/ domingo 16 de julio de 2023

En Puebla, el 50% de jóvenes no concluye su carrera por presión social

Los jóvenes de 17 y 18 años que están por elegir una carrera universitaria en Puebla toman su decisión con base en una expectativa económica

En Puebla persiste una presión social, especialmente por parte de la familia, que obliga a los jóvenes a elegir una carrera universitaria con base en aspiraciones económicas, dejando de lado sus gustos, aptitudes y capacidades, por pensar erróneamente que una carrera específica definirá su nivel socioeconómico en el futuro.

Cada año ingresan poco más de 100 mil estudiantes a las instituciones de nivel superior del estado. En contraste, durante el ciclo escolar 2021-2022 únicamente egresaron 54 mil 85 estudiantes y obtuvieron su título profesional 36 mil 687. Es decir, cerca del 50 por ciento de alumnos que ingresan a una carrera universitaria no la concluye, de acuerdo con datos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES).

Si bien la deserción escolar es provocada por varios motivos, específicamente en el primer año de universidad, elegir erróneamente la carrera (decepcionarse de la misma) es la principal justificación de abandono estudiantil, asegura Alfonso Díaz Furlong, director de Admisiones y Seguimiento Académico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).

Sin embargo, el abandono o cambio de carrera no es la principal consecuencia de una mala decisión, pues a esto se suman los sentimientos de frustración, pérdida del interés en el estudio, así como el desaprovechamiento de los recursos económicos y de tiempo que se invirtieron en la primera elección, coinciden Orquídea Villalobos Figueroa, orientadora educativa de la Universidad Iberoamericana Puebla, y Coral Andrade Martínez, académica del Programa de Apoyo y Seguimiento al Estudiante (PASE) de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

Aunque podría suponerse que el problema en sí es la deserción escolar causada por un desagrado de la carrera universitaria, el conflicto va más allá, pues persisten las decisiones forzadas por conservar la tradición familiar de seguir cierta profesión, un desdén a las carreras del área de humanidades por suponer que no tienen futuro laboral y una falta de orientación vocacional en instituciones de nivel medio superior, argumentan Jemima Barbosa Xochicale, directora de Educación Media Superior de la BUAP, y María Teresa Velázquez Moguel, consejera de Docencia de la máxima casa de estudios.

Aspiraciones económicas afectan la toma de decisiones

Los jóvenes de 17 y 18 años que están por elegir una carrera universitaria en Puebla toman su decisión con base en una expectativa económica, dejando atrás su pasión vocacional. Pese a que podría suponerse que esto se debe a una falta de madurez, en realidad se trata de una carencia de acompañamiento en la toma de decisiones, lo que provoca además que, en la mayoría de los casos, quienes decidan la profesión de los alumnos sean sus padres, lamenta Velázquez Moguel.

“Muchas veces aceptamos las recomendaciones de nuestros padres porque apenas nos estamos adaptando a cómo es la vida, pero debemos enfocarnos en que el futuro es nuestro y no de ellos”, opina Karla Hernández, de 17 años de edad.

A su decir, los jóvenes, en su mayoría, sí están preparados para decidir sobre su futuro. Sin embargo, aun con la firmeza de su elección ésta no siempre puede llevarse a cabo, pues la dependencia económica que mantienen con sus tutores puede ser una barrera importante.

En esta postura coincide Leslie Pérez, de 18 años de edad, quien al salir del bachillerato se vio obligada a tomar un año sin estudiar para poder trabajar y pagarse la universidad, pues sus padres, al no estar de acuerdo con su carrera, decidieron no apoyar con los gastos.

“Yo sí sabía que quería estudiar medicina forense, pero por el precio de la carrera mi mamá quería que estudiara algo más accesible. Preferí tomarme un año para pensar bien y trabajar, pero el dinero influye mucho en la toma de decisiones”, agrega.

El problema en sí es la deserción escolar causada por un desagrado de la carrera universitaria. Foto: Bibiana Díaz | El Sol de Puebla

“Lamentablemente todos vamos por el dinero porque eso decide si vivimos o no, la mayoría se va por donde es más fácil hacerse de un buen ingreso, entonces no estamos para perder el tiempo, aunque trabajemos en algo que no nos gusta”, expresa por su parte Marco Zúñiga, quien acaba de egresar del Colegio de Bachilleres del Estado de Puebla (COBAEP).

