/ miércoles 19 de agosto de 2020

Las ocho leyes de Abraham Lincoln

Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios

Abraham Lincoln

Sócrates, considerado el padre de la filosofía occidental, entre muchas enseñanzas -de acuerdo a Platón- nos proporcionó una ruta moral para el conocimiento de la humanidad y la vida. Una de sus frases más destacadas en su humildad y sabiduría fue: “Solo sé que no se anda”.

En efecto, pensar que lo sabemos todo nos hace personas limitadas, mientras que reconocer que el conocimiento es tan basto como el universo, permite que las personas siendo humildes ante tanta grandeza aprendamos de cada cosa que nos sale al paso.

De niño escuché acerca de las bondades y capacidad visionaria del presidente John F. Kennedy. Recuerdo que mucha gente lloró su muerte, incluso mi familia porque en mi pueblo natal, formado en su mayoría por agricultores, llegaba ayuda gringa; porque, la UNICEF y la FAO, por la visión de Kennedy, había logrado que se le aprobara el programa Alianza para el Progreso, para “ayudar” a Latinoamérica.

A nuestra comunidad llegaban equipos para los agricultores, semillas, cereales, leche en polvo e implementos para formar huertos escolares. Sin embargo, había opiniones tanto a favor como en contra sobre tal apoyo.

Aunque en verdad era una política injerencista con el fin de inhibir la los efectos de la Revolución Cubana. Pero el caso es que mucha gente veía bien a Estados Unidos.

Con el tiempo, en la secundaria, preparatoria y universidad, me convertí en activista antiimperialista porque era sinónimo de estar contra los gringos por aquello que habían invadido a Panamá muchas veces, en su pretensión de hacer lo que no se logró, pero estuvieron a punto; hacer de Panamá otra colonia suya.

En la lucha ardua, por décadas, murieron miles de panameños. Fue por lo que el sentimiento nacionalista evitó en esos años que yo conociera más de la historia de los Estados Unidos.

Su soberbia y poder impregnados en su ADN de sistema capitalista, me desinteresaron. Así también dejé de ver la luz de hombres con visión humanista en la búsqueda de progreso, desarrollo y libertad.

Uno de ellos fue Abraham Lincoln. Aquel entonces lo único que sabía suyo era que su retrato aparecía (aparece) impreso en el anverso en el billete de cinco dólares y en el reverso el monumento hecho en su honor, el Monumento a Lincoln.

Este pro hombre nacido de cuáqueros, una familia marcada por la pobreza, le permitió buscar otras vías para superar la escasez económica. Él se desarrolló con una moral y conducta honesta e intachable, responsable y humilde. Se convirtió en abogado y político, llegó a ser presidente y gran estadista.

Su lucha fundamental había sido la abolición de la esclavitud y el deseo de que los estadounidenses se fortalecieran. Creo ocho leyes de la sabiduría, que fueron:

No llegarás a la prosperidad despreciando la economía.

No puedes fortalecer al débil debilitando al fuerte.

No puedes ayudar al obrero degradando al que le paga su salario.

No promuevas la hermandad de los hombres incitando al odio de clases.

No puedes ayudar al pobre destruyendo al rico.

No puedes establecer una seguridad bien fundada con el dinero prestado.

No puedes dar al hombre valor y carácter, quitándole su iniciativa y su independencia.

No puedes ayudar a los hombres haciendo lo que ellos podrían hacer.

Hoy Estados Unidos es un país que pese a tener un sistema en decadencia, sigue siendo fuerte, desarrollado; menos racista, con mayores aperturas sociales. Todo gracias a que en vez de división se trabajó en la unidad nacional, aboliendo el odio de clases. ¿Le suena?

Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios

Abraham Lincoln

Sócrates, considerado el padre de la filosofía occidental, entre muchas enseñanzas -de acuerdo a Platón- nos proporcionó una ruta moral para el conocimiento de la humanidad y la vida. Una de sus frases más destacadas en su humildad y sabiduría fue: “Solo sé que no se anda”.

En efecto, pensar que lo sabemos todo nos hace personas limitadas, mientras que reconocer que el conocimiento es tan basto como el universo, permite que las personas siendo humildes ante tanta grandeza aprendamos de cada cosa que nos sale al paso.

De niño escuché acerca de las bondades y capacidad visionaria del presidente John F. Kennedy. Recuerdo que mucha gente lloró su muerte, incluso mi familia porque en mi pueblo natal, formado en su mayoría por agricultores, llegaba ayuda gringa; porque, la UNICEF y la FAO, por la visión de Kennedy, había logrado que se le aprobara el programa Alianza para el Progreso, para “ayudar” a Latinoamérica.

A nuestra comunidad llegaban equipos para los agricultores, semillas, cereales, leche en polvo e implementos para formar huertos escolares. Sin embargo, había opiniones tanto a favor como en contra sobre tal apoyo.

Aunque en verdad era una política injerencista con el fin de inhibir la los efectos de la Revolución Cubana. Pero el caso es que mucha gente veía bien a Estados Unidos.

Con el tiempo, en la secundaria, preparatoria y universidad, me convertí en activista antiimperialista porque era sinónimo de estar contra los gringos por aquello que habían invadido a Panamá muchas veces, en su pretensión de hacer lo que no se logró, pero estuvieron a punto; hacer de Panamá otra colonia suya.

En la lucha ardua, por décadas, murieron miles de panameños. Fue por lo que el sentimiento nacionalista evitó en esos años que yo conociera más de la historia de los Estados Unidos.

Su soberbia y poder impregnados en su ADN de sistema capitalista, me desinteresaron. Así también dejé de ver la luz de hombres con visión humanista en la búsqueda de progreso, desarrollo y libertad.

Uno de ellos fue Abraham Lincoln. Aquel entonces lo único que sabía suyo era que su retrato aparecía (aparece) impreso en el anverso en el billete de cinco dólares y en el reverso el monumento hecho en su honor, el Monumento a Lincoln.

Este pro hombre nacido de cuáqueros, una familia marcada por la pobreza, le permitió buscar otras vías para superar la escasez económica. Él se desarrolló con una moral y conducta honesta e intachable, responsable y humilde. Se convirtió en abogado y político, llegó a ser presidente y gran estadista.

Su lucha fundamental había sido la abolición de la esclavitud y el deseo de que los estadounidenses se fortalecieran. Creo ocho leyes de la sabiduría, que fueron:

No llegarás a la prosperidad despreciando la economía.

No puedes fortalecer al débil debilitando al fuerte.

No puedes ayudar al obrero degradando al que le paga su salario.

No promuevas la hermandad de los hombres incitando al odio de clases.

No puedes ayudar al pobre destruyendo al rico.

No puedes establecer una seguridad bien fundada con el dinero prestado.

No puedes dar al hombre valor y carácter, quitándole su iniciativa y su independencia.

No puedes ayudar a los hombres haciendo lo que ellos podrían hacer.

Hoy Estados Unidos es un país que pese a tener un sistema en decadencia, sigue siendo fuerte, desarrollado; menos racista, con mayores aperturas sociales. Todo gracias a que en vez de división se trabajó en la unidad nacional, aboliendo el odio de clases. ¿Le suena?