/ miércoles 6 de diciembre de 2017

Al sonar de las trompetas

La política a través de la historia ha sufrido cambios periódicos en los modos, pero jamás en los fondos. Desde aquel 1400 hasta la actualidad se puede definir en la frase que se popularizó en los feudos, esa que continúa vigente, si bien no en palabras, sí en ideas. Esa que dice “Le roi est mort, vive le roi” o en español, “El rey ha muerto, viva el rey”.

El levantamiento de una nueva figura prácticamente significa sacrifico, pero sacrifico no significa olvidar, no significa traicionar, no significa deslealtad. A su vez, lealtad no significa denostar o dar la espalda, significa ser consistente y coherente, entre el decir y el hacer, puesto que, no coincidir tampoco se refiere estar en contra. Es el balance justo entre lo que somos y quienes queremos ser.

Regresando un poco a la historia, y a decir verdad, las similitudes entre los procesos políticos y las campañas militares son variadas y contundentes, incluso, desde el precedente histórico hasta la política contemporánea las variaciones conceptuales son escazas. Fenómeno que ocurre desde el coincidente origen de la búsqueda del poder como un máximo objetivo, por ello, sin lograr diferenciar las arenas donde ocurran las batallas políticas, los efectos y procesos son similares.

Al sonar de las trompetas que anuncian la unción, los engranes de las maquinarias se alinean para dar respuesta a las nuevas necesidades, como ya hice mención en una columna anterior, cuando a alguien se le reviste con el manto de la política misma, se desenvuelve un proceso complejo. Una serie de pasos no escritos de los que dependen en esencia el actuar de la misma institución. En palabras más coloquiales, al pasarle la estafeta, es momento de empezar a construir con lo que hay.

El primer paso posterior al revestimiento, es la legitimización del mismo, puesto que si quedase duda del mismo, esta duda podría minarse hasta el cimiento.

A su vez y en paralelo, en el afán de la legitimación, habrá que cicatrizar las heridas que deja toda contienda, pues en la fuerza de la unidad, es que se puede pasar a tomar el timón de la institución, pues para triunfar en los procesos de la política moderna, hay que reducir lo más posible la resistencia al tomar la batuta política para la operación eficiente de un partido.

Una vez tomada –en menor o mayor medida- la batuta y el timón, se desprenden las muy famosas caballadas, donde como el casi mítico líder militar, el ungido va al frente de la caballería, guiando a su ejército hacia las próximas batallas.

Batallas que para bien librar, habría que diseñar desde una mesa, integrar desde número hasta las innovaciones y claro, enfrentar frente a frente en la arena designada. Arena que en nuestro sistema es la democrática, y batalla a la que llamamos campaña.

Por un lado, hay que formalizar el ejército con el que se cuenta, guiando con todas las características del líder al partido, y por el otro, el candidato habrá de encantar con el carisma propio a los que no representan parte de las filas institucionales, pero en el mejor de los casos, de alguna manera pudiesen engrosarlas.

Pues democracia es un juego de números, que aun cuando uno solo es el triunfador, requiere un ejército fortalecido y bien armado, que con el perfil y propuesta en mano, logre la victoria. Victoria que en teoría; lleva a todos al triunfo, pues, ganan los procesos democráticos, ganan las esferas del poder, gana la estructura, ganan los ciudadanos, ganan las minorías representadas, y claro, ganan las arrolladoras mayorías.

Por ello, insisto, que al sonar de las trompetas, hay que sacar la casta mientras se fortalece a la base con las herramientas necesarias, empoderando su identidad sin alejarla de lo que los define. Habrá que comunicar el cómo, el cuándo, el cuánto, y el dónde. Pues con ello, se dará el mensaje que dé impulso al cambio, que en consecuencia sume a los que aún en la duda, puedan sumar a las filas del proyecto, y claro, ya bien preparados, enfrentar vigorosamente a los adversarios.

