/ viernes 14 de enero de 2022

Niñas, no madres

Esta es la historia de muchas menores, una epidemia silenciosa que sigue avanzando.

De acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Población, México ocupa el primer lugar a nivel mundial en embarazos en adolescentes de entre 15 a 19 años de edad, entre las naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Además, en nuestro país, los embarazos en adolescentes se incrementaron 20 por ciento durante la pandemia.


La cifras del INEGI en 2020, señalaron que en México, 17 de cada 100 nacimientos provienen de mujeres adolescentes. Chihuahua, Guerrero y Coahuila son los estados donde se presenta con mayor intensidad esta problemática. Puebla no es la excepción, el 18.4% de los nacimientos registrados en la entidad, son de mujeres que no han cumplido ni siquiera los 20 años.


Ser el país con mayor número de embarazos infantiles deja en evidencia los bajos niveles de educación sexual para niñas y niños, los altos índices de violencia sexual y la nula presencia de políticas públicas que aseguren las herramientas necesarias para que las niñas y adolescentes puedan reconocer situaciones de abuso sexual y accedan a la justicia.


Además, este es un problema de salud pública que se traduce en abandono escolar, aplazamiento de estudios, menores oportunidades laborales, trabajos más precarios, problemas de morbimortalidad materna y fetal, así como círculos de violencia y discriminación. Es un hecho que en el caso de las madres gestantes menores de edad, las consecuencias físicas, psicológicas y sociales les cuestan su presente y claramente su futuro.


México necesita un gobierno comprometido con sus niñas y adolescentes, es urgente que se garantice una vida libre de violencia y se implementen mecanismos accesibles de denuncia, asegurar el acceso a una educación integral y así como su derecho a los servicios de salud, en especial de las menores de edad que viven en condiciones de vulnerabilidad.


De estas acciones depende que ninguna niña deje un espacio vacío en la sociedad por una maternidad forzada.


Quiero enfatizar que, por otra parte, existe el problema de la maternidad en niñas y adolescentes que aunque no ha sido forzada, no es planeada y se origina en gran parte por la desinformación. En esta situación existe la necesidad de generar un cambio cultural colectivo, que inicie desde casa, desde edades muy tempranas, en las aulas, en todos los centros de convivencia infantil para inculcarles que: no es normal un embarazo en adolescentes, mucho menos en las niñas, que la maternidad requiere de la unión de diferentes factores como el biológico, pero también el cognitivo, el psicológico e incluso el económico.


Construyamos una nueva normalidad en la que nuestras niñas y adolescentes puedan crecer sanas, felices, seguras y vivan situaciones conforme a su edad, defender sus derechos es tarea de todas y todos.


Todo tiene su tiempo. Las niñas deben ser niñas y vivir su infancia plenamente, completar sus estudios, llegar a la edad adulta sin haber renunciado a sus sueños, y entonces, si así es su deseo, puedan ejercer plenamente su derecho a la maternidad.


Esta es la historia de muchas menores, una epidemia silenciosa que sigue avanzando.

De acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Población, México ocupa el primer lugar a nivel mundial en embarazos en adolescentes de entre 15 a 19 años de edad, entre las naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Además, en nuestro país, los embarazos en adolescentes se incrementaron 20 por ciento durante la pandemia.


La cifras del INEGI en 2020, señalaron que en México, 17 de cada 100 nacimientos provienen de mujeres adolescentes. Chihuahua, Guerrero y Coahuila son los estados donde se presenta con mayor intensidad esta problemática. Puebla no es la excepción, el 18.4% de los nacimientos registrados en la entidad, son de mujeres que no han cumplido ni siquiera los 20 años.


Ser el país con mayor número de embarazos infantiles deja en evidencia los bajos niveles de educación sexual para niñas y niños, los altos índices de violencia sexual y la nula presencia de políticas públicas que aseguren las herramientas necesarias para que las niñas y adolescentes puedan reconocer situaciones de abuso sexual y accedan a la justicia.


Además, este es un problema de salud pública que se traduce en abandono escolar, aplazamiento de estudios, menores oportunidades laborales, trabajos más precarios, problemas de morbimortalidad materna y fetal, así como círculos de violencia y discriminación. Es un hecho que en el caso de las madres gestantes menores de edad, las consecuencias físicas, psicológicas y sociales les cuestan su presente y claramente su futuro.


México necesita un gobierno comprometido con sus niñas y adolescentes, es urgente que se garantice una vida libre de violencia y se implementen mecanismos accesibles de denuncia, asegurar el acceso a una educación integral y así como su derecho a los servicios de salud, en especial de las menores de edad que viven en condiciones de vulnerabilidad.


De estas acciones depende que ninguna niña deje un espacio vacío en la sociedad por una maternidad forzada.


Quiero enfatizar que, por otra parte, existe el problema de la maternidad en niñas y adolescentes que aunque no ha sido forzada, no es planeada y se origina en gran parte por la desinformación. En esta situación existe la necesidad de generar un cambio cultural colectivo, que inicie desde casa, desde edades muy tempranas, en las aulas, en todos los centros de convivencia infantil para inculcarles que: no es normal un embarazo en adolescentes, mucho menos en las niñas, que la maternidad requiere de la unión de diferentes factores como el biológico, pero también el cognitivo, el psicológico e incluso el económico.


Construyamos una nueva normalidad en la que nuestras niñas y adolescentes puedan crecer sanas, felices, seguras y vivan situaciones conforme a su edad, defender sus derechos es tarea de todas y todos.


Todo tiene su tiempo. Las niñas deben ser niñas y vivir su infancia plenamente, completar sus estudios, llegar a la edad adulta sin haber renunciado a sus sueños, y entonces, si así es su deseo, puedan ejercer plenamente su derecho a la maternidad.


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