Cuando los franciscanos arribaron a tierras aztecas, como parte de su proyecto de evangelización integraron las tradiciones cristianas e indígenas para que los naturales entendieran la religión.
Así fue como en el siglo XVI, el advenimiento del Dios del Sol se convirtió en el cumpleaños del Hijo de Dios. Entonces surgieron el nacimiento, las pastorelas, las posadas, los villancicos, la piñata y la cena, con rasgos indígenas. Durante el virreinato y hasta las primeras décadas del siglo XX, la Nochebuena fue una celebración completamente tradicional.
En la primera mitad del siglo XX, llegaron a Puebla el pino navideño y Santa Claus. En esa época, las fiestas decembrinas en la Angelópolis, se anunciaban cuando por las tardes aparecían los vendedores de castañas asadas, las calles se iluminaban con adornos colgantes y las familias recibían sus primeras tarjetas de Navidad.
Fusión de tradiciones
Lo primero que hicieron los misioneros franciscanos al llegar a la Nueva España fue conocer la cultura y tradiciones de los indígenas para integrarlas en su proyecto de evangelización. De esta forma, a los naturales les sería más fácil entender y aceptar la religión.
Los misioneros encontraron que, en época invernal, los aztecas conmemoraban el nacimiento de Huitzilopochtli, Dios de la guerra y principal deidad de los mexicas, lo que coincidía con la costumbre cristiana de la Navidad, que celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios
Así, unieron las tradiciones y costumbres cristianas con las indígenas y fue entonces que durante el virreinato surgieron en la Nueva España el nacimiento, las pastorelas, las posadas, los villancicos, la piñata y la cena de Nochebuena, que adoptaron rasgos indígenas.
El nacimiento desempeñó un papel fundamental porque es el elemento más representativo de la Navidad. En 1524, los frailes franciscanos construyeron los primeros nacimientos en Huejotzingo.
Según registros históricos, cinco años después de la Conquista, en 1526, se celebró la primera Navidad en la Nueva España organizada por Fray Pedro de Gante, uno de los primeros misioneros en arribar a tierras aztecas.
El fraile le describió al rey Carlos V cómo introdujo las fiestas decembrinas dentro del proceso de evangelización. En sus narraciones, dice que transformó en ritos cristianos las danzas y cantos indígenas, para eso mantuvo la música pre hispánica pero cambió la letra, componiendo versos solemnes en honor a dios. De igual forma, detalla que en las tilmas de los indígenas pintó temas alusivos a la Navidad y para que los niños cantaran villancicos, los disfrazó de ángeles.
En los atrios de las iglesias se hacían posadas y pastorelas mostrando pasajes y escenas de Navidad, costumbre que se extendió a los barrios, poblaciones y campesinos.
El árbol de Cristo
La tradición de colocar un nacimiento en los hogares durante el virreinato pasó de generación en generación como el elemento más icónico de las festividades decembrinas. Y fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando la tradición de colocar un pino y adornar sus ramas para festejar la Navidad, llegó a México.
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A mediados del siglo XIX, la iglesia católica había nombrado al pino navideño como “el árbol de Cristo”, y también lo reconoció como parte de la celebración de Navidad.
Para celebrar las fiestas decembrinas de 1864, Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota, recrearon una atmósfera europea en su residencia en México, el Castillo de Chapultepec. Entonces colocaron un árbol que decoraron con diversos adornos en sus ramas. La aristocracia mexicana que frecuentaba la residencia, quedó maravillada con su belleza porque nunca nadie había visto algo semejante.
Por décadas, la moda imperial estuvo a punto de perderse por diferentes circunstancias, y fue hasta la primera mitad del siglo XX cuando se comenzó a establecer la tradición de poner el árbol de Navidad en los hogares mexicanos.
“El árbol de Navidad no se conocía. La tradición era poner el nacimiento y acostar al Niño Dios en el pesebre durante la Nochebuena. Para cenar se hacía lechón y para beber lo más elegante era la sidra española El Gaitero, también se bebía la Copa de Oro”, recuerda el empresario poblano Jorge Rodríguez Pacheco, de su infancia durante los años 30.
Ademas, dice que las posadas eran muy populares, y agrega, que las instituciones como el Banco Nacional o el Banco de Comercio, las organizaban en grande. Finalmente refiere, que el árbol comenzó a ser popular entre los años 40 y 50.