*Coordinador del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED).

La política a través de la historia ha sufrido cambios periódicos en los modos, pero jamás en los fondos. Desde aquel 1400 hasta la actualidad se puede definir en la frase que se popularizó en los feudos, esa que continúa vigente, si bien no en palabras, sí en ideas. Esa que dice “Le roi est mort, vive le roi” o en español, “El rey ha muerto, viva el rey”.

El levantamiento de una nueva figura prácticamente significa sacrifico, pero sacrifico no significa olvidar, no significa traicionar, no significa deslealtad. A su vez, lealtad no significa denostar o dar la espalda, significa ser consistente y coherente, entre el decir y el hacer, puesto que, no coincidir tampoco se refiere estar en contra. Es el balance justo entre lo que somos y quienes queremos ser.

Regresando un poco a la historia, y a decir verdad, las similitudes entre los procesos políticos y las campañas militares son variadas y contundentes, incluso, desde el precedente histórico hasta la política contemporánea las variaciones conceptuales son escazas. Fenómeno que ocurre desde el coincidente origen de la búsqueda del poder como un máximo objetivo, por ello, sin lograr diferenciar las arenas donde ocurran las batallas políticas, los efectos y procesos son similares.

Al sonar de las trompetas que anuncian la unción, los engranes de las maquinarias se alinean para dar respuesta a las nuevas necesidades, como ya hice mención en una columna anterior, cuando a alguien se le reviste con el manto de la política misma, se desenvuelve un proceso complejo. Una serie de pasos no escritos de los que dependen en esencia el actuar de la misma institución. En palabras más coloquiales, al pasarle la estafeta, es momento de empezar a construir con lo que hay.

El primer paso posterior al revestimiento, es la legitimización del mismo, puesto que si quedase duda del mismo, esta duda podría minarse hasta el cimiento.

A su vez y en paralelo, en el afán de la legitimación, habrá que cicatrizar las heridas que deja toda contienda, pues en la fuerza de la unidad, es que se puede pasar a tomar el timón de la institución, pues para triunfar en los procesos de la política moderna, hay que reducir lo más posible la resistencia al tomar la batuta política para la operación eficiente de un partido.

Una vez tomada –en menor o mayor medida- la batuta y el timón, se desprenden las muy famosas caballadas, donde como el casi mítico líder militar, el ungido va al frente de la caballería, guiando a su ejército hacia las próximas batallas.

Batallas que para bien librar, habría que diseñar desde una mesa, integrar desde número hasta las innovaciones y claro, enfrentar frente a frente en la arena designada. Arena que en nuestro sistema es la democrática, y batalla a la que llamamos campaña.

Por un lado, hay que formalizar el ejército con el que se cuenta, guiando con todas las características del líder al partido, y por el otro, el candidato habrá de encantar con el carisma propio a los que no representan parte de las filas institucionales, pero en el mejor de los casos, de alguna manera pudiesen engrosarlas.

Pues democracia es un juego de números, que aun cuando uno solo es el triunfador, requiere un ejército fortalecido y bien armado, que con el perfil y propuesta en mano, logre la victoria. Victoria que en teoría; lleva a todos al triunfo, pues, ganan los procesos democráticos, ganan las esferas del poder, gana la estructura, ganan los ciudadanos, ganan las minorías representadas, y claro, ganan las arrolladoras mayorías.

Por ello, insisto, que al sonar de las trompetas, hay que sacar la casta mientras se fortalece a la base con las herramientas necesarias, empoderando su identidad sin alejarla de lo que los define. Habrá que comunicar el cómo, el cuándo, el cuánto, y el dónde. Pues con ello, se dará el mensaje que dé impulso al cambio, que en consecuencia sume a los que aún en la duda, puedan sumar a las filas del proyecto, y claro, ya bien preparados, enfrentar vigorosamente a los adversarios.

*Coordinador del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED).