“Te elegí a ti, porque cuando mi luz se apagó, te sentaste a mi lado en las sombras y me enseñaste a como volver a brillar”.
Un día, sin verlo venir, me preguntaste la razón por la cual te quería, hubo un silencio, y posterior a ello te advertí que era un secreto, y que lo importante era que percibieras mi amor hacia ti, te abracé y mi mente se sumergió en tu pregunta, realmente había tantas razones para amarte y a la vez la simple gana de hacerlo, sólo porque sí.
Pero entonces, ¿Cuál era el verdadero motivo por el que no tenía el valor de responder a tu pregunta? Aunque suene inaudito, prevalecía el miedo a sentirme vulnerable, ya que el hecho de darte a conocer esas, mis razones de ser mi motivo, me daba la sensación de sentirme desarmado y expuesto ante ti.
Me miraste con esos ojos que me envolvían en su profundidad, me sonreíste, como diciendo sin una sola palabra que todo estaba bien y que debía confiar en ti. Te colocaste en mi pecho hasta quedarte dormida, mientras mis manos jugueteaban en tu cabellera desordenada y recorría tu espalda desnuda, como queriendo reafirmar una y otra vez que eras real y que cada vez que te tenía así me generabas esa paz y confianza que nunca, nadie me había dado.
De pronto, y sin advertirlo, susurraste a mi oído, “Yo te diré porque te quiero, confías en mí, tal vez más que yo misma y me das esa fuerza e impulso para atreverme a hacer todo aquello a lo que por alguna u otra razón no tenía el valor” me quitaste cualquier palabra con tus labios en los míos y en silencio contemplamos el atardecer.
Los meses siguieron su curso y mi silencio ante tu pregunta prevaleció, jamás me pediste mayores explicaciones, y, sin embargo, esa lista de razones se acrecentaba y confirmaba mi deseo de quererte para mí, sólo para mí, “aquí estoy para ti” me referías cada vez que en nuestras noches de desvelo y pasión te lo decía, mientras en mi mente te respondía que mi deseo implicaba un para siempre.
Un día, sin motivo ni razón aparente tuve la necesidad de responder a tu pregunta, recuerdo bien que dormitaba mientras acariciabas con delicadeza mi rostro, acerqué mis labios a los tuyos y te besé, y sin pensarlo tanto te dije “Te adoro porque me haces sentir esa confianza y seguridad a tu lado, que te odio por eso”. Sonreíste, te sonrojaste, tus ojos adquirieron un brillo especial y enseguida me colmaste de besos, luego referiste “entonces nuestras razones para amarnos concuerdan, tu bien sabes ya mis razones” a lo que repliqué “cuando te digo que te quiero para mí, es para siempre ¿Lo entiendes?” a lo que sin dudar respondiste “Sí y me encanta ser tu lugar, el único, porque tú eres el mío ¿Estamos claros?” a lo que no podría haber más que un rotundo sí por respuesta.
CONTACTO:
- Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
- Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta
- Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología
- www.vivemindful.com