Si se puede vivir de cualquier profesión las escuelas deberían enseñar cómo, porque desafortunadamente no vives de la felicidad, si te quieres dedicar a lo que te gusta es difícil encontrar trabajo (…) si me equivoco de carrera no me iría, aunque haya sido una mala elección”, sostiene Jennifer Aguilar.

Alta injerencia de los tutores

La alta injerencia que tienen los tutores en esta toma de decisiones, agrega Velázquez Moguel, se debe a que ellos (en su mayoría) son quienes aportan el sustento económico para que los jóvenes puedan estudiar una carrera, lo que afecta su libertad. “La familia pesa mucho”, lamenta.

Además, al ser la figura de autoridad o el ejemplo a seguir más cercano de los estudiantes, influyen fuertemente en sus expectativas de vida y de ingresos económicos, pues aunque tengan otros intereses, si no existe un acercamiento al trabajo de otras profesiones, pocos serán los que se atrevan a experimentar por el temor a fracasar, insisten los académicos.

“Lo que hacen muchas veces (los alumnos) es irse con la idea de que, con ciertas carreras, va a ser más fácil ingresar el mundo laboral y esto es provocado por los papás, porque lo que les preocupa no es que no encuentren su pasión, sino que no tengan un ingreso fijo que les permita sobrevivir”, comparte Anayuri Güemes Cruz, doctora en Ciencias Antropológicas y docente de la BUAP.

Desde su perspectiva, tanto en el proceso de elección como en un posible cambio de carrera, los estudiantes buscan una aprobación y validación de sus padres para dar este paso, incluso por encima de sus propios intereses.

“La información viene de los adultos, hay chicos que son apasionados en algo, pero de los padres viene la idea de cuáles carreras son más complicadas en el aspecto laboral y cuáles son más fáciles de acceder. Yo no he visto a los jóvenes preguntarse eso, es una perspectiva que se forma desde la familia”, refiere Coral Andrade.

Por esto, el problema no radica solo en quienes cambian de carrera por una primera mala elección, sino también en quienes, por el miedo de no recibir la aprobación de sus padres, se quedan en un programa que no les satisface.

Hay un temor generalizado por compartir con los tutores la intención de salir de la universidad, por lo que muchos deciden continuar, o salir con otros pretextos, sin embargo, esto puede resultar peor, pues la pérdida económica es mayor, así como las consecuencias a futuro, advierte Isaac Burguette Franco, director general de la empresa de orientación vocacional Select Carrera.

Desde su experiencia, la cual ha tenido a través de la orientación a cerca de 800 jóvenes poblanos por año, es importante el respaldo de los padres para evitar daños a futuro. Con una oportuna intervención se puede corregir la inversión que se destina a una carrera profesional, pues tan solo en una universidad privada el costo total por una licenciatura es de medio millón de pesos, informa.

Es importante el respaldo de los padres para evitar daños a futuro. Foto: Bibiana Díaz | El Sol de Puebla

“Terminar una carrera profesional en la que no tienes talento, en la que no vas a encontrar trabajo, o que el emprendimiento que desarrolles no funcione, son las consecuencias a largo plazo de continuar en un sitio que no te hace feliz”, alerta.

“El tiempo es un recurso no renovable”, agrega en esta línea Orquídea Villalobos, quien hace un llamado a tomar conciencia sobre las afectaciones que provoca el aferrarse a una carrera que no es la indicada. “A veces se deja de lado, pero la parte emocional se ve con grandes consecuencias que impactan en sus relaciones sociales y familiares”, sentencia.

“Queremos certeza”

“Lo único que queremos es tener certeza de que el camino que vamos a tomar es bueno”, expresa Jessica Vázquez, quien al contar con el apoyo de su madre pudo cambiarse de licenciatura en su primer semestre. En el 2016 ingresó a la carrera Enseñanza de Lenguas en la Universidad Autónoma de Tlaxcala y, tras darse cuenta que no era el rumbo que quería, aplicó a la BUAP en la licenciatura de Psicología.

Siempre tuve el apoyo de mi mamá y por eso decidí cambiarme sin pensarlo, no tuve miedo. Mi único temor es que no pasara el examen de la BUAP y que me volvería más independiente al salir de mi casa, pero si no hubiera tenido su apoyo, definitivamente no hubiera logrado venirme a Puebla”, narra.

Aunque el cambio no fue fácil, era necesario. En los cuatro años que estudiaría en Tlaxcala no iba a recibir las herramientas que buscaba para su futuro laboral. El problema no es la institución, el plan de estudios o la forma de enseñanza, sino las aspiraciones, metas y pasiones personales. “Ninguna carrera es perfecta”, defiende.

Como esta historia hay miles. Desde su experiencia como docente, Anayuri Güemes ha observado que, no todos los alumnos que se equivocan de carrera logran salirse en su primer semestre, algunos incluso lo hacen en sus últimos semestres, ante su fuerte indecisión.

“Si estás invirtiendo tu tiempo en algo que no te satisface, no en términos materiales o económicos, sino emocionales y personales, no vale la pena continuar, no tiene sentido acabar una carrera a la que no le encuentras chiste, no vale la pena invertir tiempo en una vida donde este es contado”, propone.

Desdén a las Humanidades

Desde la perspectiva de Velázquez Moguel, persevera un desdén hacia las carreras universitarias que pertenecen al área de Humanidades y Ciencias Sociales, que es visible en los estudiantes de nivel medio superior y que fijó la creencia de que este sector no aporta acciones relevantes a la sociedad y, por ende, no tiene oportunidades en el mercado laboral.

A decir de Ricardo Sánchez Torres, coordinador del Programa de Apoyo y Orientación Educativa de la BUAP, este prejuicio afecta la parte socioemocional de los estudiantes, quienes por temor a ser juzgados o recibir críticas a sus preferencias optan por seguir otro camino.

“Todas las carreras dan para comer, pero la crítica de agentes externos hace que duden (…) encontrar valor en el trabajo de uno mismo y también en el de otros encuentran ayuda a reflexionar y a generar comunidad”, subraya.

En las aulas existe una competitividad por el futuro profesional, porque se piensa que las ciencias exactas o de la salud son superiores por su labor, sin percatarse que las humanidades son igual de relevantes para el funcionamiento de la sociedad, añade la consejera de la BUAP.

Las humanidades forjan a los profesionistas que enseñarán a leer y escribir, a que las personas cuiden su salud mental, a desarrollar proyectos sociales para el beneficio de los más vulnerables, no hay un área más importante que otra, sentencia.

“Tenemos que identificar que todas las áreas convergen para el funcionamiento de la sociedad, por eso, además de la intención de crecer profesionalmente, hay que elegir una carrera a partir de qué es lo que como profesionista voy a aportar a la sociedad”, agrega Díaz Furlong.

Test de orientación, método ineficiente

Las pruebas básicas de orientación vocacional, que constan de una serie de preguntas para definir cuál es la profesión adecuada, no son una asesoría eficiente para los jóvenes, pues representan apenas el 30 por ciento de un acompañamiento adecuado, advierte Coral Andrade, quien hace un llamado a no confiar en estos test como la única base para tomar esta decisión.

Aunque por su popularidad se tiene la creencia de que este recurso es adecuado, no siempre es así, especialmente para quienes se encuentran perdidos en este proceso. “Es solo una parte, porque hay que tomar en cuenta otros factores, entrevistar a los chicos, conocer sus expectativas, porque los resultados en esas pruebas suelen ser muy generales”, apunta. Un riesgo de utilizar este recurso como la única fuente de orientación es que las sugerencias no correspondan a las expectativas de vida, gustos y personalidad de los alumnos.

Lo ideal es buscar ayuda de profesionales, sugiere Burguette Franco, pues recibir una correcta orientación vocacional brinda una efectividad de al menos un 92 por ciento, presume. Además de ello, recomienda iniciar con este proceso desde el cuarto semestre de bachillerato o preparatoria, con el objetivo de no tomar una decisión apresurada.

Horas de prácticas (sin paga) o acercamientos con profesionales del área de interés es otro método que también funciona para que los jóvenes aprendan más sobre el mundo laboral, las demandas y el modo de vida de la profesión que les llama la atención, asegura.

“Hay una necesidad de orientación vocacional, que no sea igual al que se tuvo en 1980, porque hay nuevas profesiones y trabajos. Es importante que los jóvenes decidan por gusto, con base en su talento, su pasión y su proyecto a futuro”, reitera.

¿Falta de madurez emocional?

Equivocarse en la elección de carrera no responde a una inmadurez emocional por parte de los alumnos de educación medio superior (17 o 18 años), se trata de una falta de orientación y acompañamiento en este proceso, que se presenta en el hogar y en la escuela, defienden los especialistas.

“No podemos determinar que el nivel de madurez cognitivo o emocional de una persona le impida tomar buenas decisiones, hay jóvenes que, aún con su inmadurez por la edad, pueden elegir correctamente una carrera y de la misma forma pueden darse cuenta cuando no fue una buena decisión”, opina Coral Andrade.

A decir de los académicos, otras razones de esto corresponden a una negación o rechazo de las preferencias reales de los alumnos, al compromiso de sus metas, condición socioeconómica y familiar, tasa de empleabilidad de la carrera elegida, entre otros.

Por otra parte, no todos los jóvenes están preparados para este paso, pero eso corresponde al nivel de madurez vocacional que desarrollan en su adolescencia, la cual depende de muchos factores, como el tipo de crianza, los gustos, influencias familiares y acompañamiento, explica Orquídea Villalobos.

Por lo anterior, es normal estar en un estado de ‘crisis’ al tomar esta decisión. No obstante, es importante que al estar en el proceso se tome en cuenta el futuro, hacia dónde quieres ir, qué talento tienes. En muchas ocasiones la indecisión no está relacionada con la inmadurez, sino con la falta de un proyecto de vida, señala Isaac Burguette.

“Muchos jóvenes no saben ni siquiera en qué son buenos, qué les apasiona, y es en lo que deben trabajar. A esa edad ya están preparados, pero no están orientados. La gran mayoría, con las más de 133 opciones de licenciatura que hay, llegan a confundirse”, finaliza.

En Puebla persiste una presión social, especialmente por parte de la familia, que obliga a los jóvenes a elegir una carrera universitaria con base en aspiraciones económicas, dejando de lado sus gustos, aptitudes y capacidades, por pensar erróneamente que una carrera específica definirá su nivel socioeconómico en el futuro.

Cada año ingresan poco más de 100 mil estudiantes a las instituciones de nivel superior del estado. En contraste, durante el ciclo escolar 2021-2022 únicamente egresaron 54 mil 85 estudiantes y obtuvieron su título profesional 36 mil 687. Es decir, cerca del 50 por ciento de alumnos que ingresan a una carrera universitaria no la concluye, de acuerdo con datos de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES).

Si bien la deserción escolar es provocada por varios motivos, específicamente en el primer año de universidad, elegir erróneamente la carrera (decepcionarse de la misma) es la principal justificación de abandono estudiantil, asegura Alfonso Díaz Furlong, director de Admisiones y Seguimiento Académico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).

Sin embargo, el abandono o cambio de carrera no es la principal consecuencia de una mala decisión, pues a esto se suman los sentimientos de frustración, pérdida del interés en el estudio, así como el desaprovechamiento de los recursos económicos y de tiempo que se invirtieron en la primera elección, coinciden Orquídea Villalobos Figueroa, orientadora educativa de la Universidad Iberoamericana Puebla, y Coral Andrade Martínez, académica del Programa de Apoyo y Seguimiento al Estudiante (PASE) de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

Aunque podría suponerse que el problema en sí es la deserción escolar causada por un desagrado de la carrera universitaria, el conflicto va más allá, pues persisten las decisiones forzadas por conservar la tradición familiar de seguir cierta profesión, un desdén a las carreras del área de humanidades por suponer que no tienen futuro laboral y una falta de orientación vocacional en instituciones de nivel medio superior, argumentan Jemima Barbosa Xochicale, directora de Educación Media Superior de la BUAP, y María Teresa Velázquez Moguel, consejera de Docencia de la máxima casa de estudios.

