/ sábado 17 de septiembre de 2022

Paseos dominicales, la afrancesada tradición del porfiriato | Los tiempos idos

La costumbre se perdió durante la Revolución y renació a mediados del siglo XX

Durante el Porfiriato la sociedad adoptó costumbres marcadas por las grandes capitales europeas, principalmente por una fuerte influencia francesa, no solo en el modo de vestir, también en actividades que se desarrollaban en el ámbito privado y público, como los paseos dominicales que se realizaban en el zócalo capitalino después de acudir a misa.

Los paseos dominicales se volvieron una tradición familiar muy poblana en la que, caballeros y doncellas, hacían gala de sus modales y vestimentas, además era oportunidad de regalar sonrisas y atraer miradas.

Esta tradición desapareció con la Revolución y a mediados del siglo XX se hicieron intentos por rescatar esta costumbre de entretenimiento que cobró vida solo unos años.


Hoy el zócalo de la ciudad luce repleto de árboles frondosos que dan sombra, pero en esa época no era así y había que utilizar un toldo para proteger a los paseantes de los rayos del sol.

La tradición renacida de los paseos dominicales duro pocos años. Imagen coloreada | Foto: David Ramírez Huitrón

¿Cómo se divertía la gente?

El cine, el teatro, los deportes, la tauromaquia, la moda, el arte y la gastronomía francesa, se popularizaron durante el porfiriato (finales del siglo XIX y principios del XX).

Así surgieron en Puebla el cine Pathé y el Lux, el teatro Variedades, las tiendas departamentales como las Fábricas de Francia, las corridas de toros en la plaza del Paseo Bravo y la cocina francesa del restaurante francés Magloire.

Las carreras de caballos se practicaban en el Velódromo y las de autos se realizaban principalmente entre Puebla y México, eran muy frecuentes y populares entre la élite social. Igual de popular era el famoso Combate de Flores que se volvió toda una tradición.

También surgieron los clubes deportivos para socialización de la élite social como el Parque España, donde además de practicar deportes se realizaban las tradicionales romerías; y el Club Alpha 1 cuyo propietario era William O. Jenkins y se le podía ver cuando practicaba tenis muy elegantemente vestido de blanco.

El paseo iniciaba a las 11 de la mañana y terminaba a las 2 de la tarde. Ahí lucían su hermosura y elegancia las damas de la época | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

Asistir a misa los domingos era una actividad inquebrantable para los poblanos, a la que se le sumó los paseos sobre las calzadas de la Plaza de Armas, en donde las vestiduras de la alta sociedad se distinguían de las vestimentas de los menos favorecidos o sobre las del clásico atuendo de calzón blanco del indígena. Sin embargo, no había confrontación porque Puebla era una ciudad pacífica.

Una tradición muy poblana

“Era tradicional, los domingos había un patrón de cómo se actuaba, por las mañanas ibas a pasear al zócalo después de misa, y por las noches a los portales después de la función de cine que terminaba a las 7:30, lo hacíamos nada más del lado (norte) de Palacio Municipal. La vestimenta era muy especial, era común decir que uno se ponía el traje de domingo”, comenta Jorge Rodríguez Pacheco.


“Dependiendo de la hora, el paseo era en el zócalo o en los portales. La señora María, que era esposa del gobernador Antonio Castillo Nava, nos invitaba a todas las chicas de ese entonces a esos paseos. Íbamos con el abanico y traje de calle pero bien vestidas, en esa época nos poníamos hasta los guantes. Se usaban los vestidos de talle ceñido, y amplios de la cintura para abajo, el largo era por debajo de la rodilla. Durante el paseo se podía cortejar a las chicas o conocer a los muchachos, era una época muy bonita”, recuerda Fabiola García de Steffanoni.

El toldo se ponía todos los domingos desde temprana hora | Foto: El Sol de Puebla


La Plaza de Armas, como era conocido el zócalo, siempre ha sido lugar de reunión natural de los poblanos. Esto sin hablar de los acontecimientos históricos que han tenido lugar ahí o de los diferentes usos que tuvo anteriormente cuando funcionó como tianguis, mercado de ropa, plaza de toros, o las virreinales cañas y combates de moros y cristianos, entre otras, expone el investigador Gustavo Velarde Tritschler.