La navidad de los poblanos
Una de las primeras señales que anunciaban la Navidad, era cuando por las tardes otoñales se aparecían en las calles los mueganeros y los famosos vendedores de castañas asadas, exclusivas de la temporada, asegura el investigador Gustavo Velarde Tritschler, quien rescató las crónicas de Ángel Campos Ávila, Miko Villa y Yolanda Cuouh, para recrear la Navidad en Puebla durante las primeras décadas del siglo XX.
“La calle de Arista (4 poniente, costado del atrio de Santo Domingo) y doblando hacia la 3 Norte, tres calles más, era el sitio donde todos los poblanos iban a comprar su mercancía navideña. En ambos lados de la calle se establecían los puestos a partir de las siete de la noche”, expone.
“Vendían las figuras de barro de Amozoc para el nacimiento, panderos, escarcha, adornos, piñatas, heno, pascle, velitas para la procesión, luces de bengala e incluso, la colación para los aguinaldos que eran bolsitas o canastitas pequeñas de papel crepé. También folletitos con la letanía para pedir posada, editados por Ambrosio Nieto, que estaba en sobre la 3 Norte en uno de los locales del mercado la Victoria”, señala.
Las tiendas de ultramarinos eran muy socorridas por la gente de clase alta, ahí encontraban todo lo necesario para sus posadas y la cena de Nochebuena. Cuatro eran las más famosas: La Villa de Reynosa, La Sevillana, La Imperial y la Villa de Llanes.
Desde el 16 de diciembre ya estaba colocado el nacimiento en el lugar más importante de la casa, y faltaba tiempo para asistir a cada una de las posadas, que se celebraban casi en todos los hogares poblanos, al igual que la cena de Nochebuena.
“En los años veinte aún no aparecía el árbol de Navidad en los hogares poblanos, pero si existía el nacimiento de origen franciscano con el misterio (Jesús, María y José) que se colocaba en medio de un paisaje fresco y umbrío forrado por ramas de pino y de heno”, detalla.
“Durante las ocho noches anteriores al día 24 de diciembre tenían lugar las posadas en las casas de vecindad, en los departamentos de la clase media, y fiestas rumbosas en las mansiones poblanas en las que los aguinaldos eran costosas piezas de cristal, cajitas de raso o figuras de porcelana con finos bombones de La Suiza, Larín o de La Perla”, agrega.
Después de cada letanía y de dar y recibir posada, se partía la piñata clásica de siete picos, o alguna de animalito que se llenaba con cacahuates, tejocotes, cañas, jícamas, naranjas y limones reales. Los dulces se ponían en los aguinaldos: Caramelos de mil sabores, junto con las avellanas, nueces, coquitos de aceite, dulces cubiertos y turrones.
“En algunos hogares después de romper la piñata había un baile familiar donde la música de moda era tocada por una orquesta o una banda de jazz. Si no había para pagar, la vitrola de cuerda, el piano o la pianola, resolvían el problema”, dice.
El 24 de diciembre, la celebración de Nochebuena iniciaba con la última posada a la que asistían amigos, vecinos y conocidos, y a media noche la ceremonia para acostar al Niño Dios, que estaba cargada de fervor y devoción.
Cuando llegaba el momento de “acostar al niño” se formaba una procesión de asistentes que entonaban canciones de cuna y villancicos para acostar al niño Jesús en el pesebre, donde permanecía hasta el 2 de febrero.
“La cena era abundante, exquisita, ofrecían un muestrario de platillos como sopas y cremas, la exótica ensalada de Nochebuena, el bacalao, el lechón, los aromáticos ayocotes con sardina y queso, todo acompañado con vino tinto y aguas gaseosas de Pando. Al final se bebía sidra del Gaitero y se repartían aguinaldos a los invitados. Todo era alegría y regocijo. Un aire de paz y bienestar familiar prevalecía en la celebración”, asegura.
Nuevas costumbres navideñas
La costumbre de enviar tarjetas navideñas con un mensaje personalizado comenzó en los años treinta del siglo XX, al igual que el dar regalos que antes solo se daban a los niños en enero, el Día de Reyes.