Aspiraciones económicas afectan la toma de decisiones

Los jóvenes de 17 y 18 años que están por elegir una carrera universitaria en Puebla toman su decisión con base en una expectativa económica, dejando atrás su pasión vocacional. Pese a que podría suponerse que esto se debe a una falta de madurez, en realidad se trata de una carencia de acompañamiento en la toma de decisiones, lo que provoca además que, en la mayoría de los casos, quienes decidan la profesión de los alumnos sean sus padres, lamenta Velázquez Moguel.

“Muchas veces aceptamos las recomendaciones de nuestros padres porque apenas nos estamos adaptando a cómo es la vida, pero debemos enfocarnos en que el futuro es nuestro y no de ellos”, opina Karla Hernández, de 17 años de edad.

A su decir, los jóvenes, en su mayoría, sí están preparados para decidir sobre su futuro. Sin embargo, aun con la firmeza de su elección ésta no siempre puede llevarse a cabo, pues la dependencia económica que mantienen con sus tutores puede ser una barrera importante.

En esta postura coincide Leslie Pérez, de 18 años de edad, quien al salir del bachillerato se vio obligada a tomar un año sin estudiar para poder trabajar y pagarse la universidad, pues sus padres, al no estar de acuerdo con su carrera, decidieron no apoyar con los gastos.

“Yo sí sabía que quería estudiar medicina forense, pero por el precio de la carrera mi mamá quería que estudiara algo más accesible. Preferí tomarme un año para pensar bien y trabajar, pero el dinero influye mucho en la toma de decisiones”, agrega.

El problema en sí es la deserción escolar causada por un desagrado de la carrera universitaria. Foto: Bibiana Díaz | El Sol de Puebla

“Lamentablemente todos vamos por el dinero porque eso decide si vivimos o no, la mayoría se va por donde es más fácil hacerse de un buen ingreso, entonces no estamos para perder el tiempo, aunque trabajemos en algo que no nos gusta”, expresa por su parte Marco Zúñiga, quien acaba de egresar del Colegio de Bachilleres del Estado de Puebla (COBAEP).

Si se puede vivir de cualquier profesión las escuelas deberían enseñar cómo, porque desafortunadamente no vives de la felicidad, si te quieres dedicar a lo que te gusta es difícil encontrar trabajo (…) si me equivoco de carrera no me iría, aunque haya sido una mala elección”, sostiene Jennifer Aguilar.

Alta injerencia de los tutores

La alta injerencia que tienen los tutores en esta toma de decisiones, agrega Velázquez Moguel, se debe a que ellos (en su mayoría) son quienes aportan el sustento económico para que los jóvenes puedan estudiar una carrera, lo que afecta su libertad. “La familia pesa mucho”, lamenta.

Además, al ser la figura de autoridad o el ejemplo a seguir más cercano de los estudiantes, influyen fuertemente en sus expectativas de vida y de ingresos económicos, pues aunque tengan otros intereses, si no existe un acercamiento al trabajo de otras profesiones, pocos serán los que se atrevan a experimentar por el temor a fracasar, insisten los académicos.

“Lo que hacen muchas veces (los alumnos) es irse con la idea de que, con ciertas carreras, va a ser más fácil ingresar el mundo laboral y esto es provocado por los papás, porque lo que les preocupa no es que no encuentren su pasión, sino que no tengan un ingreso fijo que les permita sobrevivir”, comparte Anayuri Güemes Cruz, doctora en Ciencias Antropológicas y docente de la BUAP.

Desde su perspectiva, tanto en el proceso de elección como en un posible cambio de carrera, los estudiantes buscan una aprobación y validación de sus padres para dar este paso, incluso por encima de sus propios intereses.

“La información viene de los adultos, hay chicos que son apasionados en algo, pero de los padres viene la idea de cuáles carreras son más complicadas en el aspecto laboral y cuáles son más fáciles de acceder. Yo no he visto a los jóvenes preguntarse eso, es una perspectiva que se forma desde la familia”, refiere Coral Andrade.