“Después de las actividades de la semana, la mal ajardinada Plaza de Armas de finales del siglo XIX, servía para el paseo dominical (de las personas) al terminar la obligada misa de Catedral o de otros templos”, comenta.

“El paseo dominical se volvió una costumbre cuando a un Ayuntamiento se le ocurrió instalar un toldo en el lado norte, frente al antiguo Palacio Municipal, con el fin de proteger a la gente de los quemantes rayos solares del medio día”, añade.

Refiere que esta medida fue adoptada para la gente acomodada porque la plaza siempre había sido para el pueblo. Entonces dividieron la plaza, los menos favorecidos caminaban del lado sur y los de mayor poder adquisitivo lo hacían del lado norte.

“No fue un bando de gobierno, así se dieron las cosas. Se colocaron sillas en ambos lados (de la calzada) y con la Banda Sinfónica Municipal se creó el ambiente ideal para ver y dejarse ver entre los miembros de la ´buena´ sociedad poblana. Así transcurrió la última década del porfiriato hasta que la Revolución interrumpió la agradable costumbre”, asegura.

La tradición imponía que “matronas” y “doncellas” se presentaran con vestido nuevo muy exprofeso para ese día | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

Intentos por resucitar el paseo

Para 1950 se hicieron repetidos intentos para resucitar el paseo dominical del jardín central, dice el investigador, quien subraya que, así se le denominaba al montón de hierbas y tierra que había en el zócalo antes de que el alcalde Francisco de Velasco y Almendaro, lo arreglara entre 1906 y 1910.

A finales de esa década, la reposición del toldo del lado norte del zócalo fue tema de propaganda política del Ayuntamiento. La finalidad era reanudar los paseos dominicales familiares como antaño, cuando la ciudad de Puebla era limpia y elegante. Finalmente, esto fue posible en 1963, cuando un domingo se colocó un toldo para intentar resurgir la costumbre.

“La intención era que los habitantes de la Angelópolis no deambularan por ahí recibiendo los quemantes rayos solares y se conglomeraran frente a Palacio Municipal. La respuesta fue inmediata, a la gente le agradó y espontáneamente volvió a surgir, aunque no con la misma fuerza”, señala.

El toldo “porfiriano” era sostenido por tubos con ganchos reforzados por los troncos de los árboles. Cuando comenzó la costumbre no había iluminación central ni farolas laterales, pero con el arreglo que le dio Francisco de Velasco a la plaza central, el paseo dominical cobro brillo. El toldo se abolsaba pero eso no importaba porque su permanecía era de pocas horas al mediodía.

El director del Banco Oriental, Manuel Rivero Collado y su esposa, en su paseo dominical | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

“Dice una crónica que ´al sonar de las campanas del Sábado de Gloria paseaban bajo el toldo las más guapas matronas y las impúberes también´, esto nos hace deducir que no solo se instalaba el toldo los domingos sino que también los días de conmemorar o de festejar”, asegura.

La costumbre del buen vestir

Velarde Tritschler dice que la tradición imponía que “matronas” y “doncellas” se presentaran con vestido nuevo muy exprofeso para ese día y lugar. El paseo era lento y dificultoso por la gran muchedumbre de familias concurrentes que, de extremo a extremo, llenaban el corredor del zócalo frente a Palacio Municipal.

Pronto se dieron otras costumbres derivadas de esta tradición. El novio que había sido aceptado por los padres, podía acompañar a la novia y a su familia durante el paseo. Si todavía no lo era, paseaba en un grupo aparte con sus amigos y en dirección contraria para así atraer la mirada de la doncella y dar la sonrisa o la mirada sugestiva.

“Ahí se lucían los grandes sombreros y las faldas largas, las cinturitas y el calzado más inverosímil, porque la moda exigía un chapín diminuto y una cintura juncal. En cuanto a peinados algunas lucían crepe, el cabello se dejaba muy largo para después hacer los más intrincados peinados, porque había muchos estilos. En los vestidos se ponía un relleno de trapos debajo de la falda que iba atado a la cintura para abultar por detrás, y el corsé que moldeaba la cintura”, detalla.

