla, porque con ese dinero se pagaron pensiones, se compraron medicamentos y se pagaron curaciones de los heridos de la Batalla del 5 de Mayo” , detalla.

“La sociedad que tenía la concesión de la plaza tuvo ciertas desavenencias con el ayuntamiento porque cuando no había funciones la desatendía y se arruinaba, entonces la autoridad tenía que arreglarla para que estuviera en condiciones y muchas veces le convenía más dejarla cerrada que invertir en mantenerla o repararla”, agrega.

En 1880, el torero Benigno Gabiño había instalado la Plaza de Toros de San Francisco (donde se encontraba el estanque de los pescaditos). Era para un aforo de entre mil 500 y 2 mil personas. Pero hacia principios del siglo XX, desapareció cuando se comenzaron a instalar las fábricas textiles ahí en la colonia Industrial.

En el libro “La Plaza de Toros del Paseo Nuevo”, se lee que los empresarios que fueron concesionarios de la plaza de toros después de Marcos Otañes fueron: Manuel Spiros, José Furlong, Santos Lecona y William Jenkins. Como último dueño figura Francisco Icaza (hasta 1936).

A lo largo de los años, además de espectáculos taurinos, se ofrecieron espectáculos de pantomima, payasos, festivales y motos. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Lugar de encuentro en el siglo XX

La tauromaquia se había convertido en un evento de gran importancia social y cultural durante el siglo XIX. Las plazas de toros se convirtieron en lugares de encuentro de personas de todas las clases sociales. Surgieron las primeras figuras legendarias de la tauromaquia mexicana como Ponciano Díaz y Carlos Arruza. Para el siglo XX, durante la Revolución y la época posterior, la fiesta bravo se mantuvo popular.


“La gente a veces se apasionaba, que si el toro era de mala casta o que el torero era un blandengue que no se aventaba. El 12 de enero de 1902, ocurrió una riña después de una mala corrida de toros. Una crónica al respecto dice: En la tarde, durante la presentación de Masantini y Reverte hubo en dicha plaza un lleno a reventar. En aquel entonces la gente dividía su simpatía por igual entre estos dos toreros. La gente ovacionaba a Reverte (mexicano) y cuando Masantini (español) salía, lo abucheaba”, dice.

“Entonces se calentaron los ánimos y la gente comenzó a aventar de todo. Aventaron unas velas y se comenzó a quemar un manteado que rápidamente se extendió hacia los carteles y las mantas de la sombra. En medio del incendio la gente se comenzó a pelear y hubo muertos. Por miedo a que los toros salieran, los dejaron encerrados y se quemaron. Esto provocó que la plaza fuera clausurada porque había sido muy grave”, señala.

La plaza de toros quedó abandonada y se multo al propietario. Fue en 1905 que un concesionario la volvió a abrir. El toreo nunca dejó de funcionar porque el ayuntamiento siempre lo restauraba A principios del siglo XX se le comenzó a llamar Plaza de Toros del Paseo Bravo.

Cartel de una corrida de toros de noviembre de 1862. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

El 13 de diciembre de 1908, la plaza de toros fue escenario de la cogida del torero Rodolfo Gaona, el llamado Califa de León. Francisco I. Madero, candidato a la presidencia de la República, visitó Puebla el 12 de julio de 1911. Sus simpatizantes lo esperaban en la plaza de toros donde daría un discurso.

“Un grupo de simpatizantes suyos ocupó la plaza de toros y durante la noche se agarraron a balazos con los guardias de la Penitenciaria San Javier que estaban enfrente. No se sabe muy bien porque, pero hubo 14 muertos. Madero ignoró lo sucedido y siguió con su campaña. Fue un golpe muy fuerte para su imagen”, advierte.

Otro hecho que se vivió en el recinto fue cuando los zapatistas llegaron a la ciudad, en diciembre de 1914 y ocuparon la plaza de toros como cuartel. Trajeron la epidemia de tifoidea, cosa que fue desastrosa.

“De lo último que se sabe que se hacía ahí, eran las famosas demostraciones de la policía montaba en motos, en los años treinta, había festivales donde la policía de caminos hacia suertes como el salto de muerte o el paso de la cabaña, etcétera. Había festivales infantiles, de primavera y kermeses, y también se empezó a usar para clausuras de cursos”, concluye el investigador.

La demanda de la tauromaquia iba en ascenso y el aforo de 3 mil personas de la Plaza de los Toros del Paseo Bravo se comenzó a quedar corto. Hacia 1935 el empresario Jesús Cienfuegos inició la construcción de un toreo para 8 mil personas en el barrio de Santiago.

“En 1936, cuando tenía 9 años, mi papá (Francisco Rodríguez Pacheco) me llevo a ver a la plaza de toros a unos niños toreros que se llamaban “Hermanitos Bienvenida”. Yo creo que fue una de los últimos espectáculos que hubo ahí, porque después el compró la plaza. La demolió para construir 36 residencias. En 1937, inauguró el fraccionamiento El Toreo, donde vivieron diferentes personalidades, como don Juan Manuel Treviño, quien fue presidente municipal, su casa estaba en la esquina de la 3 Poniente y 11 Sur, donde ahora hay un Oxxo”, puntualiza Jorge Rodríguez Pacheco.

Este es el sitio que ocupó la Plaza de Toros del Paseo Bravo de 1840 a 1936, en la 7 Poniente esquina con 11 Sur. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

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