Por esto, el problema no radica solo en quienes cambian de carrera por una primera mala elección, sino también en quienes, por el miedo de no recibir la aprobación de sus padres, se quedan en un programa que no les satisface.

Hay un temor generalizado por compartir con los tutores la intención de salir de la universidad, por lo que muchos deciden continuar, o salir con otros pretextos, sin embargo, esto puede resultar peor, pues la pérdida económica es mayor, así como las consecuencias a futuro, advierte Isaac Burguette Franco, director general de la empresa de orientación vocacional Select Carrera.

Desde su experiencia, la cual ha tenido a través de la orientación a cerca de 800 jóvenes poblanos por año, es importante el respaldo de los padres para evitar daños a futuro. Con una oportuna intervención se puede corregir la inversión que se destina a una carrera profesional, pues tan solo en una universidad privada el costo total por una licenciatura es de medio millón de pesos, informa.

Es importante el respaldo de los padres para evitar daños a futuro. Foto: Bibiana Díaz | El Sol de Puebla

“Terminar una carrera profesional en la que no tienes talento, en la que no vas a encontrar trabajo, o que el emprendimiento que desarrolles no funcione, son las consecuencias a largo plazo de continuar en un sitio que no te hace feliz”, alerta.

“El tiempo es un recurso no renovable”, agrega en esta línea Orquídea Villalobos, quien hace un llamado a tomar conciencia sobre las afectaciones que provoca el aferrarse a una carrera que no es la indicada. “A veces se deja de lado, pero la parte emocional se ve con grandes consecuencias que impactan en sus relaciones sociales y familiares”, sentencia.

“Queremos certeza”

“Lo único que queremos es tener certeza de que el camino que vamos a tomar es bueno”, expresa Jessica Vázquez, quien al contar con el apoyo de su madre pudo cambiarse de licenciatura en su primer semestre. En el 2016 ingresó a la carrera Enseñanza de Lenguas en la Universidad Autónoma de Tlaxcala y, tras darse cuenta que no era el rumbo que quería, aplicó a la BUAP en la licenciatura de Psicología.

Siempre tuve el apoyo de mi mamá y por eso decidí cambiarme sin pensarlo, no tuve miedo. Mi único temor es que no pasara el examen de la BUAP y que me volvería más independiente al salir de mi casa, pero si no hubiera tenido su apoyo, definitivamente no hubiera logrado venirme a Puebla”, narra.

Aunque el cambio no fue fácil, era necesario. En los cuatro años que estudiaría en Tlaxcala no iba a recibir las herramientas que buscaba para su futuro laboral. El problema no es la institución, el plan de estudios o la forma de enseñanza, sino las aspiraciones, metas y pasiones personales. “Ninguna carrera es perfecta”, defiende.

Como esta historia hay miles. Desde su experiencia como docente, Anayuri Güemes ha observado que, no todos los alumnos que se equivocan de carrera logran salirse en su primer semestre, algunos incluso lo hacen en sus últimos semestres, ante su fuerte indecisión.

“Si estás invirtiendo tu tiempo en algo que no te satisface, no en términos materiales o económicos, sino emocionales y personales, no vale la pena continuar, no tiene sentido acabar una carrera a la que no le encuentras chiste, no vale la pena invertir tiempo en una vida donde este es contado”, propone.

Desdén a las Humanidades

Desde la perspectiva de Velázquez Moguel, persevera un desdén hacia las carreras universitarias que pertenecen al área de Humanidades y Ciencias Sociales, que es visible en los estudiantes de nivel medio superior y que fijó la creencia de que este sector no aporta acciones relevantes a la sociedad y, por ende, no tiene oportunidades en el mercado laboral.

A decir de Ricardo Sánchez Torres, coordinador del Programa de Apoyo y Orientación Educativa de la BUAP, este prejuicio afecta la parte socioemocional de los estudiantes, quienes por temor a ser juzgados o recibir críticas a sus preferencias optan por seguir otro camino.

“Todas las carreras dan para comer, pero la crítica de agentes externos hace que duden (…) encontrar valor en el trabajo de uno mismo y también en el de otros encuentran ayuda a reflexionar y a generar comunidad”, subraya.