Los paseos dominicales se volvieron una tradición familiar muy poblana | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

“Los hombres vestían de riguroso traje, bastón, bombín, el sombrero de carrete todavía no existía y los cuellos enormes, los niños bien vestidos de camisa de pechera dura y blanca, chaqueta corta, pantalón corto, medias de popotillo y botines”, dice.

Las damas de la sociedad

La crónica dice que el paseo iniciaba a las 11 de la mañana y terminaba a las 2 de la tarde. Ahí lucían su esbeltez, hermosura y elegancia, las jóvenes damas poblanas de la época: las Hevia, Isunza, Haces, Ibáñez, Pérez Salazar, Marín, Revilla, Villar, Ruiz, Alatriste, Serdán, Islas, Conde, Arrioja, Quintana, Pita, Cuellar, Fernández, Carrasco, Blanco, Centurión, Gutiérrez Palacio, Moreno, Traslosheros, Velasco, Reynaud, Zetina, Rivero y Corichi.

“La Chata Mirus, hija del jefe político Manuel Mirus; la alegre Quica Contreras; Chinta Aznar que murió asesinada en su residencia de la Ciudad de México; Rosita Barton, la dulce americanita que tenía su academia de baile en la calle de San Marcos; Juanita Mendizábal y sus ojazos negros; la elegante y hermosa Sussy Diego; ´Patita´ Ortiz Borbolla llena de gracia; la Mendizábal de Jalapa; María y Débora Martínez; Josefina Rueda; las hermanas Mateos futuras dueñas de la librería Mariana que vendía libros y artículos religiosos; Helia y María Herrera; Conchita Solís; las Espino Barros hermanas del famoso fotógrafo Eugenio, y muchas más”

La renacida costumbre en 1963 perduro pocos años, con intervalos, hasta que desapareció cuando algún munícipe ya no la continuo, tal vez por el inconveniente de las lluvias y los vientos que a menudo llegaron a tirar el toldo”, concluye el investigador.

Durante el Porfiriato la sociedad adoptó costumbres marcadas por las grandes capitales europeas, principalmente por una fuerte influencia francesa, no solo en el modo de vestir, también en actividades que se desarrollaban en el ámbito privado y público, como los paseos dominicales que se realizaban en el zócalo capitalino después de acudir a misa.

Los paseos dominicales se volvieron una tradición familiar muy poblana en la que, caballeros y doncellas, hacían gala de sus modales y vestimentas, además era oportunidad de regalar sonrisas y atraer miradas.

Esta tradición desapareció con la Revolución y a mediados del siglo XX se hicieron intentos por rescatar esta costumbre de entretenimiento que cobró vida solo unos años.


Hoy el zócalo de la ciudad luce repleto de árboles frondosos que dan sombra, pero en esa época no era así y había que utilizar un toldo para proteger a los paseantes de los rayos del sol.

La tradición renacida de los paseos dominicales duro pocos años. Imagen coloreada | Foto: David Ramírez Huitrón

¿Cómo se divertía la gente?

El cine, el teatro, los deportes, la tauromaquia, la moda, el arte y la gastronomía francesa, se popularizaron durante el porfiriato (finales del siglo XIX y principios del XX).

Así surgieron en Puebla el cine Pathé y el Lux, el teatro Variedades, las tiendas departamentales como las Fábricas de Francia, las corridas de toros en la plaza del Paseo Bravo y la cocina francesa del restaurante francés Magloire.

Las carreras de caballos se practicaban en el Velódromo y las de autos se realizaban principalmente entre Puebla y México, eran muy frecuentes y populares entre la élite social. Igual de popular era el famoso Combate de Flores que se volvió toda una tradición.

También surgieron los clubes deportivos para socialización de la élite social como el Parque España, donde además de practicar deportes se realizaban las tradicionales romerías; y el Club Alpha 1 cuyo propietario era William O. Jenkins y se le podía ver cuando practicaba tenis muy elegantemente vestido de blanco.

