/ martes 21 de mayo de 2019

El debate, como el tango, siempre es mejor entre dos (Barbosa va solo)

Para Carlos y Fernando Meza Torres, con todo mi amor.

No cabe duda que las fuerzas de dos oponentes se miden con mucha más precisión (casi quirúrgica) cuando los pones frente a frente.

Un debate sirve, entre otras muchas cosas, para hacer acercamientos rigurosos a las filias y a las fobias, a las capacidades y a las carencias, de los que participan en él.

En el debate del domingo pasado realizado en el CCU, pudimos ser testigos de que solo hay un candidato, y va solo. Hablo, por supuesto, de Luis Miguel Barbosa. Y es que desde un principio dio muestras de que su experiencia y sus años dentro de la vida pública del país lo colocan a años luz de su principal adversario (si es que Enrique Cárdenas puede ser catalogado como tal en aras de abandonar su verdadera vocación: ser el monaguillo parroquial que, por una suerte de necedad e incongruencia, imaginó que podría llegar a ser gobernador de Puebla).

Lo que le sobra a Barbosa (elocuencia, ironía, tablas) le falta al prianista cuya reputación de prohombre y académico ejemplar se fue al albañal en cuanto se desveló su “dark side”, es decir, el lado oscuro del sujeto que colgado de una fundación ha sido exhibido como defraudador fiscal.

Lo que no deja de sorprender es que Enrique Cárdenas nos haya engañado durante años vendiéndonos la idea de que, si no era un hombre brillante, por lo menos era un académico decoroso; lo que ha resultado una auténtica farsa. Pero bien dicen que una mentira no sobrevive al paso del tiempo, y tanto la campaña (a la que le quedan dos semanas de oxígeno) como el debate, abonaron en mucho para que la posición de engañabobos del candidato del PAN se hiciera manifiesta.

¿Cómo fue que su impostura sobrevivió tanto tiempo?

La respuesta es sencilla: Cárdenas es ese tipo de personas que viven en un metro cuadrado y que dan vueltas en su propio eje hasta alcanzar su área de confort, sin embargo, las ofensivas y todos esos ademanes que dejaban al desnudo su vileza e ignorancia, no son más que el resultado lógico de la más profunda desesperación.

El formato del debate sirvió para catalizar las virtudes de un candidato honesto, reconciliador y propositivo, como lo es Barbosa, y para que la máscara de inmaculado de Cárdenas cayera de una vez –y para siempre–.

El prianista no pudo explicar cómo es posible que de un ser tan limitado surgiera de pronto la delirante idea de dirigir un estado tan complejo como el nuestro.

Lleno de expresiones y ademanes que evidenciaban su temor, Cárdenas fue colocado frente al espejo y no encontró más que grietas.

El plan para pasar de ser un académico dudoso a un político dudoso le salió perfecto.

Después de ver esa penosa actuación dentro del debate (en la que se esfumó su última porción de dignidad) queda claro que para tumbar una pose de docto e impoluto no hace falta insistir en venderse como un recalcitrante en los sueños de opio; lo único que hizo bien Cárdenas fue presentarse tal cual es, ya que a hacerlo desveló su baja estatura moral.

El innegable ganador del debate fue Miguel Barbosa, pues esgrimió con argumentos y desde el lugar de aquel que sabe que ni una candidatura –ni mucho menos una campaña– son hermanas de la generación espontánea.

Cárdenas, en cambio, se metió sólo la zancadilla con sus aires de falsa beatitud y… con su pésimo dominio del set.

Imagine pues, amable lector, cómo sería una gestión a manos de un personaje que no puede gobernar ni sus propios nervios al ser puesto bajo la lupa de un auditorio (y del fisco ya mejor ni hablemos).

Lo digo sin acritud, ¡pero lo digo!

Para Carlos y Fernando Meza Torres, con todo mi amor.

No cabe duda que las fuerzas de dos oponentes se miden con mucha más precisión (casi quirúrgica) cuando los pones frente a frente.

Un debate sirve, entre otras muchas cosas, para hacer acercamientos rigurosos a las filias y a las fobias, a las capacidades y a las carencias, de los que participan en él.

En el debate del domingo pasado realizado en el CCU, pudimos ser testigos de que solo hay un candidato, y va solo. Hablo, por supuesto, de Luis Miguel Barbosa. Y es que desde un principio dio muestras de que su experiencia y sus años dentro de la vida pública del país lo colocan a años luz de su principal adversario (si es que Enrique Cárdenas puede ser catalogado como tal en aras de abandonar su verdadera vocación: ser el monaguillo parroquial que, por una suerte de necedad e incongruencia, imaginó que podría llegar a ser gobernador de Puebla).

Lo que le sobra a Barbosa (elocuencia, ironía, tablas) le falta al prianista cuya reputación de prohombre y académico ejemplar se fue al albañal en cuanto se desveló su “dark side”, es decir, el lado oscuro del sujeto que colgado de una fundación ha sido exhibido como defraudador fiscal.

Lo que no deja de sorprender es que Enrique Cárdenas nos haya engañado durante años vendiéndonos la idea de que, si no era un hombre brillante, por lo menos era un académico decoroso; lo que ha resultado una auténtica farsa. Pero bien dicen que una mentira no sobrevive al paso del tiempo, y tanto la campaña (a la que le quedan dos semanas de oxígeno) como el debate, abonaron en mucho para que la posición de engañabobos del candidato del PAN se hiciera manifiesta.

¿Cómo fue que su impostura sobrevivió tanto tiempo?

La respuesta es sencilla: Cárdenas es ese tipo de personas que viven en un metro cuadrado y que dan vueltas en su propio eje hasta alcanzar su área de confort, sin embargo, las ofensivas y todos esos ademanes que dejaban al desnudo su vileza e ignorancia, no son más que el resultado lógico de la más profunda desesperación.

El formato del debate sirvió para catalizar las virtudes de un candidato honesto, reconciliador y propositivo, como lo es Barbosa, y para que la máscara de inmaculado de Cárdenas cayera de una vez –y para siempre–.

El prianista no pudo explicar cómo es posible que de un ser tan limitado surgiera de pronto la delirante idea de dirigir un estado tan complejo como el nuestro.

Lleno de expresiones y ademanes que evidenciaban su temor, Cárdenas fue colocado frente al espejo y no encontró más que grietas.

El plan para pasar de ser un académico dudoso a un político dudoso le salió perfecto.

Después de ver esa penosa actuación dentro del debate (en la que se esfumó su última porción de dignidad) queda claro que para tumbar una pose de docto e impoluto no hace falta insistir en venderse como un recalcitrante en los sueños de opio; lo único que hizo bien Cárdenas fue presentarse tal cual es, ya que a hacerlo desveló su baja estatura moral.

El innegable ganador del debate fue Miguel Barbosa, pues esgrimió con argumentos y desde el lugar de aquel que sabe que ni una candidatura –ni mucho menos una campaña– son hermanas de la generación espontánea.

Cárdenas, en cambio, se metió sólo la zancadilla con sus aires de falsa beatitud y… con su pésimo dominio del set.

Imagine pues, amable lector, cómo sería una gestión a manos de un personaje que no puede gobernar ni sus propios nervios al ser puesto bajo la lupa de un auditorio (y del fisco ya mejor ni hablemos).

Lo digo sin acritud, ¡pero lo digo!