En las aulas existe una competitividad por el futuro profesional, porque se piensa que las ciencias exactas o de la salud son superiores por su labor, sin percatarse que las humanidades son igual de relevantes para el funcionamiento de la sociedad, añade la consejera de la BUAP.

Las humanidades forjan a los profesionistas que enseñarán a leer y escribir, a que las personas cuiden su salud mental, a desarrollar proyectos sociales para el beneficio de los más vulnerables, no hay un área más importante que otra, sentencia.

“Tenemos que identificar que todas las áreas convergen para el funcionamiento de la sociedad, por eso, además de la intención de crecer profesionalmente, hay que elegir una carrera a partir de qué es lo que como profesionista voy a aportar a la sociedad”, agrega Díaz Furlong.

Test de orientación, método ineficiente

Las pruebas básicas de orientación vocacional, que constan de una serie de preguntas para definir cuál es la profesión adecuada, no son una asesoría eficiente para los jóvenes, pues representan apenas el 30 por ciento de un acompañamiento adecuado, advierte Coral Andrade, quien hace un llamado a no confiar en estos test como la única base para tomar esta decisión.

Aunque por su popularidad se tiene la creencia de que este recurso es adecuado, no siempre es así, especialmente para quienes se encuentran perdidos en este proceso. “Es solo una parte, porque hay que tomar en cuenta otros factores, entrevistar a los chicos, conocer sus expectativas, porque los resultados en esas pruebas suelen ser muy generales”, apunta. Un riesgo de utilizar este recurso como la única fuente de orientación es que las sugerencias no correspondan a las expectativas de vida, gustos y personalidad de los alumnos.

Lo ideal es buscar ayuda de profesionales, sugiere Burguette Franco, pues recibir una correcta orientación vocacional brinda una efectividad de al menos un 92 por ciento, presume. Además de ello, recomienda iniciar con este proceso desde el cuarto semestre de bachillerato o preparatoria, con el objetivo de no tomar una decisión apresurada.

Horas de prácticas (sin paga) o acercamientos con profesionales del área de interés es otro método que también funciona para que los jóvenes aprendan más sobre el mundo laboral, las demandas y el modo de vida de la profesión que les llama la atención, asegura.

“Hay una necesidad de orientación vocacional, que no sea igual al que se tuvo en 1980, porque hay nuevas profesiones y trabajos. Es importante que los jóvenes decidan por gusto, con base en su talento, su pasión y su proyecto a futuro”, reitera.

¿Falta de madurez emocional?

Equivocarse en la elección de carrera no responde a una inmadurez emocional por parte de los alumnos de educación medio superior (17 o 18 años), se trata de una falta de orientación y acompañamiento en este proceso, que se presenta en el hogar y en la escuela, defienden los especialistas.

“No podemos determinar que el nivel de madurez cognitivo o emocional de una persona le impida tomar buenas decisiones, hay jóvenes que, aún con su inmadurez por la edad, pueden elegir correctamente una carrera y de la misma forma pueden darse cuenta cuando no fue una buena decisión”, opina Coral Andrade.

A decir de los académicos, otras razones de esto corresponden a una negación o rechazo de las preferencias reales de los alumnos, al compromiso de sus metas, condición socioeconómica y familiar, tasa de empleabilidad de la carrera elegida, entre otros.

Por otra parte, no todos los jóvenes están preparados para este paso, pero eso corresponde al nivel de madurez vocacional que desarrollan en su adolescencia, la cual depende de muchos factores, como el tipo de crianza, los gustos, influencias familiares y acompañamiento, explica Orquídea Villalobos.

Por lo anterior, es normal estar en un estado de ‘crisis’ al tomar esta decisión. No obstante, es importante que al estar en el proceso se tome en cuenta el futuro, hacia dónde quieres ir, qué talento tienes. En muchas ocasiones la indecisión no está relacionada con la inmadurez, sino con la falta de un proyecto de vida, señala Isaac Burguette.

“Muchos jóvenes no saben ni siquiera en qué son buenos, qué les apasiona, y es en lo que deben trabajar. A esa edad ya están preparados, pero no están orientados. La gran mayoría, con las más de 133 opciones de licenciatura que hay, llegan a confundirse”, finaliza.

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