El paseo iniciaba a las 11 de la mañana y terminaba a las 2 de la tarde. Ahí lucían su hermosura y elegancia las damas de la época | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

Asistir a misa los domingos era una actividad inquebrantable para los poblanos, a la que se le sumó los paseos sobre las calzadas de la Plaza de Armas, en donde las vestiduras de la alta sociedad se distinguían de las vestimentas de los menos favorecidos o sobre las del clásico atuendo de calzón blanco del indígena. Sin embargo, no había confrontación porque Puebla era una ciudad pacífica.

Una tradición muy poblana

“Era tradicional, los domingos había un patrón de cómo se actuaba, por las mañanas ibas a pasear al zócalo después de misa, y por las noches a los portales después de la función de cine que terminaba a las 7:30, lo hacíamos nada más del lado (norte) de Palacio Municipal. La vestimenta era muy especial, era común decir que uno se ponía el traje de domingo”, comenta Jorge Rodríguez Pacheco.


“Dependiendo de la hora, el paseo era en el zócalo o en los portales. La señora María, que era esposa del gobernador Antonio Castillo Nava, nos invitaba a todas las chicas de ese entonces a esos paseos. Íbamos con el abanico y traje de calle pero bien vestidas, en esa época nos poníamos hasta los guantes. Se usaban los vestidos de talle ceñido, y amplios de la cintura para abajo, el largo era por debajo de la rodilla. Durante el paseo se podía cortejar a las chicas o conocer a los muchachos, era una época muy bonita”, recuerda Fabiola García de Steffanoni.

El toldo se ponía todos los domingos desde temprana hora | Foto: El Sol de Puebla


La Plaza de Armas, como era conocido el zócalo, siempre ha sido lugar de reunión natural de los poblanos. Esto sin hablar de los acontecimientos históricos que han tenido lugar ahí o de los diferentes usos que tuvo anteriormente cuando funcionó como tianguis, mercado de ropa, plaza de toros, o las virreinales cañas y combates de moros y cristianos, entre otras, expone el investigador Gustavo Velarde Tritschler.

“Después de las actividades de la semana, la mal ajardinada Plaza de Armas de finales del siglo XIX, servía para el paseo dominical (de las personas) al terminar la obligada misa de Catedral o de otros templos”, comenta.

“El paseo dominical se volvió una costumbre cuando a un Ayuntamiento se le ocurrió instalar un toldo en el lado norte, frente al antiguo Palacio Municipal, con el fin de proteger a la gente de los quemantes rayos solares del medio día”, añade.

Refiere que esta medida fue adoptada para la gente acomodada porque la plaza siempre había sido para el pueblo. Entonces dividieron la plaza, los menos favorecidos caminaban del lado sur y los de mayor poder adquisitivo lo hacían del lado norte.

“No fue un bando de gobierno, así se dieron las cosas. Se colocaron sillas en ambos lados (de la calzada) y con la Banda Sinfónica Municipal se creó el ambiente ideal para ver y dejarse ver entre los miembros de la ´buena´ sociedad poblana. Así transcurrió la última década del porfiriato hasta que la Revolución interrumpió la agradable costumbre”, asegura.

La tradición imponía que “matronas” y “doncellas” se presentaran con vestido nuevo muy exprofeso para ese día | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

Intentos por resucitar el paseo

Para 1950 se hicieron repetidos intentos para resucitar el paseo dominical del jardín central, dice el investigador, quien subraya que, así se le denominaba al montón de hierbas y tierra que había en el zócalo antes de que el alcalde Francisco de Velasco y Almendaro, lo arreglara entre 1906 y 1910.

A finales de esa década, la reposición del toldo del lado norte del zócalo fue tema de propaganda política del Ayuntamiento. La finalidad era reanudar los paseos dominicales familiares como antaño, cuando la ciudad de Puebla era limpia y elegante. Finalmente, esto fue posible en 1963, cuando un domingo se colocó un toldo para intentar resurgir la costumbre.