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“Las primeras tarjetas que intercambiaron los poblanos eran de Santiago Galas (una de las primeras imprentas en México en imprimir cromos y calendarios). Las tarjetas tenían escenas clásicas como el nacimiento, paisajes invernales, a los Reyes Magos, Santa Claus o reproducciones de obras maestras de la pintura universal”, agrega.
Velarde Tritschler asegura que las tarjetas navideñas eran distribuidas por las papelerías El Escritorio, La Tarjetas, La Ilustración y la Enseñanza Objetiva. Los padres de familia las compraban para después llevarlas a las imprentas a personalizar.
“En esa época la oficina de correos estaba a reventar, todo mundo quería que su tarjeta de felicitación llegara a tiempo. Enviarlas costaba solo unos centavos y si el sobre iba abierto, costaba menos. Por eso la gente acostumbraba enviar tarjetas a todos sus familiares, amigos, compañeros de trabajo y conocidos”, comenta.
Los niños seguían creyendo en los Reyes Magos y dejaban su zapato en la ventana o en la puerta de su recámara para que les dejaran el juguete que habían pedido en su carta.
“Había la costumbre de partir la rosca cuando el muñequito era de porcelana, era un día dedicado a colmar la fantasía de los niños que sabían que Melchor, Gaspar y Baltazar, llegarían con el trompo, la pelota, el carrito de cuerda, el caballo de cartón, la muñeca que cerraba los ojos, los patines, las canicas, un bebe de celuloide, el dulce o la golosina, todo lo que el niño hubiese pedido en su garabateada carta”, detalla.
Papá Noel, un extranjero indeseable
Santa Claus llegó a las jugueterías de la ciudad de México en 1920, pero no fue bien recibido. Era visto como un extranjero indeseable que representaba los valores de una sociedad de consumo y que, además, desplazaría a los Tres Reyes Magos.
Décadas después, la imagen de Santa Claus comenzó a favorecer a los comercios que expandieron el consumo infantil en el país, por lo que su figura fue impulsada por agencias de publicidad, medios de comunicación e industria cinematográfica.
De esta forma los niños que solo recibían regalos por parte de Melchor, Gaspar y Baltazar, el Día de Reyes, comenzaron a recibir obsequios de Santa Claus, en Navidad, costumbre que se extendió hacia los adultos.
El investigador refiere que para 1950, la figura de Santa Claus fue imagen de la compaña publicitaria de Coca-Cola. Entonces fue que Papá Noel y los Tres Reyes Magos comenzaron a convivir en las fiestas navideñas mexicanas.
“En El Sol de Puebla se comenzó a ver publicidad de él en los años 40, pero fue en los años 50 cuando aparecieron masivamente anuncios de Coca-Cola con su imagen. Para 1959, se inauguró la tienda departamental de Sears y en las navidades de ese año, en el aparador principal de la tienda pusieron un Santa Claus autómata, era mecanizado y eléctrico, todos los poblanos de la época lo recuerdan”, subraya.
Fiestas en la segunda mitad del siglo XX
Hacia los años sesenta, la Junta de Mejoramiento Moral, Cívico y Material de Puebla, comenzó a organizar un concurso de nacimientos en la ciudad en dos categorías, comercios y casas particulares.
“Había una fiebre de nacimientos, yo recuerdo de niño que por todos lados había en las calles y en las cocheras de las casas eran donde los colocaban, porque los jueces, que eran cerca de 10 personas distinguidas y conocidas en la sociedad poblana, acudían a los domicilios para evaluarlos”, refiere.
Las bases se publicaban en este diario, El Sol de Puebla, así como también los nombres de los ganadores del primero, segundo y tercer lugar.
Para las fiestas decembrinas, la ciudad se comenzaba a iluminar con adornos navideños colgantes que elaboraban los presos y el ayuntamiento colocaba en las principales avenidas del centro histórico, como hasta ahora.
“En esa época a muchas familias no les alcanzaba para tener pavo en su mesa para la cena de Nochebuena, entonces comenzaron a consumir pollos rostizados. La primera rosticería que hubo en la ciudad fue la Rosticería Francesa, en 2 poniente 309, frente al cine Variedades; después estuvieron las rosticerías: Asadores de Puebla, en 16 de septiembre y 7 oriente, La Fogata, en la 18 poniente y 5 norte, frente al mercado 5 de Mayo; y la más famosa fue Asadores el Pastor, en la 25 poniente 704, frente a la panadería la Cibeles”, concluye el investigador.