“La intención era que los habitantes de la Angelópolis no deambularan por ahí recibiendo los quemantes rayos solares y se conglomeraran frente a Palacio Municipal. La respuesta fue inmediata, a la gente le agradó y espontáneamente volvió a surgir, aunque no con la misma fuerza”, señala.

El toldo “porfiriano” era sostenido por tubos con ganchos reforzados por los troncos de los árboles. Cuando comenzó la costumbre no había iluminación central ni farolas laterales, pero con el arreglo que le dio Francisco de Velasco a la plaza central, el paseo dominical cobro brillo. El toldo se abolsaba pero eso no importaba porque su permanecía era de pocas horas al mediodía.

El director del Banco Oriental, Manuel Rivero Collado y su esposa, en su paseo dominical | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

“Dice una crónica que ´al sonar de las campanas del Sábado de Gloria paseaban bajo el toldo las más guapas matronas y las impúberes también´, esto nos hace deducir que no solo se instalaba el toldo los domingos sino que también los días de conmemorar o de festejar”, asegura.

La costumbre del buen vestir

Velarde Tritschler dice que la tradición imponía que “matronas” y “doncellas” se presentaran con vestido nuevo muy exprofeso para ese día y lugar. El paseo era lento y dificultoso por la gran muchedumbre de familias concurrentes que, de extremo a extremo, llenaban el corredor del zócalo frente a Palacio Municipal.

Pronto se dieron otras costumbres derivadas de esta tradición. El novio que había sido aceptado por los padres, podía acompañar a la novia y a su familia durante el paseo. Si todavía no lo era, paseaba en un grupo aparte con sus amigos y en dirección contraria para así atraer la mirada de la doncella y dar la sonrisa o la mirada sugestiva.

“Ahí se lucían los grandes sombreros y las faldas largas, las cinturitas y el calzado más inverosímil, porque la moda exigía un chapín diminuto y una cintura juncal. En cuanto a peinados algunas lucían crepe, el cabello se dejaba muy largo para después hacer los más intrincados peinados, porque había muchos estilos. En los vestidos se ponía un relleno de trapos debajo de la falda que iba atado a la cintura para abultar por detrás, y el corsé que moldeaba la cintura”, detalla.

Los paseos dominicales se volvieron una tradición familiar muy poblana | Foto: Mariano Tagle | Colección Gustavo Velarde Tritschler

“Los hombres vestían de riguroso traje, bastón, bombín, el sombrero de carrete todavía no existía y los cuellos enormes, los niños bien vestidos de camisa de pechera dura y blanca, chaqueta corta, pantalón corto, medias de popotillo y botines”, dice.

Las damas de la sociedad

La crónica dice que el paseo iniciaba a las 11 de la mañana y terminaba a las 2 de la tarde. Ahí lucían su esbeltez, hermosura y elegancia, las jóvenes damas poblanas de la época: las Hevia, Isunza, Haces, Ibáñez, Pérez Salazar, Marín, Revilla, Villar, Ruiz, Alatriste, Serdán, Islas, Conde, Arrioja, Quintana, Pita, Cuellar, Fernández, Carrasco, Blanco, Centurión, Gutiérrez Palacio, Moreno, Traslosheros, Velasco, Reynaud, Zetina, Rivero y Corichi.

“La Chata Mirus, hija del jefe político Manuel Mirus; la alegre Quica Contreras; Chinta Aznar que murió asesinada en su residencia de la Ciudad de México; Rosita Barton, la dulce americanita que tenía su academia de baile en la calle de San Marcos; Juanita Mendizábal y sus ojazos negros; la elegante y hermosa Sussy Diego; ´Patita´ Ortiz Borbolla llena de gracia; la Mendizábal de Jalapa; María y Débora Martínez; Josefina Rueda; las hermanas Mateos futuras dueñas de la librería Mariana que vendía libros y artículos religiosos; Helia y María Herrera; Conchita Solís; las Espino Barros hermanas del famoso fotógrafo Eugenio, y muchas más”

La renacida costumbre en 1963 perduro pocos años, con intervalos, hasta que desapareció cuando algún munícipe ya no la continuo, tal vez por el inconveniente de las lluvias y los vientos que a menudo llegaron a tirar el toldo”, concluye el investigador.

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